El cielo estaba cubierto por nubes grises, reflejo de la pesada carga emocional que Sofía llevaba en su pecho. Las luces del hospital titilaban a lo lejos mientras caminaba con paso acelerado hacia la entrada principal. La llamada de esa mañana había sido breve, pero clara: su hermana, la única persona que le había brindado amor incondicional en su vida, estaba grave.
Mientras sus pies seguían el frío y estéril pasillo, su mente se desvió hacia los fragmentos oscuros de su niñez. Creció en un hogar lleno de gritos ahogados y puertas cerradas. Su padrastro, un hombre amargado y violento, había sido la sombra que oscureció su infancia. Su madre, perdida en su propio mundo de autocomplacencia, siempre había preferido a los hijos de su segunda unión, ignorando el dolor y las lágrimas de Sofía y su hermana mayor. Ellas se habían convertido en una molestia, en un recordatorio incómodo de una vida anterior que su madre se esforzaba en olvidar.
Sofía sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos recuerdos. No había tiempo para pensar en eso ahora. Tenía que concentrarse en su hermana, su única fuente de cariño genuino, la única que siempre estuvo a su lado cuando su mundo se desplomaba.
Al entrar a la unidad de cuidados intensivos, Sofía sintió una tensión inmediata en el ambiente. El silencio era sepulcral, solo interrumpido por el sonido constante de los monitores médicos. Allí, entre las luces blancas y las sombras de una realidad desalentadora, lo vio a él: Alessandro Bernardi. Alto, imponente, con los ojos de alguien que había visto demasiados finales trágicos. Aunque su porte era intimidante y su mirada penetrante, había algo en su postura, en la manera en que se movía entre los pacientes, que reflejaba una sensibilidad oculta. Como un guerrero con una armadura de hierro, sus verdaderos sentimientos estaban guardados bajo una coraza de profesionalismo y dureza.
Alessandro había perdido tanto, y aun así seguía de pie, manejando con firmeza el dolor de los demás. Un hombre con un temperamento fuerte, brillante en su trabajo, pero que ocultaba su vulnerabilidad detrás de su masculinidad y sensualidad. Un típico Cáncer, reservado y protegido, que mantenía su corazón bajo llave, temeroso de volver a ser herido.
Sofía no lo sabía en ese momento, pero aquel encuentro cambiaría el curso de su vida para siempre.
Sofía observó a Alessandro desde la distancia, sin atreverse a acercarse de inmediato. Su hermana aún no se había despertado, y los monitores médicos que rodeaban la cama emitían un sonido monótono que marcaba cada segundo de incertidumbre. Sofía apretó los puños, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. No es momento para perder el control, se recordó a sí misma.
Alessandro revisaba el expediente médico con la calma y precisión que lo caracterizaban. Desde la tragedia que sacudió su vida, había aprendido a enterrar cualquier distracción emocional en lo más profundo. En el hospital, solo existía el trabajo. Aquí, la perfección era su única meta. Su vida personal, llena de cicatrices que aún no sanaban, permanecía fuera de esos muros.
Mientras tomaba aire para tranquilizarse, Sofía decidió acercarse. Tengo que saber qué está pasando con mi hermana, pensó. Dio unos pasos hacia él, sintiendo cómo la distancia física entre ellos parecía hacerse más corta, aunque la emocional seguía siendo inmensa.
—Disculpe... —su voz tembló un poco, pero se obligó a ser firme—. ¿Cómo está mi hermana?
Alessandro levantó la vista del expediente, y en ese momento sus ojos se encontraron. Por un segundo, un destello de vulnerabilidad atravesó el rostro de Sofía, y algo en Alessandro se quebró por dentro. Esa mirada, llena de angustia, era un espejo de sus propios miedos ocultos. Había visto demasiada desesperación en su carrera, pero esta era diferente. Había algo en ella que lo desarmaba, como si esa mujer frente a él entendiera lo que era cargar con el peso de un pasado roto.
—Su condición es crítica —respondió Alessandro, su voz profunda y firme—. Hicimos todo lo posible, pero ahora todo depende de cómo responda su cuerpo. Le mantendremos informada.
Las palabras fueron profesionales, pero detrás de ellas había una empatía que Alessandro no pudo ocultar del todo. Sabía lo que era estar al borde del abismo, luchando por no caer, y vio en Sofía a alguien que estaba peligrosamente cerca de esa caída.
—Gracias —respondió Sofía, apenas audible.
