Embarazada.
A pesar del calor de aquel día de verano, Lyra Moreno sintió un escalofrío en la espalda mientras se dejaba caer sobre el banco del parque, a unas manzanas del atico que compartía con Atticus Wilder.
Aunque los rayos del sol calentaban sus manos, estaba temblando. A Avros no le haría gracia su repentina desaparición, pensó. Ni a Atticus cuando el guardaespaldas le contase que le había dado esquinazo. Pero si hubiera ido con él a la consulta del ginecólogo, Atticus habría sabido de su embarazo antes de llegar casa.
¿Cómo reaccionaría ante la noticia? A pesar de haber tomado siempre precauciones, estaba embarazada de ocho semanas. Debía haber ocurrido cuando volvió de un viaje por Europa… Atticus se había mostrado insaciable entonces y también ella.
Lyra sintió que le ardían las mejillas al recordar la noche en cuestión. Le había hecho el amor incontables veces, murmurando palabras en griego, palabras cálidas, cariñosas, que le encogían el corazón.
Luego hizo una mueca al mirar el reloj. Atticus llegaría a casa en un par de horas, pero allí seguía ella, como una cobarde, evitando la confrontación. Y tenía que quitarse los gastados vaqueros y la camiseta, ropa que sólo se ponía cuando él estaba fuera.
A regañadientes, se levantó del banco y empezó a caminar hacia el lujoso edificio donde vivía con Atticus.
—Te estás portando como una boba —murmuró cuando llegaba al portal. Si el conserje se sorprendió al verla llegar a pie no dijo nada, pero se apresuró a abrirle la puerta.
Lyra entró en el ascensor y pasó una mano por su estómago, aún plano cuando las puertas se abrieron, directamente en el espacioso recibidor del ático, se mordió los labios, nerviosa.
Como hacía siempre, entró en el salón quitándose los zapatos y tiró el bolso en el sofá. Estaba agotada y lo único que quería era descansar un rato, pero tenía que decidir cómo iba a sacar el tema de su relación. Unos días antes habría dicho que estaba contenta con su vida, pero el resultado de la prueba la había dejado estupefacta. Y la había hecho pensar en los últimos seis meses con Atticus.
Lo quería con toda su alma, pero no sabía bien dónde iba aquella relación. Atticus parecía estar loco por ella y el sexo era fantástico, pero ahora que iba a tener un hijo necesitaba algo más que acostarse con él durante unas semanas al mes… o cuando su apretada agenda lo permitía.
Estaba entrando en el dormitorio cuando Atticus salió del cuarto de baño con una toalla en la cintura.
—¡Atticus! Has llegado antes de lo que esperaba.
Cada vez que lo miraba era como la primera vez: se le ponía la piel de gallina. Ese era el efecto que ejercía en ella.
—Estaba esperándote.—contestó él, quitándose la toalla y tomándola por los hombros para apoderarse de su boca.
Un gemido escapó de su garganta. Era como una adicción de la que no se cansaría nunca. Como por voluntad propia, sus dedos se enredaron en el pelo oscuro, empujando su cabeza hacia abajo…
Duro, fibroso, musculoso, Atticus Wilder se movía con la gracia irresistible de un depredador.
—Llevas demasiada ropa —murmuró él, mientras le quitaba la camisa.
Sabía que deberían parar. Tenían que hablar, pero lo había echado tanto de menos. Y quizá una parte de ella deseaba disfrutar de aquel momento antes de que las cosas cambiasen de manera irrevocable entre los dos.
Lyra gimió cuando le quitó el sujetador para acariciar sus pechos. Sus pezones eran más oscuros ahora y se preguntó si se daría cuenta, pero Atticus no dijo nada.
—¿Me has echado de menos?
—Ya sabes que sí.
—Quiero que me lo digas.
—Te he echado de menos.
En unos segundos, los vaqueros y las braguitas habían desaparecido y Atticus estaba encima de ella, dentro de ella.
Se arqueó hacia él mientras la poseía, agarrándose a su espalda. Siempre era así, a un paso de la desesperación, el deseo que sentían el uno por el otro consumiéndolos.
Mientras le hacía el amor murmuraba cosas en griego, sus palabras como una caricia mientras llegaban al orgasmo los dos. Marley apoyó la cabeza en su hombro, saciada y contenta.
Debió quedarse dormida después porque, cuando abrió los ojos, Atticus estaba tumbado a su lado, con un posesivo brazo sobre su cintura. La miraba perezosamente, sus ojos dorados ardiendo de satisfecho deseo.
Ahora era el momento. Tenía que contárselo, nunca habría mejor ocasión. ¿Pero por qué la idea de preguntarle sobre su relación la llenaba de temor?
—Atticus…
—Dime, cariño.
