Tres meses después
Attikus estaba en su apartamento, pensativo. Debería estar tranquilo ahora que no había ningún problema para su compañía, pero saber por qué no era muy consolador. Suspirando, miró el montón de documentos que tenía frente a él, las noticias en televisión como ruido de fondo.
Su parada en Nueva York iba a ser corta. Al día siguiente se iría a Londres con su hermano Theron para inaugurar un nuevo hotel de lujo… un hotel que no se habría construido si Lyra se hubiera salido con la suya.
Attikus sonrió, irónico. El presidente Internacional, manipulado y robado por una mujer.
Por su culpa, sus hermanos y él habían perdido dos proyectos, que se había llevado la competencia, antes de descubrir su traición.
Debería haberla denunciado a las autoridades, pero estaba demasiado sorprendido, demasiado débil como para hacer tal cosa.
No había tirado sus pertenencias, pensando que algún día iría a buscarlas… y quizá una parte de él esperaba que así fuera para preguntarle por qué lo había hecho. O quizá debería tirarlas a la basura. Sí, era hora de quitársela de la cabeza po completo.
Cuando oyó su nombre en las noticias pensó que era cosa de su imaginación porque estaba pensando en ella, pero al escuchar Lyra Moreno de nuevo se volvió hacia la televisión.
Un reportero estaba en la puerta de un hospital diciendo algo sobre ella y en las imágenes aparecía una mujer que era sacada en camilla de un apartamento destartalado…
Atticus subió el volumen y clavó los ojos en la pantalla, incrédulo. Era Lyra .
No había entendido los detalles de qué o por qué, pero aparentemente había sido secuestrada, soportando un largo periodo de cautiverio en aquel destartalado edificio.
Attikus esperó, nervioso, por si mencionaban su nombre, pero ¿por qué iban a hacerlo? Su relación había sido un secreto para todos, algo necesario en su mundo. Y después de descubrir su traición se alegró de ser tan reservado en cuanto a sus relaciones.
Lyra se había reído de él pero, afortunadamente, nadie más que sus hermanos y él lo sabían. Cuando la cámara tomó un primer plano de su pálido y asustado rostro, Attikus sintió que algo dentro de él se encogía. Tenía el mismo aspecto que la noche que la echó de allí: pálida, aturdida y vulnerable.
Pero lo que estaba diciendo el periodista lo dejó helado. Según él, madre e hijo estaban bien. El secuestro no había afectado a la joven, embarazada de cinco meses. Attikus también oyó, sin prestar demasiada atención, que sus captores habían escapado de la policía.
—Theos mou —musitó, sacando el móvil del bolsillo mientras salía del apartamento. Cuando llegó a la entrada del lujoso rascacielos, su conductor ya estaba esperándolo en la puerta.
Y, una vez dentro del vehículo, llamó a la policía para preguntar dónde habían llevado a Lyra .
—Físicamente se encuentra bien —le dijo el médico—. Lo que me preocupa es su estado emocional.
Attikus intentaba disimular su impaciencia mientras esperaba que el médico le diese un informe completo, pero para que lo dejasen hablar con él había tenido que mentir. Y lo único que se le ocurrió fue decir que era el prometido de Lyra .
—Pero no le han hecho daño.
—La señorita Moreno ha sufrido un trauma, pero no puedo decirle hasta qué punto porque no recuerda absolutamente nada.
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—¿Qué?
—Sufre amnesia, de modo que no recuerda lo que ha pasado. Y tampoco recuerda nada de lo que ocurrió antes. Recuerda su nombre, pero poco más. Incluso el embarazo ha sido una sorpresa para ella.
Attikus se pasó una mano por el pelo, nervioso.
—¿No recuerda nada? ¿Nada en absoluto?
El médico negó con la cabeza.
—Ahora mismo es muy vulnerable, señor Wilder, muy frágil. Y por eso es tan importante que no la disguste. Aún tiene que llevar a su hijo durante cuatro meses, además de recuperarse de lo que ha pasado.
Attikus emitió un gruñido de impaciencia.
—Yo no tengo la menor intención de disgustarla… pero me resulta difícil creer que no recuerde nada.
—La experiencia ha sido muy traumática para ella y sospecho que su mente está protegiéndola hasta que pueda lidiar con lo que le ha pasado.
—¿Los secuestradores la maltrataron?
—No he encontrado pruebas de que fuera maltratada físicamente, pero no sabremos por lo que tuvo que pasar hasta que ella misma nos lo cuente. Como le he dicho, su situación emocional es muy delicada y, si la presionamos para que recuerde, el resultado podría ser desastroso.
