Sofía estaba sentada en la habitación del hospital, su mente agotada por la presión del tratamiento y la frialdad de sus padres. El teléfono sonó, sacándola de sus pensamientos. Al ver el número desconocido, dudó un momento antes de contestar.
—¿Sofía? —la voz del otro lado era gruesa, con un tono que le resultaba desagradablemente familiar—. Soy Raúl, ¿me recuerdas?
Sofía sintió una oleada de repulsión al reconocer esa voz. Raúl, el amigo de su padrastro. Un hombre de mediana edad cuya presencia siempre la había incomodado. Recordaba perfectamente sus miradas lujuriosas desde que era una adolescente.
—¿Raúl? —dijo, su voz tensa—. ¿Qué quieres?
Él soltó una risa áspera, casi burlona, como si la pregunta lo divirtiera.
—He escuchado que estás en un problemita con la salud de tu hermana. Y bueno... también escuché que tus padres no están dispuestos a ayudarte —dijo con un tono que destilaba malicia—. Pero no te preocupes, querida. Yo podría hacerme cargo de todo. Claro, siempre y cuando... tú también hagas algo por mí.
Sofía sintió una náusea repentina. Sabía que Raúl no era de los que ofrecían ayuda desinteresadamente, pero escuchar esa insidia salir directamente de su boca fue como un puñetazo en el estómago.
—No necesito tu ayuda —dijo, intentando mantener la calma, aunque el asco comenzaba a apoderarse de ella.
Raúl soltó una carcajada, esta vez más profunda, cargada de una perversión que hacía que la piel de Sofía se erizara.
—Vamos, Sofía, no seas ingenua —dijo con un tono más bajo, casi susurrante—. Sé que lo estás pasando mal. ¿Por qué seguir sufriendo si podrías... resolverlo tan fácil? Todo lo que tienes que hacer es ser un poco... amable conmigo. Sabes, siempre te he tenido echado el ojo. Eres una chica preciosa, y ahora que te veo más mujer, más madura, no puedo evitar desearte más que nunca. No tienes idea de cuánto tiempo he estado esperando este momento.
Sofía sintió cómo su cuerpo se tensaba con cada palabra, la repulsión creciendo con cada insinuación.
—Lo único que te pido es que seas... generosa conmigo. Sé que podrías hacerme muy feliz. Y yo, a cambio, podría encargarme de todo —dijo, su tono volviéndose más lascivo—. Imagina lo fácil que sería. Una noche... o dos... conmigo, y todos tus problemas desaparecerían. Nadie tiene por qué enterarse. ¿Qué dices, preciosa?
Sofía sentía que el aire se le escapaba. La asquerosa propuesta de Raúl la dejó sin palabras. ¿Cómo podía siquiera pensar que ella aceptaría algo tan repugnante?
—Mis padres... —intentó decir, pero Raúl la interrumpió, ahora más directo que nunca.
—Tus padres ya saben. Están de acuerdo. ¿Qué esperabas? —rió con una burla escalofriante—. Para ellos, esto es una buena oportunidad. Todos ganan. Tú, yo... y ellos.