—Tengo que hablar contigo.
Él se estiró, apartándose un poco para verla mejor.
—¿De qué quieres que hablemos? —murmuró, alargando una mano para acariciar sus pechos.
—De nosotros.
El rostro de Atticus se convirtió en una máscara de indiferencia, tanto que la asustó. Incluso podía sentir que se apartaba de ella. Entonces sonó el intercomunicador y él alargó la mano para pulsar el botón.
—¿Qué? —preguntó bruscamente.
—Soy Rosyn. ¿Puedo subir?
Lyra se puso tensa al oír la voz de la ayudante de Atticus. Era casi de noche, pero allí estaba, llamando al apartamento que, ella sabía muy bien, su jefe compartía con Lyra.
—Estoy ocupado en este momento, Rosyn. Supongo que lo que sea puede esperar hasta mañana.
—Lo siento, pero no puedo esperar. Necesito su firma en un contrato que debe llegar a su destino antes de la siete de la mañana.
—Sube entonces.
Atticus se levantó de la cama y se acercó al armario para sacar un pantalón y una camisa.
—¿Por qué viene por aquí tan a menudo? —le preguntó Lyra.
—Es mi ayudante, es su trabajo.
—¿Venir a tu casa?
Atticus sacudió la cabeza mientras se abrochaba la camisa.
—Volveré enseguida y luego podremos hablar.
Lyra sentía la tentación de dejar la conversación para otro día, pero tenía que decirle que estaba embarazada y no podía contárselo hasta que supiera lo que sentía por ella. De modo que debía ser esa noche.
Como estando desnuda se sentía en desventaja, se levantó de la cama para volver a ponerse los vaqueros y la camisa descartados en el suelo. Poco después Atticus volvió a entrar en el dormitorio, pero parecía Distraído.
—Te prefiero desnuda, pedhaki mou. —Uso ese apodo en griego que tanto le gustaba escuchar de sus labios.
—¿Va todo bien?
Él hizo un gesto con la mano.
—No era nada, sólo una firma —sonrió, mientras empezaba a desabrochar su camisa de nuevo.
—Tenemos que hablar.
Atticus dejó escapar un suspiro de resignación mientras se sentaba en la cama.
—¿Qué tienes que contarme que es tan urgente?
—Quiero saber lo que sientes por mí… y qué piensas de nuestra relación —Empezó a decir ella, nerviosa—. Y si hay un futuro para nosotros.
Él apretó los labios, en un gesto de contrariedad.
—Ah, es eso —dijo, levantándose.
—Sólo necesito saber qué sientes por mí, si hay un futuro para nosotros. Tú nunca hablas de nuestra relación más que en presente.
Atticus la tomó por la barbilla.
—No tenemos una relación, Lyra. Yo no tengo relaciones y tú lo sabes. Eres mi amante.
—¿Tu amante? —repitió ella, perpleja.
Su novia, la chica con la que estaba saliendo, su pareja… todos eran términos que podría haber usado. ¿Pero amante? ¿Una mujer comprada? De repente, Lyra sintió náuseas.
—¿Eso es lo que soy para ti?
Atticus dejó escapar un suspiro.
—Siéntate un momento y deja que te prepare una copa. Yo he tenido una semana muy larga y, evidentemente, tú estás disgustada. No es bueno para ninguno de los dos tener esta discusión ahora.
Después de una larga semana tendiendo trampas a la persona que estaba traicionando a su empresa, lo último que deseaba era una discusión con su amante. De modo que fue a la cocina y, después de servir el zumo favorito de Lyra en un vaso, se sirvió a sí mismo una copa de brandy para ver si podía controlar el inminente dolor de cabeza.
Luego sonrió al ver sus zapatos en medio del salón y el bolso tirado en el sofá. Lyra era una chica encantadora, divertida, que nunca protestaba por nada, de modo que aquella explosión emocional lo había sorprendido mucho. Ella no era así. No era de las que se pegaban a él y, por eso, su relación había durado tanto tiempo…
¿Relación? Acababa de negarle que tuvieran una. Lyra era su amante, pero debería haber sido más prudente, pensó luego. Seguramente no se sentía bien y quería un poco de ternura. La idea le resultaba extraña, pero Marley siempre había estado a su lado para cuidarlo después de semanas de viajes y agotadoras reuniones. Era justo que le ofreciera algo más que sexo. Aunque el sexo con ella fuera su prioridad.
Iba a darse la vuelta para entrar en el dormitorio y hacer las paces cuando un trozo de papel que asomaba por el bolso llamó su atención. Dejando los vasos sobre la mesa, Atticus tiró del papel…
Y al ver lo que era se quedó perplejo.
