—¡Estamos aquí! —grito, agitando los brazos con locura. —¡Por aquí! ¡Aquí!
En menos de dos minutos después, caemos en los brazos la una de la otra.
—¿Qué tan mal herido está, Bea? —pregunta Tina con preocupación.
—No lo sé exactamente, pero en realidad cuando cayó daba miedo. —le contesté mirando hacia mi padre.
—Exagera, todavía estoy vivo, no es nada grave. Mira. —Mi padre nos muestra su muslo lesionado. Decidida, Tina se acerca a él y le da unas palmaditas en el hombro.
—Bueno, eso ya lo veremos, ¿Está la bici todavía en una sola pieza? — me pregunta Tina positiva.
—¡Creo que sí! —Observo a mi padre con tensión. Ha aprendido a controlarse bien y ya estaba hasta deshojando margaritas.
—¿Qué está haciendo? —me pregunta Tina desconcertada.
—Me quiere… No me quiere. —le digo haciendo el gesto propio de ese juego que hacíamos de niños.
—¡Pero de verdad que ustedes son un caso cerrado! —Entonces, los labios de Tina se abren y en su rostro se dibuja una amplia sonrisa.
—¡Tina! —de repente nos interrumpe el llamado irritado del hermano de Tina. Hacía muchos años que conocía a Tina, pero solo había escuchado de su hermano, jamás nos habíamos visto en persona. Me siento observada y me detengo en seco. Me golpea su ojeada de escaneado eléctrico. Al darme cuenta de que me mira directamente a los ojos, mi estómago se tensa un poco. El momento dura unos tres segundos. Al cabo de este tiempo, el hermano de Tina desvía la mirada, se dirige hacia mi padre y se detiene frente a él con las piernas ligeramente separadas.
—Vamos, apóyese en mí, le ayudaré. —dice con voz tranquilizadora. —Lo llevaré al médico.
En un instante, sus manos fuertes alcanzan el cuerpo de mi padre. Lo levantan suavemente, apoyándolo, y yo me quedo inmóvil, observándolo todo sin poder moverme.
—Tina, por favor, ¿puedes abrir la jodida puerta de corredera o también quieren que lo haga? —grita finalmente, soltando un soplo.
Tina se apresuró a abrirla y yo doy unos pasos hacia ella mientras se gira para mirar a su hermano.
—¡Gracias! —dice, mirándome directamente a la cara. Nunca un hombre me había mirado tan intensamente como él lo estaba haciendo ahora y ante tal mirada escudriñadora me siento totalmente indefensa. Pero sólo me mira sin decirme nada. «¡Mmm! No creo que eso sea tan especial. Si quisiera hablar además de mirar, estaría encantada.» Pienso para mis adentros, aunque debe notarse por toda mi cara al no poder parar de mirarlo. Su estatura intimidante y su espalda tan ancha junto a su largo cabello suelto me tenían embelesada.
Su carisma fue lo primero que llamó también mi atención. Eso hizo que se despertara en mí un cierto interés. Increíblemente, me doy cuenta de que lo encuentro muy atractivo, aunque parezca un poco rudo. Menos mal que mis gafas de sol aún me cubren los ojos. Todavía soporto su imperiosa mirada de escáner. Mientras sigue ahí, de pie, esperando junto al coche a que Tina traiga las bicis, apoyado en el techo del auto con el brazo doblado.
Aparentemente aburrida, me doy la vuelta. Guardo la gorra en la mochila y unos segundos después siento la corriente de aire de un movimiento. Se pavonea a mi alrededor y contengo la respiración con tensión. Espero a ver qué hará. Se ha detenido detrás de mí y ni siquiera puedo describir el caos emocional que se desata en mi interior.
—¡Oh, querida! — me dice. —Te has quemado. —Incapaz de responder, me limito a parpadear nerviosamente un par de veces. —Por cierto, mi nombre es Kevin, no recuerdo si ya nos habíamos conocido, bienvenida a San Francisco, señorita.
Me quedé tiesa como una tabla. Pero entonces me vuelvo hacia él y me dedica una sonrisa amistosa. Por supuesto que me sonrojo un poco. Algo aturdida, le miro. Veo cada poro de su piel, cada pestaña negra de su párpado y sus maravillosos ojos color miel. Tienen un color muy especial, con un toque de verde olivo, me he dado cuenta ahora. Del tipo que rara vez se ve. Me pregunto en qué estará pensando ahora mismo. Me tiende su mano derecha, y aprieta la mía con delicadeza. Devuelvo el firme, pero gentil apretón de manos de Kevin y de repente me siento realmente avergonzada. Respiro profundamente y retiro la otra mano de mi encendida cara.
—No dejes que mi hermano te provoque. —me aconseja Tina prematuramente.