Alessandro asintió y se giró para continuar su trabajo, pero su mente quedó atrapada en ese breve intercambio. Había algo en ella que lo atraía, una fuerza invisible que no podía ignorar. Pero sabía que no podía permitirse involucrarse. No después de lo que pasó. Su vida estaba en ruinas, y no iba a arrastrar a nadie más en ese caos.
Mientras Sofía se quedaba junto a la cama de su hermana, incapaz de contener una lágrima que rodó por su mejilla, Alessandro se detuvo por un instante. No puedo sentir esto, pensó, y con pasos decididos, salió de la sala. Pero, por más que intentara alejarse, algo dentro de él ya había cambiado.
El hospital, que horas antes había parecido un laberinto sin vida, ahora se sentía como un espacio más íntimo para Sofía. Las luces fluorescentes parpadeaban intermitentemente mientras ella se sentaba al lado de su hermana. Aunque su cuerpo estaba allí, su mente vagaba por los recuerdos que siempre intentaba reprimir.A su alrededor, el mundo parecía seguir su curso, indiferente al dolor que sentía en el pecho. Pero cada sonido en el hospital le recordaba las noches interminables de su niñez, escondida en su habitación mientras su padrastro gritaba, y su madre, indiferente, prefería prestarle atención a sus nuevos hijos. Su hermana era lo único constante, su refugio en medio del caos, y ahora también podría perderla. El peso de la realidad se cernía sobre ella.De pronto, el sonido de pasos se acercó, y al levantar la mirada, allí estaba Alessandro Bernardi, entrando a la sala con esa presencia imponente y mirada que desbordaba una mezcla de control y tormento interno. Su mera presenc
Los días en el hospital se convirtieron en una rutina abrumadora para Sofía. Cada mañana, se encontraba sentada al lado de su hermana, observando el lento y desesperante ritmo de su respiración. La realidad de la miocardiopatía restrictiva era más pesada de lo que alguna vez imaginó, y la incertidumbre la devoraba por dentro.Alessandro, por su parte, había comenzado a pasar más tiempo cerca de ella, a menudo encontrándola sumida en sus pensamientos. Siempre con su bata blanca impecable, caminaba por los pasillos del hospital como un espectro, escondido tras su fachada de profesionalismo, pero con los ojos llenos de una intensidad que no podía ocultar.Un día, mientras Sofía permanecía junto a la cama de su hermana, notó que Alessandro se acercaba. Esta vez, no llevaba su habitual expresión impasible; sus ojos parecían más suaves, menos distantes.—¿Cómo estás? —le preguntó en voz baja.Sofía lo miró con sorpresa. Nadie le había preguntado eso desde que comenzó toda esta pesadilla. Si
Los días en el hospital continuaban, y Sofía comenzaba a sentir una conexión cada vez más profunda con Alessandro, aunque seguían siendo encuentros breves y formales. Sin embargo, cada conversación entre ellos dejaba una sensación de algo más, algo que ni siquiera ella podía definir del todo.Una tarde, mientras salía del cuarto de su hermana para tomar un respiro, se encontró con la doctora Clara De Luca, quien también estaba a cargo del caso de su hermana. Clara se le acercó con su típica sonrisa profesional, pero había algo en sus ojos que no encajaba con su tono amigable.—Sofía, he estado observando —comenzó Clara, adoptando un aire confidencial mientras caminaban juntas por el pasillo—. Y no he podido evitar notar lo cercanos que tú y Alessandro se han vuelto. Eso no es algo que pase todos los días.Sofía se tensó ante el comentario. Sabía que había habido cierta conexión entre ella y Alessandro, pero no había nada concreto. ¿A qué se refería Clara?—No sé a qué te refieres —dij
Sofía estaba sentada en la habitación del hospital, su mente agotada por la presión del tratamiento y la frialdad de sus padres. El teléfono sonó, sacándola de sus pensamientos. Al ver el número desconocido, dudó un momento antes de contestar.—¿Sofía? —la voz del otro lado era gruesa, con un tono que le resultaba desagradablemente familiar—. Soy Raúl, ¿me recuerdas?Sofía sintió una oleada de repulsión al reconocer esa voz. Raúl, el amigo de su padrastro. Un hombre de mediana edad cuya presencia siempre la había incomodado. Recordaba perfectamente sus miradas lujuriosas desde que era una adolescente.—¿Raúl? —dijo, su voz tensa—. ¿Qué quieres?Él soltó una risa áspera, casi burlona, como si la pregunta lo divirtiera.—He escuchado que estás en un problemita con la salud de tu hermana. Y bueno... también escuché que tus padres no están dispuestos a ayudarte —dijo con un tono que destilaba malicia—. Pero no te preocupes, querida. Yo podría hacerme cargo de todo. Claro, siempre y cuando
