Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado.
—¿Qué estás haciendo en mi habitación?
También él se ruborizó.
—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.
—Bien, entonces ya puedes irte.
Jon le lanzó una mirada brillante.
—Te sugiero que moderes tu tono, madam.
Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es como la tuya —osó replicar—. Ningún caballero invadiría el dormitorio de una dama, bajo ningún concepto.
Él suspiró, claramente molesto.
—Hace mucho frío y los últimos meses has sufrido mucho. ¿Quieres acabar con tu salud?
—¿Y a ti qué te importa? — se encogió de hombros. Y recibió una mirada de enfado que de algún modo le agradó.
Él se dispuso a salir de la habitación, pero se detuvo para volver a mirarla:
—Estamos aislados por la nieve.
—¿Qué?
—Ha estado nevando toda la noche. El camino ha quedado intransitable, y no creo que las carreteras estén mejor. Estamos aislados.
Elisa lo miró con horror.
—Te veré en el comedor —dijo Jon—. O’Hara ha preparado el desayuno. —Sonrió fríamente
—. Me temo que tendremos que quedarnos aquí varios días, tú y yo, juntos.
Cuando se fue, ella se hundió en la almohada.—No—susurró—. ¡Oh, no!
Para Elisa sólo había una forma de sobrevivir durante los próximos días, hasta que Jon la llevara a casa, y era permanecer en su habitación evitando su presencia. A excepción, sin embargo, de las comidas. No tenía la intención de pasar hambre ahora, no después de pasar tantos meses de escasez producto a su flamante escapada y su auto impuesto exilio una vez lego a la casona, bien sabía que había podido salir a abastecer la despensa en vez de seguir comiendo frutos silvestres y caldos mal hecho, si algo estaba segura es de que no pensaba entrar más a una cocina por lo menos en una buena temporada.
A las diez menos cuarto se presentó a la mesa del desayuno. Jon su supuesto esposo estaba leyendo un periódico viejo que había comprado en Nueva York. Cuando ella entró en la estancia con un vestido rosa pálido, él se levantó. A su pesar, tuvo que admitir que sus modales eran impecables.
Llevaba unas viejas botas de montar, unos bombachos apretados que le iban como un guante y una chaqueta de pata de gallo igualmente vieja. Aun así, resultaba muy atractivo.Al sentarse en el otro extremo de la mesa, procuró mostrarse indiferente. Pero le resultó imposible... sentía que la miraba intensamente. Seguro que estaba equivocado, pensó ella con súbita desesperación. ¡No podían estar casados por poderes! Era una idea intolerable.
O’Hara entró en la sala con una bandeja de salchichas, huevos y bollos tostados recién hechos.
—Buenos días, milord, milady —dijo jovialmente con su inconfundible acento irlandés. Se inclinó—. ¡Feliz Navidad!
Elisa sintió un escalofrío. Había olvidado qué día era. Jon también permaneció inmóvil en el otro extremo de la mesa. Sus miradas se cruzaron fugazmente. Lisa apartó la mirada murmurando «Feliz Navidad» al sirviente, pero no a Jon, al hombre que tal vez era su marido, y se sintió mal por ser tan mezquina. La Navidad era un día especial, un día de amor, regocijo y celebración. Aunque el suyo era un día de pesar y desesperación. Elisa se apenó por no estar en su casa con su familia. ¡Cómo necesitaba a su padre y a su hermanastra en este momento!
Y aunque estaba famélica, de pronto perdió el apetito. Se levantó.—Discúlpame. Yo... —No pudo seguir. Vagamente consciente de la intensa mirada de Jon, y del hecho de que él también se levantó, dio media vuelta y se apresuró a salir de la habitación.
—Espera, Elisa —dijo Jon corriendo tras ella. En el pasillo ella se giró.
—Por favor, déjame sola —rogó. Él se mostró frío.
—Elisa, es hora de que hablemos.
—No —dijo llorando y agitando la cabeza. La gruesa trenza se le movía por la espalda como una cuerda. Él le tocó un hombro.
—Ven conmigo. —El tono era suave pero firme; era una orden.
Sintiendo odio hacia él, Elisa se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que ir y dejó que él avanzara hacia la biblioteca. Una vez allí, Julián se acercó a la ventana y miró la nieve que caía en el prado.Ella se encogió de hombros. Eran las peores Navidades que podía imaginar. Sentía que se le partía el corazón. Qué sola se sentía.
