Miami, FloridaEmily posó su mirada en su marido que estaba dormido en la posición de siempre, tendido boca abajo y con la cabeza hacia un lado. Sonrió levemente y dejó que siguiera durmiendo cinco segundos más. De pronto notó que sus labios se movían.—¿Ya estás despierta? —balbuceó Noah aún con sueño, bostezó y volvió a meterse en la cama.—¿Cómo te fue en el partido de ayer? — le preguntó Emily.Noah frunció el ceño, pensativo y le dijo algo frustrado:—Muy mal. No nos engañemos, no creo que lleguemos a la semifinal. —La camiseta blanca dejaba al descubierto un trozo de piel bronceada cuando se giraba hacia ella y dejaba que su brazo izquierdo reposara sin más sobre sus ojos.—Yo estaba muy nerviosa. Estaba temblando. —le contó Emily.—¡Lo sé, querida! Lo sé. —La palma de su mano pasó por su boca. —Vamos, lechuza nocturna. ¿Por qué hay que levantarse tan temprano de nuevo?—Porque estoy hambrienta, por eso. —le replicó Emily.—Dame al menos unos minutos más. ¿Qué hora es? —preguntó
10 años después Por fin se había terminado el tiempo de espera. El San Francisco Bay Ferry había sido una maravillosa elección para esa mañana. Es una bonita experiencia que siempre había querido vivir. Pasear por la bahía de San Francisco, pasar por debajo del Golden Gate, mirar las aves y los otros barcos, tanto comerciales como de recreo cruzarse en el recorrido, y, sobretodo, las vistas costeras y Alcatraz, sirvieron de modelos estupendos para mis fotografías de recuerdo.Me apresuro a acercarme a la barandilla, me agarro al frío acero con ambas manos y siento la cálida brisa marina soplando alrededor de mi nariz. Para mí, como recién llegada a los mini cruceros, las impresiones son sencillamente abrumadoras y cuando me paso la lengua por los labios, pruebo la sal en ellos. Justo como lo soñaba y como me gusta.«¡¡¡Sí, las vacaciones son geniales!!!» Con mucho cuidado, inclino la parte superior del cuerpo hacia delante, mirando al agua. Me doy la vuelta y apoyo la espalda en la b
—Parece que hay al menos 40 grados. —bromeo, preguntándome cómo lo logra. «¿Qué es eso exactamente? ¿Por qué no está agotado como las personas normales?» —Deberíamos cambiar de acera. —me quejo. —Hay mucha más sombra en el otro lado.—No seas pesada, haremos un descanso en el siguiente banco y tomaremos algo. —me dijo limpiando las primeras gotas de sudor de su frente con el pañuelo. Busco impacientemente el próximo banco. Como no hay ninguno a lo largo y ancho, cada vez estoy más descontenta. Mientras tanto, han pasado más de 30 minutos.—¡No hay banco en ningún sitio! —grito enfadada. —Estoy totalmente cocida.Ha pasado una hora y el puente ha quedado muy atrás. Pero aún podemos verlo en miniatura. Y, de vez en cuando nos encontramos con varios buques sorprendentes. Enormes piezas de lujo blancas como la nieve al alcance de la mano.—¡Vamos cuesta abajo! —grita mi padre con entusiasmo y yo miro el velocímetro. —No está mal. Me encanta el verano. —dice mi padre.Se ve realmente mal,
—¡Estamos aquí! —grito, agitando los brazos con locura. —¡Por aquí! ¡Aquí!En menos de dos minutos después, caemos en los brazos la una de la otra.—¿Qué tan mal herido está, Bea? —pregunta Tina con preocupación.—No lo sé exactamente, pero en realidad cuando cayó daba miedo. —le contesté mirando hacia mi padre.—Exagera, todavía estoy vivo, no es nada grave. Mira. —Mi padre nos muestra su muslo lesionado. Decidida, Tina se acerca a él y le da unas palmaditas en el hombro.—Bueno, eso ya lo veremos, ¿Está la bici todavía en una sola pieza? — me pregunta Tina positiva.—¡Creo que sí! —Observo a mi padre con tensión. Ha aprendido a controlarse bien y ya estaba hasta deshojando margaritas.—¿Qué está haciendo? —me pregunta Tina desconcertada.—Me quiere… No me quiere. —le digo haciendo el gesto propio de ese juego que hacíamos de niños.—¡Pero de verdad que ustedes son un caso cerrado! —Entonces, los labios de Tina se abren y en su rostro se dibuja una amplia sonrisa.—¡Tina! —de repente
Entonces busca primero en el bolsillo izquierdo de su pantalón, sin olvidar el derecho. Pero no hay nada.—¿A dónde diablos ha ido esa llave? —maldice. El signo de interrogación está literalmente escrito en su cara.—Si no me equivoco, lo pusiste en la guantera. —le dice Tina.Con un rápido movimiento, la baja en su mano, batiéndola frente a su nariz.—¿Están bien? —nos pregunta Tina mientras Kevin arranca el coche y se sienta cómodamente. El rugido del motor rompe el silencio y ahoga mi respuesta.Me sorprende lo ruidoso que es el motor. Me recuerda al viejo coche de mi padre. No es muy rápido, pero al menos resuelve. La pequeña camioneta gris se desliza por la carretera hacia la derecha en dirección al tráfico, cambia de carril poco después para continuar por la carretera principal. Tina enciende un cigarrillo, echa la cabeza hacia atrás y echa el humo al aire. El interior del coche está ahora lleno del humo de sus cigarrillos.—Bueno, ningún fumador entra en mi coche. Aunque no fum