Capítulo 4

Allí estaba yo, acurrucada en una orilla de la lujosa pared, sentada en el piso frío y pulido mientras me abrazaba las piernas y lloraba mi desdicha.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó él con su voz imponente de alfa, pese a que todavía no había sido nombrado como tal, pero Roan lo llevaba en la sangre. Estaba tan asustada que solo sollocé—. No te haremos daño, chiquilla. ¿Acaso no te salvamos de esos rufianes?

Por primera vez desde que fui traída a esta manada, miré a Roan a los ojos. En ese entonces, él tenía veinticinco años y yo solo era una cachorra adolescente; sin embargo, su belleza cargada de misterio y peligro me prendó y ese día supe que mi corazón estaría ligado al suyo.

Lo amé en secreto por dos años en los que tuve que verlo ser feliz con su mate. Traté de no pensar en él y decidí ignorar cuánto lo amaba. No me alegré para nada cuando ella murió, en especial porque verlo destrozado me ponía muy triste.

—Zebela, hace un año perdí a mi pareja y tú ya tienes la edad suficiente para la unión. Creo que eres la indicada para ser mi Luna. Solo te pido que seas comprensiva porque perder un compañero destinado no se supera de la noche a la mañana. Tenme paciencia y aprenderé a amarte como mereces.

Estaba tan feliz que ignoré el peso de sus palabras. La noche de nuestra unión no hubo reclamo, pese a que había soñado y fantaseado con el apareamiento todos los días.

Estuve nerviosa y feliz durante la ceremonia de unión; no obstante, mi día terminó en lágrimas cuando Roan se fue a dormir a otro cuarto.

Los rayos del sol hicieron que apretara los ojos porque me negaba a despertarme y enfrentar mi realidad. Me los froté y al instante sentí la humedad allí. Estaba llorando en mis sueños, que en realidad eran mis recuerdos.

Solía soñar con el pasado cuando estaba triste. A veces mis sueños eran acerca de los momentos felices que viví; otras veces se trataban de los momentos tristes, mientras que algunos de ellos eran una mezcla de ambos. Justo como sucedió anoche.

—Dijiste que me amarías como merecía, pero solo me has hecho daño. ¿Así es como merezco que me amen? ¿Es ese el amor que pensaste darme, Roan? —dije al techo porque ni para reclamarle contaba con él—. Me mentiste; tú me engañaste, Roan. —Otra vez las lágrimas llenaron mis ojos.

Era tan doloroso que sentía que mi vida carecía de sentido. Por ratos, me daban unas inmensas ganas de morirme, ya que no tenía nada por qué luchar, otra vez lo había perdido todo.

«Debes salir de este encierro y afrontar tu realidad», me animó mi parte lobuna. Reconocía que tenía razón, debido a que llevaba una semana encerrada y sumida en la depresión y el cansancio.

—¿Qué haré ahora? —sollocé desesperanzada—. No quiero vivir en este infierno, como tampoco podría hacer algo que cause que Roan cambie de opinión.

Suspiré profundo y traté de pensar en mi futuro, también en lo que haría a partir de ese momento.

—Necesito salir de aquí y tomar aire fresco, puede que el contacto con la naturaleza me ayude a pensar en mis opciones —razoné.

No me molesté en asearme, sino que salí a hurtadillas de mi habitación, temerosa de encontrarme a Greta o a esa mujer. Lo menos que necesitaba era escuchar sus humillaciones y burlas.

Afuera, los sirvientes me observaban sorprendidos y con otras expresiones que me hacían sentir avergonzada. Algunos denotaban lástima; otros, sorna, y hasta diversión y repudio.

Mi suegra se había encargado de manipularlos en mi contra y le salió muy bien. Casi todos me odiaban sin ninguna razón.

Ninguno me preguntó a dónde iría en esas fachas y de verdad me sentí agradecida de no tener que dar explicaciones a nadie. Solo quería escapar de mi realidad por unas horas, entrar en contacto con la naturaleza y mi parte más salvaje, pensar en mi futuro y poder desahogarme sin inhibiciones.

Le importaba tan poco a Roan que ni se molestó en ir a verme o preguntarme por qué no había salido de la habitación en una semana. Pero suponía que para él era mejor no tenerme de estorbo en su nueva y perfecta vida.

Tras un largo suspiro y cuando ya estaba lejos de la casa, me quité la ropa de dormir y la enganché en la rama de un árbol, acto seguido, me convertí en loba y corrí en dirección al bosque que se encontraba a unos metros del territorio de Roan.

La brisa fresca me acarició el pelaje rosa y llenó mis pulmones de paz. Sí, es lo que sentí al entrar en contacto con la naturaleza: paz.

El bosque que separaba el territorio de Roan con el campo donde los agricultores solían trabajar no era grande, por lo que pronto llegué a un claro que no solía ser concurrido.

Ejercité a mi loba y pasee por el campo hasta que por fin tomé una decisión: dejaría a Roan y me iría de la manada Zafiro para siempre.

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