Irina cerró cuidadosamente la puerta de la habitación de Ema después de asegurarse de que la niña estuviera profundamente dormida. Ya estaba oscureciendo y no había vuelto a ver a Bianca. Irina se mantuvo todo el día con Ema que después de tantas emociones, por fin en paz había dormido. En la cocina se encontró con Marco que tomaba un café conversando con Matilde, esta se retiró cuando Irina entró. —Irina, tómate un café conmigo. —No gracias… Marco la observó con los ojos entrecerrados. Irina notó que no era un hombre acostumbrado a que le negaran nada, pero ella no formaba parte de su “legión” Pensó con amargura. —Siéntate sin beber nada entonces, quiero hablar contigo. Irina suspiró profundamente mientras tomaba asiento frente a Marco, con un vaso de agua entre las manos como un escudo. Sabía que había algo en la mirada del hombre que la incomodaba, una mezcla de curiosidad y autoridad que le ponía en alerta. —Dígame, señor Marco, ¿en qué puedo ayudarlo? —pr
Olga llevó con apremio a Irina sin dejar que Marco dijera más. Al entrar en la habitación, Olga se sentó en la cama, con el rostro pálido y las manos presionando sus sienes. Su malestar era evidente. — ¿Mamá puedes explicarme quién es Marco Marchetti para ti? Olga negó con la cabeza. —Es un hombre peligroso, es todo. —Sé que es un hombre peligroso, pero no puede hacernos nada, es América. El hombre te aterra ¿Por qué? —No creo que quiera hacernos daño. No es por eso que digo que es peligroso, si me ves así es porque tengo demasiado dolor de cabeza. Olga apretó los ojos y masajeó sus sienes, Irina se preocupó. —Ay mamá, ¿jaquecas de nuevo? Todo este estrés es demasiado para ti. —No te preocupes, estaré mejor, pero… ¿Qué pasó, hija? —preguntó Olga, esforzándose por sonar tranquila—. Te conozco, y la cara que traes anuncia problemas. Irina soltó un suspiro y se sentó junto a ella, como buscando fuerzas para contar lo que había sucedido. —Fue horrible,
La desesperación de Marco era evidente en su postura, y semejante prueba de fuego, Olga no había tenido jamás, ni siquiera cuando ambos eran casados y su relación prohibida sentía tanto miedo de él, de lo que representaba, de cómo la arrastraría. —Tienes que olvidarme, Marco —respondió ella, tratando de mantener la compostura, aunque su tono traicionaba la lucha interna que libraba—. Lo que sea que creas que esté ocurriendo... no puede ser. Marco finalmente la soltó, pero no retrocedió ni un centímetro. En cambio, la miró como si estuviera tratando de grabar cada detalle de su rostro en su mente. — ¿Olvidarte? —Su tono se volvió bajo, casi un susurro cargado de incredulidad—. ¡Jamás! No puedo hacerlo. Encontrarte es mi milagro, y me duele tu rechazo, Olga… Por favor. Olga cruzó los brazos frente a su pecho, como si intentara protegerse de algo mucho más grande que él. —Eso fue hace años, Marco. Yo seguí adelante con mi vida. Tú deberías haber hecho lo mismo. De hecho
Irina entró detrás de Alex a su estudio. Alex observó la puerta y sonrió de lado, se levantó de su asiento para cerrarla, Irina lo detuvo. —Deje la puerta abierta, por favor. No quiero más problemas con su esposa. —No te preocupes, no tardaremos demasiado. —La gente habla. —Que hablen —enfatizó Alex elevando los hombros y cerró la puerta. Irina tomó asiento y esperó que él regresara. —Iba a decirle que me voy —comentó Irina, tratando de mantener una postura neutral—. No hay necesidad de que me despida, aunque le agradeceré si me da una recomendación. Alex se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa mientras la miraba fijamente. —Por favor, Irina. No te vayas. Irina levantó las cejas, sorprendida por su tono directo. —¿Por qué? Bianca claramente no me quiere aquí, y no creo que nada cambie, ella no me necesita, está bien atendida. Alex hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras exactas. Finalmente dijo. —No quiero que t
Alex le abrió la puerta a Irina para que saliera y recibió a Richard que lo esperaba. Cerró la puerta con un movimiento firme pero silencioso, asegurándose de no llamar la atención. —Quiero hablar contigo antes de que Marco llegue —comentó Alex en voz baja. —Marco está perdiendo la cabeza —dijo Richard en voz baja, como si temiera que alguien lo escuchara—. Está obsesionado con la madre de tu enfermera. — ¡¿Qué?! —Alex se echó a reír—. Es un don Juan, Matilde estará complacida de quitárselo de encima. Alex tomó asiento e invitó a Richard a sentarse también. —No Alex, no has entendido, te digo que es una verdadera obsesión. Alex dejó escapar un suspiro pesado y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en su escritorio. —¿Obsesionado cómo? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta. Richard se recostó en la silla, cruzando los brazos, con una expresión que denotaba preocupación. —Dijo que será su reina. No lo dijo como una metáfora, Alex. Está decidido.
