Hice una pequeña coleta con mi corto cabello y puse unos lentes de sol sobre mis ojos. Sería una total vergüenza que me tomaran una foto en este estado tan desfavorable. Algunos hombres de mi padre me ayudaban a bajar mis maletas, yo llevaba mi pequeño bolso de manos y mi celular entre mis dedos.
Aún seguía enviado correo a mis empleados.
Afuera el clima estaba divino para ser tan temprano, prometía mucho y papá lucía triste, cuando estuve a su lado besó mi frente.
—Me llamaran cuando estén en el avión, cuando aterricen, cuando estén con el señor Galger y cuando finalmente lleguen a su casa. Y contigo, señorita, hablare todas las noches, ¿entendido?
—Sí, papá —lo rodeé con mis brazos—. Ya es hora de irnos.
—Yo le pago al capitán del avión, puede esperar unos cinco minutos más mientras me despido de mi bebé —besó mi cabeza—. Estoy arrepintiéndome de mi decisión…
—Papá, si llegamos tarde el señor Galger es quien se podría arrepentir de la decisión de dejarme quedar en su casa —sus brazos se aflojaron—. Te amo.
—Yo te amo más —me dejó ir para abrazar a Marco, era como ver el pasado y el futuro de un mismo hombre—. Hijo, cuídate mucho. Te amo.
—Tú igual padre, te amo.
Era así siempre, las despedidas no nos gustaban, éramos muy apegados a la familia, nos aferrábamos con uñas y dientes cuando era necesario.
En el auto envié mensajes a mis amigas anunciándoles mi repentina salida del país, revisé mis redes sociales repletas de notificaciones e investigué un poco acerca del hombre que conocería pronto, me sorprendí al no encontrar demasiado sobre él, solo algunos pocos artículos escritos en un idioma que no conocía y foto de unas tierras preciosas.
Levanté la mirada en busca de mi hermano, él estaba tan sumido como yo en su Tablet.
—¿Qué desea el señor Galger de nosotros?
Marco frunció su ceño sonriendo un poco.
—Él nada, nosotros somos los que necesitamos un socio como él.
Sus palabras me impresionaron, la última vez que me había fijado nuestro imperio no dependía de un hombre extranjero.
—¿Por qué? —interrogué con molestia.
—Queremos construir unas fabricas Robinson en Klayten, pero para ello necesitamos el permiso de sus habitantes. Tomas Galger tiene varias extensiones de tierra allí y las personas lo respetan. Si nos ganamos su confianza, ganamos la confianza de la gente y un trozo de tierra.
—¿Qué producirán esas fábricas?
—Principalmente nos enfocaremos en hacer productos para sus animales, alimentos, vitaminas, productos de limpieza. Llevaremos artículos de granjas y de ranchos. Después de la etapa de adaptación y aceptación, propondremos la idea de la fabricación de productos para el consumo humano.
Abrí mis ojos sorprendida, ya había leído sobre eso en el mail que me había enviado papá, solo que me había saltado la parte de hacerlo fuera del país.
—Para eso se necesitará más que un solo trozo de tierra —apunté.
Marco asintió.
—Lo sé, es por eso que vamos para allá, para poder discutir los planes con el señor Galger.
—Hay mucho en juego con esta visita.
—Así es —volvió su atención al celular—. Sé que es innecesario que te lo pida, pero por favor no te metas en problema.
—Innecesario —concordé—. No pienso hacer locuras, me concentraré en trabajar, lo prometo, nada de meterse con guardaespaldas —bromeé. Mi nuevo guardaespaldas se tensó, era muy atractivo—. Cambiando de tema, ¿Qué tal Ginger?
Se removió en su asiento y no levantó la mirada de la pantalla.
—Ella está tan disgustada como yo por tener que separarnos —confesó.
—No tendrían que hacerlo si ya sabes…—le mostré mi dedo anular—, pusieras un anillo en su dedo —me ignoró mundialmente—. ¡Vamos, Marco! Tienes veintinueve años, ya deberías tener los huevos para hacerlo, ¿Qué esperas?
Sus mejillas se enrojecieron.
