—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.
—Mi hermano está enfermo.
Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.
—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él.
Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría.
—Lo siento...
Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.
—¿Los sientes?
—Claro.
Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.
—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.
—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender.
Jon se volvió y le dio la espalda.
—No puedo pagar las facturas. Pero el clima de Irlanda no le conviene. Robert, por supuesto, prefiere Londres, pero tampoco le conviene. Aunque yo no tenga el dinero para el es mejor quedarse en el Balneario, el clima es mas benévolo allí.
—Así que viniste a América para casarte con una heredera.
—Sí. No tenía otra opción. Todo es por la salud de mi hermano.
Elisa no quiso sentir el dolor de Jon, pero resultaba tan palpable que lo sintió. Suspiró profundamente, deseando alejarse de él.
—St. Clare, siento lo de tu hermano. Pero tu explicación no altera para nada las cosas.
Lentamente él se volvió para mirarla.
—Ya veo.
Ella retrocedió un paso.
—Sigo sin querer ser tu esposa.
—Es demasiado tarde, Elisa. Ya está hecho. Estamos casados.
Por un fugaz instante, antes de que él bajara la mirada, ella vio un intenso ardor en sus ojos grises. El corazón le palpitó. ¿Qué significaba aquella mirada? No era la primera vez que la miraba así. ¿Y debería preocuparse de descifrar sus sentimientos más profundos? ¡No deseaba hacerlo en absoluto! Aunque eso no cambiaba el hecho de que ella estaba sufriendo por tener sentimientos por un hombre que solo la veía como una fuente de ingreso.
Elisa cerró los puños.
—Coge mi dinero y vuelve a Irlanda a pagar las facturas de tu hermano. Pero deja que me quede aquí.
Él la miró sin pasión. Aunque tras su estoica expresión ella sintió una oleada de ira. Elisa no esperó a que respondiera. Salió presurosa de la habitación, allí halló consuelo. Se arrojó boca abajo sobre la cama. Era perfectamente consciente del hombre de la planta inferior, del extraño que despreciaba, del extraño que era su marido... un hombre que estaba sufriendo por la enfermedad de su hermano. Se dijo que no era asunto suyo, que no tenía por qué compadecerlo. No le importaba.
No tenía que importarle. ¿Aceptaría él su última sugerencia? ¿Dejaría que se quedara en Nueva York con su familia y se llevaría el dinero? Después de todo, en principio él no quería volver a casarse. Qué dolorosa le había resultado aquella afirmación. Pero St. Clare estaba lleno de sorpresas. ¿Y si creía que su responsabilidad era llevarla a Irlanda a su mansión familiar?
¿Qué podía hacer? ¿Desafiar a su padre y a St. Clare otra vez? Elisa estaba cansada después de los últimos meses de ocultación. No podía engañarse. Sus fuerzas y su valor estaban minados. No sería capaz de volver a huir. Lo que significaba que tendría que aceptar el destino. Y si su destino era ir con Jon a Irlanda.
La imagen de St. Clare apareció ante ella. La primera vez que la había visitado ella se había quedado prendada de su belleza masculina, de sus ademanes formales y de su porte aristocrático. Pero sólo era irresistible en la superficie; era un hombre frío y sin corazón. No era el caballero enfundado en una brillante coraza con el que ella había soñado desde niña.
Llamaron a la puerta. Lisa se incorporó y se colocó la trenza sobre el hombro, pero guardó silencio. Quizá creyera que se había quedado dormida.
—Elisa, soy yo. Aún quedan cosas de las que debemos hablar.
El corazón le palpitaba con fuerza.
—No hay nada más que hablar —exclamó —. Vete, St. Clare.
Él abrió la puerta y entró. Elisa se arrepintió de no haberla cerrado. Él la miró a los ojos. Mientras tanto ella se dio cuenta de que tenía la falda subida hasta las rodillas y que seguramente su aspecto era indecoroso, tumbada en la cama. Se levantó. Él dijo:
—Tenemos que acabar con esto de una vez por todas. No creas que puedes evitarme así como así.
Para ocultar sus emociones, ella exclamó:
—Puedo hacer lo que quiera para evitarte, St. Clare. ¡Y pienso evitarte tanto como pueda para que desde ahora hasta la muerte nos mantengamos alejados!
Él la miró fijamente, y luego recorrió su cuerpo de las faldas hasta los pies.
—Elisa, Lisa, eres más fuerte de lo que pareces... aunque aparentas ser una belleza delicada y frágil. No te habría creído capaz de huir y esconderte durante tanto tiempo. Tu decisión y tu coraje son sorprendentes.—No creo que sea un halago —dijo ella.
