Entre mordiscos y secretos
Entre mordiscos y secretos
Por: Roezly FP
NightTech

En el corazón de la bulliciosa ciudad, la empresa de telecomunicaciones más poderosa del mundo, NightTech, se erguía como un titán. Fundada en 1876 por el enigmático Alexander Drake, quien había permanecido en el anonimato durante siglos, la empresa había revolucionado la industria con sus innovaciones. Nadie sabía que Alexander era un vampiro milenario, cuyas habilidades sobrenaturales le habían permitido construir un imperio.

Mia Collins, una secretaria eficiente y ambiciosa, llevaba tres años trabajando en NightTech. Siempre había considerado a Alexander un jefe exigente, distante y frío, pero nunca se imaginó la verdad sobre él. A pesar de sus diferencias, Mia admiraba su inteligencia y su capacidad para liderar la empresa con mano firme.

Un día, Mia estaba trabajando en un informe crucial cuando Alexander irrumpió en su oficina con una mirada de acero.

—Collins, necesito esos documentos en mi despacho en cinco minutos —ordenó con su voz profunda y autoritaria.

—Sí, señor Drake —respondió Mia, intentando mantener la calma.

Mientras recogía los documentos, notó algo extraño en la mirada de Alexander. Había una intensidad que nunca había visto antes. Sin embargo, dejó de lado sus pensamientos y se dirigió a su despacho.

Al entrar, Alexander estaba de pie junto a la ventana, observando la ciudad nocturna.

—Cierra la puerta, Mia —dijo, su voz ahora más suave.

Mia cerró la puerta y se acercó con los documentos. Alexander se volvió y la miró fijamente.

—¿Sabes lo que significa trabajar aquí, Mia? —preguntó, sus ojos penetrantes.

—Sí, señor Drake. Es un honor y una responsabilidad —respondió ella, sintiendo una extraña tensión en el aire.

Alexander se acercó, su presencia abrumadora. Mia retrocedió instintivamente hasta que su espalda chocó con la pared.

—Hay cosas sobre esta empresa, sobre mí, que no puedes imaginar —dijo en voz baja, su aliento frío rozando su piel.

De repente, las luces parpadearon y la sombra de Alexander pareció crecer. Sus ojos se tornaron rojos y sus colmillos destellaron en la penumbra. Mia se quedó paralizada, el miedo y la sorpresa la inundaban.

—Eres… ¿un vampiro? —susurró ella, apenas capaz de creerlo.

—Sí, y necesito tu ayuda —dijo Alexander, dando un paso atrás para darle espacio.

Mia respiró hondo, tratando de asimilar la revelación. Nunca había creído en lo sobrenatural, pero ahí estaba, frente a ella. Había escuchado las historias de su abuela y pensaba que eran leyendas urbanas, pero claramente no es así.

—¿Qué tipo de ayuda? —preguntó, intentando mantener la compostura.

Alexander se levantó de su silla de cuero y se acercó a la ventana, mirando la ciudad iluminada por la noche. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora parecían preocupados.

—Mia, sé que esto va a sonar extraño, pero necesito que escuches con atención y que confíes en mí —dijo Alexander, sin volverse hacia ella.

Mia asintió, aunque su mente estaba llena de dudas. Aún no podía procesar lo que había descubierto. Alexander Drake, su jefe, era un vampiro. La idea le parecía sacada de una película de terror, y aunque había visto con sus propios ojos las pruebas irrefutables, aún luchaba por creerlo.

—Hay un traidor dentro de la empresa —continuó Alexander—. Alguien está tratando de sabotear nuestros proyectos más importantes y, lo que es peor, intenta desvelar mi secreto.

Mia tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Aunque intentaba mantener una fachada de calma, su corazón latía con fuerza. La presencia de Alexander era abrumadora, y la naturaleza de sus palabras la dejaba desconcertada.

—¿Qué quieres que haga, señor Drake? —preguntó, tratando de sonar segura.

Alexander se volvió hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que la hizo estremecer.

—Necesito que observes a todos en la oficina. Que tomes nota de cualquier comportamiento sospechoso. No podemos permitirnos confiar en nadie más. —Su voz era firme, pero había una suavidad en ella que Mia no había notado antes.

Mia asintió de nuevo, consciente de la gravedad de la situación. Sin embargo, su mente seguía luchando con la idea de que Alexander era un vampiro. Cada vez que lo veía, recordaba cómo sus colmillos habían destellado bajo la luz de la luna, cómo sus ojos se habían tornado rojos. Era una realidad difícil de aceptar, y aunque quería ayudarlo, una parte de ella deseaba salir corriendo y no mirar atrás.