—Sí, claro, lo entiendo. ¿Puedo verla?
El médico vaciló durante un segundo.
—Puede verla, pero no debe contarle nada sobre el secuestro… o cualquier cosa que pueda incomodarla.
—¿Quiere que le mienta?
—Sólo digo que no debe disgustarla. Puede darle detalles de su vida, las cosas que solían hacer, cómo se conocieron… pero no intente obligarla a que recuerde nada.
Attikus miró su reloj. Aún tenía que hablar con la policía, pero antes de nada quería ver a Lyra .
—Le diré a la enfermera que lo acompañe.
Lyra luchaba por romper la capa de niebla que envolvía su cerebro, pero murmuró una protesta al abrir los ojos porque no quería saber nada de la realidad.
Lo que quería era seguir bajo aquella manta de oscuridad que la protegía. No había nada para ella una vez despierta… su vida era un agujero negro. Su nombre era lo único que recordaba: Lyra .
Intentó recordar algo más, buscar alguna respuesta… pero su pasado era como un paisaje yermo.
De repente, una mano apretó la suya, provocando una nueva ola de pánico… Hasta que recordó que estaba en un hospital.
—No te duermas, pedhaki mou. Aún no.
La voz del hombre era como el terciopelo. En silencio, Lyra se volvió hacia el extraño… ¿o no lo era? ¿Era alguien a quien conocía? ¿Qué la conocía a ella? ¿Podría ser el padre del hijo que iba a tener?
Era una presencia dominante: alto, fibroso, de ojos dorados. Por su acento, no debía ser norteamericano. Estuvo a punto de reír al pensar en lo absurdo de ese pensamiento. Debería preguntarle quién era y qué hacía allí y, sin embargo, sólo se le ocurría pensar que no era norteamericano…
—Nuestro niño está bien —dijo él, al ver que se había llevado una mano protectora al abdomen.
¿Era el padre de su hijo? Lyra buscó algo… algún detalle reconocible, pero lo único que encontró fue vacío y miedo.
—¿Quién eres?
—Soy Attikus Wilder, tu prometido.
—Lo siento, no recuerdo nada…
—Lo sé, he hablado con el médico. Pero eso no importa ahora. Lo importante es que descanses y te recuperes para que pueda llevarte a casa.
—¿A casa? —repitió ella.
—Sí, a casa.
—¿Dónde está mi casa?
Odiaba tener que preguntar. Odiaba estar hablando con un extraño… pero no lo era. Era su prometido, el padre de su hijo. ¿No debería su rostro despertar algún recuerdo?
—No lo pienses, pedhaki mou, no debes apresurarte. El médico ha dicho que poco a poco irás recuperando la memoria.
Aquel apodo cariñosos no le trajo ningún tipo de recuerdo, ninguna emoción, solo un abrigo de protección y una inexplicable seguridad.
—¿Qué significa?
—Mi pequeña.
Aquella definición le gustó, le gustó mucho.
—¿Y si no recupero la memoria? —exclamó ella entonces, agarrando el embozo de la sábana.
Attikus alargó una mano para tocar su cara.
—Cálmate, Lyra . Que te angusties no es bueno para el niño.
La forma en que pronunciaba su nombre le resultó extraña.
—¿Puedes contarme algo sobre mí… cualquier cosa?
—Ya habrá tiempo para que hablemos más adelante —dijo él, acariciando su frente—. Por el momento, descansa. Estoy preparándolo todo para llevarte a casa.
Era la segunda vez que mencionaba su casa, pero aún no le había dicho dónde estaba.
—¿Dónde está mi casa?
—Por el momento, en Nueva York. Aunque mi trabajo me obliga a viajar a menudo, tenemos un apartamento aquí. Pero el plan es llevarte a Grecia en cuanto estés lo bastante bien como para viajar.
Todo sonaba tan… impersonal. No había ninguna emoción, ninguna alegría. Era como si estuviese recitando una lección que se había aprendido de memoria.
Como intuyendo que estaba a punto de hacer más preguntas, él se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente.
—Descansa, pedhaki mou, yo tengo que preparar el viaje. El médico me ha dicho que, si todo va bien, te darán el alta en un par de días.
Cuando la puerta de la habitación se cerró, Lyra sintió que una lágrima rodaba por su rostro.
Debería sentirse aliviada porque no estaba sola. Pero la presencia de Attikus Wilder no la había consolado en absoluto. Al contrario, se sentía más
aprensiva que antes, aunque no podría decir por qué.
Cerró los ojos, agotada, y debió quedarse dormida porque una enfermera la despertó para tomarle la tensión.
