La arquitectura de la mansión Salvatore era exquisita y llena de detalles, la escalera que accedía por dos tramos a la segunda planta daba acceso a un hermoso balcón, dejando las habitaciones distribuidas en un óvalo perfecto. Desde la habitación de Alex podía verse de frente la de Bianca, separada claro está por el espacio que hace el balcón. Bianca lucía con ganas de lanzarse a la habitación de Alex como Tarzán si tuviera una liana, pero no solo la detenía el no tener lianas, podría caminar, pero Alex le indicó que no lo hiciera o su salud podría verse comprometida. Apretando la barandilla los observaba con ojos de halcón, eso sentía Irina, pero Alex ni caso. Cada gota de determinación la invertía en llegar a sus aposentos, ahora la pierna le dolía un infierno. En la casa todos dormían, con Irina como muleta logró su propósito. Irina lo ayudó a acostarse. — ¿Dígame dónde tiene material médico que me sirva para atender su herida? —En mi estudio —dijo Alex de for
Olga en la habitación que le asignaron en la mansión Salvatore casi podía sentirse de nuevo en Italia. Quizás era consecuencia de haber visto a Marco de nuevo. Quizás por lo que pasó con Ema y la regla de madera, la cosa era que hay días en donde nos sentimos más cerca del pasado, y hoy sin duda el pasado había atropellado a Olga. Marco Marchetti, al único hombre que amó en su vida, verlo de nuevo no le daba la felicidad que desearía, pues él amenazaba la historia de la vida que inventó sobre ella, y Olga no quería que Irina supiera quién fue ella realmente. Su habitación asignada en esta casa era lujosa, espaciosa y con comodidades que la Olga de Estados Unidos jamás tuvo o pudo brindar a su hija, pero ni siquiera esta opulencia se compara a cómo vivió en su Rusia natal. Allá ella fue una princesa, no de nacimiento. Logró serlo después de volverse una hermosa mujer con muchos talentos. Talentos muy peligrosos… Recuerdo de Olga El internado a donde la enviaron
A primera hora de la mañana Bianca se levantó de la cama para recibir los primeros rayos de sol desde su chaise longe en la habitación. —Si quiere ir afuera puedo acompañarla —propuso Irina. —Saldré cuando venga mi papá a visitarme —respondió Bianca con los ojos cerrados—. Adoro el sol, deberías probarlo. ¿Tu cabello es rubio natural? —comentó Bianca sin abrir los ojos. —Sí… —respondió Irina sin comprender qué tenía que ver. —El cabello rubio se ve mejor acompañado de una piel dorada —comentó Bianca sin mirarla. —No me había detenido a pensar que estaba muy pálida. —No te preocupes, seguro que lo haces lo mejor que puedes... aunque no sea suficiente. — ¿Suficiente? —Preguntó Irina en voz baja. Bianca abrió los ojos y sonrió de forma encantadora. —Ya sabes querida, hacemos lo que podemos para vernos bien, pero después de casadas los esposos dejan de apreciar el esfuerzo. —Bueno señora Bianca, el dolor que anoche experimentaba su esposo no es cualquier c
Irina no se quedó paralizada, corrió y le quitó las tijeras de las manos a la pequeña. Ema lloraba desconsolada mirando la melena de cabello a sus pies, como quien observa la tragedia del crimen que acaba de cometer. — ¡Ema! ¿Por qué cortaste tu cabello? —Mi cabello es feo y mi mamá lo odia —dijo Ema, con tristeza—. Siempre dice que es un desastre, se me enreda y no puedo peinarlo y que quede como el de ella. Irina sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos. El sufrimiento de esa niña, su anhelo de ser amada y aceptada tal como era, la conmovió profundamente. Ella también había luchado contra sus propios rizos durante años, deseando tener el cabello lacio y brillante de otras chicas. —Ema, la solución no era cortarlo, tu mamá seguro sabe mucho de cuidado del cabello, era algo que podían hacer juntas. Ema negó con la cabeza. —Mi mamá lo odia en verdad. Irina abrazó a Ema, ahora que lo había cortado sí que tenía los rizos aún más levantados, ahora serí