—¡No he hecho nada! —le dice Kevin levantando una ceja y sonríe con autosuficiencia.
—Mira mi nueva adquisición, mira qué lindo es, Bea. —Me vuelvo hacia Tina y miro el nuevo teléfono móvil que tiene en la mano. —Bonito, ¿verdad?
—Sí, déjame verlo. —Miro fijamente su pantalla. Luego entro a la galería. —pero... ¿qué es eso?
—¡Oh, espera! —Me lo quita de la mano. —Es algo en lo que he estado trabajando. Mi nuevo pasatiempo.
Ahora estoy mirando una foto de alta calidad. —¿Qué? ¿Estás tejiendo ahora? —le pregunto asombrada.
—Lo encuentro genial y muy relajante, estaba necesitando algo así. No soy una profesional del tejido, pero cada uno tiene su propia opinión. Creo que me defiendo bastante bien.
—¡Bien! —rezonga Kevin entre ellos.
—Y cuando esté terminado, ¿qué va a ser? —le pregunto sin levantar la cara de la pantalla.
—Mi chal triangular. ¿Quieres uno también?
—¿Por qué no? —Su móvil suena y se lo alcanzo. Me meto en el coche y tiro mi mochila en el asiento. Tina contesta la llamada.
—Estás loco. Por favor, contéstame a una pregunta. ¿De dónde sacaste la idea de que un ratón puede beber alcohol? Hablaremos más tarde. ¡OK! —Suena extraño lo que dice. Nada tiene sentido.
—¿Está todo bien? —pregunto con curiosidad. Ella asiente. Chasquea los dedos para llamar la atención de su hermano.
—Esa era Rachel. ¿Cuándo nos vamos? —se queja. —¿Nos vamos ya?
—De ninguna manera. Todavía tengo que montar las bicis, ya que ustedes hacen todo el trabajo a la mitad. Hay que amarrarlas bien o sino el coche comienza a traquetear y a hacer ruido, hay que prestar más atención.
Giro la cabeza en dirección a él, miro por la ventanilla trasera como si estuviera hechizada. Lo veo. Veo a Kevin. «Oh Dios», suspiro. Está ajustando las correas de amarre del portabicicletas. Eso es algo muy práctico. Puedes poner o quitar las bicicletas a tu gusto, sin necesidad de complicarte demasiado. El montaje en el techo es definitivamente más complicado. Me dedica una sonrisa personal y yo siento mariposas en el estómago como nunca había sentido.
El sol sí está calentando de verdad. Sentí como 80° en mi cara. «¿Es normal que el asiento se caliente tanto que me arda el trasero?» Con una cara de gran insatisfacción, con las comisuras de los labios hacia arriba, me abrocho el cinturón de seguridad y compruebo que no esté demasiado caliente.
Sonriendo, observo a Kevin mientras levanta el peso de su cuerpo sobre el asiento del conductor. La breve elevación de mis cejas al ver a mi padre me hace suspirar y me rasco la cabeza.
—Niña, ¿Cómo estás? ¿Todo bien? —Me mira directa y fijamente a los ojos.
«¡Qué patética debo verme!» —Sí, todo bien por aquí. — Levanto la cabeza. Puedo ver su rostro torturado frente a mí y la barba gris de su barbilla toda magullada.
—Te duele mucho, ¿verdad? —le pregunto y deja escapar un suspiro. Se aprieta contra el respaldo de la silla, respirando con dificultad.
—El hombro izquierdo también me duele mucho. Por no hablar del cuello. Siento que he envejecido unos cuantos años de más.
—¿Quieres una pastilla?
—¡No!
—¿Dónde diablos han ido las llaves del coche? —Kevin deja que su mirada se pasee por el coche, pasándose los dedos por el pelo con frustración. Su pelo ondulado de color marrón oscuro se desvía ahora en todas las direcciones y con las manos trata de domarlo. Menos mal que está concentrado en lo suyo. Lo miro todo el tiempo y no se da cuenta de nada, que lo estoy vacilando a más no poder.
