A la mañana siguiente, Lyra se comió la tortilla que Atticus le había hecho y luego, siguiendo sus consejos, tomó un zumo de naranja.
A pesar de la ansiedad y las inseguridades, era agradable que aquel hombre cuidase de ella. Aunque no estuviera segura de cuál era su sitio en el mundo de Attikus Wilder.Se mostraba solícito con ella, pero al mismo tiempo distante. No sabía si por deferencia a su falta de memoria, para no asustarla, o si así era su relación
normalmente. La idea de que su relación con el padre de su hijo fuera así de fría la asustó. Ella no podía haber decidido casarse con alguien que la trataba con simple amabilidad, como si fuera un extraño. Y, sin embargo, eran extraños. Al menos, Attikus lo era para ella. Qué horrible debía ser que su prometida no lo recordase, pensó entonces. Como si nunca hubiera existido.—¿Qué te preocupa, Lyra?
—Estaba pensando lo terrible que tiene que ser esta situación para ti.
—¿Qué quieres decir?
Ella bajó la mirada, tímida de repente, pero Attikus levantó su barbilla con
un dedo.—Dime por qué crees que esta situación es horrible para mí.
—Estaba intentando ponerme en tu lugar y tiene que ser horrible que alguien a quien quieres se olvide de ti. Yo creo que me sentiría… rechazada.
—¿Te preocupa que me sienta rechazado? —sonrió él.
—¿No es así?
Lyra odiaba su falta de confianza. No sólo le habían robado la memoria, también la fe en sí misma. Se sentía como una niña… perdida, incierta.
—Tú no has podido evitar lo que ha pasado, Marley. Si me sintiese rechazado o dolido… sería un mezquino.No lo imaginaba mezquino. Peligroso, imponente, sí, pero no mezquino. ¿Le tenía miedo?, se preguntó. No, no era él quien le daba miedo sino la idea de haber tenido relaciones íntimas con un hombre como él y no recordarlo.
—¿Qué me ha pasado, Attikus? —le preguntó entonces.
—Tuviste… un accidente, pedhaki mou. Pero el médico me ha asegurado que la amnesia es temporal y que es importante que no te canses ni te angusties intentando recordar. Ya volverá cuando tenga que hacerlo.—¿Tuve un accidente de coche? —preguntó Lyra entonces.
Pero no podía ser. Se había examinado a sí misma detenidamente y no tenía hematomas ni heridas.
—Sí.
—¿Y fue algo serio?
—No, nada serio. Como puedes ver, estás bien.
—¿Sufrí una conmoción? ¿Es por eso por lo que he perdido la memoria?
—No, el médico me explicó que es una manera de lidiar con el trauma del accidente. Es un instinto protector, algo diseñado por la naturaleza para evitar sufrimientos.
—Y, sin embargo, no tengo ni un solo hematoma.
—De lo cual me alegro —sonrió Attikus—. Pero debió ser aterrador para ti.
—¿Iban más personas en el coche? ¿Alguien resultó herido?
—No, no te preocupes.
Lyra dejó escapar un largo suspiro.
—Ojalá me acordase de algo. Creo que si lo intento podría recordar, pero entonces empieza a dolerme la cabeza…
—Y eso es precisamente lo que el médico ha dicho que no debes hacer. Tienes que olvidarte de todo y concentrarte en recuperar las fuerzas —Attikus puso una mano protectora sobre su abdomen—. Que te disgustes así no puede ser bueno para
nuestro hijo. Lyra puso las dos manos sobre la suya… pero entonces el niño se movió y él apartó la mano, como asustado. —Es asombroso. Parecía tan perplejo que Lyra tuvo que sonreír. Pero… ¿nunca antes había puesto la mano en su abdomen? —¿No lo habías notado hasta ahora? —No, yo viajo mucho… —Attikus se aclaró la garganta—. Acababa de volver a Nueva York cuando supe lo del accidente. Había pasado… algún tiempo desde la última vez que nos vimos.—Y supongo que no te has encontrado con lo que esperabas —suspiró ella—. Dejaste aquí a una mujer que te quería y con la que ibas a casarte y te has encontrado con alguien que te trata como si fueras un extraño.
—No te preocupes por mí. Lo único que me importa es que el niño y tú estéis bien —murmuró él, sin dejar de mirar su abdomen, como fascinado.Entonces sonó un timbre y Attikus salió al pasillo para hablar por el portero automático. Lyra aguzó el oído, pero sólo pudo escuchar que le decía a alguien que subiera.