—Mi hermanita de veinte años no me dirá qué hacer con mi vida —gruñó—, y no te expreses de esa forma tan ordinaria.
Chasqueé la lengua.
—Ginger no esperara por siempre —mascullé y me arrepentí al ver fuego en sus ojos.
Me quedé callada por el bien del viaje, pero era la verdad, Ginger era la única novia que le había conocido a Marco, eran almas gemelas y él no quería pedirle matrimonio. Era un tonto.
Conecté mis audífonos a mi celular y puse el volumen de la música al máximo. Un largo camino nos esperaba
*****
Catorce horas en un avión no eran nada agradables, ni siquiera en uno privado.
Mi reflejo era un asco, no apto para dar una primera impresión al señor Tomas Galger. Cepillé mi cabello y reacomodé mi coleta, treinta segundo me tomó decidir no querer retocar el maquillaje e hice lo contrario, lo retiré por completo.
—Verona, no podemos hacer esperar a Galger.
Acomodé mi vestido alisando las arrugas.
—Ya salgo —avisé colocándome los lentes de sol para salir del baño.
—Quítate eso —riñó mi hermano—, es de mala educación saludar a alguien así y ya son como las nueve de la noche.
De noche, de día, eso no importaba, las cámaras de los reporteros tenían flash.
—No me los quitaré hasta estar segura de que no hay ningún paparazzi.
Tomé mi bolso de mano caminando hacia la puerta ya abierta del avión, di un paso afuera y el aire que me tocó me hizo respirar profundamente, hacía frío, mucho frío.
—Señorita.
Jesús —mi guardaespaldas— me hizo a un lado delicadamente para salir él primero, extendió su mano y me ayudó a bajar por las escaleras inestables. Mis piernas temblaban como gelatina, me sentía en otro mundo y no podía decir eso de muchos lugares. Desvié la vista de las impresionantes montañas arropadas por la oscuridad y miré la pista de aterrizaje. Estaba vacía. Ni una cámara en mi dirección.
Solo un par de hombres vestidos con trajes negros.
Al pisar tierra firme Jesús me soltó y se posicionó a mi lado, escuché los pasos de mi hermano bajando por donde lo había hecho yo anteriormente, me sentía algo insegura, pero aun así retiré mis lentes oscuros para mirar los rostros de los hombres frente a mí, eran guapos y altos, uno de ellos dio un paso vacilante al frente, tenía ojos oscuros y me ofrecía una sonrisa genuina.
Le correspondí algo abrumada por su altura.
—Bienvenidos —saludó amablemente con un acento exótico.
Di un par de pasos para acercarme a él y le extendí mi mano
—Hola, soy Verona Robinson.
El apretón que me dio resultó ser firme y agradable.
—Un gusto poder conocerla finalmente, señorita Verona. Yo soy Tomas Galger —sus ojos marrones miraron en dirección a donde estaba mi hermano—. Marco, un gusto verte de nuevo.
El señor Galger le extendió su mano y le dio un amistoso apretón a Marco.
—Igualmente, Tomas.
El hombre volvió a mirarme por solo un segundo antes de mirar hacia el gran avión.
—Deben estar cansados —adivinó.
—Sí —afirmé, mi voz salió extraña—. Fue un largo viaje hasta aquí.
Marco me codeó con disimulo y me vio con severidad, no entendía que había hecho mal, solo había sido sincera.
Tomas Galger rió con suavidad.
—Hay un auto esperándonos para llevarnos a mi casa, al llegar podrán ponerse cómodos.
El señor Galger lideró nuestra caminata por el aeropuerto, muchas personas giraron sus rostros en su dirección y a pesar de estar rodeada de guardaespaldas seguí sintiéndome insegura, bajé mis lentes oscuros y me sujeté del brazo de Marco. Afuera el aire volvió a sorprenderme, rebusqué en mi bolso mi chaqueta.
—Jesús, pásame mi celular, por favor —pedí, Jesús sostenía mi bolso mientras acomodaba la cálida chaqueta en mi cuerpo. El hombre no tardó en extendérmelo.
Marqué el número de papá, pero el wifi del aeropuerto estaba pésimo.
