Dos días después, Lyra, sentada en una silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre sus piernas. Attikus estaba a su lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.
Lyra pasó los dedos por el vestido premamá que una de las enfermeras le había dado y estiró la tela sobre el abultado abdomen. Todos habían sido muy amables con ella y temía dejar atrás esa amabilidad para aventurarse en un mundo que desconocía.
Tras despedirse del médico y las enfermeras, Attikus empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salieron a la calle, Lyra parpadeó,
cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta y Attikus la ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Nueva York.
La ciudad le resultaba familiar. Podía recordar algunas tiendas, algunos edificios, pero lo que faltaba era la idea de que aquél era su hogar, su sitio. ¿No había dicho Attikus que vivían allí?
Se sentía como un artista frente a un lienzo en blanco, pero sin la habilidad de pintar retrato alguno.
Diez minutos después, la limusina se detuvo frente a un moderno y lujoso rascacielos que no despertó en ella ningún recuerdo. Pero cuando se abrieron las
puertas del ascensor, durante un momento brevísimo fue como si estuviera a punto de recordar, a punto de rasgar el velo oscuro que la apartaba de su pasado…
—¿Qué ocurre?
—He hecho esto antes.
—¿Te acuerdas?
Lyra negó con la cabeza.
—No, pero me resulta familiar. Sé que he estado aquí.
—Aquí es donde vivimos… durante muchos meses. Es natural que lo recuerdes.
Lyra arrugó el ceño. Lo había dicho de una forma extraña… o eso le parecía.
¿No vivían allí cuando tuvo el accidente que le hizo perder la memoria?
—Entra, ya hemos llegado.
Para su sorpresa, fueron recibidos por una mujer; una joven y atractiva rubia pue puso una mano en el brazo de Attikus en un gesto que a Lyra le resultó
demasiado familiar.
—Bienvenido a casa, señor Wilder. He dejado todos los contratos que necesitan su firma sobre el escritorio del estudio. Y también me he tomado la libertad de pedir la cena.
Después de decir eso miró a Lyra de arriba abajo, una mirada que la hizo sentir pequeña e insignificante.
—Gracias, pero no deberías haberte molestado. Lyra, te presento a Rosyn Chambers, mi ayudante personal.
—Encantada de volver a verla, señorita Moreno. Hace meses que no nos veíamos…
—Rosyn —la interrumpió Attikus , con un tono que le pareció de advertencia.
Lyra miró de uno a otro, sin entender. ¿La mujer se movía por el apartamento como si fuera allí todos los días y, sin embargo, no la había visto en varios meses?
—Imagino que tendrán muchas cosas que contarse, así que me voy —dijo Rosyn, con una sonrisa—. Llámeme si necesita algo y vendré enseguida.
—Gracias.
La rubia se alejó, sus elegantes tacones repiqueteando sobre el suelo de mármol italiano.
Lyra se daba cuenta de que allí pasaba algo raro, pero no quería preguntar. Lo haría en otro momento, cuando se sintiera más segura. Aunque no sabía si algún día se sentiría más segura.
—Deberías irte a la cama.
—No, estoy harta de estar en la cama.
—Entonces deberías tumbarte en el sofá. Te llevaré una bandeja con algo de comer.
Comer, descansar, comer. Ese parecía ser el único objetivo de Attikus. Suspirando, Lyra dejó que la llevase al sofá y la cubriese con una manta.
Se mostraba reservado, casi distante, pensó. Pero imaginó que si fuera al revés, si él la hubiese olvidado, tampoco ella sabría bien qué hacer.
Attikus salió de la habitación y volvió unos minutos después con una bandeja.
—Tu ayudante ha dicho que había dejado trabajo para ti.
—El trabajo puede esperar.
—¿Y qué piensas hacer, mirarme mientras duermo? Estoy bien, de verdad. No puedes estar pendiente de mí veinticuatro horas al día. Si hay algo que necesita tu atención, por favor no dudes en hacerlo.
Attikus la miró entonces, indeciso.
—La verdad es que tengo cosas que hacer antes de irnos de Nueva York.
—Cuándo nos vamos? —preguntó ella.
—Había pensado que nos quedásemos aquí unos días, hasta que te recuperes.
Luego iremos en mi jet a Grecia y un helicóptero nos llevará a la isla. Mi gente está preparando ya nuestra llegada.