Sofía colgó el teléfono de golpe, incapaz de seguir escuchando. Se levantó rápidamente de la silla, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar, no solo de rabia, sino de pura desesperación. Sus propios padres estaban dispuestos a entregarla a cambio de dinero. Y ahora, el único camino que parecía quedarle estaba manchado por la vileza de un hombre que siempre había querido aprovecharse de ella
El eco de la conversación con Raúl aún retumbaba en la mente de Sofía mientras caminaba de un lado a otro en la sala del hospital. La rabia se acumulaba dentro de ella como una tormenta lista para estallar. No solo había tenido que soportar la propuesta asquerosa de Raúl, sino que, al parecer, sus propios padres estaban de acuerdo con ese monstruoso plan.No podía seguir aguantando más. Tomó el teléfono y llamó a casa. Esta vez, no iba a dejar que sus padres se escondieran tras su habitual indiferencia. El teléfono sonó varias veces antes de que la familiar voz distante de su madre contestara.—Sofía, ¿qué pasa? —dijo su madre, con ese tono que siempre usaba cuando no quería molestarse en fingir interés.Sofía respiró profundamente, conteniendo la furia que ardía en su pecho.—Hablé con Raúl —dijo finalmente, su voz temblando—. Me ofreció "ayuda" para pagar el tratamiento. Y dijo que ustedes están de acuerdo con eso.Hubo un silencio en la línea. Un segundo interminable que confirmó l
Sofía salió del hospital como un autómata, sin saber bien hacia dónde iba. Sus pensamientos giraban alrededor de la traición de sus padres, y el peso de la conversación la aplastaba. No les importamos, nunca les importamos, se repetía una y otra vez. Sentía como si el mundo se estuviera derrumbando bajo sus pies, y la única respuesta que le ofrecían era vender su dignidad a cambio de dinero.Cuando se dio cuenta, estaba en uno de los jardines del hospital, buscando un lugar para desahogar las lágrimas que llevaba tanto tiempo conteniendo. Se sentó en un banco, escondiendo su rostro entre sus manos, y dejó que el llanto la invadiera. Las lágrimas corrían libremente, llenas de impotencia y dolor.No sabía cuánto tiempo había pasado llorando cuando una voz profunda la sacó de su aislamiento.—Sofía... ¿Estás bien?Levantó la vista lentamente, sus ojos rojos y llenos de lágrimas se encontraron con los de Alessandro. Él estaba allí, mirándola con una mezcla de preocupación y algo más profu
Sofía dejó que las palabras de Alessandro flotaran en el aire, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una pequeña chispa de consuelo en su desgarradora realidad. Sin embargo, su vida estaba llena de responsabilidades y cargas que iba más allá de su situación familiar.—No sé cómo voy a manejar todo esto —susurró, sintiendo que la desesperación volvía a apoderarse de ella—. Mi trabajo... no es suficiente.Alessandro la miró con curiosidad. Hasta ese momento, no sabía mucho sobre la vida laboral de Sofía, pero estaba claro que había algo más detrás de sus palabras.—¿Qué quieres decir? —preguntó, inclinándose hacia ella, mostrando un interés genuino.Sofía suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto cansado. Era una abogada, una profesional que había soñado con hacer una diferencia en el mundo. Pero en la sociedad en la que vivía, donde las influencias y las conexiones valían más que el esfuerzo y la dedicación, su título no significaba mucho sin las personas adecuadas abrie
El silencio del jardín envolvía a Sofía y Alessandro, mientras las palabras quedaban suspendidas en el aire. Habían compartido más en esos últimos minutos de lo que jamás habían imaginado. Sofía, vulnerable, había dejado caer su coraza, mostrándole a Alessandro lo profundamente herida que estaba, no solo por la situación de su hermana, sino por la injusticia que la rodeaba. Y Alessandro, por primera vez en años, sintió que sus propios muros comenzaban a desmoronarse.—No tienes que hacer esto sola —murmuró Alessandro, su voz suave mientras observaba su rostro marcado por el llanto.Instintivamente, sin pensar en las consecuencias, Alessandro alzó la mano y comenzó a acariciar su cabello. El gesto fue tan delicado como inesperado, y Sofía, aún inmersa en su dolor, no se apartó. Era como si el contacto de Alessandro trajera un consuelo que tanto había necesitado.Alessandro, movido por un impulso que ni él mismo comprendía, dejó que sus dedos rozaran su rostro, limpiando las lágrimas qu