—No estoy halagándote. —Su mirada era penetrante—. Eres muy fuerte, aunque tengo la sensación de que en verdad no lo eres tanto como pretendes. Creo que tu desafío contraría tu naturaleza.
—¿Así que ahora eres conocedor de mi verdadera naturaleza? —se burló, pero estaba asustada. Ese hombre también era astuto. Desafiar a alguien no era normal en ella. En toda su vida nunca había desafiado a nadie.
El carácter de Elisa solía ser tranquilo. No era fuerte. Su hermanastra, Sofie, sí lo era. Los últimos meses habían acabado con cada gota de coraje que poseía e incluso más. Se dirigió hacia una silla tapizada de rojo y se sentó, entrelazando las manos con fuerza para no revelar el temblor. No quería que St. Clare viera lo excitada que estaba. ¿Qué quería ahora? ¿Y por qué tenía que ir a buscarla a la intimidad de su habitación?
Él se volvió y cerró la puerta lentamente, preocupándola aún más. Luego la miró de frente, apoyando un hombro contra la puerta. Su mirada era indiferente. Elisa deseó que saliera de la habitación. Se levantó.
—¿Qué quieres? Él agudizó la mirada.
—¿Por qué estás tan angustiada? No tienes motivos para tener miedo de mí. Nunca te haré daño, soy un caballero.
Ella alzó la barbilla.
—No tengo miedo de ti.
—Estás temblando.
—No es cierto —mintió—. Tengo... frío.
Él esbozó una fugaz sonrisa que lo hizo mucho más atractivo de lo que ya era.—Sólo quiero hablar contigo de nuestro futuro.
A Elisa se le encendieron los ojos.
—¡No tenemos ningún futuro!
—Vuelves a comportarte como una niña. Estamos casados y eso no va a cambiar.
Aun así, creo que te gustará saber que en cuanto volvamos a Nueva York, me marcharé a Europa. Elisa se levantó, demasiado aturdida para hablar.—¿Sientes que me vaya? —se burló él.
—¡Me alegro de que te vayas! —exclamó ella, pero sus palabras sonaron a mentira. Luego abrió mucho los ojos, alarmada por otro presentimiento—. Espera... ¿vas a llevarme contigo?
Él negó con la cabeza.
—No. No he dicho que vayamos los dos. Me iré yo. Tengo que atender unos asuntos impostergables. En primavera te mandaré buscar.
Elisa necesitó tiempo para asimilar aquello, e incluso cuando lo asimiló no acabó de comprender del todo sus palabras. Iba a hacer lo que ella le había sugerido. Iba a dejarla en Nueva York llevándose sólo el dinero. Elisa debería estar encantada. Sin embargo, se sintió extrañamente consternada. Antes él le había dicho la verdad con toda claridad: que de haber podido escoger, nunca se hubiera vuelto a casar, y había quedado claro que a ella no le importaría en absoluto.
No debería importarle. Ya tenía el corazón roto. Entonces ¿por qué ahora se sentía acongojada? Él le devolvió su sorprendida mirada.—Es lo que querías, ¿no es así? Que me llevara el dinero y te dejara.
Lisa sintió un peso en el pecho.
—Sí —balbuceó sin convicción.
—En primavera te mandaré a buscar —dijo él.
—Pero yo no iré, no veo el motivo de que envíes a alguien por mi.
—No pienses en desafiarme otra vez. No me obligues a volver a América a buscarte. —Eran palabras suaves pero llenas de advertencia.
Elisa trató de imaginarse los próximos seis meses, estando casada con él, aunque residiendo en mundos separados.
—Cuando llegue la primavera no obedeceré tus órdenes como una dócil lacaya, St. Clare. No te molestes en mandarme buscar.
Él le miró los brazos cruzados.
—Entonces vendré yo mismo a buscarte.
—¿Por qué? Tú no me quieres... entonces ¿por qué? —Incluso ella advirtió dolor en sus palabras.Él se había vuelto hacia la puerta, pero ahora se detuvo.
—En primavera te mandaré buscar porque eres mi esposa, para lo bueno y para lo malo.
—Oh, Dios —susurró ella—. Estoy condenada.
Él titubeó, de pronto aparentando incertidumbre.
—Elisa, quizá en seis meses crezcas y te des cuenta de que tu suerte podría ser mucho peor.