Lyra miró alrededor, un poco sorprendida por tanto lujo.
—¿Eres… millonario?
—Mi familia posee una cadena de hoteles.
El apellido Wilder flotaba en su memoria, o en lo que quedaba de ella.
Celebridades, miembros de la realeza, algunas de las personas más ricas del mundo
Se alojaban en el Imperial Park, en el centro de la ciudad. Pero él no podía ser ese Wilder… ¿o sí?
Los Wilder eran la familia de hoteleros más famosa del mundo.
—¿Y cómo… cómo nos conocimos tú y yo?
¿Pertenecía ella también a una familia de millonarios? No era capaz de recordar nada…
—Descansa ahora, pedhaki mou —murmuró Attikus , al verla nerviosa.
Lyra cerró los ojos. Pensar le dolía. Intentar recordar algo la dejaba sin fuerzas.
Attikus echó un vistazo a la lista de mensajes y enseguida apartó uno de su hermano Theron. También había otro de su otro hermano menor, Pierson.
No podía esperar mucho tiempo para contestar porque ya habrían recibido su mensaje y debían estar perplejos. ¿Cómo iba a explicarles aquello? ¿Cómo iba a explicarles que se llevaba a Grecia a la mujer que había intentado arruinarlos?
Haciendo una mueca, levanto el teléfono para llamar a Theron.
—¡Attikus , por fin! Estaba a punto de tomar un avión para que me contases qué está pasando.
—Sí, bueno…
—Espera un momento, voy a llamar a Pierson, así no tendrás que explicarlo dos veces. Sé que Pierson está tan interesado en la explicación como yo.
—¿Desde cuándo tengo que darle explicaciones a mi hermano pequeño?
Theron rió mientras escuchaban la señal de llamada.
—¿Se puede saber qué está pasando? —fue el saludo de su hermano—. He recibido tu mensaje y no entiendo nada.
—Parece que tanto Theron como tú vais a ser tíos —dijo Attikus .
Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos.
—¿Estás seguro de que es tuyo? —preguntó Theron por fin.
Attikus hizo una mueca.
—Está embarazada de cinco meses y hace tres meses yo era el único hombre con el que se acostaba. Eso lo sé con toda seguridad.
—¿Cómo sabías que nos estaba robando? —replicó su hermano menor.
—Cállate, Pierson —lo regañó Theron—. Lo importante ahora es qué vas a hacer. Evidentemente, no puedes confiar en ella.
—Hay una complicación —suspiró Attikus —. Lyra no recuerda nada.
—Muy conveniente, ¿no te parece? —intervino Piersom.
—Te tiene agarrado por el cuello —dijo Theron.
—También a mí me parecía increíble al principio —admitió él—. Pero la he visto. Está aquí, en… nuestro apartamento. La amnesia es real, os lo aseguro.
Era imposible que fingiera esa vulnerabilidad, ese miedo, esa confusión. Y saber que estaba sufriendo le dolía… aunque no debería ser así. También ella lo había hecho sufrir.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Theron.
—Nos iremos a la isla en cuanto se encuentre un poco mejor. Allí podrá recuperarse y los periodistas no nos molestaran.
—¿No puedes llevarla a algún sitio hasta que nazca el niño y luego librarte de ella? —exclamó Pierson—. Perdimos millones de dólares por su culpa y ahora nuestros hoteles los está levantando la competencia.
Lo que no dijo, pero Attikus lo sabía, era que habían perdido los contratos porque él había estado cegado por la mujer con la que se acostaba. Era tanto culpa suya como de Lyra. Había decepcionado a sus hermanos de la peor manera.
