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Capítulo 2: El Peso de la Responsabilidad

— ¿Por qué hiciste eso? — pregunta Sasha, las lágrimas rodando por su rostro, mezclándose con el ardor que dejó el café caliente derramado sobre ella.

 

— ¿Por qué contrataron a una incompetente como tú? ¡Cada vez que vengo a este café y me atiendes, las bebidas y la comida son terribles! O muy saladas o demasiado dulces. ¿Quieres matarme, miserable? — acusa la mujer histérica.

 

— Es la primera vez que la veo aquí, señora — intenta defenderse Sasha, su voz temblorosa, casi suplicante.

 

— ¿Te atreves a llamarme mentirosa, idiota? ¡Qué atrevimiento! — replica la mujer con desprecio, lanzándole una mirada de arriba abajo.

 

— Yo no preparo los pedidos, solo... — Sasha intenta argumentar nuevamente, la desesperanza creciendo en su pecho.

 

— ¿Aún te atreves a responderme? ¡Oye tú, ve a llamar al gerente! ¡Uno de sus empleados no sabe cuál es su lugar! — grita la mujer a un compañero de Sasha, su voz estridente resonando por todo el café.

 

Sasha siente que sus músculos tiemblan de rabia. Aprieta los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavan en las palmas de sus manos. En un impulso, golpea la mesa, el sonido fuerte atrae la atención de todos. Su mano comienza a sangrar.

 

— ¡Sasha, a mi oficina, ahora! — ordena el dueño del café, agarrándola del brazo y arrastrándola lejos del escándalo.

 

Al entrar en la oficina, el jefe la suelta con un empujón, haciéndola tropezar.

 

— Es la cuarta vez — dice, con voz baja. — ¡La cuarta vez, Sasha! — grita, haciendo que Sasha encoja los hombros. — ¿No tienes nada que decir?

 

Debería disculparse, siempre tiene que hacerlo, pero está tan saturada que esas palabras parecen quemar en su garganta.

 

El dueño, cansado del silencio de la chica, quien fue contratada hace menos de cuatro meses por lástima de su historia, suspira.

 

— Estás despedida.

 

Sasha traga saliva, un nudo apretado se forma en su garganta. Asiente y sale de la oficina, sintiéndose aplastada por el peso de la injusticia.

 

— ¿Cómo no puede ver que fui la víctima? — murmura, pateando una piedra en el camino. — No hice nada, ¡ella fue quien me arrojó el café solo porque su maldito novio miró mi trasero! Idiota.

 

Sasha camina por las calles hacia su casa, sus pasos pesados resonando en la acera desgastada y llena de baches. Sus ojos azules se llenan de lágrimas de rabia y desesperación. El viento frío corta su rostro, pero apenas lo siente, perdida en sus oscuros pensamientos.

 

Cada paso parece un esfuerzo monumental. Sasha pasa frente a vitrinas iluminadas y personas apresuradas, pero todo parece un borrón indistinto.

 

Su sueño, de ingresar a su padre en una clínica para tratar su adicción, para luego poder retomar sus estudios, conseguir un buen empleo, conocer a alguien, casarse y tener dos hijos, parece cada vez más distante.

 

— ¿Cómo voy a comprar el pan mañana? — susurra para sí misma.

 

~

 

Al abrir la puerta de su casa, una visión familiar se presenta ante los ojos de Sasha. Su padre, Pedro, está desmayado en el sofá, rodeado de botellas de alcohol vacías. El fuerte olor a alcohol impregna el aire.

 

Sasha suspira profundamente, sintiendo una ola de tristeza y frustración. Mira la escena frente a ella con los ojos llenos de lágrimas.

 

— ¿Por qué las cosas tienen que ser así? — murmura, su voz rota por el dolor, sin saber que las cosas aún pueden empeorar.

 

Se acerca lentamente al sofá, observando el rostro de su padre. Parece tan vulnerable, tan perdido en su propio mundo de tormento. Sasha recuerda un tiempo en que él era su héroe, antes de que la adicción y la culpa lo consumieran.

 

— Papá... — murmura, tocando suavemente su hombro. Pero Pedro no se mueve, atrapado en un sueño profundo inducido por el alcohol.

 

Sasha se dirige a su habitación. Cada paso es pesado, cargado con el peso de responsabilidades que no debería cargar. Cerrando la puerta detrás de ella, este es el único espacio donde puede dejar caer sus defensas.

 

Se arroja sobre la cama, abrazando la almohada con fuerza. Las lágrimas comienzan a fluir, cálidas e incesantes. Llora por todo: por la pérdida de su madre, por su padre que se perdió en el dolor del luto, y por el incierto futuro que le espera.

 

— ¿Por qué, Dios? — susurra al vacío, su voz llena de desesperación. — ¿Por qué tiene que ser tan difícil?

 

El cansancio finalmente la domina, y Sasha se queda dormida, sus lágrimas aún humedeciendo la almohada. Sus sueños son confusos e inquietos.

 

~

 

Pedro se despierta a la mañana siguiente con una resaca aplastante, su cabeza late al mismo ritmo que los golpes en la puerta. Mientras intenta orientarse sentado en el viejo sofá, los golpes insistentes en la puerta le hacen sentir como si martillos golpearan dentro de su cabeza.

 

Con dificultad, Pedro se levanta y se dirige al origen de los golpes. Al abrir la puerta, se encuentra con una mujer aparentemente anciana parada en el umbral de su casa. Su expresión es seria, sus ojos verdes penetrantes.

 

— ¿Qué quiere? — gruñe Pedro, sin paciencia para visitas.

 

La mujer arruga la nariz, molesta por el hedor que emana del cuerpo de Pedro. Lo mira con ojos juzgadores y anuncia, sin rodeos:

 

— He venido por la chica.

 

Pedro parpadea, intentando reunir sus pensamientos. La terrible resaca nubla su razonamiento, pero no necesita mucho tiempo para que los recuerdos de la noche anterior lo golpeen como un puñetazo. Ahora tiene a una extraña en su puerta, lista para llevarse a su dulce niña. El pánico barre la resaca, y desesperado, intenta cerrar la puerta para alejar a la mujer.

 

Sin embargo, la mujer, a pesar de su apariencia frágil, sorprende a Pedro. Con un rápido movimiento, bloquea la puerta con su mano, demostrando una fuerza inesperada y sorprendente.

 

— ¡No te llevarás a mi hija! — grita Pedro, las lágrimas inundando sus ojos. El hombre que se hundió tan profundamente en la bebida en los últimos años ahora enfrenta las consecuencias de su adicción de una manera más cruel de lo que jamás imaginó.

 

La mujer suspira, su mirada sigue siendo seria e inquebrantable.

 

— Si no me entregas a la chica, tengo permiso para matarla y llevarte para que seas torturado — dice Luciana con voz firme, una voz demasiado dura para una anciana de cabellos completamente blancos.

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