Irina quería acusarlo, que dejara de hablarle en clave, el enigma, el misterio en verdad la exaspera y se siente al borde, no le importa lo que se supone debe hacer, está acostumbrada a enfrentar los problemas de frente y Alex Salvatore era su más grande problema ahora mismo. —Entiendo que estés frustrada, pero no es hacia mí qué debes dirigir tu rabia —respondió Alex como si fuera todo un terapeuta—. Te sientes decepcionada y estafada y lo entiendo, el James que conociste no es el James que puedes ver ahora que murió. Irina estaba convencida de que James estaba hasta el cuello en deudas por querer salirse de los negocios mafiosos que él dirige, pero nada de eso podía decirle. Era obvio que Alex no se iba a sincerar, le tocaba fingir, pero ahora con renovadas ganas, tenía que hundir a este hombre y salvar la vida que ha destruido como si fuera un castillo de naipes. Alex no apartó la mirada de Irina, observando las lágrimas que luchaban por volver a brotar. Se dio cuenta d
Marco entró al estudio de Alex con pasos firmes, cerrando la puerta tras de sí. Su rostro era una máscara de control absoluto, pero el brillo frío en sus ojos delataba su enojo contenido. Alex, sentado tras su escritorio, levantó la mirada con una calma calculada, sin mostrar sorpresa por la visita. —Tenemos que hablar —dijo Marco sin preámbulos, dejando caer una pesada carpeta sobre la mesa de Alex. —Por supuesto, adelante —respondió Alex con tranquilidad, aunque ya anticipaba el rumbo de la conversación. —Estos son algunos encargos. Alex vio el exorbitante tamaño de la carpeta. —Son unos cuantos. —Bueno Alex, me pediste ser cabeza en Estados Unidos, de todo esto se encargaba James. —James se encargaba de más —respondió Alex con ironía. Marco se sentó frente a su yerno y lo observó con mirada desafiante. —Parece que en realidad tienes un apego especial con la enfermera, que no son ideas de Bianca —dijo Marco, con resentimiento—. Irina Foster no debería estar
Irina propiamente no estaba molesta, Santiago no fue ofensivo, por lo contrario se exhibía como caballero de brillante armadura. —Santiago, este es un error, no debí quedarme al darme cuenta que estás borracho. —Irina, escúchame, puede que haya bebido, pero lo que digo es en serio. Ahora Irina sí sentía que perdía el tiempo. —No necesito un héroe, necesito que hagas tu trabajo, esto es serio Santiago, es mi vida la que está en juego. Si estás en ese estado es porque no puedes hacer nada ya contra Alex Salvatore. — ¡Claro que puedo y lo haré! —espetó Santiago escupiendo un poco en el proceso—. Es decir, lo haremos, tú y yo, somos un equipo… —Nos veremos después Santiago, cuando estés sobrio. Irina se levantó y caminó hacia la puerta. — ¡Irina no te vayas!... Irina regresó a paso rápido a la casa Salvatore. En el camino hablaba sola. — ¿Qué demonios se supone que haga ahora? Debí irme de New York —Irina pensó en James y como jamás sospechó que estaba metido
Irina se sorprendió al sentir que los brazos de Ema se aferraron a ella, con sus manitos apretaba su blusa. Ema instintivamente se preparó para defenderla. Lo inaudito es que debía defenderla ¿de su madre acaso? —Le he dicho que se vaya de mi casa —espetó Alex mirando a la institutriz, esta dio paso adelante. —Señor Salvatore, si me permite explicarle. — ¡No tengo nada que escuchar! Lárguese en este momento de mi casa o se me olvidará que es una mujer débil y patética, tomaré esa regla de madera que tanto le gusta y le zurraré el culo —Fedora hizo una interjección sorprendida y se llevó la mano a la boca—. ¿Qué? ¿Me enseñará modales a mí? —Le retó Alex. —Alex, esto es inaudito —exclamó Bianca, pero Fedora no se quedó, ni tonta que fuera, con su andar que mostraba la severidad de su carácter se alejó con la nariz en alto. —Es una pena, pero ustedes se lo pierden —espetó con aires de una reina. — “Ustedes se lo pierden”, suerte que tenga estas muletas y que no te d
