Jhonn sonrió. —Buenos días, O’Hara. Hace un día maravilloso, ¿verdad? Los ojos del mayordomo se agrandaron. No había visto al marqués con aquella sonrisa desde la tragedia ocurrida hace algunos años. Hoy parecía ser el niño sonriente y el joven lleno de ilusión que fue antes de la muerte del joven amo y de la primera esposa del señor. —Hace buen día, ¿verdad, 0'Hara? —repitió Lisa dulcemente. Su rostro tenía cierto brillo, que la hacía resplandecer. Le dedicó una amplia sonrisa; nunca había estado tan feliz. En cuanto ellos avanzaron, O’Hara recuperó la compostura. —Es el mejor de los días —murmuró felizmente, por el l comportamiento de los dueños sabía que pronto la alegría volvería a la gran casa y podía apostar que tal vez pronto muy pronto se podría escuchar la risa de niños. Elisa y Jhon se detuvieron en el umbral del comedor. —Oh, cariño —dijo ella suavemente en cuanto Jhon vio el apasionado abrazo de Robert y Edith—. Santo cielo... —añadió. Jhon rió. —No me sorprende
Castle un Año y medio después. Navidad Elisa no aguantaba más. Después de mirar a Jhon, que seguía roncando en la cama, se levantó y se puso la bata. Mientras atravesaba el dormitorio, tiritando, volvió a mirarlo su esposo dormía como un bebé. La más sincera de las sonrisas le iluminaba el rostro. Lisa no pudo evitar maravillarse ante aquella visión. Seguía sin poder creer que ella era suya y que él era de ella y que estaban locamente enamorados. Lisa salió de la habitación. El castillo estaba en silencio, en unas horas todo el mundo estaría atareado para que la celebración fuera magnífica. Era el día de Navidad y ella estaba algo impaciente por descubrir lo que su esposo iba a regalarle, desde hacía semanas estaba algo misterioso y ella no había podido obtener ninguna información o indicios de su regalo navideño. Al descender por las escaleras sonrió. El regalo que le iba a hacer a Jhon sería grande y, esperaba, toda una sorpresa. Se detuvo en el salón de baile. Pocos días antes
Era casi Navidad y en su vida Elisa Margot Bleis nunca se había sentido tan miserable ni había estado tan asustada. Se escondía de su prometido, el marqués de Connat. Hacía Tres meses que había huido de él, la noche de la fiesta de petición de mano. Pero ahora estaba desesperada. No sabía cuánto tiempo podría seguir escondiéndose así, sola, pasando frío y hambre, y tan infeliz y atemorizada. Elisa se estremeció,se abrigaba con un chal de muaré echado por encima de un delgado vestido de popelín blanco y azul Cuando huyó del baile de su fiesta de compromiso, lo hizo sin más ropa que el vestido de noche que llevaba.Y hacía mucho frío, el cielo estaba oscuro y tan helado como en el interior de la gran casa de verano de sus padres. Pero no se atrevía a encender una hoguera por temor a que algún residente local o transeúnte la descubriera.Por temor a que él se enterara de su presencia. Cómo le odiaba. Aun así, las lágrimas no asomaban a sus ojos. La noche de la fiesta de petición de m
Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna. —Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti. Ella se levantó y lo miró de frente.—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo. A él se le oscureció la mirada.—Elisa, tú volverás conmigo.—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome la contraria de modo tan infantil.—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas y besabas no me tratabas como una
Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado. —¿Qué estás haciendo en mi habitación? También él se ruborizó.—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.—Bien, entonces ya puedes irte. Jon le lanzó una mirada brillante.—Te sugiero que moderes tu tono, madam.Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es
—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.—Mi hermano está enfermo.Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él. Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría. —Lo siento...Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.—¿Los sientes?—Claro.Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender. Jon se volvió y le dio la espalda.—
IRLANDA 1903Castle estaba ubicado en la parte más norteña de la isla, frente a la isla de Achill. Construido en el siglo XIII por el primer St Clare asentado en estos parajes, el edificio original había sufrido varias transformaciones. Muros de pálidas piedras soportaban estructuras muy intrincadas, pero las torres del castillo seguían irguiéndose en lo alto. Hacía seis meses que Jon no estaba en casa, pero apenas le sobrecogió la vista de la antigua barbacana y la torre central que asomaba tras ella. Había estado por toda Europa en un viaje totalmente inútil. Miró con gravedad el paisaje mientras el carruaje atravesaba el polvoriento camino hacia el castillo. Siencontraba a su hermano en Castle, pensaba retorcerle el cuello, y después de haber buscado por todas partes, esperaba encontrarlo aquí. Como siempre, el viejo portalón de hierro oxidado estaba abierto. El carruaje de Jon lo atravesó con estrépito. O’Hara frenó tan abruptamente que los dos caballos castaños rechinaron y
Pero Robert no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con una mueca, rodeó a Jon con el brazo.—¿Es guapa?—Sí, por supuesto.Robert esperó, y al ver que no habría más explicaciones, insistió:—¿Y bien? ¿Es rubia o morena? ¿Gorda o delgada? ¿Cómo se llama?Jon sintió una punzada en el corazón.—Se llama Elisa, aunque sus allegados le dicen Lisa. Es hija única y tiene la clase de fortuna que necesitamos para cubrir los gastos del tratamiento médico y mantener la finca.Robert arqueó las cejas. —¿Y por qué no la trajiste?Jon se liberó de su brazo y se dirigió a la ventana, sólo para darse cuenta de su error: desde la habitación de Robert había una gran vista del lago. Enseguida se volvió:—La necesitas aquí, Jon. No lo niegues.—Es absurdo.—¡Han pasado diez años! —exclamó Robert. De repente Jon se enfureció.—¡No me recuerdes cuánto tiempo ha pasado! —exclamó.Robert dio un paso hacia atrás, como si temiera que Jon le pegara. Jon deseó pegarle. Tenía los puños cerrados, casi haciéndol