—Lo mejor es que espere a llegar a la casa, señorita —aconsejó Tomas viendo a sus hombres subir nuestras maletas a la camioneta.
—Claro —suspiré.
Tomas abrió la puerta de la camioneta para que yo subiera, me sonreía con cortesía.
—Gracias —respondí sonriendo.
Sin duda era un caballero en todos los aspectos.
Me agradaba.
Jesús se subió al igual que Marco y su guardaespaldas, para mi sorpresa el señor Galger fue al asiento del copiloto. El viaje inició y con cada kilómetro que recorríamos me sentía extasiada por la belleza de las tierras, era de noche, pero la buena iluminación de la carretera hacia que no me perdiera de nada. Todo era muy verde, vivo, no podía esperar verlo a la luz del sol.
Quise sacar mi celular y grabar los preciosos sembradíos, pero me sentía cohibida.
El celular del señor Tomas sonó rompiendo el silencio que se había instalado dentro del vehículo.
—Señor Robinson —fruncí mi ceño intercambiando una mirada con Marco—. Así es, están conmigo en este momento —mis mejillas comenzaron a calentarse, sabía lo que sucedía—. No los culpe, la señal es muy mala por aquí. Por supuesto —Tomas se giró en mi dirección, levanté mis lentes viéndolo apenada—. Tu padre desea hablarte.
Estaba segura de que Marco moría de vergüenza al igual que yo.
Tomé el celular intentando calmarme.
—¿Hola? —contesté disgustada.
—Me preocupé al no recibir sus llamadas, ¿va todo bien?
Sí, así era papá, no podía culparlo del todo por ser tan atrevido.
—No debes preocuparte, todo va bien, te llamaré más tarde, ¿de acuerdo? —mordí mi labio evitando a toda costa la mirada de Tomas.
—Me parece bien, discúlpame con el señor Galger —dijo—. Cuídate, mi niña.
Sonreí sin poder evitarlo.
—Hasta pronto, papá.
Colgué y le devolví el celular al señor Galger. Mis orejas se habían calentado al igual que mis mejillas.
—Lamento eso, señor Galger.
Me disculpé ante la incapacidad de hablar de mi hermano.
Tomas movió su mano quitándole importancia, sonreía con suavidad.
—Nunca me interpondría entre un padre y su hija.
El viaje continuó con normalidad, mi hermano y el señor Galger iniciaron una conversación bastante aburrida por lo que mi atención se desvió hacia la ventana. Benditas montañas tan bellas.
Varios minutos después, los terrenos y sembradíos se aplanaban dejando ver a caballos correteando y siendo dirigidos por hombres. Mi corazón latió fuerte, como si les perteneciera y no lo dudaba.
Jadeé ruidosamente.
—Marco, mira —llamé a mi hermano señalando a los caballos majestuosos.
—Mi hermana ama los caballos —me excusó con los presentes.
Parpadeé ubicándome y recordándome quienes me rodeaban, mis mejillas se calentaron nuevamente, no me gustaba tener esa sensación. Me acomodé en mi puesto.
—Que gusto saber que le gustan mis terrenos, señorita —enderecé mi postura—. Estoy seguro de que en algún momento podrá salir a montar.
Mi boca se abrió con emoción.
—Eso sería excelente, gracias.
Controlé mi alocado corazón, se volvía loco cuando llegábamos a lugares nuevos y salvajes, sobre todo con caballos, me gustaban. Mi padre desde muy pequeña me había enseñado a montarlos y a quererlos, me regaló algunos en un par de ocasiones, los tenía a todos en la hacienda familiar. Siempre intentaba abrirme un espacio en mi horario para poder ir a verlos. Eran mis regalos más preciados, además de mi auto y de las joyas.
El auto se detuvo frente a una casa impresionante, Jesús me ayudó a bajar del auto, en el porche de la hermosa mansión se encontraba una mujer que lucía solo un poco mayor que yo. Su rostro era serio cuando nos miró, iba vestida muy elegante —demasiado diría yo— y tenía un collar con un precioso diamante negro colgando de su cuello.
