El nuevo mes había llegado y con ello mi remordimiento se volvía más tenue al punto de ser casi inexistente, la noticia que tuve luego de acabar con el hijo del viejo Giovanni fue que algunos estaban desertando y otros estaban en la búsqueda de otro integrante directo de la familia Napoli, aunque tenía entendido que no habían tenido suerte con ello. Es probable entonces que esa persona que protegía aquel chico haya muerto luego de mi encuentro con el chico, es una pena.
Y es en esos momentos cuando pienso que siento pesar por lo que hice, pero no podía arrepentirme de algo que ya es común cuando no pagan las deudas, tal así me enseñó el viejo Lombardo.
Luego de aquella noche, mis hombres llegaron al amanecer con todos los objetos valiosos y no valiosos de esa habitación. Incluso el gramófono estaba entre esos objetos. Conservé algunos, pero otros los vendí al mejor postor. Tenía que recuperar algo de mi pérdida y para mi suerte, obtuve más de eso gracias a la colección de cuadros que tenía el viejo en esa habitación. De algo me sirvió tener por un tiempo esas obras incomprendidas para mi cerebro de maní.
Respecto al negocio familiar, iba bastante bien, sin los Napoli, digamos que tenía mucho más trabajo que hacer, por lo que las entradas económicas eran cada vez más grandes y yo me sentía mucho más estable y libre de forma financiera, cosa que me permitía darme ciertos lujos y buscar mujeres en el bajo mundo nocturno de vez en cuando. Ya sé, algo típico en los hombres, pero hay necesidades por satisfacer.
Era la tercera semana del mes de febrero, cada vez escuchaba menos sobre la familia mafiosa de Soffiano, incluso pensé que había llegado el momento de la extinción de ese grupo. No me alegraba de ello, pero eso me beneficiaba en gran manera, incluso pude mudarme a un mejor lugar y evitar un poco las miradas en la casa Lombardo, pues era claro que algunos Napoli querían verme muerto, no los culpo, pero… creo que primero se mean los pantalones cuando vean la defensa de la casa.
º º º
Mes de mayo, ya comenzaba a caer la noche. El tiempo parecía pasar cada vez más rápido mientras más responsabilidades tenía y mientras más viejo me colocaba. Fiorella, lo más cercano que tengo a una amante, me decía que no estaba nada viejo, a veces le creía, pero a veces no, y es que no se me paraba por más que ella fuese una bomba sensual y eso claramente me deprimía. Me iba mejor cuando andaba amenazando y llenando los bolsillos de la mafia Lombardo que siendo un casanova, aunque en ocasiones pensara en tener algún descendiente que pudiese tomar el liderazgo cuando ya yo pasara de plano, pero siendo sincero, ese sueño se veía distante y un poco bastante improbable, dudo mucho que Fiorella decida darme un hijo y engordar por nueve meses, quizá lo haría por dinero, pero el cuidado de un pequeño era otra cosa.
Pensaba en demasiadas cosas. Siempre fui un hombre que imaginaba distintos escenarios de mi posible futura vida, tanto como un hombre feliz y apartado de la mafia, como un viejo amargado como Lombardo, sin prole, que tuvo que darle el liderazgo a lo más cercano que tenía como familia. Y siendo sincero, mi escenario más probable, era el segundo.
Vaya cagada de vida. Si mi madre hubiese estado con vida en mi niñez, dudo mucho que acabase mi reputación de este modo, quizá me hubiese enlistado en el ejército y hubiese ido a la guerra, aunque muy probablemente estaría muerto por andar en una zona de fuego que, por lógica, no conocería además que no tendría sangre fría como me crió el viejo y, por tanto, sería una presa bastante fácil.
Arrojé la mitad de mi tabaco en el cenicero, harto de pensar en tantas cosas ridículas que no tenían sentido ni cabida en esos instantes. Era claro que la época no ayudaba mucho a tener al menos un gramo de vida normal, también mi nombre era demasiado conocido y no todas las personas tenían la valentía siquiera de mirarme a los ojos. Una especie de monstruo del que nadie desea hablar.
Ah, Fiorella, eres un sol en medio de mi tormentosa y asquerosa vida.
Era una lástima que amara tanto su vida de mujer nocturna, o quizá de ser yo un poco más elocuente y carismático, podría mantenerla a mi lado como la señora Coppola, aunque no estuviese realmente enamorado, pero esa mujer era una buena compañía tanto emocional como en la cama.
