Cuando Valeria le contó a su amiga que tenían una invitación de Jaime para la noche del día siguiente, Sofía no cabía en sí de la dicha.—Pero ahora también estoy muy nerviosa —dijo Sofía—, porque no sé qué ponerme y…—Pero, Sofi, ¿cómo que no sabes qué ponerte? —dijo Valeria, con los brazos en jarras sobre la cadera.—¿Uh?—El vestido que compramos esa vez en la tienda, ¿recuerdas? cuando el dueño supo que estaba embarazada porque no llevaba la faja, ¿o ya se te olvidó?—Ay, sí, Vale, claro que me acuerdo, ¿pero no será muy inapropiado? —preguntó Sofía, con las manos sobre las mejillas.—Cómo vas a pensar eso, si te veías preciosa —dijo Valeria, que también estaba muy entusiasmada por ver a su mejor amiga emparejada con Jaime que, pese a que lo conocía solo hacía algunas semanas, sabía que era un buen hombre—. Póntelo y lo miramos de nuevo.Sofía corrió a su armario y, unos minutos después, regresó a la sala del apartamento para realizar un breve desfile de modas. —Sofi, no es por n
Valeria pasó la mayor parte del viernes intentando cumplir con el encargo de su jefe, que le había pedido contactar al padre de los trillizos de Carmina y no solo hablar con él, sino convencerlo de que se presentara en las instalaciones de la firma para hablar sobre el caso pro bono, antes de presentar la demanda de reconocimiento de la paternidad. No fue sino hasta después del almuerzo que el celular de Valeria sonó, justo en el momento en que los pequeños habían decidido que no les gustó lo que mamá almorzó ese día y, con sus protestas, la obligaron a visitar las instalaciones sanitarias de la oficina. —Aló, ¿con quién hablo? —preguntó Valeria justo en el momento en que se paraba de nuevo, después de haberse arrodillado frente al ídolo de cerámica y desocupar su ofrenda. —Tengo varias llamadas perdidas de este número —dijo la voz de un hombre, al otro lado de la línea. El pecho de Valeria se agitó y casi lo hace de nuevo su estómago, pero logró controlarlo. —¿Hablo con el seño
Valeria se encargó de escoger el restaurante para la que sería una cita no planeada entre Sofía y Jaime, a quien envió un mensaje por whatsapp indicándole la dirección y la hora, porque no quería que su amigo de la oficina se enterase de que ella no iba a ir sino hasta el último momento, para dar la idea de que había faltado por un imprevisto de último minuto.—Vale, me tienes que después contar todo, cada detalle, de verdad, todo —dijo Sofía cuando Valeria le dijo que se ausentaría de la cita con Jaime porque esa noche saldría a comer con su jefe. —Si quieres dejo la grabadora de mi celular activada —bromeó Valeria mientras repasaba, por enésima vez, su ropero, sin saber qué ponerse.—Pues si pudieras… ¿y si te fajas y llevas ese vestido que a él tanto le gustó?—No voy a ponerme lo mismo, y tampoco me voy a fajar —dijo Valeria—. Igual, él ya sabe de mi embarazo, entonces es una bobada torturar a los chiquitines, y de paso a mí también, porque la faja es súper incómoda. —Y ya sabe
Al salir del edificio y ver el rostro de Franco a través del vidrio panorámico del auto, Valeria pudo apreciar el mismo efecto que causó en el vigilante, pero multiplicado varias decenas de veces. Los ojos de su jefe habían adquirido el tamaño de dos grandes platos y de la boca parecía que se le iba a escapar la lengua si no conseguía cerrarla pronto. —Valeria, estás… ¡Wow! Fantástica, en serio que sí —dijo Franco cuando logró bajarse del auto, después de casi tropezar porque no consiguió coordinar sus piernas, y abrir la puerta a su asistente. Valeria solo sonrió, como si ese tipo de halagos le fueran del todo naturales y frecuentes, pero por dentro estaba tan emocionada que sentía ganas de gritar. «Está derretido por mí», pensó Valeria mientras apretaba los labios y veía a Franco, que no conseguía despegar los ojos de ella, regresar a su puesto en el vehículo. —¿Quieres escoger la música, o prefieres arriesgarte a escuchar lo que tengo en mi lista de reproducción? —preguntó Fra