Bianca se encontraba en su salón privado, un entorno dedicado a su belleza y comodidad, un enorme espejo de cuerpo entero, una peinadora con luces, un maniquí con un vestido que ella misma había diseñado y sus costureras confeccionaban, libros y revistas en una mesa. Bianca volteó a la puerta cuando escuchó que entraron sin anunciarse. Su rostro palideció al ver la expresión de su padre. —Salgan, voy a hablar con mi hija —exigió Marco—. Tanto la enfermera de turno como las costureras de Bianca salieron en fila y en silencio. Bianca tembló, la actitud de Marco no auguraba nada bueno, sus ojos, fríos como el hielo, se clavaron en ella, y el peso de su presencia llenó la habitación. —He venido a pedirte por las buenas que aceptes a Irina como tu principal enfermera. Bianca negó con la cabeza y chasqueó la lengua. —No lo puedo creer. No lo haré, quiero a esa mujer fuera de mi casa, no tengo porqué soportarla. Y no entiendo porque me la imponen. —La mujer es la m
El resto de la semana transcurrió sin más contratiempos. Bianca de nuevo era amable con Irina, y ella a pesar de su resistencia inicial se sentía cómoda, para Olga no era el caso. Olga seguía buscando trabajo cada mañana, sin éxito, Irina por más que le había dicho que dejara eso así, ella insistía en encontrar una solución a sus problemas. Marco iba cada mañana, como siempre, pero se encerraba con Alex a trabajar en el estudio. La pierna de Alex estaba mejorando y un día salió todo el día, al regresar le informó a los niños que estaban inscritos en un nuevo colegio y que estudiarían juntos. Irina sorprendida por el alcance de las conexiones de Alex no podía creer que lo hubiera inscrito así, como si nada, en uno de los mejores colegios de New York. La preparación de Ryan, académica y extra que había recibido de su abuela era más que suficiente para no dejar mal a Alex, pero para Irina era muy difícil ver como enemigo al hombre que tanta estima demostraba a su hijo.
Cuando llegaron, Olga los esperaba en el porche de la casa junto a la que fue de Irina. A pesar de la vergüenza evidente en sus gestos, su rostro reflejaba cansancio y algo más profundo, una sensación de desconexión consigo misma. —Lo siento, hija —dijo Olga en voz baja, evitando la mirada de Irina—. No sé qué me pasó. Olvidé que ya no vivía allí… Me atacó un dolor fuerte, y le dije al taxista que me llevara a casa. Di esa dirección sin pensar. Irina se acercó, abrazándola con cuidado, susurrándole palabras de consuelo. Alex observaba desde un lado, procesando la escena en silencio hasta que Irina rompió el momento con una explicación. —Mi madre tiene fibromialgia —le dijo a Alex, su tono calmado pero lleno de preocupación—. El estrés está empeorando sus síntomas, ahora está presentando desorientación. Alex asintió lentamente, reflexionando unos segundos antes de hablar. —La directora de psiquiatría, la doctora Reed, le diré que atienda a tu madre —dijo con voz firme, c