Eso me sacó una sonrisa, estaba pensando en una vida feliz cuando iba de camino hacia la casa Lombardo luego de buscar un regalo por parte de un gran cliente, justo saliendo de Soffiano, Vittorio, el chofer, detuvo el coche con brusquedad. Mi cabeza golpeó con el asiento delantero, me quejé pues mi nariz se llevó un buen trompazo, pero antes de decir algo, el chico se excusó.
— Señor, lo siento, una chica acaba de pasar corriendo por la carretera, unos hombres iban tras ella.
Una chica.
No, Alessandro, no. No te metas en asuntos que no te incumben.
Abrí la puerta, y claro, mandé al carajo mi raciocinio. Como casi siempre cuando se trataba de una chica en apuros.
Saqué mi parabellum del cinturón y caminé hacia el callejón al que la chica había corrido, lo sabía porque era el único que había, no existía otra opción.
A medida que me acercaba escuchaba los gritos de la chica, pidiendo clemencia, llorando con desespero mientras los tipos la obligaban a desnudarse mientras se burlaban de ella, menuda mugre. Me apresuré y disparé al primero que vi apenas hice contacto visual. Todos voltearon al instante.
— ¿Siete… bueno, seis patanes contra una mujer indefensa? Vaya basuras que tengo al frente.
— Pero si es Alessandro Coppola. El asesino de nuestro jefe —mencionó en voz baja el que parecía mandar a los demás.
— Ah, entonces ustedes son Napoli, qué bajo han caído luego de eso, ¿eh? —mencioné mirando a la chica, ella lloraba y su vestimenta no lucía nada bien, bueno, al igual que ella misma.
— Estás solo contra seis hombres armados.
— ¿Solo? Nunca estoy solo. Dejen ir a la chica si no quieren morir todos aquí —miré a la joven y la llamé con mi mano libre.
— Ya van dos, Coppola —dijo el hombre apuntando el arma hacia el muerto, su tono de voz era amenazante, pero me valía un carajo—, pronto nos veremos de nuevo y será tu fin.
La chica no dudó en correr hacia mí cuando ellos le dejaron el espacio libre. Tenía un vestido blanco rasgado casi por completo, sin zapatos, sucia y despeinada. Quizá la chica había sido secuestrada por esos malnacidos. De inmediato me quité el saco y lo coloqué sobre los hombros de la joven. Bajo toda esa suciedad se escondía una guapa chica de tez bastante clara, de cabellos y ojos castaños, sus labios rosados pero rotos, indicaban que tenía una hermosa sonrisa, pero su estado actual lucía fatal, deshidratada y delgada, demasiado delgada a mi parecer. Tenía también algunos moretones en el rostro, sobre todo en sus mejillas, me resultó demasiada cobardía tener a una mujer cautiva para cumplir algún propósito de m****a.
— Descuida, no te haré daño. Vamos a mi casa, te ofrezco un refugio mientras vuelves con los tuyos.
— No… yo…
Ella bajó el rostro al instante, su rostro denotaba pesar y tristeza. Pude entender que estaba sola, que no tenía a nadie, quizá por ello se veía en tan deplorable estado. Suspiré. Me sentí agobiado, recordé a mi madre; verla morir entre mis brazos cuando apenas tenía diez años de edad. Esa chica pasaba por algo similar, no tenía a nadie para ayudarla. Ya no.
— ¿No tienes adónde ir? —Ella negó con la cabeza manteniendo el silencio— No te preocupes, puedes quedarte conmigo, mis hombres y yo te protegeremos, prometo que nada malo te sucederá mientras busques tu rumbo en la vida.
Le sonreí y extendí mi mano, indicando que podía caminar para llevarla conmigo.
Algo así hizo Lombardo conmigo. Aunque no fue en el momento justo, pero siempre recuerdo ese día en que él me recogió en mi casa, ofreciéndome comida, agua, una vida que aparentaba ser un tanto normal. Quizá mi misión real era esa, ayudarla.
Ella subió al auto con temor, era entendible que no confiase en nadie luego de lo que le sucedió. Quizá esos bastardos fueron los que se encargaron de su familia entera y se quedaron solo con la chica para hacerle la vida miserable.
Vittorio arrancó el auto sin decir palabra alguna. La chica cubrió las partes del vestido rasgado con mi saco, mantenía su cabeza gacha como si su delicado cuerpo estuviese protegiéndose por algún golpe que jamás me atrevería a darle, como si fuese presa aún del pánico y del horror que tuvo que soportar por quién sabe cuánto tiempo. Fue una suerte haberla encontrado.