Pero no podía ser. Lyra, su Lyra, ¿era la traidora de la compañía?No podía creerlo, pero estaba allí, delante de sus ojos. La falsa información que el mismo había dejado en su oficina aquella mañana, con la esperanza de encontrar a la persona que estaba vendiendo secretos de la compañía a la competencia.De repente, todo quedó claro. Los planos habían empezado a desaparecer cuando Lyra se mudó al ático con él. Ya no trabajaba en su empresa, pero incluso cuando la convenció para que dejase su puesto con el objetivo de tenerla sólo para él, tenía libre acceso a su despacho…Qué idiota había sido.Entonces recordó la llamada de Avros unas horas antes. En el momento sólo le había parecido un asunto irritante del que pensaba hablar con Lyra cuando la viese. Iba a darle una charla sobre la importancia de la seguridad y sobre lo de no salir a la calle sin un guardaespaldas cuando en realidad era él quien no estaba a salvo con ella. Según Avros, Lyra había ido a su oficina y luego había desap
Tres meses despuésAttikus estaba en su apartamento, pensativo. Debería estar tranquilo ahora que no había ningún problema para su compañía, pero saber por qué no era muy consolador. Suspirando, miró el montón de documentos que tenía frente a él, las noticias en televisión como ruido de fondo.Su parada en Nueva York iba a ser corta. Al día siguiente se iría a Londres con su hermano Theron para inaugurar un nuevo hotel de lujo… un hotel que no se habría construido si Lyra se hubiera salido con la suya.Attikus sonrió, irónico. El presidente Internacional, manipulado y robado por una mujer.Por su culpa, sus hermanos y él habían perdido dos proyectos, que se había llevado la competencia, antes de descubrir su traición.Debería haberla denunciado a las autoridades, pero estaba demasiado sorprendido, demasiado débil como para hacer tal cosa.No había tirado sus pertenencias, pensando que algún día iría a buscarlas… y quizá una parte de él esperaba que así fuera para preguntarle por qué lo
Dos días después, Lyra, sentada en una silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre sus piernas. Attikus estaba a su lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.Lyra pasó los dedos por el vestido premamá que una de las enfermeras le había dado y estiró la tela sobre el abultado abdomen. Todos habían sido muy amables con ella y temía dejar atrás esa amabilidad para aventurarse en un mundo que desconocía.Tras despedirse del médico y las enfermeras, Attikus empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salieron a la calle, Lyra parpadeó,cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta y Attikus la ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Nueva York.La ciudad le resultaba familiar. Podía recordar algunas tiendas, algunos edificios, pero lo que faltaba era la idea de que aquél era su hogar, su sitio. ¿No había dicho Attikus que vivían allí?Se sentía como un artista frent
A la mañana siguiente, Lyra se comió la tortilla que Atticus le había hecho y luego, siguiendo sus consejos, tomó un zumo de naranja. A pesar de la ansiedad y las inseguridades, era agradable que aquel hombre cuidase de ella. Aunque no estuviera segura de cuál era su sitio en el mundo de Attikus Wilder. Se mostraba solícito con ella, pero al mismo tiempo distante. No sabía si por deferencia a su falta de memoria, para no asustarla, o si así era su relación normalmente. La idea de que su relación con el padre de su hijo fuera así de fría la asustó. Ella no podía haber decidido casarse con alguien que la trataba con simple amabilidad, como si fuera un extraño. Y, sin embargo, eran extraños. Al menos, Attikus lo era para ella. Qué horrible debía ser que su prometida no lo recordase, pensó entonces. Como si nunca hubiera existido. —¿Qué te preocupa, Lyra? —Estaba pensando lo terrible que tiene que ser esta situación para ti. —¿Qué quieres decir? Ella bajó la mirada, tímida de
Durante una hora estuvo buscando información sobre la amnesia, pero las conflictivas opiniones de varios médicos sólo lograron aumentar su jaqueca. De modo que decidió buscar algo sobre Attikus. Era un poco aterrador ver lo rico y poderoso que era su prometido. Sus hermanos y él poseían una de las cadenas hoteleras más importantes del mundo, pero no había mucha información personal. Lyra suspiró, irritada por su cobardía. Lo que debía hacer era preguntarle a él directamente. Al fin y al cabo era su prometida, iban a tener un hijo, iban a casarse. Si pudiera recordar algo de eso… —¿Qué haces? La voz de Attikus la sobresaltó y, cuando levantó la mirada, lo vio en el quicio de la puerta. —Qué susto me has dado. —Te he preguntado qué estás haciendo —repitió él, con expresión furiosa. —Estaba buscando algo sobre la amnesia en Internet —contestó ella—. Pensé que no te importaría que usara tu ordenador. Attikus la miraba con tal expresión de ira… —Lo siento —consiguió decir, levan