—Confío en ti, Mia —dijo Alexander, acercándose y colocando una mano sobre su hombro—. Sé que esto es mucho pedir, pero eres la única en quien puedo confiar.

Mia sintió un calor extraño en el lugar donde él la tocaba. Era como si su toque la conectara a algo más profundo, algo que iba más allá de la razón. Asintió una vez más, con más firmeza esta vez.

—No te defraudaré, señor Drake.

Al día siguiente, Mia se sumergió en su trabajo con una determinación renovada. Mientras atendía a sus tareas diarias, mantenía un ojo atento en sus compañeros de trabajo. Cualquier conversación trivial, cualquier gesto fuera de lo común, se registraba en su mente. No quería levantar sospechas, así que trató de comportarse con la mayor naturalidad posible.

Durante el almuerzo, se sentó con sus colegas en la cafetería de la empresa. La charla era animada y casual, y Mia aprovechó para observar a cada uno con más detenimiento.

—¿Han oído algo raro últimamente? —preguntó Mia, fingiendo curiosidad casual—. Me refiero a algún rumor sobre la empresa.

Sus compañeros se miraron entre sí, algunos encogiéndose de hombros.

—No más que de costumbre —respondió Lisa, una de las analistas de datos—. Siempre hay alguien quejándose de algo.

Mia rió junto con los demás, pero no pudo evitar notar que uno de los empleados, Mark, parecía más nervioso de lo habitual. Guardó esa información en su mente, decidida a observarlo más de cerca.

El día transcurrió sin incidentes mayores, y al final de la jornada, Mia se dirigió al bar donde había quedado de encontrarse con su mejor amiga, Sarah. Necesitaba desahogarse y aclarar sus pensamientos, aunque no podía contarle todo lo que estaba ocurriendo.

Sarah ya estaba en una mesa, esperándola con dos copas de vino.

—¡Mia! ¡Aquí! —llamó, saludando con entusiasmo.

Mia sonrió y se acercó, sintiendo una oleada de alivio al ver a su amiga. Sarah siempre había sido su roca, la persona en quien podía confiar ciegamente.

—Hola, Sarah. Gracias por invitarme —dijo Mia, sentándose y tomando un sorbo de vino.

—Pareces estresada, ¿todo bien en el trabajo? —preguntó Sarah, su mirada llena de preocupación.

Mia suspiró, sin saber por dónde empezar. Decidió centrarse en lo que podía compartir sin revelar el secreto de Alexander.

—Sí, ha sido una semana difícil. Hay muchas cosas pasando, y... bueno, hay algo que no puedo sacarme de la cabeza.

Sarah levantó una ceja, curiosa.

—¿Algo como qué?

Mia dudó un momento, jugando con el borde de su copa.

—Es... sobre mi jefe, Alexander Drake. No sé cómo explicarlo, pero siento algo por él. Algo que no debería sentir.

Sarah abrió los ojos con sorpresa y luego sonrió de manera cómplice.

—¿Estás diciendo que te gusta tu jefe? ¡Eso es inesperado!

Mia se ruborizó, sintiendo el calor subir a sus mejillas.

—No es tan simple. Él es... complicado. Pero sí, creo que me gusta. Es frustrante porque sé que no debería sentirme así. Es mi jefe, por Dios.

Sarah le dio un golpecito en la mano, tratando de reconfortarla.

—Los sentimientos no siempre son racionales, Mia. A veces, simplemente pasan. Lo importante es cómo manejas la situación. ¿Crees que él siente lo mismo?

Mia se quedó en silencio, recordando los momentos de cercanía que habían compartido últimamente. Había una conexión entre ellos que no podía negar, pero también había tantas cosas que los separaban.

—No lo sé, Sarah. Hay momentos en los que pienso que sí, pero todo es tan complicado. Y hay cosas sobre él que no puedo contarte, pero que lo hacen aún más difícil.

Sarah asintió, respetando la reserva de Mia.

—Bueno, sea lo que sea, recuerda que siempre estaré aquí para ti. Y si necesitas hablar o simplemente distraerte, ya sabes dónde encontrarme.

Mia sonrió, agradecida por el apoyo incondicional de su amiga. Terminaron la noche charlando sobre otros temas, intentando dejar de lado las preocupaciones del trabajo y los complicados sentimientos.

Cuando Mia regresó a su apartamento esa noche, se sintió un poco más ligera. A pesar de todo, sabía que tenía a alguien en quien confiar. Miró por la ventana hacia la ciudad iluminada, preguntándose qué le depararía el futuro con Alexander. La vida había tomado un giro inesperado, y aunque aún había muchas incertidumbres, estaba decidida a enfrentarlas con valentía.

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