—Ah, está despierta —sonrió—. Le he traído la cena. ¿Le apetece comer algo?
Ella negó con la cabeza. Pensar en comida la hacía sentir náuseas.
—Deje la bandeja. Yo me encargaré de que coma algo.
Lyra levantó la mirada, sorprendida, al oír la voz de Attikus.
—Es usted muy afortunada por tener un prometido tan atento —sonrió la enfermera antes de salir de la habitación.
Attikus se sentó en una silla, al lado de la cama.
—Deberías comer algo.
—No tengo ganas de comer.
—¿Te molesta mi presencia?
—Pues… —Lyra no pudo terminar la frase.
¿Cómo iba a decirle que sí? Aquel hombre era su prometido, de modo que debía estar enamorada de él. Y, evidentemente, había hecho el amor con el.
Pensar eso hizo que se pusiera colorada.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Estás asustada y es comprensible.
—¿No te disgusta que me des miedo? Francamente, estoy aterrorizada.
—Lo entiendo.
—No recuerdo nada de mi vida. Estoy embarazada y no sé cómo ha ocurrido…
—Deja de angustiarte, Lyra . No me recuerdas, de modo que soy un extraño para ti. Tendré que ganarme tu afecto y tu confianza… poco a poco —dijo él.
—Attikus… —Lyra pronunció su nombre para ver si despertaba algún recuerdo. No le resultaba extraño del todo, pero tampoco recordaba nada. Frustrada, dejó escapar un suspiro.
—¿Sí, pedhaki mou?
—¿Qué me ha pasado? ¿Cómo he llegado aquí? ¿Cómo he perdido la memoria?
Attikus apretó su mano.
—No te preocupes por eso, no debes hacer esfuerzos todavía. El médico ha insistido mucho en eso. Por el momento, lo más importante es que el niño y tú descanséis todo lo posible. Ya irás recordándolo todo.
—Pero…
—Duerme un rato —insistió él, dándole un beso en la frente—. Pronto nos iremos de aquí.
Lyra deseaba que esas palabras la hicieran sentir mejor, pero no era así. Al contrario, cada vez estaba más agitada. Arrugando el ceño, Attikus pulsó el timbre de la enfermera, que llegó unos segundos después.
—No debe tener miedo, señorita Moreno —le dijo, poniendo una mano en su frente—. Ahora está a salvo.
Pero sus palabras tampoco lograron consolarla. ¿Cómo iba a sentirse bien si pronto saldría a un mundo que no conocía, con un hombre que era un extraño para ella?
—Duerme, pedhaki mou. Yo cuidaré de ti.
Curiosamente, Lyra sí encontró cierto consuelo en esas palabras.
Attikus, en la oscura habitación, miraba a Lyra dormir. Su pecho subía y bajaba rítmicamente, pero incluso en sueños tenía el ceño fruncido.
Era tan preciosa como siempre, pensó, con los rizos oscuros extendidos por la almohada. Ahora llevaba el pelo más largo, en lugar de la melenita corta que se movía alrededor de su cara.
Su piel había perdido el brillo, pero sabía que en cuanto recuperase la salud volvería a tener esa tez luminosa que tanto le había gustado siempre. Y sus ojos… recordaba lo brillantes que eran, lo encantadora que resultaba cuando sonreía.
Attikus se apartó de la cama, mascullando una palabrota. Todo había sido un engaño. Lyra nunca había sido feliz con él. Feliz de verdad. Por lo visto, él era incapaz de hacerla feliz. Durante el tiempo que estuvieron juntos lo había traicionado y engañado… a él y a sus hermanos.
Aunque la consideraba su amante, nunca la había colocado en la misma categoría que las otras. Lo que compartía con ella no era mercenario… o eso había creído. Porque, al final, no era más que dinero y traición. Algo a lo que estaba acostumbrado con las mujeres.
Pero aun así la deseaba. Lyra seguía haciendo hervir su sangre, como una adicción contra la que no podía luchar.
Estaba embarazada de su hijo y eso era lo único importante, se dijo. A partir de aquel momento se verían obligados a estar juntos por el niño, su futuro irrevocablemente unido.
Tenía que ofrecerle protección para ella y para el niño, pero nunca confiaría en ella. Lyra calentaría su cama y, si era sincero consigo mismo, debía reconocer que la idea le resultaba muy atractiva.
Pero no le daría nada más.
