—Entonces… ¡Felicidades, Anaelise!
Ella alzó su mirada lentamente y observó sin ninguna expresión a Oliver Walsh. Su Psiquiatra desde que tenía 5 años. Había pasado mucho tiempo ya desde el primer día en que llegó a este sitio, Anaelise actualmente tenía 19 años, pero su alma parecía como de 80.
Ella sintió algo amargo en la boca al escuchar esas palabras, sabía lo que él intentaba hacer cada vez que ella venía a este lugar. Oliver no era su persona favorita, de hecho, no tenía una. Pero Walsh de cierto modo era el respiro que necesitaba una vez por semana.
—¿Por qué me felicita? —preguntó muy bajo.
Oliver pasó un trago. Eran muchos años estudiando a esa chica que estaba frente a él. De hecho, ahora mismo la consideraba parte de su vida. Anaelise tenía la misma edad que sus hijas, y leer su caso cada vez que estaba por entrar a su consultorio para atenderla, le partía el alma en mil pedazos.
«Ninguna niña merecía haber pasado por lo que ella pasó».
Así que suspiró teniendo la paciencia necesaria.
—Bueno… no muchos logran estar en esa facultad, Anaelise, de hecho, la carrera que escogiste es una de las más difíciles. Y lo digo por experiencia propia.
Él le asomó una sonrisa, pero no obtuvo una de vuelta.
Anaelise se removió en el asiento y luego asintió.
—De igual forma no es para que me felicite —dijo rápidamente—. Son 5 años los que me esperan, si paso ese obstáculo entonces… veremos.
Oliver arrugó el ceño.
—¿Obstáculo? Ya hablamos de eso. Podemos llamarle “meta”, esa palabra suena mejor —respondió su Psiquiatra, pero ella no le siguió la cuerda.
Ella quitó la mirada del hombre y luego la centró en aquella pecera que tanto le gustaba admirar. Allí se encontraba solo un pez. Oliver le dijo una vez que nunca supo qué comprar para llenarla, entonces decidió por los peces que más le gustaron, por lo tanto, después de unos días, algunos se comieron entre otros, y al final, quedó el más pequeño e insignificante en la pecera. Parecía que esa imagen la hacía sentir comprendida, no sabía cómo explicarlo, pero ella se sentía así.
Muy sola.
Después de unos minutos observando la pecera, rodó los ojos hacia el reloj. Detestaba estar a merced del tiempo y parecía que sus horas aquí eran las más rápidas de toda la semana. Suspiró pesado sintiendo una aprensión en el pecho. Después que saliera de esta habitación volvería a enfrentar su vida y pediría en súplica que se pasara el tiempo rápido para volver de nuevo.
—Quiero suspender la mitad de su tratamiento Anaelise…
Ella estaba sumida en sus propios pensamientos, pero definitivamente esta frase aceleró su corazón, como mil corrientes juntas.
Abrió mucho los ojos y se giró de golpe.
—¿De qué está hablando? —preguntó torpemente hacia el hombre.
Oliver pudo sentir el temblor de su voz y trató de ser rápido con lo que quería decirle…
—Anaelise, por favor, escúcheme. Quiero su bienestar, así que he decidido suspender los medicamentos progresivamente, ya son muchos años y…
—¡Usted sabe qué me llevará de esto…! —interrumpió agitada, de hecho, se levantó de su asiento mientras caminaba por ambos lados.
—Lo entiendo. Pero debo hacerlo, inclusive creo que me siento culpable de que su TEPT* se haya vuelto crónico.
Ana soltó una risa irónica a lo que se frenó delante de él.
—¿Culpable? —Preguntó con una risa escalofriante en sus labios—. Usted no tiene nada que ver con esos hijos de…
—Anaelise…
El pecho de ella subía y bajaba agitado. Tenía la cara roja y las pupilas dilatadas. Necesitaba tratar de controlarse, lo que Oliver estaba diciendo solo era una broma. «Debía serlo».
—Por favor —el tono de su voz cambió cuando se dirigió a Oliver de nuevo—. No quiero volver a pasar por esto, no quiero las pesadillas, ni los ataques de pánico, ni nada de esa m****a.
—Escucha… —Pidió Oliver levantándose y tomando sus hombros. Ella rechazó el tacto al instante, a pesar de los años, y de que confiaba plenamente en Oliver, no soportaba ese tipo de gestos hacia ella. Oliver retiró la mano y luego aspiró para tener más calma—. Solo lo intentaremos, además, vas a entrar en una nueva etapa de tu vida, es necesario que te sueltes más, incluso, ¿quién quita que hagas nuevas amistades, y hasta quieras tener un novio?
