Capítulo 54. Heridas que no sanan

Richard lo observó en silencio. Por un instante, pensó en los años que habían trabajado juntos, en todas las veces que Alex había estado dispuesto a cruzar líneas que otros no se atrevían ni a mirar. Y, aunque odiaba admitirlo, sabía que Alex tenía razón en algo: Marchetti no confiaría en nadie que no jugara según sus propias reglas.

Unos ligeros golpes sonaron en la puerta y Alex sonrió.

— ¿Ema? —Preguntó Richard y él asintió.

Alex le abrió la puerta a su hija y la cargó dándole muchos besos.

—Alex, el trato era la inmunidad, pero ahora esto cambiará las reglas, y tu hija…

—Por los hijos un hombre es capaz de todo.

Richard suspiró.

—Hablando de hijos. Conseguí a Laila Zain, en Boston, y es muy rica.

—Por qué no me sorprende —susurró Alex—. Tendré que ir a Boston.

—Papá, ¿Puedes venir a ver una película conmigo y con mi mamá?

—Entonces yo me retiro —dijo Richard.

Richard salió de la casa con pasos firmes, pero con el peso de la conversación aun nubla
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