Con la sonrisa de una colegiala
Valeria pasó la mayor parte del viernes intentando cumplir con el encargo de su jefe, que le había pedido contactar al padre de los trillizos de Carmina y no solo hablar con él, sino convencerlo de que se presentara en las instalaciones de la firma para hablar sobre el caso pro bono, antes de presentar la demanda de reconocimiento de la paternidad.

No fue sino hasta después del almuerzo que el celular de Valeria sonó, justo en el momento en que los pequeños habían decidido que no les gustó lo que mamá almorzó ese día y, con sus protestas, la obligaron a visitar las instalaciones sanitarias de la oficina.

—Aló, ¿con quién hablo? —preguntó Valeria justo en el momento en que se paraba de nuevo, después de haberse arrodillado frente al ídolo de cerámica y desocupar su ofrenda.

—Tengo varias llamadas perdidas de este número —dijo la voz de un hombre, al otro lado de la línea.

El pecho de Valeria se agitó y casi lo hace de nuevo su estómago, pero logró controlarlo.

—¿Hablo con el seño
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