Por primera vez en mucho tiempo, escuchó una carcajada de Anaelise. Aunque esta carecía de gracia, sabía que la idea le resultó muy graciosa, y eso era un punto positivo en medio de todo su caos.
—Solo dame mi récipe para reclamar mis medicamentos, Oliver —ella le respondió y él le devolvió la sonrisa.
—Solo te lo advierto Anaelise, quiero que sepas que deseo lo mejor para ti, superarás todo esto. Eres fuerte, y lo superarás.
Ella quitó de su rostro todos los rastros de alegría que de forma inexplicable aparecieron segundos atrás.
«Nadie», ni siquiera Oliver Walsh que la había atendido por 14 años consecutivos podría imaginar por lo que ella había pasado. A Anaelise no solo le había robado su cuerpo, su esencia y hasta sus sueños. A ella le había destrozado el alma.
Estaba rota, y sabía que era imposible tener una vida normal, incluso estaba segura de que eso jamás sucedería.
Oliver firmó su récipe, reduciendo en un 10% la medicación. Comenzaría por algo, porque, aunque sabía que ella no lo iba a entender muy bien, lo peor no había llegado. No podía imaginar qué pasaría cuando le dijera la otra parte, esa donde él ya no formaría parte de su sesión semanal.
Así que tomó el papel y lo asomó hacia ella.
La chica agarró el récipe de inmediato y lo dobló para colocarlo en la parte trasera de su jean.
—Lo veré en una semana —se despidió Anaelise, luego de una larga mirada para abandonar así su lugar de refugio.
Entonces Oliver soltó un suspiro largo y luego volvió abrir el archivo gordo que tenía entre sus manos. Pasó las páginas de toda la documentación que tenía de Anaelise, hasta que encontró las líneas que tanto le perturbaba leer.
Estos trazos eran algo torpes, ella aún tenía 8 años cuando Oliver Walsh le pidió que escribiera algo sobre el amor. Así que volvió a leer su escrito:
“El amor puede doler, el amor puede doler a veces. Pero eso es lo único que conozco.
El amor puede sanar, incluso un alma no está lo suficiente rota como para que el amor no pueda componerla. Así que esto es lo único que conozco.
Y si me lastimas, bueno, lo intentaré de nuevo, y eso está bien para mí”
* (TEPT): Trastorno de estrés postraumático.
El día era gris, lluvioso y aburrido… aunque la época determinaba que no habría mucha lluvia, hoy era un día de esos en que el tiempo tomó desprevenidos a todos los habitantes de Durango, Colorado.De hecho, hasta a la misma controladora Anaelise que estaba refutando empapada, mientras trataba de abrir la puerta de su casa.Ana vivía en una especie de residencia de clase media, en ella solo se encontraban 20 casas alrededor de la suya y sus vecinos siempre trataban de llevar una buena convivencia para la comunidad. Sin embargo, esta casa, donde residía con su padre, nunca sumó para hacer parte de esa armonía. Pagaba su condominio por transferencia y nunca participaba en ninguna actividad que solía realizarse los fines de semana.Ahora mismo, frustrada por no poder abrir, Anaelise sabía que la señora lambiscona e intrépida estaba en el porche frente a su cas
Era seguro que, en el final de su subconsciente, el sentido de la audición le gritaba que debía escuchar algo insistente. Así que batalló por removerse sin ni siquiera saber qué día era hoy y en qué lugar se encontraba.Esta sensación se la adjudicaba a los efectos que dejaban los medicamentos, esta era la parte que no le gustaba mucho de quedar completamente dopada. Sin embargo, Anaelise prefería esta sensación cada mañana que tener pesadillas. «Porque sus pesadillas no eran nada normales». Ella podía levantarse empapada como si hubiese entrado en una ducha, y no conforme con eso su día era un completo desastre. «Así que no, ella nunca las dejaría», pensó abriendo los ojos lentamente.Cuando sus sentidos se pusieron más alertas, entendió que era su móvil sonando, y cuando lo tomó,
Un silencio procedió mientras su corazón cabalgaba salvajemente. Entonces Anaelise recordó sus terapias, las palabras de Oliver y todas aquellas cosas que consideró por mucho tiempo una estupidez.“La mejor manera de enfrentar un miedo es mirándolo a los ojos Ana…”Después de pasar un trago y tomar todo el aire posible, contuvo sus labios y se puso los más erguida posible. Así que centró su mirada color miel en aquellos ojos negros y les hizo frente.—Mi nombre es Anaelise Becher, tengo 19 años…—¿Por qué escogió la medicina? —le interrumpió Howard Miller con una sonrisa en su boca.Ella tenía una larga lista para responder a esa pregunta, sobre todo y principalmente, aunque sonara egoísta, porque trataba de ayudarse a ella misma.—Porque… —titubeó al pr
