Capitulo 5

A la mañana siguiente, Lyra se comió la tortilla que Atticus le había hecho y luego, siguiendo sus consejos, tomó un zumo de naranja. 

A pesar de la ansiedad y las inseguridades, era agradable que aquel hombre cuidase de ella. Aunque no estuviera segura de cuál era su sitio en el mundo de 

Attikus Wilder. 

Se mostraba solícito con ella, pero al mismo tiempo distante. No sabía si por deferencia a su falta de memoria, para no asustarla, o si así era su relación 

normalmente. 

La idea de que su relación con el padre de su hijo fuera así de fría la asustó. Ella 

no podía haber decidido casarse con alguien que la trataba con simple amabilidad, 

como si fuera un extraño. 

Y, sin embargo, eran extraños. Al menos, Attikus lo era para ella. Qué horrible debía ser que su prometida no lo recordase, pensó entonces. Como si nunca hubiera existido. 

—¿Qué te preocupa, Lyra? 

—Estaba pensando lo terrible que tiene que ser esta situación para ti. 

—¿Qué quieres decir? 

Ella bajó la mirada, tímida de repente, pero Attikus levantó su barbilla con 

un dedo. 

—Dime por qué crees que esta situación es horrible para mí. 

—Estaba intentando ponerme en tu lugar y tiene que ser horrible que alguien a quien quieres se olvide de ti. Yo creo que me sentiría… rechazada. 

—¿Te preocupa que me sienta rechazado? —sonrió él. 

—¿No es así? 

Lyra  odiaba su falta de confianza. No sólo le habían robado la memoria, también la fe en sí misma. Se sentía como una niña… perdida, incierta. 

—Tú no has podido evitar lo que ha pasado, Marley. Si me sintiese rechazado o dolido… sería un mezquino. 

No lo imaginaba mezquino. Peligroso, imponente, sí, pero no mezquino. ¿Le tenía miedo?, se preguntó. No, no era él quien le daba miedo sino la idea de haber tenido relaciones íntimas con un hombre como él y no recordarlo.

—¿Qué me ha pasado, Attikus? —le preguntó entonces.

—Tuviste… un accidente, pedhaki mou. Pero el médico me ha asegurado que la amnesia es temporal y que es importante que no te canses ni te angusties intentando recordar. Ya volverá cuando tenga que hacerlo. 

—¿Tuve un accidente de coche? —preguntó Lyra entonces. 

Pero no podía ser. Se había examinado a sí misma detenidamente y no tenía hematomas ni heridas. 

—Sí. 

—¿Y fue algo serio? 

—No, nada serio. Como puedes ver, estás bien. 

—¿Sufrí una conmoción? ¿Es por eso por lo que he perdido la memoria? 

—No, el médico me explicó que es una manera de lidiar con el trauma del accidente. Es un instinto protector, algo diseñado por la naturaleza para evitar sufrimientos. 

—Y, sin embargo, no tengo ni un solo hematoma. 

—De lo cual me alegro —sonrió Attikus—. Pero debió ser aterrador para ti. 

—¿Iban más personas en el coche? ¿Alguien resultó herido? 

—No, no te preocupes. 

Lyra dejó escapar un largo suspiro. 

—Ojalá me acordase de algo. Creo que si lo intento podría recordar, pero entonces empieza a dolerme la cabeza… 

—Y eso es precisamente lo que el médico ha dicho que no debes hacer. Tienes que olvidarte de todo y concentrarte en recuperar las fuerzas —Attikus puso una mano protectora sobre su abdomen—. Que te disgustes así no puede ser bueno para 

nuestro hijo. 

Lyra puso las dos manos sobre la suya… pero entonces el niño se movió y él apartó la mano, como asustado.

—Es asombroso.

Parecía tan perplejo que Lyra tuvo que sonreír. Pero… ¿nunca antes había puesto la mano en su abdomen? 

—¿No lo habías notado hasta ahora? 

—No, yo viajo mucho… —Attikus se aclaró la garganta—. Acababa de volver a Nueva York cuando supe lo del accidente. Había pasado… algún tiempo desde la última vez que nos vimos. 

—Y supongo que no te has encontrado con lo que esperabas —suspiró ella—. Dejaste aquí a una mujer que te quería y con la que ibas a casarte y te has encontrado con alguien que te trata como si fueras un extraño. 

—No te preocupes por mí. Lo único que me importa es que el niño y tú estéis bien —murmuró él, sin dejar de mirar su abdomen, como fascinado. 