Dos días después, Lyra, sentada en una silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre sus piernas. Attikus estaba a su lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.Lyra pasó los dedos por el vestido premamá que una de las enfermeras le había dado y estiró la tela sobre el abultado abdomen. Todos habían sido muy amables con ella y temía dejar atrás esa amabilidad para aventurarse en un mundo que desconocía.Tras despedirse del médico y las enfermeras, Attikus empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salieron a la calle, Lyra parpadeó,cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta y Attikus la ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Nueva York.La ciudad le resultaba familiar. Podía recordar algunas tiendas, algunos edificios, pero lo que faltaba era la idea de que aquél era su hogar, su sitio. ¿No había dicho Attikus que vivían allí?Se sentía como un artista frent
A la mañana siguiente, Lyra se comió la tortilla que Atticus le había hecho y luego, siguiendo sus consejos, tomó un zumo de naranja. A pesar de la ansiedad y las inseguridades, era agradable que aquel hombre cuidase de ella. Aunque no estuviera segura de cuál era su sitio en el mundo de Attikus Wilder. Se mostraba solícito con ella, pero al mismo tiempo distante. No sabía si por deferencia a su falta de memoria, para no asustarla, o si así era su relación normalmente. La idea de que su relación con el padre de su hijo fuera así de fría la asustó. Ella no podía haber decidido casarse con alguien que la trataba con simple amabilidad, como si fuera un extraño. Y, sin embargo, eran extraños. Al menos, Attikus lo era para ella. Qué horrible debía ser que su prometida no lo recordase, pensó entonces. Como si nunca hubiera existido. —¿Qué te preocupa, Lyra? —Estaba pensando lo terrible que tiene que ser esta situación para ti. —¿Qué quieres decir? Ella bajó la mirada, tímida de
Durante una hora estuvo buscando información sobre la amnesia, pero las conflictivas opiniones de varios médicos sólo lograron aumentar su jaqueca. De modo que decidió buscar algo sobre Attikus. Era un poco aterrador ver lo rico y poderoso que era su prometido. Sus hermanos y él poseían una de las cadenas hoteleras más importantes del mundo, pero no había mucha información personal. Lyra suspiró, irritada por su cobardía. Lo que debía hacer era preguntarle a él directamente. Al fin y al cabo era su prometida, iban a tener un hijo, iban a casarse. Si pudiera recordar algo de eso… —¿Qué haces? La voz de Attikus la sobresaltó y, cuando levantó la mirada, lo vio en el quicio de la puerta. —Qué susto me has dado. —Te he preguntado qué estás haciendo —repitió él, con expresión furiosa. —Estaba buscando algo sobre la amnesia en Internet —contestó ella—. Pensé que no te importaría que usara tu ordenador. Attikus la miraba con tal expresión de ira… —Lo siento —consiguió decir, levan
Embarazada.A pesar del calor de aquel día de verano, Lyra Moreno sintió un escalofrío en la espalda mientras se dejaba caer sobre el banco del parque, a unas manzanas del atico que compartía con Atticus Wilder.Aunque los rayos del sol calentaban sus manos, estaba temblando. A Avros no le haría gracia su repentina desaparición, pensó. Ni a Atticus cuando el guardaespaldas le contase que le había dado esquinazo. Pero si hubiera ido con él a la consulta del ginecólogo, Atticus habría sabido de su embarazo antes de llegar casa.¿Cómo reaccionaría ante la noticia? A pesar de haber tomado siempre precauciones, estaba embarazada de ocho semanas. Debía haber ocurrido cuando volvió de un viaje por Europa… Atticus se había mostrado insaciable entonces y también ella.Lyra sintió que le ardían las mejillas al recordar la noche en cuestión. Le había hecho el amor incontables veces, murmurando palabras en griego, palabras cálidas, cariñosas, que le encogían el corazón.Luego hizo una mueca al mir
Pero no podía ser. Lyra, su Lyra, ¿era la traidora de la compañía?No podía creerlo, pero estaba allí, delante de sus ojos. La falsa información que el mismo había dejado en su oficina aquella mañana, con la esperanza de encontrar a la persona que estaba vendiendo secretos de la compañía a la competencia.De repente, todo quedó claro. Los planos habían empezado a desaparecer cuando Lyra se mudó al ático con él. Ya no trabajaba en su empresa, pero incluso cuando la convenció para que dejase su puesto con el objetivo de tenerla sólo para él, tenía libre acceso a su despacho…Qué idiota había sido.Entonces recordó la llamada de Avros unas horas antes. En el momento sólo le había parecido un asunto irritante del que pensaba hablar con Lyra cuando la viese. Iba a darle una charla sobre la importancia de la seguridad y sobre lo de no salir a la calle sin un guardaespaldas cuando en realidad era él quien no estaba a salvo con ella. Según Avros, Lyra había ido a su oficina y luego había desap