Quería hablarle de camino a la casa Lombardo, pero ella mantenía los ojos cerrados abrazándose a sí misma, de vez en cuando cabeceaba un poco. Tenía que darle una buena habitación, una donde ella pudiera tomar una buena ducha y dormir lo suficiente hasta recuperar su energía habitual, luego de ello, quizá podría conversar con ella, que entendiese que estaba con alguien que la ayudaría.
El chofer estacionó el coche, me bajé del auto y fui a la puerta de la chica, abrí y le tendí mi mano. Ella me miró con miedo profuso, pero le sonreí, o al menos hice el intento, para que no se sintiera atemorizada.
— Ven, te llevaré a una habitación, podrás ducharte, cambiarte de ropa y dormir. La señora Luz se encargará de buscarte un vestido y darte lo que necesitas.
Tenía que mencionar a mi antigua… ¿nana? Ella me cuidó cuando llegué nuevo aquí, básicamente era como una figura maternal para mí y eso era lo que ella necesitaba para lograr calmarse en algún momento. Le pedí a Vittorio que buscara a Luz, ya era una mujer que pasaba los sesenta años.
La chica bajó del auto con calma tomando mi mano con cierto temor, miraba a los lados quizá pensando en si alguien la tomaría a la fuerza para hacerle algo malo. Y si eso llegase a pasar, correría sangre en la plaza del edificio eso era seguro.
Caminé en dirección a la entrada principal, la chica iba detrás de mí manteniendo silencio hasta que llegamos a la puerta.
— ¿Es la casa Lombardo? —su voz era dulce y adorable fuera de los gritos desesperanzados con los que la conocí hace unos minutos atrás.
— Correcto. Pero puedes estar tranquila, aquí nadie te hará daño.
— Ustedes son enemigos de los Napoli.
— Ya te dije, aquí nadie te hará daño, ni siquiera esos sucios.
Apenas al abrir la puerta, Luz llegaba a toda prisa, sonrió apenas al verme luego buscó a la chica con la mirada, me hice a un lado de inmediato.
— Oh, mira esta niña… pobre criatura, has tenido mucha suerte, Alessandro es un caballero con todas las mujeres, estás en buenas manos, ven, vamos darte una ducha.
— Señora Luz, lleve a la chica a la habitación a lado de la suya, quiero que ella se sienta en confianza, que sepa que aquí será protegida por mí y mis hombres.
— Sí, joven amo.
— Ah, no me diga así.
Era incómodo cada que me decía aquello, sacudí mi cabeza mientras le hacía una señal a la chica para que fuese con Luz mientras yo me encargaba de algunos asuntos en la oficina. Vittorio, Steffano y Bruno me esperaban ya, sentados frente a mi escritorio. Habían sacado una botella de ron y dejado una copa en mi lugar.
— ¿Acaso pretenden embriagarme?
Era bastante normal que bebiéramos un poco mientras charlábamos de temas importantes, en este caso, el que esa chica se quedase con nosotros era un factor a tomar demasiado en cuenta, pues los Napoli la tenían por algún motivo y ellos no iban a descansar hasta recuperarla y culminar con su cometido.
Le pedí a los tres que ordenaran a los demás la protección de la señorita, inclusive, ordené una duplicación de guardias durante las noches en los posibles y diferentes puntos de acceso de la edificación, que no dejasen ningún punto ciego. Pude notar, por sus expresiones, que no se sentían demasiado cómodos con el hecho de cuidar a una niña que no tenía nada que ver con la casa Lombardo, pero ¿acaso iban a refutarme? Eso era algo que ellos tres jamás harían, bien me conocían y entendían mi debilidad con las mujeres en apuros, no quiero que jamás se repita ante mis ojos algo similar a lo sucedido con mi madre. Además, siempre les invito a las mujeres con las que quieren desahogarse, sería inútil perder esa ganga.
Los chicos salieron de la oficina luego de la pequeña reunión. Fue justo a su salida que mi querida viejita Luz entró indicando que la chiquilla ya estaba presentable. Pensé en ir a hablar con ella, preguntarle su nombre, su edad, pues parecía una niña; la razón por la cual había sido cautiva de esos primates, pero al tocar la puerta, no recibí respuesta alguna, abrí con cuidado y ella yacía dormida en la mitad de la cama. Sus brazos estaban extendidos de lado a lado, estaba bocabajo, su pecho subía y bajaba con suavidad y sus pies descalzos ahora lucían limpios, aunque con algunas magulladuras y ampollas rotas que podían observarse perfectamente de lejos. La luz de la mesita auxiliar estaba encendida y gracias a ello, pude ver una muy suave sonrisa en sus labios. Seguro aquello le recordaba al calor de su antiguo hogar.
