Enemigos del Amor
Enemigos del Amor
Por: Neptuno
Prólogo

Miami, Florida

Emily posó su mirada en su marido que estaba dormido en la posición de siempre, tendido boca abajo y con la cabeza hacia un lado. Sonrió levemente y dejó que siguiera durmiendo cinco segundos más. De pronto notó que sus labios se movían.

—¿Ya estás despierta? —balbuceó Noah aún con sueño, bostezó y volvió a meterse en la cama.

—¿Cómo te fue en el partido de ayer? — le preguntó Emily.

Noah frunció el ceño, pensativo y le dijo algo frustrado:

—Muy mal. No nos engañemos, no creo que lleguemos a la semifinal. —La camiseta blanca dejaba al descubierto un trozo de piel bronceada cuando se giraba hacia ella y dejaba que su brazo izquierdo reposara sin más sobre sus ojos.

—Yo estaba muy nerviosa. Estaba temblando. —le contó Emily.

—¡Lo sé, querida! Lo sé. —La palma de su mano pasó por su boca. —Vamos, lechuza nocturna. ¿Por qué hay que levantarse tan temprano de nuevo?

—Porque estoy hambrienta, por eso. —le replicó Emily.

—Dame al menos unos minutos más. ¿Qué hora es? —preguntó Noah.

Emily tomó el despertador que estaba en la mesa de noche y lo agitó en su cara diciéndole:

—Hoy has dormido mucho, demasiado diría yo.

Noah abrió sus ojos de par en par.

—¡Las seis en punto! — dio un gruñido y parpadeó somnoliento mirando a Emily. —Ahora vuelve a la cama. —Una luz pálida entraba por la ventana del dormitorio. —Ven aquí. —susurró con urgencia.

—¡Qué malcriado estás! —Ella sonrió y se inclinó sobre su torso. Deslizó un dedo por su boca, tirando del labio inferior ligeramente hacia abajo. Un brillo surcó rápidamente por sus ojos y ambas manos se aferraron con fuerza las caderas de Emily.

—Eres una mamasita muy sexy, créeme, bien lo sé.

—De eso no me cabe duda. —Suavemente y con intención de llegar a más, Emily le acarició la camiseta y pasó las yemas de sus dedos por su torso. Sus delgados dedos se deslizaron más hacia abajo, llegando hasta el dobladillo de sus calzoncillos.

—¡Para, mujer, basta! —dijo Noah un instante después, con la respiración un poco entrecortada. —¿Quieres que Bea se despierte? —Se apoyó en el codo. —Vamos, amor, haznos un desayuno de esos bien deliciosos que nos llene de verdad. —Tras estas palabras se produjo un incómodo silencio.

Luego Noah respiró profundamente con fuerza mientras le temblaba el labio superior. Se acarició la barbilla, y se perdió en sus pensamientos.

Ofendida, Emily se levantó y clavó los ojos en él. «Cielos, ¿por qué sonreía ahora?» Descalza, se dirigió al armario, y lo revolvió un poco con ambas manos tratando de encontrar algo que ponerse. Siempre le pasaba lo mismo, era incapaz de decidirse.

Pasaron los segundos y los minutos.

—¿Te has quedado dormida frente al closet? —le preguntó Noah sin quitarle los ojos de encima. —No estás dormida, ¿verdad? ¿Estás dormida?

Sacudiendo la cabeza, Emily sacó algo. Se puso una blusa y cogió sus grandes gafas negras cuadradas. Luego se metió en sus pantalones de tiro alto acampanados, aunque le apretaban un poco, y examinó su reflejo frente al espejo por todos los ángulos.

—Mira Noah.

—¿Qué? —le preguntó él bostezando.

—Estoy segura de que voy a hacer todo un show con este pantalón. —dijo, girando su barriga con una sonrisa traviesa en los ojos.

—Te ves bien, amor. —le dijo Noah tiernamente.

—¡Estoy gorda! —Emily pegó un gruñido chillón y afectuoso como de niña pequeña.

Noah le lanzó una ojeada, entonces su feroz rugido estomacal le hizo romper el silencio. —Acaba de ir a la panadería. —murmuró, pasando su mano suavemente por su abultado vientre.

—Gracias por echarme en cara que estoy gorda. —le dijo Emily y salió.

Qué calor hacía. La brisa caliente rozaba sin compasión su piel ligeramente bronceada. «Será mejor que vayamos a pasarnos el día en la playa con este clima tan asfixiante. Relajados, tomando algo refrescante en una tumbona con vista al mar.»

Siguió caminando con buen humor por una calle estrecha y larga, tarareando una de sus canciones favoritas y se metió entre las florestas de lavanda en flor pasando por delante de una pista de tenis vacía. Allí, un vecino saludó amistosamente, con una amplia sonrisa en el rostro y una alegre inclinación de cabeza. Continuó subiendo por calles angostas, prestando atención a las hermosas vista de la ciudad cada vez que doblaba una esquina.

Ya casi sin aliento, por fin llegó a la panadería que para su sorpresa había sido remodelada y amueblada con cosas nuevas y modernas. Aquí venía siempre porque podía encontrar muchas delicias y elegir los dulces más increíbles.

