La mansión era encantadora, elegante y no tan lujosa como había esperado, pero eso está bien, se sentía como un verdadero hogar. Cálido. Y no algo para vender a los invitados.
Sanya era una mujer mayor vestida con un uniforme, bastante amable y muy dulce. Beatriz desapareció con la excusa de “yo-no-sé-qué” y lo agradecí. El español de Sanya no era tan fluido como el de los hermanos Galger, pero ella era tan educada y sonriente que eso dejó de importar. Nos llevó hasta nuestras habitaciones, ambas continuas, Marco ingresó acompañado por la mujer que quería mostrarle cómo funcionaba el termóstato de la habitación.
Yo fui hacia la otra puerta, el señor Galger me seguía.
—Espero que sea de su agrado.
La habitación era como para la realeza, tenía una cama que lucía hecha por los dioses, las paredes estaban pintadas de blanco con delicados diseños dorados que parecían oro, había muebles de madera condenadamente bellos y una gran ventana que te hacía sentir el corazón en la garganta.
Quería que esta fuera mi habitación por siempre.
—Sé cuán cuidada es la única hija de Frederick Robinson —dijo Tomas—, es por eso que me tomé la libertad de hacer que personalizaran esta habitación para ti, me gusta que mis invitados se sientan a gusto.
Cuando lo miré estaba observando la habitación también.
—Es la primera persona que se toma ese tipo de molestias —murmuré—. Me hacen parecer una caprichosa de lo peor.
Su rostro se contrajo en una mueca evidente.
—No quise ofenderla, señorita.
—Lo sé, no se preocupe —mis tacones hacían eco con cada paso que daba—. De todas formas, no me avergüenza tener todo lo que quiero con el chasquido de mis dedos. No cuando puedo utilizar ese tipo de poder de otras formas —sopesé, pensando en la atención que recibían mis campañas—. También me hace alguien difícil de complacer.
Cuando volví mi mirada hacia el señor Galger, asintió.
—Inalcanzable —concordó.
—Así es —sonreí.
Sanya apareció en la puerta un segundo después poniéndose a mi servicio.
—Discúlpeme otra vez si la ofendí de algún modo, créame cuando le digo que no era para nada mi propósito —aseguró suspirando—. Ahora la dejaré descansar un poco, nos vemos en la cena, señorita Robinson —se despidió dejándome a solas con Sanya.
Aproveché nuestra privacidad preguntándole si era normal que cenaran tan tarde en la casa de los Galger, Sanya lo negó con emoción, me dijo que solo atrasaron la cena por nuestra llegada, pero que generalmente cenaban a eso de las siete u ocho.
Me sentí un poco apenada, debían estar muriendo de hambre, ahora entendía un poco más el humor de Beatriz.
Lo primero que decidí hacer comenzar a alistar mis cosas fuera de la maleta, Jesús apareció poco después con ellas. El hombre pronto tomó un lugar dentro de la habitación mientras que Sanya junto con otra mujer del servicio acomodaban mi ropa en el gran closet siguiendo mis instrucciones. Las dejé cuando pensé que lo manejarían bien solas y yo fui a prepararme un baño, sentía la piel pegajosa. El baño, como la habitación, me dejó sin respiración, me apresuré a cerrar la puerta para comenzar a hacer fotos, se las enviaría a mi asistente para que planificara la remodelación en Voutere.
El olor a manzana de los jabones de espuma era embriagador, me froté con ellos todo el cuerpo asegurándome de quedar tan limpia como podía. Revisaba algunos artículos que hablaban sobre mi publicación en contra de los maltratos que estaban sufriendo los animales en el parque local cuando golpes en la puerta me interrumpieron.
—Señorita, la cena será servida en pocos minutos —era Sanya—. Le daremos privacidad para vestirse, luego continuaremos con su closet.
—Gracias, Sanya —hablé alto saliéndome de la tina.
Había logrado relajarme lo suficiente para soportar una cena de negocios.
Salí y encontré la habitación vacía, fui hasta la ropa que ya estaba en ganchos e intenté decidir que era apropiado.
Tomé un enterizo color melón, apliqué un poco de maquillaje solo para no parecer descuidada. Sequé mi cabello con el secador, no tardé demasiado el lograr mi cometido, mi cabello apenas llega a mis hombros. Por ultimo me recoloqué los tacones color piel que había tenido puesto.
Afuera junto a la puerta encontré a Jesús, le sonreí mientras tocaba la puerta de mi hermano.