—Es la enfermera que he contratado para que cuide de ti —le dijo luego, entrando en la cocina—. Tengo una reunión urgente dentro de una hora y no puedo perdérmela. —Pero yo no necesito una enfermera. Soy perfectamente capaz de estar sola mientras tú te vas a trabajar. —Hazlo por mi, pedhaki mou. Me siento mejor al saber que alguien está cuidando de ti. —¿Cuánto tiempo estarás fuera? La puerta del ascensor que daba directamente al salón del ático se abrió en ese momento. —Espera un momento, vuelvo enseguida. Un minuto después, Attikus volvió con una sonriente mujer de mediana edad. —Tú debes ser Lyra. —Sí. —Encantada de conocerte. Yo soy la señora Jael… —Muy bien, Jael. —El señor Wilder me ha pedido que cuide de ti y te aseguro que tengo intención de hacerlo. —Bueno, yo tengo que irme —dijo Attikus, mirando su reloj—. Pero volveré a la hora de comer. —Eso me gustaría —intentó sonreír Lyra. Él se inclinó para darle un beso en la frente antes de marcharse y, haciendo un esfuerzo para apartar la mirada de su espalda, Lyra miró a Jael. —La verdad es que me encuentro bien. Attikus parece creer que soy una inválida, pero… —Es un hombre —sonrió la enfermera—. Además, no hay nada malo en descansar un poco, ¿no? Te acompañaré a la cama y luego, cuando despiertes, haré un té para las dos. Antes de que Lyra se diera cuenta de lo que estaba pasando, Jael la había llevado al dormitorio y la tumbaba en la cama. —Veo que lo de manejar a los pacientes se te da bien. —Conseguir que mis pacientes hagan lo que tienen que hacer es parte de mi trabajo —rió la enfermera—. Bueno, ahora descansa un poco. Lyra miró la chimenea encendida. En realidad no hacía falta porque había calefacción por hilo radiante, de modo que el suelo estaba calentito. Y se alegraba porque no le gustaba llevar zapatos en casa… No le gustaba llevar zapatos en casa. Había recordado algo sobre sí misma, pensó, emocionada. Intentó tirar del hilo para recordar algo más, pero el esfuerzo le provocó una nueva jaqueca. A pesar de su falta de memoria, pensó, llevándose una mano al abdomen, donde el niño no dejaba de moverse, tenía un futuro por delante. Casarse con Attikus, cuidar de su hijo… Aunque le gustaría recordar cómo había llegado hasta allí. Se quedó dormida poco después y, cuando despertó, el reloj que había sobre la mesilla indicaba que había pasado una hora. Sintiéndose más descansada, apartó las sábanas y saltó de la cama para pasear un poco. El descanso constante empezaba a ponerla nerviosa. Aunque llevaba el pijama, se puso la bata de seda que había al pie de la cama y entró en el salón, donde Jael estaba leyendo. Después de asegurarle que se encontraba perfectamente, Jael, como intuyendo que quería estar sola, desapareció en la cocina. Lyra aprovechó la oportunidad para explorar el apartamento. Fue habitación por habitación, intentando reconocer algo de su casa. Pero no le parecía su casa. Podía ver a Attikus en el estilo de la decoración, pero nada que la hiciera sentir que había algo suyo allí. Por alguna razón, eso la incomodó. Se sentía como una invitada espiando en la casa de su anfitrión. Cuando entró en el dormitorio principal, la sensación de inquietud aumentó y, sin saber por qué, tuvo que salir enseguida. Al lado del dormitorio principal había un estudio, evidentemente el sitio en el que Attikus trabajaba. Los muebles eran grandes y masculinos, con estanterías llenas de libros y un gran escritorio de caoba. Sobre el escritorio había un ordenador y Lyra se sentó en el sillón de piel para entrar en Internet. Al tocar el teclado, la pantalla se iluminó. Al menos, recordaba lo más básico, se dijo. Por frustrante que fuera su amnesia, se alegraba de que estuviera limitada a su vida y no al mundo que la rodeabaDurante una hora estuvo buscando información sobre la amnesia, pero las conflictivas opiniones de varios médicos sólo lograron aumentar su jaqueca. De modo que decidió buscar algo sobre Attikus. Era un poco aterrador ver lo rico y poderoso que era su prometido. Sus hermanos y él poseían una de las cadenas hoteleras más importantes del mundo, pero no había mucha información personal. Lyra suspiró, irritada por su cobardía. Lo que debía hacer era preguntarle a él directamente. Al fin y al cabo era su prometida, iban a tener un hijo, iban a casarse. Si pudiera recordar algo de eso… —¿Qué haces? La voz de Attikus la sobresaltó y, cuando levantó la mirada, lo vio en el quicio de la puerta. —Qué susto me has dado. —Te he preguntado qué estás haciendo —repitió él, con expresión furiosa. —Estaba buscando algo sobre la amnesia en Internet —contestó ella—. Pensé que no te importaría que usara tu ordenador. Attikus la miraba con tal expresión de ira… —Lo siento —consiguió decir, levan