—¡¡¡Vamos!!!—Con esfuerzo, Emily empujó la puerta de entrada.

Inmediatamente, un olor celestial la envolvió. El olor del dulce aroma despertó en ella recuerdos de la infancia y también se le llenó la boca de saliva, estaba muy hambrienta.

Qué emocionante era en aquel entonces, cuando no podías esperar a sacar por fin los dulces de la bolsa. Dicen por ahí, que, si una mujer embarazada come muchas cosas dulces, tendrá una niña. Así que, en este momento, con ese pensamiento aumentaron más sus ganas de dulces y seguro que tendría otra dulce princesa.

Emily esperó en la fila, lo que le pareció una eternidad y luego de un largo rato, por fin le tocó su turno.

Con el café y una bolsa de papel en la mano, se dirigió de camino de vuelta a casa. Bebió un sorbo de su té helado y sintió que el líquido se esparcía lenta y deliciosamente por su cuerpo.

—Simplemente perfecto. —murmuró Emily y notó que su estómago rugía vigorosamente. En ese momento tenía antojo de devorar un montón de deliciosos y crujientes panecillos. Sonrió, con ansias de tener un desayuno abundante y dilatado, y, completamente perdida en sus pensamientos, pasó por alto un hombre con entradas que se apoyaba despreocupadamente en un árbol.

En la parte superior de su fuerte brazo tenía un nombre escrito en verde azulado. Todo el tiempo se quedó allí, sonriendo. Pero, de repente, estiró el brazo izquierdo, miró brevemente a su alrededor y, cuando vio que no venía nadie, cogió a Emily por la espalda.

Con fuerza, los brazos de él se prendieron a su enorme vientre desde atrás y la tiró hacia él con fuerza. Ella gritó fuertemente de dolor. El vaso de té helado se le escapó de las manos y el fresco líquido marrón se extendió hasta sus pies.

—¡Dios mío, por favor, no! —suplicaba inútilmente.

Una mano le tapó la boca. Ella la mordió. Algo tenía que hacer y trató de defenderse con uñas y dientes.

—¡Perra! —maldijo el hombre. —Te vas a arrepentir.

Un quejido escapó de su garganta cuando un paño húmedo con cloroformo se acercó a la punta de su nariz. Furiosa, echó la cabeza hacia atrás y hacia delante para escapar del fuerte hedor. Pero él la sujetaba despiadadamente, le agarraba la cabeza y le apretaba más el paño contra su nariz.

Al principio, Emily todavía agitaba los brazos, se balanceaba de un lado a otro sobre sus pies y aspiraba profundamente, sin querer, el olor con pánico.

Su bolsa cayó al suelo. Furiosa, siguió intentando darle una patada al desconocido, pero todo lo que hizo resultó en vano. Aturdida, estudió la escritura garabateada tatuada en su brazo y leyó la palabra “Freedom”. Entonces, sin poderlo evitar, sintió como el olor cada vez más penetrante nubló sus sentidos y se quedó dormida.

Lucas se sentó en silencio, esperando. Poco a poco, el nerviosismo disminuyó y ahora podía pensar con más claridad. No importa lo mal que se veía toda esta historia. Solo pensaba en el sitio de entrega. Eso era lo único que le importaba ahora. Eso era lo más importante.

Rápidamente, recorrió el camarote principal del barco, con los ojos fijos en la mujer tendida sobre la cama personal. La luz del día aún se filtraba por las ventanas del casco. Aún estaba dormida. Sostuvo un cenicero en la mano, lo acarició y sopló con una sensación de malestar en el estómago. Había llegado el momento.

Brian esperaba que estuviera listo para la acción en cualquier momento y no se negaría. Su trabajo era simplemente secuestrar a la mujer, atarla y navegar hasta el punto entrega, nada más.

Bostezó brevemente, pensando en Brian. La conversación con él retumbaba en su cabeza como un eco de complacencia.

—No puedo olvidarla, Lucas. Simplemente no puedo. Nadie la quiere como yo.

«Falso, siempre hay alguien que la quiere en alguna parte. Eso era exactamente lo que temía.»

—Brian, ¿vamos a hacer esto otra vez? ¿No hay una manera más elegante de manejar esto?

Lucas sabía que Brian se había quedado atrapado en sus fantasías y locamente le había apuntado a la cara con su pistola como respuesta: —¿Esto es lo suficientemente elegante para ti?

«¡M4ldito gringo! Qué pierdes los estribos fácilmente cuando te sientes amenazado. Sí, ahí es donde entra la rabia a jugar su mejor papel.» Lucas frunció la boca despectivamente.

La pistola le había tapado la fosa nasal izquierda. La expresión de la cara de Brian no presagiaba nada bueno. No se puede jugar con él. Tenía el sartén tomado por el mango. Siempre. La luna proyectaba una sombra transparente sobre el mar en calma.

Con la mano, Lucas agarró con fuerza el volante dos horas después, mientras con la otra se acariciaba ampliamente su rostro sudado.

—Es ella. Así que esta vez sí es ella. —murmuró, y sus labios formaron una sonrisa dudosa. —¡¡¡Por fin!!!

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