Los días en el hospital se convirtieron en una rutina abrumadora para Sofía. Cada mañana, se encontraba sentada al lado de su hermana, observando el lento y desesperante ritmo de su respiración. La realidad de la miocardiopatía restrictiva era más pesada de lo que alguna vez imaginó, y la incertidumbre la devoraba por dentro.
Alessandro, por su parte, había comenzado a pasar más tiempo cerca de ella, a menudo encontrándola sumida en sus pensamientos. Siempre con su bata blanca impecable, caminaba por los pasillos del hospital como un espectro, escondido tras su fachada de profesionalismo, pero con los ojos llenos de una intensidad que no podía ocultar.
Un día, mientras Sofía permanecía junto a la cama de su hermana, notó que Alessandro se acercaba. Esta vez, no llevaba su habitual expresión impasible; sus ojos parecían más suaves, menos distantes.
—¿Cómo estás? —le preguntó en voz baja.
Sofía lo miró con sorpresa. Nadie le había preguntado eso desde que comenzó toda esta pesadilla. Siempre era su hermana quien importaba, y estaba bien con eso, pero esas palabras inesperadas hicieron que un nudo en su garganta comenzara a deshacerse.
—Estoy... —intentó responder, pero las palabras se quedaron atrapadas en su pecho—. No lo sé. Siento que estoy perdiéndolo todo.
Alessandro asintió lentamente. Sabía lo que era perderlo todo, ese miedo constante a que el mundo que conoces se derrumbe en un segundo. El mismo miedo lo había acompañado desde el día que perdió a su esposa. Sin embargo, ver a Sofía así, luchando con su dolor y su fortaleza interna, despertaba algo en él. Algo que pensó que había enterrado para siempre.
—Es normal sentirse así —dijo con un tono más suave—. Nadie puede estar preparado para algo como esto. Pero no estás sola.
Esas palabras resonaron en Sofía de una manera inesperada. No había sido consciente de cuán sola se había sentido hasta ese momento. La fortaleza que había construido con el tiempo, la capacidad de sobrevivir a su padrastro y a una madre indiferente, la habían vuelto inmune al apoyo de los demás. Había aprendido a no esperar nada de nadie.
—Gracias —murmuró, apenas logrando que su voz sonara—. Pero a veces siento que incluso si me lo repito, nada cambia.
Alessandro se sentó a su lado, algo que nunca había hecho antes. Había algo en Sofía que lo hacía bajar las defensas, que le recordaba que, bajo toda su coraza, él también era humano, vulnerable.
—Te entiendo más de lo que crees —dijo después de unos segundos de silencio—. No puedes cambiar el pasado ni lo que te ha tocado vivir. Pero lo que sí puedes controlar es lo que haces con ello. No estás sola en esta batalla.
Sofía lo miró, sorprendida por lo abierto que parecía. No sabía nada de su historia, pero algo en su mirada reflejaba un dolor que, de alguna manera, se parecía al suyo.
En ese momento, por primera vez desde que lo conoció, sintió que Alessandro no solo era el cirujano encargado de salvar la vida de su hermana. Era alguien con quien compartía algo más profundo, algo que iba más allá de la tragedia que los rodeaba.
Ambos permanecieron en silencio, una pausa cargada de significados no dichos. Era como si el peso del dolor que cargaban comenzara a encontrar un alivio momentáneo en la presencia del otro.
Los días en el hospital continuaban, y Sofía comenzaba a sentir una conexión cada vez más profunda con Alessandro, aunque seguían siendo encuentros breves y formales. Sin embargo, cada conversación entre ellos dejaba una sensación de algo más, algo que ni siquiera ella podía definir del todo.Una tarde, mientras salía del cuarto de su hermana para tomar un respiro, se encontró con la doctora Clara De Luca, quien también estaba a cargo del caso de su hermana. Clara se le acercó con su típica sonrisa profesional, pero había algo en sus ojos que no encajaba con su tono amigable.—Sofía, he estado observando —comenzó Clara, adoptando un aire confidencial mientras caminaban juntas por el pasillo—. Y no he podido evitar notar lo cercanos que tú y Alessandro se han vuelto. Eso no es algo que pase todos los días.Sofía se tensó ante el comentario. Sabía que había habido cierta conexión entre ella y Alessandro, pero no había nada concreto. ¿A qué se refería Clara?—No sé a qué te refieres —dij
Sofía estaba sentada en la habitación del hospital, su mente agotada por la presión del tratamiento y la frialdad de sus padres. El teléfono sonó, sacándola de sus pensamientos. Al ver el número desconocido, dudó un momento antes de contestar.—¿Sofía? —la voz del otro lado era gruesa, con un tono que le resultaba desagradablemente familiar—. Soy Raúl, ¿me recuerdas?Sofía sintió una oleada de repulsión al reconocer esa voz. Raúl, el amigo de su padrastro. Un hombre de mediana edad cuya presencia siempre la había incomodado. Recordaba perfectamente sus miradas lujuriosas desde que era una adolescente.—¿Raúl? —dijo, su voz tensa—. ¿Qué quieres?Él soltó una risa áspera, casi burlona, como si la pregunta lo divirtiera.—He escuchado que estás en un problemita con la salud de tu hermana. Y bueno... también escuché que tus padres no están dispuestos a ayudarte —dijo con un tono que destilaba malicia—. Pero no te preocupes, querida. Yo podría hacerme cargo de todo. Claro, siempre y cuando