Después de ubicar, desde la puerta del baño de mujeres, dónde se habían sentado Sofía y Jaime, Valeria salió, dando una gran vuelta alrededor de la chimenea del centro del comedor, hasta aterrizar, a salvo, en su puesto, frente a su jefe. —¿Quieres que ordenemos unas entradas? —preguntó Franco luego de indicarle a Valeria que su bebida ya había llegado y que debía probarla, porque era en verdad deliciosa— ¿O prefieres que ordenemos de una vez el plato principal? La verdad era que Valeria estaba por desmayarse del hambre y la nueva situación a la que se enfrentaba en el restaurante, le había abierto aún más el apetito. —Las entradas están muy bien, gracias —dijo Valeria mientras intentaba calmar las protestas de su estómago con el zumo de cerezas que, en efecto, estaba muy rico, pero insuficiente para opacar el vacío que sentía en el estómago. El mesero no tardó en ofrecerles varias opciones de entradas y Valeria se inclinó por la bandeja de empanadas.—Una bandeja, por favor —dijo
Valeria tuvo suerte de que la cara de Sofía estuviera de frente a ella e iba tan distraída, que cuando vio a su amiga la saludó agitando la mano y sonriendo. No fue sino hasta un segundo después de que Sofía la mirara con extrañeza, que Valeria se dio cuenta de lo que estaba por hacer. Logró sentarse en la mesa que tenía al lado en el momento justo en que Jaime se giró a mirar lo que había llamado la atención de Sofía.—¿Viste a alguien conocido? —preguntó Jaime a Sofía después de verificar que no había nadie, al menos reconocible, a su espalda.—Oh, no, fue que creí ver a un famoso, pero no, me equivoqué —dijo Sofía, tomando la mano de Jaime en ese momento para ganarse su atención y mie
Fanco no terminaba de creer lo que tenía ante sus ojos, mucho menos lo que había visto y todavía le costaba trabajo asimilar que, después de comerse tres bandejas de empanadas, Valeria todavía tuviera hambre. —¿Ordenamos, amor? —preguntó Franco.—¿Amor? ¿En adelante me vas a llamar así? —preguntó Valeria, algo sonrojada porque jamás hubiera creído posible que su jefe llegara a llamarla de esa forma y, menos aún, sentirse halagada de que él lo hiciera.—Había pensado en “tragoncita”, pero quizá a ti no te guste mucho —bromeó Franco.—Pero qué perceptivo eres…«Llámame así y verás a quién le hago tragar mis zapatos». A una seña de Franco, el mesero se acercó a la mesa para ofrecerles la carta.—Voy a pedir el steak con salsa de la casa —dijo Franco con la carta entre las manos—. Te lo recomendaría, pero la salsa tiene algo de picante y no sé si puedas…—Me encanta el picante —dijo Valeria, adelantándose a las palabras de Franco—, es más, ¿qué te parece una competencia?—¿Eh? Pero, no
Solo una enorme copa de helado consiguió que Valeria se sintiera, por fin, llena y, tomada del brazo de Franco, salieron a esperar el vehículo que los llevaría a casa. Toño, el dueño del restaurante, se despidió de la pareja, que se veía muy contenta, deseándoles que, en breve, le extendieran la invitación a su matrimonio. —Puede que llegue más pronto de lo que imaginas —dijo Franco—, y eso pese a que esta es apenas nuestra primera cita.Toño no supo cómo interpretar las palabras de Franco, porque no discernió si era una broma o hablaba en serio, pero igual los acompañó hasta la salida y solo regresó al restaurante hasta que los vio subidos en el carro.—Te recomiendo mi auto —dijo Franco al despedirse de su amigo—. Mañana enviaré por él, o puede que venga yo, no sé. Te avisaré. —Aquí estará como si lo hubieras estacionado en una jefatura de policía —dijo Toño—. No te preocupes.Ya en el carro que los llevaría a casa, Valeria pensó en llamar a Sofía para preguntarle cómo le había id