—El señor Robinson ya ha bajado, señorita —informó mi guardaespaldas.
—Gran caballero, ¿cierto? —el hombre sonrió por mi broma—. ¿Vamos?
—Por supuesto.
Jesús me ofreció su brazo y me guió a través de la gran mansión hasta que llegamos al comedor. Un realmente bello comedor.
Nota mental: Preguntar por el decorador.
—Buenas noches —carraspeé desde la entrada donde Jesús se había detenido. Me solté de su brazo con delicadeza agradeciendo su amabilidad antes de mirar hacia la mesa.
El señor Tomas se había puesto de pie —todo un caballero—, mi hermano al ver su acción lo imitó —sin dudas un caballero en todo su esplendor— y Beatriz —la detestable bruja— solo me miró.
—Buenas noches, señorita Verona —correspondió el señor Galger.
Caminé hasta el asiento junto a mi hermano, allí Tomas me esperaba con la intención de ayudarme con la silla, algo de lo que nunca había sido espectadora.
—Gracias —murmuré.
—Es un gusto.
Miré a mi hermano con la mejor expresión de: “Gracias por esperarme, inútil”.
Beatriz colocó su copa en la mesa ruidosamente, su expresión era amarga.
—¿Qué la trajo por acá, señorita Robinson? —preguntó con una sonrisa tan falsa como mis uñas.
Ella también se había cambiado para cenar, excesivamente elegante y repleta de diamantes. Aún no descifraba qué era lo que quería demostrar.
Sonreí.
—Me sentía intrigada por este lugar —mentí.
—¿Ahora así le dicen cuando rompes con tu novio? —enarcó su ceja muy bien depilada.
Ahora ella sonreía. Me había puesto en evidencia.
—Beatriz —tosió su hermano, la veía molesto por su atrevimiento.
Perra.
—Las noticias corren rápido —me encogí de hombros—, o mejor dicho, los lloriqueos de un niño que no consiguió lo que quería.
Quienes servían la cena lo hicieron con experiencia y en silencio, mi hermano me miraba de reojo.
—¿Y qué quería es lo que quería el niño? —cuestionó con gracia.
Debía admitirlo, ella tenía la lengua afilada, pero yo también.
—Dígamelo usted, al parecer está más informada que yo.
Nadie volvió a abrir la boca hasta después del plato principal, todo el tiempo pudimos sentir la tensión, palpitaba con vida propia alimentada por nuestras miradas cargadas de advertencia la una hacia la otra. Marco y Tomas iniciaron una conversación sobre el gobierno y la forma en la que manejaban la escasez de productos para los animales.La comida estaba deliciosa, pero sería mentira decir que la disfrutaba.—¿Señorita Verona?Parpadeé hacia Tomas.—¿Perdón?Sonrió por mi desconcierto.—¿Qué tal le ha parecido el postre?—De los mejores que he probado —respondí con sinceridad.—Es bueno escucharlo —asintió—. Quería informarle que todas las habitaciones de esta casa quedan a su entera disposición —anunció mirando a su hermana—. Mañana S
Había estado despierta por lo menos unos treinta minutos antes de que sonara la alarma, un parpadeo después la apagué, me había despertado antes y solo esperaba que se activara. Había estado mirando el techo todo el rato, mi mente reproducía los hechos absurdos de ayer.Con mucha pereza me levanté de la cama y me dirigí al magnifico baño, la cerámica y los azulejos eran una combinación entre blancos, grises y plateados, todo lo contrario al oro de la habitación. Sobre el lavabo había un espejo rectangular que me ofreció una imagen nítida de mí, parecía algo peor que un zombie. Fui hacia el retrete de porcelana blanca y vacié mi vejiga, me sentía cansada y estropeada, pero no podía ceder a esa sensación.Regresé a la habitación para buscar ropa deportiva, tenía planeado buscar un espacio donde pudiera cor
Estaba saliendo del baño envuelta en una toalla, Sanya estaba en la habitación sosteniendo una bandeja con mi desayuno.—Señorita, el señor me pidió que le trajera esto —informó colocando la bandeja sobre el escritorio, me sonrió—. ¿Necesita algo?—Por ahora no, gracias, Sanya.Sanya se fue dándome privacidad, comencé a vestirme pensando en el trabajo que tenía que hacer, mientras me ponía unos jeans me distraje viendo la bandeja que había traído Sanya. Había una flor extraña, al principio pensé que era de plástico, pero no, era natural. Era hermosa y no la conocía, tenía un color amarillo pastel y un aroma delicioso.Coloqué la flor sobre el jarrón lleno de rosas y la dejé allí, resaltando entre el rojo, como una chispa de luz. Estaba sonriendo sin evitarlo, tom&eac