El eco de la conversación con Raúl aún retumbaba en la mente de Sofía mientras caminaba de un lado a otro en la sala del hospital. La rabia se acumulaba dentro de ella como una tormenta lista para estallar. No solo había tenido que soportar la propuesta asquerosa de Raúl, sino que, al parecer, sus propios padres estaban de acuerdo con ese monstruoso plan.No podía seguir aguantando más. Tomó el teléfono y llamó a casa. Esta vez, no iba a dejar que sus padres se escondieran tras su habitual indiferencia. El teléfono sonó varias veces antes de que la familiar voz distante de su madre contestara.—Sofía, ¿qué pasa? —dijo su madre, con ese tono que siempre usaba cuando no quería molestarse en fingir interés.Sofía respiró profundamente, conteniendo la furia que ardía en su pecho.—Hablé con Raúl —dijo finalmente, su voz temblando—. Me ofreció "ayuda" para pagar el tratamiento. Y dijo que ustedes están de acuerdo con eso.Hubo un silencio en la línea. Un segundo interminable que confirmó l
Sofía salió del hospital como un autómata, sin saber bien hacia dónde iba. Sus pensamientos giraban alrededor de la traición de sus padres, y el peso de la conversación la aplastaba. No les importamos, nunca les importamos, se repetía una y otra vez. Sentía como si el mundo se estuviera derrumbando bajo sus pies, y la única respuesta que le ofrecían era vender su dignidad a cambio de dinero.Cuando se dio cuenta, estaba en uno de los jardines del hospital, buscando un lugar para desahogar las lágrimas que llevaba tanto tiempo conteniendo. Se sentó en un banco, escondiendo su rostro entre sus manos, y dejó que el llanto la invadiera. Las lágrimas corrían libremente, llenas de impotencia y dolor.No sabía cuánto tiempo había pasado llorando cuando una voz profunda la sacó de su aislamiento.—Sofía... ¿Estás bien?Levantó la vista lentamente, sus ojos rojos y llenos de lágrimas se encontraron con los de Alessandro. Él estaba allí, mirándola con una mezcla de preocupación y algo más profu
Sofía dejó que las palabras de Alessandro flotaran en el aire, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una pequeña chispa de consuelo en su desgarradora realidad. Sin embargo, su vida estaba llena de responsabilidades y cargas que iba más allá de su situación familiar.—No sé cómo voy a manejar todo esto —susurró, sintiendo que la desesperación volvía a apoderarse de ella—. Mi trabajo... no es suficiente.Alessandro la miró con curiosidad. Hasta ese momento, no sabía mucho sobre la vida laboral de Sofía, pero estaba claro que había algo más detrás de sus palabras.—¿Qué quieres decir? —preguntó, inclinándose hacia ella, mostrando un interés genuino.Sofía suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto cansado. Era una abogada, una profesional que había soñado con hacer una diferencia en el mundo. Pero en la sociedad en la que vivía, donde las influencias y las conexiones valían más que el esfuerzo y la dedicación, su título no significaba mucho sin las personas adecuadas abrie
El silencio del jardín envolvía a Sofía y Alessandro, mientras las palabras quedaban suspendidas en el aire. Habían compartido más en esos últimos minutos de lo que jamás habían imaginado. Sofía, vulnerable, había dejado caer su coraza, mostrándole a Alessandro lo profundamente herida que estaba, no solo por la situación de su hermana, sino por la injusticia que la rodeaba. Y Alessandro, por primera vez en años, sintió que sus propios muros comenzaban a desmoronarse.—No tienes que hacer esto sola —murmuró Alessandro, su voz suave mientras observaba su rostro marcado por el llanto.Instintivamente, sin pensar en las consecuencias, Alessandro alzó la mano y comenzó a acariciar su cabello. El gesto fue tan delicado como inesperado, y Sofía, aún inmersa en su dolor, no se apartó. Era como si el contacto de Alessandro trajera un consuelo que tanto había necesitado.Alessandro, movido por un impulso que ni él mismo comprendía, dejó que sus dedos rozaran su rostro, limpiando las lágrimas qu
La noche se sentía densa mientras Sofía corría por los pasillos del hospital, intentando huir del torbellino de emociones que la consumía. El contacto de los labios de Alessandro con los suyos seguía quemándole la piel. ¿Cómo había llegado a este punto? En su mente, todo lo que Clara le había dicho hacía eco, una y otra vez, golpeando sus ya frágiles defensas. Hay un abismo entre nosotros, pensó.Se detuvo frente a una ventana, observando cómo las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, sintiéndose más pequeña e indefensa que nunca. Su vida siempre había sido una lucha, y ahora que su corazón empezaba a abrirse hacia Alessandro, no sabía si era capaz de lidiar con el caos que eso implicaba. Las palabras de su madre, la traición de su padrastro y la tentadora oferta de Raúl seguían revoloteando en su mente. Todo se estaba desmoronando.Mientras tanto, Alessandro se quedó inmóvil en el jardín, incapaz de procesar lo que acababa de hacer. El beso había sido un impulso, una necesidad que
Mientras caminaba por los pasillos del hospital, Sofía no podía evitar sentir cómo el peso de su pasado seguía acechándola, como una sombra persistente. Cada vez que intentaba dejarlo atrás, algo la empujaba a recordarlo, especialmente ahora, después del confuso beso con Alessandro.¿Cómo iba a confiar en alguien otra vez? Las cicatrices de su pasado amoroso aún estaban frescas, y a pesar del tiempo que había pasado, el dolor no se había desvanecido del todo.Años atrás, Sofía había creído en el amor, con toda la pureza y la esperanza de quien se deja llevar por las promesas de un hombre que parecía perfecto. Julián, su exnovio, había sido encantador desde el principio. La llenó de ilusiones, le prometió un futuro lleno de felicidad, el cielo y la tierra, como solía decirle en tono cariñoso. Durante un tiempo, pensó que había encontrado al hombre con el que compartiría su vida.Pero todo se desmoronó cuando, un día, mientras trabajaba en su antiguo empleo, mejor remunerado y mucho men