Alex se echó a reír. —Puede que esté delirando, pero respóndeme algo Irina ¿por qué te caigo tan mal? —No me cae mal —respondió Irina de forma violenta. —Creí que habíamos quedado de acuerdo en que era mi enfermera… —Venía a ver como estaba, pero vi a Ema correr con las tijeras. —Te perdono, porque fue por atender a mi hija que me olvidaste, aunque para qué negarlo, me entristece que no esté pendiente de mí. Irina hizo una mueca inconforme. —Le dije que lo mejor era que le realizaran una limpieza quirúrgica y volvieran a suturar la herida. —Y yo te dije que no iría al hospital a escuchar como mis subordinados me reclaman y hacen hincapié en lo mal paciente que soy, contigo tengo suficiente regaño. —Sabe que debería ir, pero de nada sirve que se lo diga si no me hará caso. — ¿Estuviste hablando con nana Tita? — ¿Por qué? —Ya hablas como ella, tenía esperanza de que hubieran comentado mi situación y se hubieran preocupado por mí. —Dr. Salvatore, s
Irina vio desde la cocina regresar a Bianca de su revisión médica acompañada de las dos enfermeras. Bianca con una mirada intencionada y su perpetua sonrisa les indicó a las enfermeras que entraran por la puerta de servicio. Irina se levantó y fue a recibirla, Ema estaba en la puerta, había visto a su madre por la ventana y anhelaba que la viera arreglada. En cuanto la puerta se abrió Ema con las mejillas rojas y las manos en las caderas mostró a la más pura e inocente pasarela su vestido y look nuevo. —Mami, mira que bonito vestido y mi cabello está peinado. Bianca frunció el ceño y dirigió las manos a su cabello sujetando los pequeños rizos. — ¿Pero qué es esto? ¿Quién autorizó que le cortaran el cabello a Ema? Ema apretó sus manitos en el pecho. —Irina me… ella me… — ¡Habla de una vez Ema y no tartamudees! —Yo la llevé a que le cortaran el cabello, señora Bianca, asumo por completo la responsabilidad —se apresuró a decir Irina al llegar, entendió que e
Irina quiso quitar las manos de Ema de ella e irse con dignidad, pero Ema no estaba dispuesta a perderla. —No te vayas Irina por favor, no quiero que te vayas —suplicó la niña entre sollozos desesperados. —Por favor Irina, lleva a Ema a su habitación —pidió Alex. —Esa mujer debe alejarse de mi hija —espetó Bianca. — ¡Es que no ves que Ema está aterrada! —Increpó Alex. —Por favor Irina, quiero ir a mi cuarto —suplicó Ema, Irina al verlo la cargó y se la llevó de allí, con la rapidez de quien se aleja de un nido de serpientes. Cuando Alex escuchó la puerta de la habitación de Irina cerrarse miró a Marco. —No puedo despedirla. Bianca en su arranque de histeria golpeó a Irina, lo último que necesito es un pleito legal. —Estoy de acuerdo, no puedes despedirla —corroboró Marco. Bianca abrió la boca completamente incrédula. — ¿Cómo puedes decir eso, papi? ¡Ella está intentando destruirme! Marco negó con la cabeza, exasperado. —No dramatices, Bianca, por fa
Irina cerró cuidadosamente la puerta de la habitación de Ema después de asegurarse de que la niña estuviera profundamente dormida. Ya estaba oscureciendo y no había vuelto a ver a Bianca. Irina se mantuvo todo el día con Ema que después de tantas emociones, por fin en paz había dormido. En la cocina se encontró con Marco que tomaba un café conversando con Matilde, esta se retiró cuando Irina entró. —Irina, tómate un café conmigo. —No gracias… Marco la observó con los ojos entrecerrados. Irina notó que no era un hombre acostumbrado a que le negaran nada, pero ella no formaba parte de su “legión” Pensó con amargura. —Siéntate sin beber nada entonces, quiero hablar contigo. Irina suspiró profundamente mientras tomaba asiento frente a Marco, con un vaso de agua entre las manos como un escudo. Sabía que había algo en la mirada del hombre que la incomodaba, una mezcla de curiosidad y autoridad que le ponía en alerta. —Dígame, señor Marco, ¿en qué puedo ayudarlo? —pr