La sombra de la duda

Los días en el hospital continuaban, y Sofía comenzaba a sentir una conexión cada vez más profunda con Alessandro, aunque seguían siendo encuentros breves y formales. Sin embargo, cada conversación entre ellos dejaba una sensación de algo más, algo que ni siquiera ella podía definir del todo.

Una tarde, mientras salía del cuarto de su hermana para tomar un respiro, se encontró con la doctora Clara De Luca, quien también estaba a cargo del caso de su hermana. Clara se le acercó con su típica sonrisa profesional, pero había algo en sus ojos que no encajaba con su tono amigable.

—Sofía, he estado observando —comenzó Clara, adoptando un aire confidencial mientras caminaban juntas por el pasillo—. Y no he podido evitar notar lo cercanos que tú y Alessandro se han vuelto. Eso no es algo que pase todos los días.

Sofía se tensó ante el comentario. Sabía que había habido cierta conexión entre ella y Alessandro, pero no había nada concreto. ¿A qué se refería Clara?

—No sé a qué te refieres —dijo Sofía, tratando de mantener la calma, aunque las palabras de Clara la hicieron sentir un tanto expuesta.

Clara sonrió con una mezcla de lástima y diversión, como si supiera algo que Sofía no.

—Vamos, no te hagas la desentendida —continuó Clara, su tono cada vez más incisivo—. He visto cómo le sonríes, cómo le hablas. Y Alessandro, bueno... no es del tipo que se abre fácilmente. Pero no te confundas. No te hagas ilusiones, Sofía. Hay un abismo entre ustedes dos que jamás podrás cruzar.

Sofía frunció el ceño, sorprendida y a la vez incómoda. No esperaba que alguien, mucho menos Clara, hiciera ese tipo de insinuaciones.

—¿Ilusiones? No entiendo de qué estás hablando —dijo Sofía, su voz algo más firme.

Clara se detuvo y la miró directamente, sus ojos brillando con una mezcla de envidia y desdén.

—He visto cómo lo miras, cómo le sonríes. Sé lo que eso significa. Pero déjame decirte algo, Sofía: Alessandro no es para ti. Él pertenece a otro mundo, uno en el que tú no encajas. Te lo digo por tu propio bien... no te hagas ilusiones. Él puede ser encantador, pero hay cosas en su vida que tú no podrías ni empezar a entender. No te quemes en ese fuego.

Las palabras de Clara eran como un veneno que se infiltraba lentamente en la mente de Sofía. No sabía qué responder. ¿Acaso había estado actuando de esa manera sin darse cuenta? ¿De verdad se estaba haciendo ilusiones con Alessandro?

Clara, viendo el efecto de sus palabras, dio un paso atrás, satisfecha.

—Solo quería advertirte. No quiero verte salir lastimada, eso es todo —añadió con una sonrisa falsa antes de alejarse por el pasillo.

Sofía se quedó en el mismo lugar, con el corazón acelerado y la mente llena de dudas. ¿Había algo más entre ella y Alessandro? Y si lo había, ¿acaso todo lo que Clara decía era cierto? ¿Había un abismo entre ellos que jamás podrían superar?

Las luces del hospital parpadeaban de manera intermitente mientras Sofía caminaba por el pasillo, su mente dividida entre la preocupación por su hermana y la incertidumbre económica que comenzaba a devorarla. Sabía que el tratamiento de miocardiopatía restrictiva era costoso, pero no había imaginado cuánto hasta que las facturas empezaron a llegar.

Aún recordaba la llamada de esa mañana con sus padres. Sus palabras frías resonaban en su cabeza.

—Sofía, no podemos seguir con esto —le había dicho su madre, con la misma frialdad con la que siempre había manejado sus problemas—. El costo del tratamiento es ridículamente alto. Quizás... sea mejor dejar que pase lo que tenga que pasar.

Sofía apretó los puños, sintiendo la rabia arremolinándose en su pecho. ¿Cómo podían sus propios padres ser tan insensibles? Sabía que no estaban en la mejor situación económica, pero también sabía que no era imposible ayudar. Habían dejado claro, una vez más, que ella y su hermana no eran su prioridad.

Mientras se sumergía en sus pensamientos, una voz profunda la sacó de su ensoñación.

—¿Sofía? ¿Estás bien?

Alessandro estaba allí, a pocos pasos de ella, con esa presencia imponente que siempre lograba detener el mundo a su alrededor. Había algo en su mirada que no había visto antes, una preocupación genuina que la desarmaba.

—Estoy... bien —respondió, aunque era una mentira evidente. Sofía no tenía fuerzas para fingir.

Alessandro se acercó un poco más, estudiándola con esos ojos oscuros que parecían ver más allá de su coraza. Sabía que algo estaba mal, y esta vez no iba a dejarlo pasar.

—No pareces bien —dijo, su tono firme pero suave—. Si hay algo que pueda hacer...

Sofía sacudió la cabeza, sintiendo cómo una oleada de emociones amenazaba con desbordarse. No quería parecer débil frente a él, no quería que la viera como alguien que no podía manejar la situación. Pero la presión era demasiada.

—Es el tratamiento —dijo finalmente, su voz quebrándose—. Es demasiado costoso. Mis padres... no van a ayudar. Ellos piensan que es inútil seguir con todo esto.

Alessandro permaneció en silencio por un momento, asimilando lo que Sofía acababa de decir. Su rostro, generalmente serio y controlado, mostraba ahora una mezcla de sorpresa y algo más profundo. Sabía lo que era enfrentarse a una situación así, la desesperación de ver a alguien que amas al borde del abismo, mientras el mundo alrededor parecía hacer oídos sordos.

—Lo siento mucho, Sofía —dijo, su voz baja pero cargada de sinceridad—. Debe ser devastador para ti enfrentarte a esto sola.

Sofía lo miró, sorprendida por lo mucho que esas simples palabras le afectaban. Alessandro no solo estaba ahí como médico, sino como alguien que entendía su dolor, que estaba dispuesto a escucharla sin juzgarla.

—No sé qué voy a hacer —admitió, permitiendo que por fin las lágrimas comenzaran a rodar por sus mejillas—. No puedo perderla.

Alessandro, rompiendo la distancia habitual entre ellos, dio un paso adelante y le puso una mano en el hombro. El gesto fue tan inesperado como reconfortante, un acto de humanidad que Sofía no esperaba de él. Sintió el calor de su toque, y por un momento, el peso de la carga se hizo un poco más liviano.

—Vamos a encontrar una solución —dijo, su voz firme pero suave—. No estás sola en esto.

Sofía levantó la vista, encontrándose con esos ojos que ahora revelaban más de lo que Alessandro probablemente quería mostrar. Había algo en él, algo que iba más allá del simple deber como médico. Algo que la hacía sentir que, quizás, él entendía mejor de lo que dejaba ver.

Y en ese momento, entre la preocupación por su hermana y la presión económica, Sofía sintió que, por primera vez, no estaba tan sola. Pero a pesar de eso, las palabras de Clara seguían resonando en su mente: No te hagas ilusiones.

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