La noche se sentía densa mientras Sofía corría por los pasillos del hospital, intentando huir del torbellino de emociones que la consumía. El contacto de los labios de Alessandro con los suyos seguía quemándole la piel. ¿Cómo había llegado a este punto? En su mente, todo lo que Clara le había dicho hacía eco, una y otra vez, golpeando sus ya frágiles defensas. Hay un abismo entre nosotros, pensó.Se detuvo frente a una ventana, observando cómo las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, sintiéndose más pequeña e indefensa que nunca. Su vida siempre había sido una lucha, y ahora que su corazón empezaba a abrirse hacia Alessandro, no sabía si era capaz de lidiar con el caos que eso implicaba. Las palabras de su madre, la traición de su padrastro y la tentadora oferta de Raúl seguían revoloteando en su mente. Todo se estaba desmoronando.Mientras tanto, Alessandro se quedó inmóvil en el jardín, incapaz de procesar lo que acababa de hacer. El beso había sido un impulso, una necesidad que
Mientras caminaba por los pasillos del hospital, Sofía no podía evitar sentir cómo el peso de su pasado seguía acechándola, como una sombra persistente. Cada vez que intentaba dejarlo atrás, algo la empujaba a recordarlo, especialmente ahora, después del confuso beso con Alessandro.¿Cómo iba a confiar en alguien otra vez? Las cicatrices de su pasado amoroso aún estaban frescas, y a pesar del tiempo que había pasado, el dolor no se había desvanecido del todo.Años atrás, Sofía había creído en el amor, con toda la pureza y la esperanza de quien se deja llevar por las promesas de un hombre que parecía perfecto. Julián, su exnovio, había sido encantador desde el principio. La llenó de ilusiones, le prometió un futuro lleno de felicidad, el cielo y la tierra, como solía decirle en tono cariñoso. Durante un tiempo, pensó que había encontrado al hombre con el que compartiría su vida.Pero todo se desmoronó cuando, un día, mientras trabajaba en su antiguo empleo, mejor remunerado y mucho men
Los días continuaban siendo una mezcla de agotamiento y desesperación para Sofía. El ambiente opresivo de su trabajo la ahogaba más con cada jornada. Las humillaciones constantes por parte de su jefe, el señor Reyes, y la manera en que sus compañeros la cargaban con más y más trabajo la estaban destruyendo. Su vida se había convertido en un ciclo interminable de jornadas extenuantes, lágrimas ocultas y un peso insoportable en su pecho.Era ya tarde cuando Sofía salió del bufete, con las luces del edificio apagándose a su paso. Su cuerpo estaba tan agotado como su mente, pero había algo peor que enfrentarse a las interminables horas de trabajo: el acoso constante de Raúl.Cuando salió a la calle, lo vio allí, esperando de nuevo. Raúl, con su sonrisa torcida, recargado en su coche de lujo, como si cada día fuera un juego para él.—Preciosa —dijo, acercándose con la familiar lascivia en su voz—. Sabes que eventualmente dirás que sí. ¿Por qué sigues resistiéndote? Sabes que puedo solucion
El hospital estaba en silencio, pero dentro de Sofía, las emociones eran un torbellino. Las imágenes de Alessandro golpeando a Raúl seguían repitiéndose en su mente, como una película que no podía detener. ¿Cómo habían llegado hasta ese punto?Después de lo sucedido, Alessandro había insistido en llevarla a casa, pero el trayecto fue incómodamente silencioso. Las palabras parecían inútiles ante lo que acababa de pasar. Sofía no podía evitar sentirse culpable. La intensidad con la que Alessandro había actuado, el poder de su furia, la dejó impactada. Aunque lo había hecho para protegerla, había visto una faceta de él que no conocía, y no sabía cómo procesarlo.Al llegar a su apartamento, Alessandro la ayudó a bajar del auto. Sus manos, aún temblorosas, tocaron suavemente su brazo. Sofía podía sentir la energía contenida en él, la mezcla de adrenalina y preocupación que lo consumía.—Sofía... ¿estás bien? —preguntó con voz ronca, casi susurrando.Ella asintió, aunque la verdad era que n