Una cita con el jefe (I)
Al salir del edificio y ver el rostro de Franco a través del vidrio panorámico del auto, Valeria pudo apreciar el mismo efecto que causó en el vigilante, pero multiplicado varias decenas de veces. Los ojos de su jefe habían adquirido el tamaño de dos grandes platos y de la boca parecía que se le iba a escapar la lengua si no conseguía cerrarla pronto.

—Valeria, estás… ¡Wow! Fantástica, en serio que sí —dijo Franco cuando logró bajarse del auto, después de casi tropezar porque no consiguió coordinar sus piernas, y abrir la puerta a su asistente.

Valeria solo sonrió, como si ese tipo de halagos le fueran del todo naturales y frecuentes, pero por dentro estaba tan emocionada que sentía ganas de gritar.

«Está derretido por mí», pensó Valeria mientras apretaba los labios y veía a Franco, que no conseguía despegar los ojos de ella, regresar a su puesto en el vehículo.

—¿Quieres escoger la música, o prefieres arriesgarte a escuchar lo que tengo en mi lista de reproducción? —preguntó Fra
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