Sonreí y cerré la puerta.
Quizá no había dormido bien en semanas… quizá sufrió más de lo que puedo ya imaginar.
Luego me ocuparía de conversar con ella, cuando durmiera y se sintiera en confianza, al menos conmigo, seguro con Luz ya se sentía a salvo. No puedo negar que, por ahora, eso era lo único que me importaba.
Mientras Luz se encargaba de hacer entrar en confianza la chica y de ayudarla a quitarse su destruida ropa y la suciedad, me quedé en mi habitación leyendo, aunque luego de unos quince minutos de lectura comenzaba a darme algo de sueño, la cama estaba bastante cómoda y suave, incuso mis párpados empezaban a cerrarse por sí solos, cada vez con más pesadez; no me había percatado en absoluto de la hora, pero cuando la señora Luz tocó mi puerta y avisó que la cena estaba lista, miré por la ventana y me di cuenta que ya era completamente de noche desde hacía bastante rato. El tiempo había volado mientras dormía, no tuvo piedad.Parezco ya un viejo —pensé.De inmediato le informé que la chica debía cenar con nosotros dos, y su respuesta fue estabas bambino cuando lo pensé. Típico hablar así las madres, ¿no? Bueno, insisto en el hecho de que siempre he visto a esa señora como mi madre cuando la mía faltó en mi vida.Dejé mi libro a un lado riéndome de las palabras que había dicho aquella anc
Me encontraba leyendo El gato negro del gran Edgar Allan Poe luego de haber buscado por un rato qué podía mantenerme entretenido, estaba sentado cómodamente en mi sillón escuchando un poco de Mozart en un volumen bastante bajo, al final me había decidido por escuchar al buen Wolfgang, mis pies reposaban en el escritorio con las piernas cruzadas una sobre la otra, y claro, un té negro que me había preparado antes de disponerme a la lectura, pero había o sucedía algo que me estaba distrayendo por momentos relativamente esporádicos. Colocaba el pequeño libro en mi regazo y miraba a mi alrededor, todo se veía en orden y nada se encontraba fuera de su lugar lo que me hacía expresar una cara bastante perpleja, giré el rostro hacia la puerta, creyendo que tal vez alguno de mis hombres se encontraba allí parado como un muerto dispuesto a meterme el susto del día y tal vez el de mi vida, pero cada que volteaba no había nadie, el pasillo estaba solo como el desierto. Así que solo debía mantener
Volví a casa con mi maletín lleno de dinero, el gordo de Ricci siempre me daba de más cuando se demoraba un poco con sus pagos, así que me sentía bastante tranquilo y satisfecho, sin embargo, el nuevo trabajo que me ofreció me resultó bastante extraño, y como él mismo me dijo, difícil de creer. Meditaba en ello en mi oficina mientras guardaba el dinero en la cajuela, me distraía por fracciones de tiempo imaginando y poniendo en orden toda la información que me había dado, llegando incluso a pensar que sus informantes estaban teniendo delirios o que tal vez se drogaban cuando salían en busca de esta.Comencé a hacer anotaciones en mi diario de todo lo que Víctor me había dicho antes de que se me olvidaran sus palabras, cerré en círculos las frases más importantes para así tener una idea de cómo unir los cabos sueltos cuando tuviese más idea de lo que estaba sucediendo, que, sin lugar a dudas, me resultaba y era bastante insólito.— ¿Por qué ustedes otra vez? —susurré entre dientes mira
Luego de una búsqueda sin suerte y de varios chascos al creer que quizá teníamos alguna pista, volvimos adentro para buscar a las mujeres resguardadas en el sótano, la zona era segura de nuevo, por el momento. Para mi gran pesar, no podía mantener allí a Fiorella, incluso me cuestionaba el tener a tantas mujeres en el hogar Lombardo, pero pensar en una reducción de personal era injusto para esas mujeres que dependían de ese trabajo. Estaba casi echando chispas y centellas por mis ojos y orejas, guardé mi parabellum en el cinturón mientras caminaba hacia el lugar donde todas se refugiaban del susodicho peligro. Vittorio y Steffano estaban afuera de la habitación con sus armas listas para atacar, aunque al verme, la defensa de ambos desapareció, quitaron el dedo del gatillo.— Jefe, ¿qué demonios pasó?— Quisiera saber lo mismo. No encontramos nada, nada además del charco de sangre en la posición de Giordano, es como si se hubiese esfumado luego de vomitar sangre o no sé.Sus rostros mo