Debía ser la esposa de Tomas, era obvio que quería marcar su territorio. Asentí un poco dándole crédito por su tan evidente ataque hacia mí, de inmediato podía reconocerla como una mujer que no se andaba con rodeos.
La castaña se acercó a nosotros, junto a Tomas y esperó en silencio.
—Ella es mi hermana Beatriz Galger —la mujer levantó sus comisuras levemente, como si le costara sonreír—. Beatriz, ellos son Verona y Marco Robinson.
Bueno, bueno, era su hermana.
—Pensé que solo recibiríamos al señor Robinson —su voz tenía el mismo acento que su hermano, pero en ella no sonaba bello. Tomas murmuró algo en un idioma que no conocía y eso me pareció grosero.
—Cambio de planes —aclaré sonriendo dulcemente. La clase de sonrisa que sabía podía derretir a cualquiera.
Los ojos castaños de Beatriz Galger me escudriñaron con seriedad.
—He escuchado mucho de ti, Verona Robinson.
Ignoré la insinuación.
—Todo el mundo me lo dice —dije como si lo considerara un cumplido.
Fue el turno de hablar de mi hermano, yo ya no diría nada más a esa mujer, había sido despectiva y eso no me gustaba. No me gustaba como me miraba, como me hablaba, ni como estaba parada frente a mí.
—Que placer conocerla, señorita Beatriz.
La mujer asintió sin mucho interés, era definitivo, no la quería cerca de mí o de mi hermano.
Mi rostro se mantuvo tan serio que el señor Galger se percató.
—Entremos, Sanya los espera para mostrarles sus habitaciones —invitó Tomas comenzando a guiarnos nuevamente.
La mansión era encantadora, elegante y no tan lujosa como había esperado, pero eso está bien, se sentía como un verdadero hogar. Cálido. Y no algo para vender a los invitados.Sanya era una mujer mayor vestida con un uniforme, bastante amable y muy dulce. Beatriz desapareció con la excusa de “yo-no-sé-qué” y lo agradecí. El español de Sanya no era tan fluido como el de los hermanos Galger, pero ella era tan educada y sonriente que eso dejó de importar. Nos llevó hasta nuestras habitaciones, ambas continuas, Marco ingresó acompañado por la mujer que quería mostrarle cómo funcionaba el termóstato de la habitación.Yo fui hacia la otra puerta, el señor Galger me seguía.—Espero que sea de su agrado.La habitación era como para la realeza, tenía una cama que lucía hecha por los diose
Nadie volvió a abrir la boca hasta después del plato principal, todo el tiempo pudimos sentir la tensión, palpitaba con vida propia alimentada por nuestras miradas cargadas de advertencia la una hacia la otra. Marco y Tomas iniciaron una conversación sobre el gobierno y la forma en la que manejaban la escasez de productos para los animales.La comida estaba deliciosa, pero sería mentira decir que la disfrutaba.—¿Señorita Verona?Parpadeé hacia Tomas.—¿Perdón?Sonrió por mi desconcierto.—¿Qué tal le ha parecido el postre?—De los mejores que he probado —respondí con sinceridad.—Es bueno escucharlo —asintió—. Quería informarle que todas las habitaciones de esta casa quedan a su entera disposición —anunció mirando a su hermana—. Mañana S
Había estado despierta por lo menos unos treinta minutos antes de que sonara la alarma, un parpadeo después la apagué, me había despertado antes y solo esperaba que se activara. Había estado mirando el techo todo el rato, mi mente reproducía los hechos absurdos de ayer.Con mucha pereza me levanté de la cama y me dirigí al magnifico baño, la cerámica y los azulejos eran una combinación entre blancos, grises y plateados, todo lo contrario al oro de la habitación. Sobre el lavabo había un espejo rectangular que me ofreció una imagen nítida de mí, parecía algo peor que un zombie. Fui hacia el retrete de porcelana blanca y vacié mi vejiga, me sentía cansada y estropeada, pero no podía ceder a esa sensación.Regresé a la habitación para buscar ropa deportiva, tenía planeado buscar un espacio donde pudiera cor