— ¿Pero cuál es el escándalo que se escucha aquí? —Inquirió Marco saliendo del estudio de Alex, al ver a su hija en el sofá se acercó angustiado. —Bianca, tesoro, mi vida. —Deme permiso por favor señor. Irina diligentemente comenzó con los procedimientos necesarios para estabilizarla, las otras enfermeras se acercaron e Irina tomó de una de ellas el estetoscopio. Matilde venía con Olga que la acompañó a hacer las compras y al escuchar el alboroto se acercaron. Bianca volvió en sí y Carlo la abrazó. —Hija mía, ¿estás bien?… —Creo que sí, papá. —Permítame señor, la señora Bianca debe sentarse poco a poco, necesito tomar nota de su presión —indicó Irina de manera profesional. Carlo se levantó del sofá para dar espacio a que Irina atendiera a Bianca. Olga pendiente de Irina atendiendo a su paciente no había prestado atención a Carlo, pero ahora lo veía, muy quieta, como cervatillo que ha visto al cazador luego de ver el brillo del arma que lo apunta. —Olg
Irina prefirió atender ella a Bianca, las otras enfermeras no tenían su experiencia, en la situación de Bianca era muy delicado, una recaída, y siempre estaba latente el rechazo. En cuanto iban llegando a la habitación Bianca susurró: —Debe pensar usted que soy una madre terrible. —Claro que no señora. —Mi padre es italiano, mi madre era rusa. —Mi madre también es rusa. —Podrá imaginarse entonces como fue mi crianza. —En realidad me crie de una manera diferente a como le tocó a mi madre. Yo estudié en la escuela pública, y ella en casa complementó mi educación, pero jamás usó la violencia física. —Mi madre evaluaba mi progreso, mi educación era muy exigente, y si no le complacía, no me dirigía la palabra hasta que lo hiciera bien. Con todo y eso, la educación de ella fue aún más rigurosa, pero yo tenía la condición de mi corazón desde pequeña. Mi enfermedad hizo que me educaran en casa y no en el internado al que mi madre asistió. —Ahora entiendo que lo rig
Al final de la tarde Alex recibió a Richard Morgan en su estudio. —Creí que Marco Marchetti estaría presente —dijo Richard decepcionado. —Yo también, pero se fue en la tarde sin explicación. Richard frunció el ceño preocupado. — ¿Crees que sospecha algo? —No tiene razones para desconfiar de mí, pero se fue visiblemente afectado con alguna noticia que por supuesto no me dijo. —Quizás era algo personal. —Marco Marchetti no tiene vida personal, solo se preocupa por Bianca y ya sabemos que me ató a ella, del resto la Legión es su vida. —Creí que sin James te tendría más confianza. —Lo hará, porque le demostraré que mi compromiso es al 100%. Se sentirá satisfecho al comprobar que crucé el límite moral. — ¿Te ha pedido algo en específico? Alex negó con la cabeza. —No me cree capaz. Alex extendió un plano en el escritorio para que Richard lo estudiara. — ¿Qué es esto? —Mi graduación. Richard lo vio con el ceño fruncido. —No entiendo.
Richard lo observó en silencio. Por un instante, pensó en los años que habían trabajado juntos, en todas las veces que Alex había estado dispuesto a cruzar líneas que otros no se atrevían ni a mirar. Y, aunque odiaba admitirlo, sabía que Alex tenía razón en algo: Marchetti no confiaría en nadie que no jugara según sus propias reglas. Unos ligeros golpes sonaron en la puerta y Alex sonrió. — ¿Ema? —Preguntó Richard y él asintió. Alex le abrió la puerta a su hija y la cargó dándole muchos besos. —Alex, el trato era la inmunidad, pero ahora esto cambiará las reglas, y tu hija… —Por los hijos un hombre es capaz de todo. Richard suspiró. —Hablando de hijos. Conseguí a Laila Zain, en Boston, y es muy rica. —Por qué no me sorprende —susurró Alex—. Tendré que ir a Boston. —Papá, ¿Puedes venir a ver una película conmigo y con mi mamá? —Entonces yo me retiro —dijo Richard. Richard salió de la casa con pasos firmes, pero con el peso de la conversación aun nubla