Ella alzó una mano, incapaz de emitir palabra, mientras cálidas lágrimas le anegaban los ojos, deseando que se marchara. Cuando recuperó el habla, su tono resultó amargo y ronco a la vez:
—Quiero estar sola.
Él asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. Pero como después de abrirla se detuvo, Elisa no pudo evitar decir la última palabra.
—Jon...Él se sorprendió de que lo llamara por su nombre. Una sonrisa agridulce le iluminó el rostro.
—Feliz Navidad, St. Clare.
Él palideció, mirándola fijamente. Y se marchó sin añadir nada.
IRLANDA 1903Castle estaba ubicado en la parte más norteña de la isla, frente a la isla de Achill. Construido en el siglo XIII por el primer St Clare asentado en estos parajes, el edificio original había sufrido varias transformaciones. Muros de pálidas piedras soportaban estructuras muy intrincadas, pero las torres del castillo seguían irguiéndose en lo alto. Hacía seis meses que Jon no estaba en casa, pero apenas le sobrecogió la vista de la antigua barbacana y la torre central que asomaba tras ella. Había estado por toda Europa en un viaje totalmente inútil. Miró con gravedad el paisaje mientras el carruaje atravesaba el polvoriento camino hacia el castillo. Siencontraba a su hermano en Castle, pensaba retorcerle el cuello, y después de haber buscado por todas partes, esperaba encontrarlo aquí. Como siempre, el viejo portalón de hierro oxidado estaba abierto. El carruaje de Jon lo atravesó con estrépito. O’Hara frenó tan abruptamente que los dos caballos castaños rechinaron y
Pero Robert no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con una mueca, rodeó a Jon con el brazo.—¿Es guapa?—Sí, por supuesto.Robert esperó, y al ver que no habría más explicaciones, insistió:—¿Y bien? ¿Es rubia o morena? ¿Gorda o delgada? ¿Cómo se llama?Jon sintió una punzada en el corazón.—Se llama Elisa, aunque sus allegados le dicen Lisa. Es hija única y tiene la clase de fortuna que necesitamos para cubrir los gastos del tratamiento médico y mantener la finca.Robert arqueó las cejas. —¿Y por qué no la trajiste?Jon se liberó de su brazo y se dirigió a la ventana, sólo para darse cuenta de su error: desde la habitación de Robert había una gran vista del lago. Enseguida se volvió:—La necesitas aquí, Jon. No lo niegues.—Es absurdo.—¡Han pasado diez años! —exclamó Robert. De repente Jon se enfureció.—¡No me recuerdes cuánto tiempo ha pasado! —exclamó.Robert dio un paso hacia atrás, como si temiera que Jon le pegara. Jon deseó pegarle. Tenía los puños cerrados, casi haciéndol
Lisa no comentó el hecho de que Robert podía haber ido a ocuparse de los arreglos del hotel para que Jon la recibiera. ¡Qué impaciente estaba por volver a verla!, pensó, y de pronto lo vio acercarse.Al igual que ella, él estuvo a punto de detenerse en su camino. Lisa se sintió momentáneamente turbada. Se había olvidado de lo apuesto que era, patricio y elegante... qué increíblemente masculino. El corazón le dio un vuelco en cuanto se miraron.Él también pareció turbado por su presencia, pues fue el primero en apartar la mirada. En ese momento Lisa reparó en la mujer que lo acompañaba. Alta, esbelta y rubia, era tan patricia como él. De hecho, incluso podría ser su hermana. Sólo era unos años mayor que Lisa. ¿Jon tenía una hermana? St. Clare avanzó, le cogió una mano e hizo una reverencia evitando mirarla a los ojos.—Espero que el viaje no haya sido muy fatigoso —dijo en tono formal. Y a continuación alzó la mirada.Elisa no pudo apartar los ojos. Por un instante sintió que estaba
Jon la acompañó por el vestíbulo, Elisa se fijó en los huéspedes; los hombres con frac, las mujeres con sus vestidos de noche conjuntados brillantemente, todo el mundo mirándolos a medida que avanzaban. De pronto. Lisa pensó que debían de formar una pareja perfecta. Jon apartó la silla para ella, ayudándola a sentarse. Al hacerlo, él le rozó accidentalmente la espalda. Ella se envaró sorprendida al sentir aquella mano en su espalda desnuda, y lo miró. Él tenía los ojos fijos en ella, comosi estuviera tan sorprendido y agitado como ella. Se apartó bruscamente. Robert sentó a Edith delante de Elisa. Los hombres se sentaron junto a las damas, el uno frente al otro. Robert se inclinó hacia Lisa. Cuando le habló, lo hizo en tono suave para que nadie oyera: —Hacéis una pareja maravillosa. En el vestíbulo todo el mundo habla de vosotros. Quieren saber quién eres y como mi hermano tuvo la suerte de atrapar una belleza como tu.Lisa sólo pudo mirarlo; luego se dio cuenta de que Julián es