Estaba saliendo del baño envuelta en una toalla, Sanya estaba en la habitación sosteniendo una bandeja con mi desayuno.—Señorita, el señor me pidió que le trajera esto —informó colocando la bandeja sobre el escritorio, me sonrió—. ¿Necesita algo?—Por ahora no, gracias, Sanya.Sanya se fue dándome privacidad, comencé a vestirme pensando en el trabajo que tenía que hacer, mientras me ponía unos jeans me distraje viendo la bandeja que había traído Sanya. Había una flor extraña, al principio pensé que era de plástico, pero no, era natural. Era hermosa y no la conocía, tenía un color amarillo pastel y un aroma delicioso.Coloqué la flor sobre el jarrón lleno de rosas y la dejé allí, resaltando entre el rojo, como una chispa de luz. Estaba sonriendo sin evitarlo, tom&eac
Podría acostumbrarme a esto. Los terrenos montañosos, el clima extremo y los paisajes magníficos. Mis dientes tiritaban y me abrazaba a mí misma, el viento por alguna razón lograba colarse por mi grueso y peludo abrigo. El frío me estaba comiendo, pero estaba demasiado entretenida mirando las montañas que tenía frente a mí como para darle mayor importancia. Había mucho lodo por todos lados, cada vez que alguien caminaba se producía un sonido de chapoteo.Maldije en voz baja cuando mi pie terminó en un charco de lodo que casi se traga mi pierna hasta la rodilla. Ahora entendía porque el señor Galger nos había dado un par de botas de plástico para este recorrido.Marco tiró de mi brazo para ayudarme a salir del charco sin resbalar y caerme.—Acérquense —bramó Tomas desde lo alto de una colina.Sonreía y no v
—¡Por dios! Solo estaba conversando con un chico —me defendí. No entendía su exasperación.—Desde la mesa se vio como si estuvieran coqueteando abiertamente, Tomas temió que estuvieras siendo timada por ese chico, por eso tuvo que intervenir.Tomé una almohada y se la arrojé.—Yo no estaba coqueteando —resoplé.Marco me señaló.—Se supone que viniste por un cambio de aires, no voy a permitir que lo eches por la borda volviendo a tus comportamientos de antes. El cuchillo se clavó en mi pecho, profundo.—¿Qué comportamientos? —inquirí, aunque no necesitaba escucharlo.Lo sabía, lo sabía porque todo el mundo se molestaba en comentarlo.—Sabes a lo que me refiero —dijo con cuidado.La cama estaba entre el medio de ambos, nos mir&
Bebí de mi té para quedarme callada, necesitaba tiempo para digerir lo que estaba sucediendo. Tomas no permitió que el silencio incomodo se instalara entre nosotros, él decidió llevar la conversación a otro punto. Yo. Comenzó a preguntar sobre mi vida en Voutere, mi trabajo, mi educación. Respondía con fluidez, le hablé de mi fundación, mi cargo en las empresas Robinson, mi apoyo en algunas campañas y sobre las publicidades que hacía por mis redes sociales.Eso lo hizo fruncir su ceño.—No comprendo —admitió con vergüenza.—Las marcas me contactan para que me grabe usando sus productos o para que les dé una buena reseña, tengo muchos seguidores y lo que digo tiene un impacto. Siempre lo hago con las marcas que de verdad me gustan —expliqué, iba a tomar mi teléfono para mostrarle algunos ejemplos,
Joselyn terminó de peinarme el cabello, en la mesa junto a nosotras tomó la late de aerosol y comenzó a agitarla.—Te aplicaré el tinte azul —me avisó—. Cierre los ojos, por favor.Obedecí.Durante varios segundos permanecí con los ojos cerrados, imaginaba el lugar al que iría esta noche. Seguía en Klayten, después de todo no me habían echado todavía, y pretendía ir esta noche a ese club nocturno que me había recomendado el chico del restaurant.La razón por la que seguía en esta maravillosa ciudad era Tomas Galger.Era inevitable para mí no sentir vergüenza cuando recordaba la forma en la que le había confesado la razón por la que estaba aquí. Huí, naturalmente. Huí de mi verdad. Huí de la vergüenza que me provocó estar en mi propia piel. Dios, habí