Capitulo 4

Dos días después, Lyra, sentada en una silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre sus piernas. Attikus estaba a su lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.

Lyra pasó los dedos por el vestido premamá que una de las enfermeras le había dado y estiró la tela sobre el abultado abdomen. Todos habían sido muy amables con ella y temía dejar atrás esa amabilidad para aventurarse en un mundo que desconocía.

Tras despedirse del médico y las enfermeras, Attikus empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salieron a la calle, Lyra parpadeó,

cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta y Attikus la ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Nueva York.

La ciudad le resultaba familiar. Podía recordar algunas tiendas, algunos edificios, pero lo que faltaba era la idea de que aquél era su hogar, su sitio. ¿No había dicho Attikus que vivían allí?

Se sentía como un artista frente a un lienzo en blanco, pero sin la habilidad de pintar retrato alguno.

Diez minutos después, la limusina se detuvo frente a un moderno y lujoso rascacielos que no despertó en ella ningún recuerdo. Pero cuando se abrieron las

puertas del ascensor, durante un momento brevísimo fue como si estuviera a punto de recordar, a punto de rasgar el velo oscuro que la apartaba de su pasado…

—¿Qué ocurre?

—He hecho esto antes.

—¿Te acuerdas?

Lyra negó con la cabeza.

—No, pero me resulta familiar. Sé que he estado aquí.

—Aquí es donde vivimos… durante muchos meses. Es natural que lo recuerdes.

Lyra arrugó el ceño. Lo había dicho de una forma extraña… o eso le parecía.

¿No vivían allí cuando tuvo el accidente que le hizo perder la memoria?

—Entra, ya hemos llegado.

Para su sorpresa, fueron recibidos por una mujer; una joven y atractiva rubia pue puso una mano en el brazo de Attikus en un gesto que a Lyra le resultó

demasiado familiar.

—Bienvenido a casa, señor Wilder. He dejado todos los contratos que necesitan su firma sobre el escritorio del estudio. Y también me he tomado la libertad de pedir la cena.

Después de decir eso miró a Lyra de arriba abajo, una mirada que la hizo sentir pequeña e insignificante.

—Gracias, pero no deberías haberte molestado. Lyra, te presento a Rosyn Chambers, mi ayudante personal.

—Encantada de volver a verla, señorita Moreno. Hace meses que no nos veíamos…

—Rosyn —la interrumpió Attikus , con un tono que le pareció de advertencia.

Lyra miró de uno a otro, sin entender. ¿La mujer se movía por el apartamento como si fuera allí todos los días y, sin embargo, no la había visto en varios meses?

—Imagino que tendrán muchas cosas que contarse, así que me voy —dijo Rosyn, con una sonrisa—. Llámeme si necesita algo y vendré enseguida.

—Gracias.

La rubia se alejó, sus elegantes tacones repiqueteando sobre el suelo de mármol italiano.

Lyra se daba cuenta de que allí pasaba algo raro, pero no quería preguntar. Lo haría en otro momento, cuando se sintiera más segura. Aunque no sabía si algún día se sentiría más segura.

—Deberías irte a la cama.

—No, estoy harta de estar en la cama.

—Entonces deberías tumbarte en el sofá. Te llevaré una bandeja con algo de comer.

Comer, descansar, comer. Ese parecía ser el único objetivo de Attikus. Suspirando, Lyra dejó que la llevase al sofá y la cubriese con una manta.

Se mostraba reservado, casi distante, pensó. Pero imaginó que si fuera al revés, si él la hubiese olvidado, tampoco ella sabría bien qué hacer.

Attikus salió de la habitación y volvió unos minutos después con una bandeja.

—Tu ayudante ha dicho que había dejado trabajo para ti.

—El trabajo puede esperar.

—¿Y qué piensas hacer, mirarme mientras duermo? Estoy bien, de verdad. No puedes estar pendiente de mí veinticuatro horas al día. Si hay algo que necesita tu atención, por favor no dudes en hacerlo.