El eco de la conversación con Raúl aún retumbaba en la mente de Sofía mientras caminaba de un lado a otro en la sala del hospital. La rabia se acumulaba dentro de ella como una tormenta lista para estallar. No solo había tenido que soportar la propuesta asquerosa de Raúl, sino que, al parecer, sus propios padres estaban de acuerdo con ese monstruoso plan.No podía seguir aguantando más. Tomó el teléfono y llamó a casa. Esta vez, no iba a dejar que sus padres se escondieran tras su habitual indiferencia. El teléfono sonó varias veces antes de que la familiar voz distante de su madre contestara.—Sofía, ¿qué pasa? —dijo su madre, con ese tono que siempre usaba cuando no quería molestarse en fingir interés.Sofía respiró profundamente, conteniendo la furia que ardía en su pecho.—Hablé con Raúl —dijo finalmente, su voz temblando—. Me ofreció "ayuda" para pagar el tratamiento. Y dijo que ustedes están de acuerdo con eso.Hubo un silencio en la línea. Un segundo interminable que confirmó l
Sofía salió del hospital como un autómata, sin saber bien hacia dónde iba. Sus pensamientos giraban alrededor de la traición de sus padres, y el peso de la conversación la aplastaba. No les importamos, nunca les importamos, se repetía una y otra vez. Sentía como si el mundo se estuviera derrumbando bajo sus pies, y la única respuesta que le ofrecían era vender su dignidad a cambio de dinero.Cuando se dio cuenta, estaba en uno de los jardines del hospital, buscando un lugar para desahogar las lágrimas que llevaba tanto tiempo conteniendo. Se sentó en un banco, escondiendo su rostro entre sus manos, y dejó que el llanto la invadiera. Las lágrimas corrían libremente, llenas de impotencia y dolor.No sabía cuánto tiempo había pasado llorando cuando una voz profunda la sacó de su aislamiento.—Sofía... ¿Estás bien?Levantó la vista lentamente, sus ojos rojos y llenos de lágrimas se encontraron con los de Alessandro. Él estaba allí, mirándola con una mezcla de preocupación y algo más profu
Sofía dejó que las palabras de Alessandro flotaran en el aire, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una pequeña chispa de consuelo en su desgarradora realidad. Sin embargo, su vida estaba llena de responsabilidades y cargas que iba más allá de su situación familiar.—No sé cómo voy a manejar todo esto —susurró, sintiendo que la desesperación volvía a apoderarse de ella—. Mi trabajo... no es suficiente.Alessandro la miró con curiosidad. Hasta ese momento, no sabía mucho sobre la vida laboral de Sofía, pero estaba claro que había algo más detrás de sus palabras.—¿Qué quieres decir? —preguntó, inclinándose hacia ella, mostrando un interés genuino.Sofía suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto cansado. Era una abogada, una profesional que había soñado con hacer una diferencia en el mundo. Pero en la sociedad en la que vivía, donde las influencias y las conexiones valían más que el esfuerzo y la dedicación, su título no significaba mucho sin las personas adecuadas abrie
El silencio del jardín envolvía a Sofía y Alessandro, mientras las palabras quedaban suspendidas en el aire. Habían compartido más en esos últimos minutos de lo que jamás habían imaginado. Sofía, vulnerable, había dejado caer su coraza, mostrándole a Alessandro lo profundamente herida que estaba, no solo por la situación de su hermana, sino por la injusticia que la rodeaba. Y Alessandro, por primera vez en años, sintió que sus propios muros comenzaban a desmoronarse.—No tienes que hacer esto sola —murmuró Alessandro, su voz suave mientras observaba su rostro marcado por el llanto.Instintivamente, sin pensar en las consecuencias, Alessandro alzó la mano y comenzó a acariciar su cabello. El gesto fue tan delicado como inesperado, y Sofía, aún inmersa en su dolor, no se apartó. Era como si el contacto de Alessandro trajera un consuelo que tanto había necesitado.Alessandro, movido por un impulso que ni él mismo comprendía, dejó que sus dedos rozaran su rostro, limpiando las lágrimas qu