Entonces busca primero en el bolsillo izquierdo de su pantalón, sin olvidar el derecho. Pero no hay nada.—¿A dónde diablos ha ido esa llave? —maldice. El signo de interrogación está literalmente escrito en su cara.—Si no me equivoco, lo pusiste en la guantera. —le dice Tina.Con un rápido movimiento, la baja en su mano, batiéndola frente a su nariz.—¿Están bien? —nos pregunta Tina mientras Kevin arranca el coche y se sienta cómodamente. El rugido del motor rompe el silencio y ahoga mi respuesta.Me sorprende lo ruidoso que es el motor. Me recuerda al viejo coche de mi padre. No es muy rápido, pero al menos resuelve. La pequeña camioneta gris se desliza por la carretera hacia la derecha en dirección al tráfico, cambia de carril poco después para continuar por la carretera principal. Tina enciende un cigarrillo, echa la cabeza hacia atrás y echa el humo al aire. El interior del coche está ahora lleno del humo de sus cigarrillos.—Bueno, ningún fumador entra en mi coche. Aunque no fum
Un hombre mayor, pequeño y con la cabeza calva, tiende de repente la mano a mi padre y luego los dos desaparecen tras una puerta de aluminio y cristal. Curiosa, miro a mi alrededor y busco la zona del lobby. «Puede que haya una máquina de café y botellas de agua por aquí.» Pensé. Abrí la puerta. El aire de la habitación está cargado y húmedo.Entro, me siento en una de las sillas vacías y me quedo mirando un grabado en la pared con una bonita familia de búhos. Me encanta ver todo lo que refleja y simboliza a la unidad de la familia, aunque la mía me la hayan arrebatado. Dos hombres están sentados frente a él.—Lo siento. —dice uno de los hombres al otro de forma vacilante.—¡Gracias Phill! —Estrecha la mano de Phill, luego se levanta y puedo oír cómo crujen sus dedos.—Créeme, todavía estoy muy molesto. Llevo más de una hora de espera. —El hombre está fuera de sí. Los miro a ambos mientras salen de la sala de espera cuchicheando. Mi pregunta ahora es: «¿Por qué esperar? No hay mucha g
Miami, FloridaEmily posó su mirada en su marido que estaba dormido en la posición de siempre, tendido boca abajo y con la cabeza hacia un lado. Sonrió levemente y dejó que siguiera durmiendo cinco segundos más. De pronto notó que sus labios se movían.—¿Ya estás despierta? —balbuceó Noah aún con sueño, bostezó y volvió a meterse en la cama.—¿Cómo te fue en el partido de ayer? — le preguntó Emily.Noah frunció el ceño, pensativo y le dijo algo frustrado:—Muy mal. No nos engañemos, no creo que lleguemos a la semifinal. —La camiseta blanca dejaba al descubierto un trozo de piel bronceada cuando se giraba hacia ella y dejaba que su brazo izquierdo reposara sin más sobre sus ojos.—Yo estaba muy nerviosa. Estaba temblando. —le contó Emily.—¡Lo sé, querida! Lo sé. —La palma de su mano pasó por su boca. —Vamos, lechuza nocturna. ¿Por qué hay que levantarse tan temprano de nuevo?—Porque estoy hambrienta, por eso. —le replicó Emily.—Dame al menos unos minutos más. ¿Qué hora es? —preguntó
10 años después Por fin se había terminado el tiempo de espera. El San Francisco Bay Ferry había sido una maravillosa elección para esa mañana. Es una bonita experiencia que siempre había querido vivir. Pasear por la bahía de San Francisco, pasar por debajo del Golden Gate, mirar las aves y los otros barcos, tanto comerciales como de recreo cruzarse en el recorrido, y, sobretodo, las vistas costeras y Alcatraz, sirvieron de modelos estupendos para mis fotografías de recuerdo.Me apresuro a acercarme a la barandilla, me agarro al frío acero con ambas manos y siento la cálida brisa marina soplando alrededor de mi nariz. Para mí, como recién llegada a los mini cruceros, las impresiones son sencillamente abrumadoras y cuando me paso la lengua por los labios, pruebo la sal en ellos. Justo como lo soñaba y como me gusta.«¡¡¡Sí, las vacaciones son geniales!!!» Con mucho cuidado, inclino la parte superior del cuerpo hacia delante, mirando al agua. Me doy la vuelta y apoyo la espalda en la b
—Parece que hay al menos 40 grados. —bromeo, preguntándome cómo lo logra. «¿Qué es eso exactamente? ¿Por qué no está agotado como las personas normales?» —Deberíamos cambiar de acera. —me quejo. —Hay mucha más sombra en el otro lado.—No seas pesada, haremos un descanso en el siguiente banco y tomaremos algo. —me dijo limpiando las primeras gotas de sudor de su frente con el pañuelo. Busco impacientemente el próximo banco. Como no hay ninguno a lo largo y ancho, cada vez estoy más descontenta. Mientras tanto, han pasado más de 30 minutos.—¡No hay banco en ningún sitio! —grito enfadada. —Estoy totalmente cocida.Ha pasado una hora y el puente ha quedado muy atrás. Pero aún podemos verlo en miniatura. Y, de vez en cuando nos encontramos con varios buques sorprendentes. Enormes piezas de lujo blancas como la nieve al alcance de la mano.—¡Vamos cuesta abajo! —grita mi padre con entusiasmo y yo miro el velocímetro. —No está mal. Me encanta el verano. —dice mi padre.Se ve realmente mal,