—Ayúdala—le dije a mi médico de apoyo, quien presionaba su vientre con determinación mientras yo le daba ánimos.Las contracciones eran cada vez más intensas y evidentes en el rostro de Hanna.—Ya, puja—le pedía, con voz firme y alentadora.El anestesiólogo, siempre atento, limpiaba el sudor de su frente, mientras la cabecita de uno de mis preciosos hijos comenzaba a asomarse.—Una vez más, casi lo tenemos—le susurré, y Hanna se esforzó una vez más en ese empuje decisivo.Mientras el médico de apoyo hacía su trabajo, tiré suavemente del cuerpecito de mi hijo, ayudando a que naciera.Y entonces, justo en ese momento mágico, mi bebé salió al mundo.Una inmensa felicidad se apoderó de mi corazón al ver sus rosadas mejillas y su cabello negro.Corté el cordón umbilical y le di algunas nalgadas suaves para estimular su llanto, que resonó como una de las melodías más hermosas que haya escuchado en mi vida.Pasé a mi bebé a las amorosas manos de la enfermera, quien lo limpió, lo pesó y revis
—¡Pero qué lindos se ven! —exclamé con alegría al ver a los que más valor tenían para mí.El sol brillaba sobre sus rostros, resaltando sus sonrisas contagiosas y sus ojos llenos de dulzura.—Papi, ¡llegaste! —gritaron ambos niños emocionados, corriendo hacia mí con sus pequeñas piernas.Los recibí con los brazos abiertos y los levanté en el aire, envolviéndolos en un cálido abrazo. Sus risas llenaron el aire y mi corazón se llenó de un amor inmenso.Hanna, mi amada esposa, se acercó a mí con paso seguro y me regaló un beso tierno en los labios. Su presencia siempre me reconfortaba y me hacía sentir completo.—Te extrañamos, esposo —mencionó con una dulce sonrisa, reflejando el amor y la complicidad que compartíamos.Les entregué a cada uno de mis hijos una bolsa envuelta en papel brillante, llena de sorpresas y juguetes que sabía que les encantarían.Sus ojos se iluminaron de emoción mientras desenvolvían los regalos con manos hábiles y curiosas.Para Hanna, preparé una carpeta con m
—Tú nunca te detenías cuando abusabas de mi madre frente a mí, nunca lo hacías cuando me golpeabas. Tienes suerte de que solo te esté demostrando el dolor que pasé en solo minutos —mencioné con voz entrecortada, llena de emociones contenidas.Los gritos de Marco continuaron resonando en el aire mientras, con manos temblorosas, cortaba parte de su piel en su espalda y brazos.Cada herida era una muestra tangible de mi ira y frustración acumuladas durante años.A pesar de mi deseo de venganza, en el fondo, sabía que no podría convertirme en un asesino.Lentamente, me alejé de él, dejando atrás esa escena macabra, y mis ojos se posaron en el charco de sangre que se iba formando en las escaleras.—Morirás como siempre debiste estar, totalmente solo —mencioné, con una mezcla de tristeza y satisfacción, mientras abandonaba la escena.El sonido de mis pasos apresurados resonaba en el pasillo mientras volvía a casa.Cada zancada era una liberación, el escape definitivo de aquel infierno en el
Dicen que el amor es algo mágico y atrayente, que poco a poco se va convirtiendo en lo que estaba destinado, o que sin eso no puedes vivir. Es como el oxígeno, como eso que no puedes ver, pero lo necesitas para vivir. Siempre he creído que el amor es una mezcla extraña de dos corazones en uno solo.—¿Cómo es que tus padres se convirtieron en esto? —preguntó Hanna mientras mirábamos las luces de la ciudad deslumbrando todo alrededor.No pude evitar suspirar antes de responder. —Mis padres... alguna vez fueron felices. Eso es algo que no recuerdo de mi infancia o algo cambió y nunca supe qué fue exactamente. Mi madre solía decir que estaban enamorados, pero ahora ya no lo sé —le conté a Hanna con tristeza en voz baja. Hanna apretó suavemente mi mano y me miró con comprensión en los ojos. —A veces las cosas no son lo que parecen. No podemos juzgar la felicidad de alguien desde afuera. Pero lo importante es lo que sientes tú, lo que te hace feliz —dijo con dulzura.Asentí, agradecido p