—¿Lisa?Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que la profunda voz de Julián la sobresaltó. Alzó la mirada hacia él, abriendo más los ojos y casi sin aliento.—¿S...sí?Él cruzó los brazos.—Quisiera... espero que hayas disfrutado de la cena. Ella asintió con la cabeza, incapaz de apartar la mirada.—Todo ha estado muy bien.Él siguió mirándola a los ojos. ¿O le miraba los labios? Lisa comenzó a temblar. No se le ocurría nada que decir. Aquella implacable mirada hizo que el corazón le palpitara desbocadamente.Lisa se retorció las manos, segura de que él estaba pensando en besarla. Intentó retornar a la realidad acordándose de que se había casado con ella por dinero y sin tener en cuenta sus deseos. Pero la noche era cálida yla luna benévola e incitante. El aroma de las fresias y las flores de azahar se mezclaba con el de las lilas. Lisa estaba cautiva de la personalidad de su marido, y no podía apartar la mirada. Se humedeció los labios connerviosismo. —¿Qu...qué era lo q
Dos semanas despues: Recidencia de los St Clare, Clare Island—Éstas son sus habitaciones, milady —dijo alegremente O’Hara.Elisa las contempló. Desde que habían llegado por la mañana a Clare Island tenía la sensación de entrar en un mundo perdido en el tiempo. Le había encantado el pequeño pueblo donde el ferry atracó... con sus casitas de madera y piedra y con tejados de paja que parecían haber sobrevivido durante siglos. De las chimeneas de piedra salía humo, incluso en ese fresco y agradable mayo. En una calle, un hombre guiaba un burro cargado de lana; en otra, un carretero iba con un greñudo pony. En una esquina había una mujer de pie con un amplio delantal ofreciendo huevos frescos. Mujeres descalzas hacían la colada en un pozo comunitario. Y el carruaje en el que viajaba tuvo que arreglárselas para pasar entre un rebaño de ovejas que cruzaban la calle principal, una calle carente de nombre. Pero lo que más la sorprendió fue el silencio. Salvo ocasionales ladridos de perros
Se detuvo en el pasillo tratando de deshacerse tanto de sus pensamientos como de su aflicción. Torció a la izquierda y cruzó numerosas puertas. En el castillo reinaba un absoluto silencio sólo interrumpido por el incómodo eco de sus propios pasos.Los pasillos eran oscuros. Comenzó a inquietarse al no encontrar el hueco de la escalera. Y tuvo la ridícula sensación de que no estaba sola. Empezó a asustarse de su propia sombra. Se le ocurrió que en un castillo asípodían habitar fantasmas. ¿Acaso había uno allí mismo? Finalmente llamó a una puerta y, sin esperar respuesta, abrió. Era un dormitorio con los muebles cubiertos de sábanas raídas. ¿Cuántos aposentos tenía Castle?, se preguntó. Atisbo un movimiento y lanzó un gritito. Jadeó cuando vio que se trataba de un ratón. Mientras esperaba a recuperar la respiración, pensó que le gustaría renovar Castle. No rehacerlo, sino abrir y airear las habitaciones, restaurar los muebles, limpiar las alfombras y cortinas, devolver al castillo
Elisa abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. Tenía los ojos tan grandes como platos.—Puedes hacerlo, Elisa —dijo él, brillándole los ojos azules—. Y yo te ayudaré. Sé todo lo que hay que saber sobre la seducción.Seducir a Jon. Seducirlo, ganarse su corazón, hacer que se enamorara de ella... Lisa estaba aturdida. Era un trabajo inmenso. No sabía nada sobre el arte de la seducción. Ella no era una seductora. Haría el ridículo, estaba segura, si se atrevía a intentar lo que Robert le proponía.—Quizá —dijo ella con voz ronca—. ¿Primero debo hacerme amiga suya?La sonrisa de Robert se desvaneció.—La seducción es el camino hacia el corazón de un hombre, especialmente en el caso de mi hermano. Lisa estaba helada. Los pensamientos le corrían atolondrados. El pánico y la excitación, la desesperanza y la esperanza luchaban entre sí. Pero la rabia se había ido, dejando en su lugar una profunda compasión. Él había amado una vez y lo había perdido todo. ¿Cómo podría ella abandonar