Embarazada.A pesar del calor de aquel día de verano, Lyra Moreno sintió un escalofrío en la espalda mientras se dejaba caer sobre el banco del parque, a unas manzanas del atico que compartía con Atticus Wilder.Aunque los rayos del sol calentaban sus manos, estaba temblando. A Avros no le haría gracia su repentina desaparición, pensó. Ni a Atticus cuando el guardaespaldas le contase que le había dado esquinazo. Pero si hubiera ido con él a la consulta del ginecólogo, Atticus habría sabido de su embarazo antes de llegar casa.¿Cómo reaccionaría ante la noticia? A pesar de haber tomado siempre precauciones, estaba embarazada de ocho semanas. Debía haber ocurrido cuando volvió de un viaje por Europa… Atticus se había mostrado insaciable entonces y también ella.Lyra sintió que le ardían las mejillas al recordar la noche en cuestión. Le había hecho el amor incontables veces, murmurando palabras en griego, palabras cálidas, cariñosas, que le encogían el corazón.Luego hizo una mueca al mir
Pero no podía ser. Lyra, su Lyra, ¿era la traidora de la compañía?No podía creerlo, pero estaba allí, delante de sus ojos. La falsa información que el mismo había dejado en su oficina aquella mañana, con la esperanza de encontrar a la persona que estaba vendiendo secretos de la compañía a la competencia.De repente, todo quedó claro. Los planos habían empezado a desaparecer cuando Lyra se mudó al ático con él. Ya no trabajaba en su empresa, pero incluso cuando la convenció para que dejase su puesto con el objetivo de tenerla sólo para él, tenía libre acceso a su despacho…Qué idiota había sido.Entonces recordó la llamada de Avros unas horas antes. En el momento sólo le había parecido un asunto irritante del que pensaba hablar con Lyra cuando la viese. Iba a darle una charla sobre la importancia de la seguridad y sobre lo de no salir a la calle sin un guardaespaldas cuando en realidad era él quien no estaba a salvo con ella. Según Avros, Lyra había ido a su oficina y luego había desap
Tres meses despuésAttikus estaba en su apartamento, pensativo. Debería estar tranquilo ahora que no había ningún problema para su compañía, pero saber por qué no era muy consolador. Suspirando, miró el montón de documentos que tenía frente a él, las noticias en televisión como ruido de fondo.Su parada en Nueva York iba a ser corta. Al día siguiente se iría a Londres con su hermano Theron para inaugurar un nuevo hotel de lujo… un hotel que no se habría construido si Lyra se hubiera salido con la suya.Attikus sonrió, irónico. El presidente Internacional, manipulado y robado por una mujer.Por su culpa, sus hermanos y él habían perdido dos proyectos, que se había llevado la competencia, antes de descubrir su traición.Debería haberla denunciado a las autoridades, pero estaba demasiado sorprendido, demasiado débil como para hacer tal cosa.No había tirado sus pertenencias, pensando que algún día iría a buscarlas… y quizá una parte de él esperaba que así fuera para preguntarle por qué lo
Dos días después, Lyra, sentada en una silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre sus piernas. Attikus estaba a su lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.Lyra pasó los dedos por el vestido premamá que una de las enfermeras le había dado y estiró la tela sobre el abultado abdomen. Todos habían sido muy amables con ella y temía dejar atrás esa amabilidad para aventurarse en un mundo que desconocía.Tras despedirse del médico y las enfermeras, Attikus empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salieron a la calle, Lyra parpadeó,cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta y Attikus la ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Nueva York.La ciudad le resultaba familiar. Podía recordar algunas tiendas, algunos edificios, pero lo que faltaba era la idea de que aquél era su hogar, su sitio. ¿No había dicho Attikus que vivían allí?Se sentía como un artista frent