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Sergio clavó su mirada en la mujer que se burlaba frente a él, deseando borrar esa sonrisa insolente de su rostro de un solo golpe.Sus manos se crisparon a los costados, y la furia le hervía en las venas.Estaba a un paso de perder el control.Pero entonces, el sonido agudo de las sirenas cortó el aire como un cuchillo.Varias patrullas aparecieron en la propiedad, rodeándolo.Sergio, a regañadientes, contuvo su ira.Respiró hondo, ocultando bajo una máscara de aparente calma el huracán que le devastaba por dentro.—Señora Darson, ¿hay algún problema que necesite nuestra ayuda? —preguntó el comisario, bajándose de su vehículo, con una expresión de cautela.Freya, imperturbable, sonrió como si la situación no fuera más que un juego.Luego dirigió una mirada llena de veneno hacia Sergio.—¿Y bien? —preguntó, dejando caer las palabras con ironía—. ¿Hay algún problema, Sergio?El nombre de él en su boca sonó como un escupitajo.Sergio sintió la sangre hervirle aún más, pero logró esbozar
Mientras tanto, en un hotel lujoso de Lisboa, Lorna se sumergía en la calidez de una bañera de mármol blanco, rodeada de espuma perfumada.Una copa de vino tinto descansaba en su mano derecha, y en la izquierda sostenía su teléfono móvil.La pantalla iluminaba su rostro con un brillo frío, mientras sus ojos, delineados con esmero, se abrían con una falsa sorpresa al leer la noticia que esperaba desde hacía tanto tiempo.Una sonrisa torcida, cargada de venenosa satisfacción, curvó sus labios pintados de rojo intenso.«Se ha descubierto una red de lavado de dinero que está salpicando con dureza a grandes empresarios del Mediterráneo. Entre ellos, destaca Sergio Torrealba y su conglomerado, el Grupo Torrealba. Tras una minuciosa auditoría iniciada esta mañana, se ha confirmado la existencia de pruebas contundentes que acusan al importante empresario de participar en una red de lavado de activos que supera los miles de millones de dólares. Actualmente, la policía continúa la búsqueda del
Sergio lanzó una mirada fría a Lynn antes de hacer una señal con la mano.De inmediato, uno de sus guardias entró en la habitación, cerrando la puerta tras él como si sellara su destino.Sergio se acercó lentamente a Lynn, disfrutando del terror que veía en sus ojos, y le quitó la venda de la boca con un movimiento brusco.—¡Por favor, déjanos ir, Sergio! —suplicó Lynn, la voz rota por el miedo—. ¿No has hecho ya suficiente daño?Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Sergio. No respondió con palabras.Solo alzó una mano, y el guardia, obediente, se dirigió hacia Arturo.Sin piedad, comenzó a golpearlo brutalmente.Miranda soltó un grito ahogado, sus lágrimas comenzaron a correr sin control.—¡Basta! ¡Déjalo, por favor! —clamó, extendiendo una mirada hacia ellos, como si pudiera detener el horror con solo un gesto.Pero Sergio, implacable, ni siquiera parpadeó.—Entonces, ¡habla! —rugió—. ¡¿Dónde está Ariana?!Miranda lo miró entre sollozos, el rostro bañado en lágrimas y deses
Sergio miró a Lynn con desconfianza.Sus ojos fríos parecían intentar atravesarla, buscando una mentira en su voz, una grieta en su determinación.—¿Estás segura de que hablarás? —preguntó, arrastrando las palabras como una amenaza apenas velada.—Sí. —La voz de Lynn tembló ligeramente, pero su mirada no vaciló—. Y para probarlo... cuando los dejes ir, yo me quedaré contigo.Un silencio espeso cayó entre ellos. Sergio ladeó la cabeza, estudiándola.Esa ya no era la Lynn que lo adoraba, la sustituta imperfecta de Ariana que él había moldeado a su antojo.Ahora la veía claramente: una mujer rota, sí, pero no vencida.El odio en sus ojos era idéntico al de Ariana, ese asco que tanto lo enfurecía.Se encogió de hombros, con una media sonrisa torcida.—Está bien. Tú ganas... por ahora.Miranda, al escucharla, dio un paso hacia ella, horrorizada.—¡Lynn! ¿Qué demonios haces?—¡Par de tontos! —gritó Lynn, con un dolor tan feroz que apenas podía respirar—. ¡No los voy a dejar morir por su mal
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…