Capítulo 3: No Digas la Verdad

"Tengo permiso para matarla". Esas son las únicas palabras que los oídos de Pedro logran captar.

La verdad cae sobre él con un peso aplastante. Está a punto de perder a su hija de una manera indescriptiblemente cruel, un destino que jamás quiso para ella. Las lágrimas fluyen desesperadas de sus ojos, y cae de rodillas, la humillación pesando sobre él.

Sin pedir permiso, la mujer mayor entra en la casa, decidida a buscar a la chica, pero Pedro agarra la tela de su vestido, deteniéndola.

— ¿Cuál es su nombre?

— Luciana — responde la mujer, mientras tira de su vestido, liberándose del agarre de Pedro.

— Por favor... — solloza él, suplicando con la cabeza baja. — Por favor, no se lleve a mi hija. No debí hacer esto. No debí apostarla. Se lo ruego, por favor, no se la lleve. Lléveme a mí, deje a mi pobre niña. A diferencia de mí, ella nunca hizo nada malo.

— No desobedeceré las órdenes del señor Miguel — dice Luciana sin titubear, su voz fría y decidida.

— No debí involucrarla en esto. Ella no merece esto. Por favor, no le diga la verdad... — Pedro levanta la cabeza, sus ojos brillan por las lágrimas que no dejan de caer. — Dígale que la está llevando a trabajar como ayudante, a un empleo, lo que sea. Ella es inteligente, esforzada, dulce y amable. No merece convertirse en esclava... Por favor, apiádese de ella.

Luciana vacila, viendo al hombre arrodillado a sus pies, suplicando por su hija. Su corazón endurecido se ablanda un poco ante la angustia de Pedro.

Luciana piensa por un momento, su mente recuerda el acuerdo entre los dioses sobre los humanos. Aunque no está de acuerdo con que su Genuino Alfa tome a una humana como esclava, él da las órdenes, y ella solo puede obedecer.

Su mente divaga hacia los tiempos en que los antiguos Genuinos Alfas todavía vivían, hacia una pequeña loba que llegó a la manada asustada y aterrada. Su corazón se dolió por ella, y ahora está frente a una hembra de otra especie cuyo destino también ha sido arrebatado por terceros, igual que aquella pequeña loba.

Luciana respira profundamente, tomando su decisión:

— Haré lo que pueda — dice, su voz suavizándose un poco, aunque sabe que no podrá mantener la mentira por mucho tiempo. — Pero sabes que no está en mis manos lo que le espera allá.

Pedro la mira, con el dolor y la desesperación claramente visibles en sus ojos. Sabe que no tiene elección, su hija está condenada al sufrimiento por las acciones de su propio padre.

— Por favor, protégela todo lo que puedas, hasta que la verdad sea inevitable — implora Pedro. — Encontraré la manera de traerla de vuelta.

Luciana asiente, sin creer que este humano alguna vez podrá reparar lo que ha hecho.

~

Sasha se despierta con el sonido de su padre llamándola. Pedro traga el nudo en su garganta y se acerca a ella con pasos vacilantes.

— Buenos días, papá — dice Sasha con voz somnolienta, pero le sonríe.

Pedro siente un apretón en el pecho al ver su sonrisa, su inocencia contrastando con el peso de su propia culpa. No puede mirarla a los ojos mientras miente.

— Sasha, yo... te conseguí un trabajo — dice, forzando una sonrisa.

Los ojos de Sasha se iluminan de sorpresa y alegría.

— ¿De verdad? ¡Eso es increíble, papá! Ayer me despidieron del café y estaba preocupada. Gracias por conseguirme un trabajo — agradece sinceramente. Desde que su madre, Helena, falleció, ha sido el adulto en la casa.

La alegría de Sasha perfora el corazón de Pedro como una lanza afilada. Está mintiéndole y sabe que lo que está haciendo es terrible. Ayer, mientras él la apostaba en una mesa, ella estaba siendo despedida. Traga sus lágrimas y fuerza otra sonrisa.

— Solo quiero lo mejor para ti, pequeña — murmura, luchando contra emociones avasalladoras.

Pedro se hunde aún más en su miseria. Siente el peso de sus decisiones irresponsables.

— Vamos — llama Pedro, señalando el camino fuera de la habitación.

Al llegar a la sala, los ojos de Sasha se posan en la mujer mayor.

— Creo que tú debes ser Sasha — dice la mujer, levantándose del sofá y extendiendo la mano hacia la joven.

— Sasha, ella es Luciana — presenta Pedro con una voz algo tensa.

Sasha estrecha la mano de la mujer con una sonrisa nerviosa.

— He venido a buscarte, Sasha — dice Luciana, mirándola con seriedad y eligiendo cuidadosamente sus palabras. Había prometido no revelar de inmediato que Sasha sería una esclava, sino que trabajaría. — Trabajarás como asistente general en la mansión de mi patrón.

Sasha frunce el ceño, confundida. — ¿Mansión?

— Sí, la mansión de mi patrón está en otro país, donde el sol rara vez aparece y hace mucho frío. Serás responsable de ayudar con las tareas domésticas y mantener la mansión en orden.

— Yo... no puedo aceptar esto; no puedo ir a trabajar a un lugar tan lejano — dice Sasha, impactada.

Se imagina en un lugar tan diferente, donde el sol es escaso y el frío inunda el ambiente. No le gusta. Ella prefiere el calor.

— No puedo simplemente irme a otro país y dejar a mi padre solo — dice, mirando a Pedro. Su situación es precaria, pero juntos pueden superar cualquier cosa.

Luciana abre la boca para hablar, pero Pedro se adelanta.

— Hija, conseguir este trabajo fue muy... difícil. Es una oportunidad que no podemos dejar pasar — dice, la culpa consumiéndolo con cada palabra. — No te preocupes por mí. Es una oportunidad única para ti. Y ya soy adulto, puedo cuidar de mí mismo — termina, recordando la amenaza de muerte sobre su hija y las veces que falló como padre. Sabe que esta vez no habrá perdón.

Sasha intenta discutir, pero las palabras se atascan en su garganta. Su padre tiene razón.

— Yo... no tengo ropa de invierno — dice Sasha, en un susurro casi inaudible.

— Eso ya está resuelto. He conseguido ropa adecuada para ti — responde Luciana.

Sasha ve cómo desaparecen sus últimas objeciones. Asiente, inundada por una mezcla de emociones: la incertidumbre de lo que le espera, la tristeza de dejar a su padre y la curiosidad por lo que le depara el futuro, todo se mezcla dentro de ella.

— ¿Cuándo iré? — pregunta Sasha.

— Ahora — responde Luciana, haciendo que los ojos de Sasha se abran con incredulidad.

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