Jon se volvió hacia ella.
—Mereces una explicación.
Elisa no dijo nada. No había nada que decir.
—Elisa, no fue idea mía volverme a casar, en verdad, de haber tenido la oportunidad de escoger nunca hubiera vuelto a casarme.
Ella tragó saliva, sintiéndose mareada.
—Sin duda intentas hacerme sentir mejor, no esta dando resultado.
—Por favor, abandona tu rencor por un instante.
Ella pestañeó y por fin, aunque reacia, asintió con la cabeza. Aunque lo despreciaba, deseó saber qué pensaba, escuchar lo que tuviera que decir. Él se aclaró la garganta.
—Las circunstancias me obligaron a casarme.
—¿Con una heredera como yo?
—Sí. —La miró a los ojos con aire contrito.
—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.—Mi hermano está enfermo.Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él. Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría. —Lo siento...Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.—¿Los sientes?—Claro.Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender. Jon se volvió y le dio la espalda.—
IRLANDA 1903Castle estaba ubicado en la parte más norteña de la isla, frente a la isla de Achill. Construido en el siglo XIII por el primer St Clare asentado en estos parajes, el edificio original había sufrido varias transformaciones. Muros de pálidas piedras soportaban estructuras muy intrincadas, pero las torres del castillo seguían irguiéndose en lo alto. Hacía seis meses que Jon no estaba en casa, pero apenas le sobrecogió la vista de la antigua barbacana y la torre central que asomaba tras ella. Había estado por toda Europa en un viaje totalmente inútil. Miró con gravedad el paisaje mientras el carruaje atravesaba el polvoriento camino hacia el castillo. Siencontraba a su hermano en Castle, pensaba retorcerle el cuello, y después de haber buscado por todas partes, esperaba encontrarlo aquí. Como siempre, el viejo portalón de hierro oxidado estaba abierto. El carruaje de Jon lo atravesó con estrépito. O’Hara frenó tan abruptamente que los dos caballos castaños rechinaron y
Pero Robert no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con una mueca, rodeó a Jon con el brazo.—¿Es guapa?—Sí, por supuesto.Robert esperó, y al ver que no habría más explicaciones, insistió:—¿Y bien? ¿Es rubia o morena? ¿Gorda o delgada? ¿Cómo se llama?Jon sintió una punzada en el corazón.—Se llama Elisa, aunque sus allegados le dicen Lisa. Es hija única y tiene la clase de fortuna que necesitamos para cubrir los gastos del tratamiento médico y mantener la finca.Robert arqueó las cejas. —¿Y por qué no la trajiste?Jon se liberó de su brazo y se dirigió a la ventana, sólo para darse cuenta de su error: desde la habitación de Robert había una gran vista del lago. Enseguida se volvió:—La necesitas aquí, Jon. No lo niegues.—Es absurdo.—¡Han pasado diez años! —exclamó Robert. De repente Jon se enfureció.—¡No me recuerdes cuánto tiempo ha pasado! —exclamó.Robert dio un paso hacia atrás, como si temiera que Jon le pegara. Jon deseó pegarle. Tenía los puños cerrados, casi haciéndol
Lisa no comentó el hecho de que Robert podía haber ido a ocuparse de los arreglos del hotel para que Jon la recibiera. ¡Qué impaciente estaba por volver a verla!, pensó, y de pronto lo vio acercarse.Al igual que ella, él estuvo a punto de detenerse en su camino. Lisa se sintió momentáneamente turbada. Se había olvidado de lo apuesto que era, patricio y elegante... qué increíblemente masculino. El corazón le dio un vuelco en cuanto se miraron.Él también pareció turbado por su presencia, pues fue el primero en apartar la mirada. En ese momento Lisa reparó en la mujer que lo acompañaba. Alta, esbelta y rubia, era tan patricia como él. De hecho, incluso podría ser su hermana. Sólo era unos años mayor que Lisa. ¿Jon tenía una hermana? St. Clare avanzó, le cogió una mano e hizo una reverencia evitando mirarla a los ojos.—Espero que el viaje no haya sido muy fatigoso —dijo en tono formal. Y a continuación alzó la mirada.Elisa no pudo apartar los ojos. Por un instante sintió que estaba