Podría acostumbrarme a esto. Los terrenos montañosos, el clima extremo y los paisajes magníficos. Mis dientes tiritaban y me abrazaba a mí misma, el viento por alguna razón lograba colarse por mi grueso y peludo abrigo. El frío me estaba comiendo, pero estaba demasiado entretenida mirando las montañas que tenía frente a mí como para darle mayor importancia. Había mucho lodo por todos lados, cada vez que alguien caminaba se producía un sonido de chapoteo.Maldije en voz baja cuando mi pie terminó en un charco de lodo que casi se traga mi pierna hasta la rodilla. Ahora entendía porque el señor Galger nos había dado un par de botas de plástico para este recorrido.Marco tiró de mi brazo para ayudarme a salir del charco sin resbalar y caerme.—Acérquense —bramó Tomas desde lo alto de una colina.Sonreía y no v
—¡Por dios! Solo estaba conversando con un chico —me defendí. No entendía su exasperación.—Desde la mesa se vio como si estuvieran coqueteando abiertamente, Tomas temió que estuvieras siendo timada por ese chico, por eso tuvo que intervenir.Tomé una almohada y se la arrojé.—Yo no estaba coqueteando —resoplé.Marco me señaló.—Se supone que viniste por un cambio de aires, no voy a permitir que lo eches por la borda volviendo a tus comportamientos de antes. El cuchillo se clavó en mi pecho, profundo.—¿Qué comportamientos? —inquirí, aunque no necesitaba escucharlo.Lo sabía, lo sabía porque todo el mundo se molestaba en comentarlo.—Sabes a lo que me refiero —dijo con cuidado.La cama estaba entre el medio de ambos, nos mir&
Bebí de mi té para quedarme callada, necesitaba tiempo para digerir lo que estaba sucediendo. Tomas no permitió que el silencio incomodo se instalara entre nosotros, él decidió llevar la conversación a otro punto. Yo. Comenzó a preguntar sobre mi vida en Voutere, mi trabajo, mi educación. Respondía con fluidez, le hablé de mi fundación, mi cargo en las empresas Robinson, mi apoyo en algunas campañas y sobre las publicidades que hacía por mis redes sociales.Eso lo hizo fruncir su ceño.—No comprendo —admitió con vergüenza.—Las marcas me contactan para que me grabe usando sus productos o para que les dé una buena reseña, tengo muchos seguidores y lo que digo tiene un impacto. Siempre lo hago con las marcas que de verdad me gustan —expliqué, iba a tomar mi teléfono para mostrarle algunos ejemplos,
Joselyn terminó de peinarme el cabello, en la mesa junto a nosotras tomó la late de aerosol y comenzó a agitarla.—Te aplicaré el tinte azul —me avisó—. Cierre los ojos, por favor.Obedecí.Durante varios segundos permanecí con los ojos cerrados, imaginaba el lugar al que iría esta noche. Seguía en Klayten, después de todo no me habían echado todavía, y pretendía ir esta noche a ese club nocturno que me había recomendado el chico del restaurant.La razón por la que seguía en esta maravillosa ciudad era Tomas Galger.Era inevitable para mí no sentir vergüenza cuando recordaba la forma en la que le había confesado la razón por la que estaba aquí. Huí, naturalmente. Huí de mi verdad. Huí de la vergüenza que me provocó estar en mi propia piel. Dios, habí
Recibí un mensaje de Estefany al instante exigiendo explicaciones. Le conté todo con libertad, la forma en la que me sentía, los detalles sobre lo que había sucedido con Tomas. Le pedí que mantuviera informada al resto de nuestras amigas también, no quería tener que repetir la historia dos veces más.Detuve los mensajes cuando llegamos a la casa. Una mujer del servicio me avisó que la cena ya había sido servida, por lo que me apresuré para llegar al comedor.Encontré a Tomas y a mi hermano sumergidos en una conversación sobre los precios aumentados de un producto. Beatriz Galger fue la única que notó mi presencia y no tardó en arrastrar su silla ruidosamente hacia atrás para marcharse.—Buenas noches —saludé incomoda a ambos hombres, quienes se habían quedado callados por la escena de Beatriz.Era una idiot