A lo mejor dormí un par de horas, pero apenas noté que el sol comenzó a salir, me levanté dejando a Fiorella seguir durmiendo. Tuve cuidado para no despertarla mientras me bañaba y luego al vestirme, parecía una princesa en un sueño profundo, era claro que me daba pena despertarla, así que la dejé en la cama. Salí de la habitación, algunos estaban ya afuera para la reunión que teníamos pendiente. Me acomodé el sombrero y el saco para luego hacer una señal con mi mano para que me siguieran a la oficina. Vittorio y Bruno ya esperaban con armas en mano, otros de los hombres merodeaban la zona cercana mientras otros seguían vigilando. Sin mencionar más que un buen día, entré y me senté en mi sillón, los demás se quedaron de pie frente a mí esperando a que diera mi charla. Esa era, quizás, la reunión más importante en mucho tiempo. No me fui con rodeos y advertí que las maneras de hacer las guardias cambiarían, aquel que le gustara trabajar solo, se iba a joder ya que no iba a permitir n
Todos mis hombres se desplegaron alrededor de los cadáveres sin dejar de apuntar con sus armas, en busca de algún intruso. Pero bien sabía yo que ahí no había nadie más que nosotros y los muertos en el centro de la azotea. Ya eran más bajas para los Lombardo, tres de mis hombres habían caído en menos de veinticuatro horas, y eso era una clara señal para activar mis alarmas. Los Napoli no estaban jugando, la amenaza contenida en la carta era más seria de lo que creía. Caminé hacia los cuerpos, los tres estaban con los huesos de sus extremidades rotos, cortaron sus mejillas para formar una larga sonrisa bizarra, algo bastante macabro que nunca había observado en algún asesinato despiadado. Giordano tenía un corte profundo en su abdomen, mientras que los otros dos en su cuello. No había demasiada sangre alrededor de ellos, era como si hubiesen recolectado cada gota para hacer algo con ello, y claro, seguro eso hicieron. La única mancha de sangre en el lugar de Giordano y en ese momento,
Ya era el mes de julio, el verano se encontraba en su máximo esplendor. Todos nos encontrábamos y sentíamos en paz pues no supimos más de los Napoli por una buena temporada luego de aquel ataque que acabó con la vida de tres de mis hombres, incluso por más que mandase a mis hombres a investigar, quizá ese nuevo líder se había meado los pantalones o lo habían destituido de su cargo por ser tan impulsivo y un poco bruto. Realmente no tenía la más remota idea de lo que sucedía con ellos, era de suponer que lo más sensato era que estaban locos por obtener algún tipo de venganza por haber asesinado al joven aquel, aunque aquella carta amenazadora daba a entender que sus ataques no pararían, por lo que a veces me sentía demasiado ansioso cuando salía demasiado tiempo de casa.Laura me gustaba cada vez más, trataba de alejarme de ella a veces, más cuando Fiorella se encontraba acompañándonos, debía evitar esos sentimientos a toda costa, pero solían ser imposibles de pasar por alto. Fiorella
Mis hombres me llamaron, así que tuve que dejar a Laura sola leyendo bajo el cedro. Me acerqué a ellos sin muchos ánimos de haberla abandonado, aunque no tenía más remedio. Ellos lucían un poco más serios que de costumbre, sin embargo, era de suponer que el sol también les hacía poner esa mala cara. Quité aquella expresión de idiota que tenía luego de mi amena charla con la joven antes de estar con ellos, era claro ello, pues sabía que a veces les encantaba hablar de más.— La señorita Greco está en su oficina esperando por usted, señor —dijo finalmente uno de ellos al tiempo que yo enarcaba las cejas.— ¿Fiorella?Me resultó tan extraño… aunque un grito silencioso en mi interior prendió las alarmas, pues había sido claro que ella nos tuvo que haber visto hablar en el cedro; ese lugar era el más notorio del jardín de la casa, lo peor del caso, era pensar en el hecho de que yo no me percaté siquiera de su llegada, y me sacaría aquello de una forma u otra, el peligro me acechaba. Tuve q