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Nadie se movió dentro ni fuera de la habitación. Solo eran espectadores sufriendo los cambios bruscos de temperatura, del lobo que caminaba con paso seguro hacia el único macho de cabellos rojos. Lucian tampoco se movió. Su cuerpo pesaba, se sentía embelesado y asombrado en partes iguales.

La imagen de Aidan delante de él era cautivadora, hermosa, admirable y todos los adjetivos que pudiera ponerle. Las feromonas de él eran dulces y eran para él, se envolvían a su alrededor atrayéndolo para ponerse a sus pies y comenzar el apareamiento, y él estaba cediendo.

Su pecho latió, ha así se sentía estar enamorado de alguien. Que no importaba si la piel del lobo estaba surcada de feas líneas negras, que pareciera terrorífica para los demás. Para él era el ser más perfecto sobre la faz de la tierra. Suyo.

-Mío- murmuró con voz grave extendiendo la mano como en trance cuando Aidan se acercó. Sus dedos temblaban ligeramente.

Aidan puso su mano sobre la de él y se dejó arrastrar hasta el pecho du
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