Capítulo 50

Su tono había sido demandante, esperaba una respuesta en silencio, ineludible. Ophel aclaró su garganta.

—Quería bajar la ventana de camino aquí —expliqué—, pero me dijeron que por medidas de seguridad no podía.

Tomas asintió, comprendiendo. Me ofreció su brazo y se despidió de Ophel. El edifico al que me dirigió tenía una estructura y diseño de antaño. Me gustaba. Las paredes adornadas con madera oscura hacían que el lugar se sintiera pequeño y acogedor, las personas me observaban con curiosidad, algunas me sonreían incluso.

Pensé en que Tomas no diría nada más, pero en cuanto nos subimos en un ascensor forrado en alfombras carraspeó: —Los vidrios de la camioneta son blindados.

—Me lo imaginaba —murmuré.

—Hace un par de años nos atacaron, Verona —re

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