Entonces sonó un timbre y Attikus salió al pasillo para hablar por el portero automático. Lyra aguzó el oído, pero sólo pudo escuchar que le decía a alguien que subiera. 

—Es la enfermera que he contratado para que cuide de ti —le dijo luego, entrando en la cocina—. Tengo una reunión urgente dentro de una hora y no puedo 

perdérmela.

—Pero yo no necesito una enfermera. Soy perfectamente capaz de estar sola 

mientras tú te vas a trabajar. 

—Hazlo por mi, pedhaki mou. Me siento mejor al saber que alguien está cuidando de ti. 

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? 

La puerta del ascensor que daba directamente al salón del ático se abrió en ese momento. 

—Espera un momento, vuelvo enseguida. 

Un minuto después, Attikus volvió con una sonriente mujer de mediana edad. 

—Tú debes ser Lyra. 

—Sí. 

—Encantada de conocerte. Yo soy la señora Jael… 

—Muy bien, Jael. 

—El señor Wilder me ha pedido que cuide de ti y te aseguro que tengo intención de hacerlo. 

—Bueno, yo tengo que irme —dijo Attikus, mirando su reloj—. Pero volveré a la hora de comer. 

—Eso me gustaría —intentó sonreír Lyra. 

Él se inclinó para darle un beso en la frente antes de marcharse y, haciendo un esfuerzo para apartar la mirada de su espalda, Lyra miró a Jael. 

—La verdad es que me encuentro bien. Attikus parece creer que soy una inválida, pero… 

—Es un hombre —sonrió la enfermera—. Además, no hay nada malo en descansar un poco, ¿no? Te acompañaré a la cama y luego, cuando despiertes, haré un té para las dos. 

Antes de que Lyra se diera cuenta de lo que estaba pasando, Jael la había llevado al dormitorio y la tumbaba en la cama. 

—Veo que lo de manejar a los pacientes se te da bien. 

—Conseguir que mis pacientes hagan lo que tienen que hacer es parte de mi trabajo —rió la enfermera—. Bueno, ahora descansa un poco. 

Lyra miró la chimenea encendida. En realidad no hacía falta porque había calefacción por hilo radiante, de modo que el suelo estaba calentito. Y se alegraba porque no le gustaba llevar zapatos en casa… 

No le gustaba llevar zapatos en casa. 

Había recordado algo sobre sí misma, pensó, emocionada. Intentó tirar del hilo para recordar algo más, pero el esfuerzo le provocó una nueva jaqueca. 

A pesar de su falta de memoria, pensó, llevándose una mano al abdomen, donde el niño no dejaba de moverse, tenía un futuro por delante. Casarse con 

Attikus, cuidar de su hijo… 

Aunque le gustaría recordar cómo había llegado hasta allí. 

Se quedó dormida poco después y, cuando despertó, el reloj que había sobre la 

mesilla indicaba que había pasado una hora. Sintiéndose más descansada, apartó las 

sábanas y saltó de la cama para pasear un poco. El descanso constante empezaba a ponerla nerviosa. 

Aunque llevaba el pijama, se puso la bata de seda que había al pie de la cama y entró en el salón, donde Jael estaba leyendo. 

Después de asegurarle que se encontraba perfectamente, Jael, como intuyendo que quería estar sola, desapareció en la cocina. 

Lyra aprovechó la oportunidad para explorar el apartamento. Fue habitación por habitación, intentando reconocer algo de su casa. Pero no le parecía su casa. Podía ver a Attikus en el estilo de la decoración, pero nada que la hiciera sentir que 

había algo suyo allí. Por alguna razón, eso la incomodó. Se sentía como una invitada 

espiando en la casa de su anfitrión. 

Cuando entró en el dormitorio principal, la sensación de inquietud aumentó y, 

sin saber por qué, tuvo que salir enseguida. Al lado del dormitorio principal había un 

estudio, evidentemente el sitio en el que Attikus trabajaba. Los muebles eran grandes y masculinos, con estanterías llenas de libros y un gran escritorio de caoba. 

Sobre el escritorio había un ordenador y Lyra se sentó en el sillón de piel para entrar en Internet. Al tocar el teclado, la pantalla se iluminó. Al menos, recordaba lo más básico, se dijo. Por frustrante que fuera su amnesia, se alegraba de que estuviera 

limitada a su vida y no al mundo que la rodeaba

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