Jon la acompañó por el vestíbulo, Elisa se fijó en los huéspedes; los hombres con frac, las mujeres con sus vestidos de noche conjuntados brillantemente, todo el mundo mirándolos a medida que avanzaban. De pronto. Lisa pensó que debían de formar una pareja perfecta. Jon apartó la silla para ella, ayudándola a sentarse. Al hacerlo, él le rozó accidentalmente la espalda. Ella se envaró sorprendida al sentir aquella mano en su espalda desnuda, y lo miró. Él tenía los ojos fijos en ella, comosi estuviera tan sorprendido y agitado como ella. Se apartó bruscamente. Robert sentó a Edith delante de Elisa. Los hombres se sentaron junto a las damas, el uno frente al otro. Robert se inclinó hacia Lisa. Cuando le habló, lo hizo en tono suave para que nadie oyera: —Hacéis una pareja maravillosa. En el vestíbulo todo el mundo habla de vosotros. Quieren saber quién eres y como mi hermano tuvo la suerte de atrapar una belleza como tu.Lisa sólo pudo mirarlo; luego se dio cuenta de que Julián es
—¿Lisa?Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que la profunda voz de Julián la sobresaltó. Alzó la mirada hacia él, abriendo más los ojos y casi sin aliento.—¿S...sí?Él cruzó los brazos.—Quisiera... espero que hayas disfrutado de la cena. Ella asintió con la cabeza, incapaz de apartar la mirada.—Todo ha estado muy bien.Él siguió mirándola a los ojos. ¿O le miraba los labios? Lisa comenzó a temblar. No se le ocurría nada que decir. Aquella implacable mirada hizo que el corazón le palpitara desbocadamente.Lisa se retorció las manos, segura de que él estaba pensando en besarla. Intentó retornar a la realidad acordándose de que se había casado con ella por dinero y sin tener en cuenta sus deseos. Pero la noche era cálida yla luna benévola e incitante. El aroma de las fresias y las flores de azahar se mezclaba con el de las lilas. Lisa estaba cautiva de la personalidad de su marido, y no podía apartar la mirada. Se humedeció los labios connerviosismo. —¿Qu...qué era lo q
Dos semanas despues: Recidencia de los St Clare, Clare Island—Éstas son sus habitaciones, milady —dijo alegremente O’Hara.Elisa las contempló. Desde que habían llegado por la mañana a Clare Island tenía la sensación de entrar en un mundo perdido en el tiempo. Le había encantado el pequeño pueblo donde el ferry atracó... con sus casitas de madera y piedra y con tejados de paja que parecían haber sobrevivido durante siglos. De las chimeneas de piedra salía humo, incluso en ese fresco y agradable mayo. En una calle, un hombre guiaba un burro cargado de lana; en otra, un carretero iba con un greñudo pony. En una esquina había una mujer de pie con un amplio delantal ofreciendo huevos frescos. Mujeres descalzas hacían la colada en un pozo comunitario. Y el carruaje en el que viajaba tuvo que arreglárselas para pasar entre un rebaño de ovejas que cruzaban la calle principal, una calle carente de nombre. Pero lo que más la sorprendió fue el silencio. Salvo ocasionales ladridos de perros
Se detuvo en el pasillo tratando de deshacerse tanto de sus pensamientos como de su aflicción. Torció a la izquierda y cruzó numerosas puertas. En el castillo reinaba un absoluto silencio sólo interrumpido por el incómodo eco de sus propios pasos.Los pasillos eran oscuros. Comenzó a inquietarse al no encontrar el hueco de la escalera. Y tuvo la ridícula sensación de que no estaba sola. Empezó a asustarse de su propia sombra. Se le ocurrió que en un castillo asípodían habitar fantasmas. ¿Acaso había uno allí mismo? Finalmente llamó a una puerta y, sin esperar respuesta, abrió. Era un dormitorio con los muebles cubiertos de sábanas raídas. ¿Cuántos aposentos tenía Castle?, se preguntó. Atisbo un movimiento y lanzó un gritito. Jadeó cuando vio que se trataba de un ratón. Mientras esperaba a recuperar la respiración, pensó que le gustaría renovar Castle. No rehacerlo, sino abrir y airear las habitaciones, restaurar los muebles, limpiar las alfombras y cortinas, devolver al castillo