A la mañana siguiente, Lyra se comió la tortilla que Atticus le había hecho y luego, siguiendo sus consejos, tomó un zumo de naranja. A pesar de la ansiedad y las inseguridades, era agradable que aquel hombre cuidase de ella. Aunque no estuviera segura de cuál era su sitio en el mundo de Attikus Wilder. Se mostraba solícito con ella, pero al mismo tiempo distante. No sabía si por deferencia a su falta de memoria, para no asustarla, o si así era su relación normalmente. La idea de que su relación con el padre de su hijo fuera así de fría la asustó. Ella no podía haber decidido casarse con alguien que la trataba con simple amabilidad, como si fuera un extraño. Y, sin embargo, eran extraños. Al menos, Attikus lo era para ella. Qué horrible debía ser que su prometida no lo recordase, pensó entonces. Como si nunca hubiera existido. —¿Qué te preocupa, Lyra? —Estaba pensando lo terrible que tiene que ser esta situación para ti. —¿Qué quieres decir? Ella bajó la mirada, tímida de
Durante una hora estuvo buscando información sobre la amnesia, pero las conflictivas opiniones de varios médicos sólo lograron aumentar su jaqueca. De modo que decidió buscar algo sobre Attikus. Era un poco aterrador ver lo rico y poderoso que era su prometido. Sus hermanos y él poseían una de las cadenas hoteleras más importantes del mundo, pero no había mucha información personal. Lyra suspiró, irritada por su cobardía. Lo que debía hacer era preguntarle a él directamente. Al fin y al cabo era su prometida, iban a tener un hijo, iban a casarse. Si pudiera recordar algo de eso… —¿Qué haces? La voz de Attikus la sobresaltó y, cuando levantó la mirada, lo vio en el quicio de la puerta. —Qué susto me has dado. —Te he preguntado qué estás haciendo —repitió él, con expresión furiosa. —Estaba buscando algo sobre la amnesia en Internet —contestó ella—. Pensé que no te importaría que usara tu ordenador. Attikus la miraba con tal expresión de ira… —Lo siento —consiguió decir, levan
Embarazada.A pesar del calor de aquel día de verano, Lyra Moreno sintió un escalofrío en la espalda mientras se dejaba caer sobre el banco del parque, a unas manzanas del atico que compartía con Atticus Wilder.Aunque los rayos del sol calentaban sus manos, estaba temblando. A Avros no le haría gracia su repentina desaparición, pensó. Ni a Atticus cuando el guardaespaldas le contase que le había dado esquinazo. Pero si hubiera ido con él a la consulta del ginecólogo, Atticus habría sabido de su embarazo antes de llegar casa.¿Cómo reaccionaría ante la noticia? A pesar de haber tomado siempre precauciones, estaba embarazada de ocho semanas. Debía haber ocurrido cuando volvió de un viaje por Europa… Atticus se había mostrado insaciable entonces y también ella.Lyra sintió que le ardían las mejillas al recordar la noche en cuestión. Le había hecho el amor incontables veces, murmurando palabras en griego, palabras cálidas, cariñosas, que le encogían el corazón.Luego hizo una mueca al mir
Pero no podía ser. Lyra, su Lyra, ¿era la traidora de la compañía?No podía creerlo, pero estaba allí, delante de sus ojos. La falsa información que el mismo había dejado en su oficina aquella mañana, con la esperanza de encontrar a la persona que estaba vendiendo secretos de la compañía a la competencia.De repente, todo quedó claro. Los planos habían empezado a desaparecer cuando Lyra se mudó al ático con él. Ya no trabajaba en su empresa, pero incluso cuando la convenció para que dejase su puesto con el objetivo de tenerla sólo para él, tenía libre acceso a su despacho…Qué idiota había sido.Entonces recordó la llamada de Avros unas horas antes. En el momento sólo le había parecido un asunto irritante del que pensaba hablar con Lyra cuando la viese. Iba a darle una charla sobre la importancia de la seguridad y sobre lo de no salir a la calle sin un guardaespaldas cuando en realidad era él quien no estaba a salvo con ella. Según Avros, Lyra había ido a su oficina y luego había desap
Tres meses despuésAttikus estaba en su apartamento, pensativo. Debería estar tranquilo ahora que no había ningún problema para su compañía, pero saber por qué no era muy consolador. Suspirando, miró el montón de documentos que tenía frente a él, las noticias en televisión como ruido de fondo.Su parada en Nueva York iba a ser corta. Al día siguiente se iría a Londres con su hermano Theron para inaugurar un nuevo hotel de lujo… un hotel que no se habría construido si Lyra se hubiera salido con la suya.Attikus sonrió, irónico. El presidente Internacional, manipulado y robado por una mujer.Por su culpa, sus hermanos y él habían perdido dos proyectos, que se había llevado la competencia, antes de descubrir su traición.Debería haberla denunciado a las autoridades, pero estaba demasiado sorprendido, demasiado débil como para hacer tal cosa.No había tirado sus pertenencias, pensando que algún día iría a buscarlas… y quizá una parte de él esperaba que así fuera para preguntarle por qué lo