Attikus la miró entonces, indeciso.

—La verdad es que tengo cosas que hacer antes de irnos de Nueva York.

—Cuándo nos vamos? —preguntó ella.

—Había pensado que nos quedásemos aquí unos días, hasta que te recuperes.

Luego iremos en mi jet a Grecia y un helicóptero nos llevará a la isla. Mi gente está preparando ya nuestra llegada.

Lyra miró alrededor, un poco sorprendida por tanto lujo.

—¿Eres… millonario?

—Mi familia posee una cadena de hoteles.

El apellido Wilder flotaba en su memoria, o en lo que quedaba de ella.

Celebridades, miembros de la realeza, algunas de las personas más ricas del mundo

Se alojaban en el Imperial Park, en el centro de la ciudad. Pero él no podía ser ese Wilder… ¿o sí?

Los Wilder eran la familia de hoteleros más famosa del mundo.

—¿Y cómo… cómo nos conocimos tú y yo?

¿Pertenecía ella también a una familia de millonarios? No era capaz de recordar nada…

—Descansa ahora, pedhaki mou —murmuró Attikus , al verla nerviosa.

Lyra cerró los ojos. Pensar le dolía. Intentar recordar algo la dejaba sin fuerzas.

Attikus echó un vistazo a la lista de mensajes y enseguida apartó uno de su hermano Theron. También había otro de su otro hermano menor, Pierson.

No podía esperar mucho tiempo para contestar porque ya habrían recibido su mensaje y debían estar perplejos. ¿Cómo iba a explicarles aquello? ¿Cómo iba a explicarles que se llevaba a Grecia a la mujer que había intentado arruinarlos?

Haciendo una mueca, levanto el teléfono para llamar a Theron.

—¡Attikus , por fin! Estaba a punto de tomar un avión para que me contases qué está pasando.

—Sí, bueno…

—Espera un momento, voy a llamar a Pierson, así no tendrás que explicarlo dos veces. Sé que Pierson está tan interesado en la explicación como yo.

—¿Desde cuándo tengo que darle explicaciones a mi hermano pequeño?

Theron rió mientras escuchaban la señal de llamada.

—¿Se puede saber qué está pasando? —fue el saludo de su hermano—. He recibido tu mensaje y no entiendo nada.

—Parece que tanto Theron como tú vais a ser tíos —dijo Attikus .

Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos.

—¿Estás seguro de que es tuyo? —preguntó Theron por fin.

Attikus hizo una mueca.

—Está embarazada de cinco meses y hace tres meses yo era el único hombre con el que se acostaba. Eso lo sé con toda seguridad.

—¿Cómo sabías que nos estaba robando? —replicó su hermano menor.

—Cállate, Pierson —lo regañó Theron—. Lo importante ahora es qué vas a hacer. Evidentemente, no puedes confiar en ella.

—Hay una complicación —suspiró Attikus —. Lyra no recuerda nada.

—Muy conveniente, ¿no te parece? —intervino Piersom.

—Te tiene agarrado por el cuello —dijo Theron.

—También a mí me parecía increíble al principio —admitió él—. Pero la he visto. Está aquí, en… nuestro apartamento. La amnesia es real, os lo aseguro.

Era imposible que fingiera esa vulnerabilidad, ese miedo, esa confusión. Y saber que estaba sufriendo le dolía… aunque no debería ser así. También ella lo había hecho sufrir.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Theron.

—Nos iremos a la isla en cuanto se encuentre un poco mejor. Allí podrá recuperarse y los periodistas no nos molestaran.

—¿No puedes llevarla a algún sitio hasta que nazca el niño y luego librarte de ella? —exclamó Pierson—. Perdimos millones de dólares por su culpa y ahora nuestros hoteles los está levantando la competencia.

Lo que no dijo, pero Attikus lo sabía, era que habían perdido los contratos porque él había estado cegado por la mujer con la que se acostaba. Era tanto culpa suya como de Lyra. Había decepcionado a sus hermanos de la peor manera.

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