Parte treinta y cuatro

—Cálmate, vaya, está grave la cuestión.

—Lo sé, necesito cambiarlo, no quiero arruinarlo, quiero y necesito ofrecerle un hombre a la altura de lo que su belleza y esencia exigen, de lo que merece. ¿Qué aconsejas?

Simón no pudo evitar esbozar una sonrisa.

—¿Me estás pidiendo un consejo? No te lo puedo creer, el hombre que creía que el amor era para idiotas, que jamás se fijaría en una adolescente, el hombre que decía ser muy maduro y…

—Déjate de idioteces y dame un consejo. No quiero perder lo que ofrece, siempre he podido controlarlo todo a mi alrededor, pero lo que está pasando o cuando de ella se trata, me convierto en un idiota incapaz de razonar a tiempo.

—Bien, tenemos un gran problema, ¿Aceptas que te tiene en sus manos una jovencita? Necesito escucharlo.

—Por supuesto que no. Ella no… bien, sí, maldición, sí, pero no estoy hablando de eso, necesito soluciones, no actúes como parte de mi karma.

—¿Qué tal un terapeuta?

Ignacio, incrédulo, se echó a reír, creyendo que este
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