★32 años atrás. Abigail era una joven enérgica, su familia era una de las más ricas de la ciudad. Ella era joven, tenía escasos 18 años cuando su padre se acercó a ella con una mirada seria y le dijo que tenían a alguien en mente para que fuera su esposo. No, no estamos en los años de la inquisición, pero cuando eres rico, todos los años parecen como si lo fueran. Tus padres deciden por ti, desde cómo debes vestir, qué idioma debes hablar, con quién debes socializar, qué debes comer y también con quién debes casarte. Puede parecer estúpido, lo sé, pero así es la vida de los ricos. Muchos creen que se vive una vida de ensueño, pero pocos saben que esa vida solo pasa en las telenovelas.Abigail solía ser una joven sonriente y amante de las cosas sencillas. Tenía amigos que consideraba genuinos y vivía una vida llena de libertad. Pero el día que su padre le dijo que ya habían encontrado al hombre ideal para ella, todo cambió. Sintió que estaba cayendo en un agujero negro, que su vid
Cuando ella finalmente regresó a su casa, su padre ya la esperaba impaciente. Junto a él, se encontraba un joven apuesto, de cabellos rubios que resaltaban su tez bronceada y unos penetrantes ojos grises que parecían mirar directo al alma de Abigail.Abigail, abrumada por la situación, evitó saludar a su padre y, en cambio, se quedó fija en la presencia de aquel joven desconocido a su lado. —Papá, ¿quién es este hombre? —preguntó Abigail, intentando mantener la calma ante la confusión que inundaba su mente.Con una sonrisa en el rostro, Máximo presentó al joven. —Abigail, quiero que conozcas a Aless Guillén. Él ha estado a mi lado durante tu ausencia y es un honor tenerte finalmente de regreso en casa, para que podamos celebrar nuestro compromiso.Abigail se tomó un momento para procesar las palabras de su padre. ¿Un compromiso? ¿Con este hombre al que apenas conocía? Sentía que su vida se había dado vuelta en apenas unos segundos.Aless, notando la sorpresa en los ojos de Abigail,
—¿Qué voy a hacer? —Se preguntaba Abigail mientras daba círculos por la amplia y luminosa recámara de su casa. Las paredes estaban pintadas de un suave tono celeste que transmitía paz y serenidad. El aroma a flores frescas invadía el ambiente, proveniente de un jarrón de cristal que se encontraba en una mesita junto a la ventana, donde se exhibían unas preciosas rosas blancas. Abigail, con su cabello castaño ondulado cayendo delicadamente sobre sus hombros, se sentía perdida y llena de incertidumbre. Lo primero que pensó fue llamar a Alessandro y contarle de su embarazo, pero las cosas no eran así de sencillas. Desconocía quién era el padre de ese bebé que se estaba formando en su vientre, lo que la sumergía en un mar de preguntas sin respuestas. —Vas a hacerle un hoyo al suelo —pronunció Máximo, su padre de mirada cálida, quien entraba a la recámara como un rayo de luz en medio de la tormenta. El marco de la puerta apenas rozó la madera, dejando entreabierta la posibilidad de un
Abigaíl se quedó pensativa por un momento, sumergida en sus propios pensamientos.Finalmente, llegó a la conclusión de que Marco tenía razón. No podía tomar una decisión precipitada sobre quién era el padre de su hijo sin tener la certeza absoluta.Debía darles a ambos la oportunidad de demostrar su paternidad, así que decidió que lo mejor era dialogar los tres juntos.—Está bien —dijo Abi con determinación, —déjame comprar el vuelo por la aplicación.Se apresuró a abrir la aplicación de su aerolínea preferida en su teléfono y cuando llegó al paso de pago, le pidió a Marco sus datos bancarios.—Págalo tú, luego te lo regreso. Mis tarjetas están adentro —le explicó mientras se esforzaba por completar el proceso de compra de los boletos de avión.Finalmente, logró hacer el pago y se dio cuenta de que solo tenían dos horas antes de que su vuelo despegara. Sin decir una palabra, se dirigieron juntos al aeropuerto.El tiempo parecía pasar volando mientras esperaban en la sala de espera y d