Xavier bajó de su auto y estacionó frente a su casa. Alzó el rostro en saludo al guardia de vigilancia que paseaba su residencia, y luego entró cerrando de un portazo para deleitarse en el silencio que comenzó a llenarlo y satisfacerlo a la vez.Su comida estaba hecha, la mujer que trabajaba para él, Clara, salía los viernes al medio día tomándose el fin de semana de descanso y volvía el lunes antes de las seis de la mañana para ayudarle en todo lo que debía hacerse en su casa. Él no necesitaba esta casa tan grande, pero para Cox era imposible deshacerse de ella con tantos recuerdos que había compartido allí. “Recuerdos” que lo hacían feliz, pero que a la vez arruinaban su existencia. No estaba seguro del desequilibrio que le causaba estar en esa disyuntiva, pero prefería el dolor a no haber conocido esa felicidad que alguna vez experimen
“Muchas veces nos sentimos aburridos, cansados incluso desesperados viendo que los días son iguales y que de alguna forma nada cambia. Sin embargo, solo se debe mirar alrededor, pausar por un momento, y darnos cuenta de que estamos caminando en el mismo círculo desde hace mucho tiempo…”Eran las siete de la noche cuando Ana entró a su casa. Colocó las compras en su sitio y no demoró un instante en correr a su cuarto. Se quitó la ropa de mala gana y fue hacia la ducha donde dejó correr el agua fría por su cuerpo. El ambiente estaba frío, la calle desde donde ella venía había una temperatura de 10 grados. Pero Anaelise solo quería deshacerse de la sensación que estaba ahogándola.“Mi carta de jubilación llegó Anaelise… yo lo siento mucho, alguien más estará en mi puesto&helli
Podía escuchar el palpitar de su corazón en los oídos, incluso imaginaba los escenarios posibles que podían presentarse.Las voces dentro de la cabeza la estaban llevando al límite, muchas negaciones y pocas palabras de aliento, se mezclaban para ponerla al borde del colapso. Así que ella alzó la mirada al reloj y vio que eran las 8:00 pm, en punto.Pronunció su ceño incómoda y un poco enojada, giró sus pies, cuando estaba a punto de dar un paso, el timbre de su casa sonó varias veces.Entonces sintió un golpe tremendo en su estómago de los nervios.Ella pasó el trago sin mirar a Carla que estaba concentrada en todo lo que ella hacía.Caminó rápido hacia la puerta y el olor a perfume, algo exagerado, le llenó las fosas nasales. Andrew le sonreía. Él estaba vestido un poco más arreglado qu
Todos callaron al escuchar a Frank decir su penitencia, pero el cuerpo de Cox se colocó en tensión como si la situación no pudiera ser peor. Maldijo varias veces por estar en este lugar y haberse dejado llevar por sus impulsos. Así que hizo que no estaba escuchando y trató de mirar hacia otra parte.Ana se estremeció al escuchar las palabras de Frank, sin embargo, al rodar los ojos en dirección de Xavier, solo pudo ver como Olivia estaba en plena diversión por lo que estaba aconteciendo.Se sentía de cierta forma un poco humillada y burlada, y esa sensación solo aumentó ese sentimiento desconocido que estaba surgiendo muy dentro de ella. «No iba a dejarse intimidar».—Bien —respondió Ana a la vez que todos se giraron de golpe hacia su lugar. Aunque los nervios se la estaban comiendo viva, unas fuerzas nuevas comenzaron a emerger.Tomando to
«¿A dónde se había ido?», se preguntó Xavier cuando observó hacia el jardín y Anaelise no estaba. Después de aquel baile había necesitado respirar de la presencia de ella. Decidió alejarse lo más posible, pero siguió observando cada acción suya desde lo lejos.Pensó mucho, de hecho, trató de explicarse a sí mismo qué era lo que lo estaba atrayéndolo como un imán hacia esa chica, y le enfermaba solo pensar que algo en su mirada, esa mirada carente de mucho, era lo que le gritaba desde lo más profundo de su alma, que necesitaba algo, y Xavier sabía perfectamente a que conllevaba fijarse en esa expresión vacía.Las personas carentes de cosas siempre buscaban a otras personas vacías, era un círculo vicioso; así que esto era lo único lógico que &eacu