Dos semanas despues: Recidencia de los St Clare, Clare Island—Éstas son sus habitaciones, milady —dijo alegremente O’Hara.Elisa las contempló. Desde que habían llegado por la mañana a Clare Island tenía la sensación de entrar en un mundo perdido en el tiempo. Le había encantado el pequeño pueblo donde el ferry atracó... con sus casitas de madera y piedra y con tejados de paja que parecían haber sobrevivido durante siglos. De las chimeneas de piedra salía humo, incluso en ese fresco y agradable mayo. En una calle, un hombre guiaba un burro cargado de lana; en otra, un carretero iba con un greñudo pony. En una esquina había una mujer de pie con un amplio delantal ofreciendo huevos frescos. Mujeres descalzas hacían la colada en un pozo comunitario. Y el carruaje en el que viajaba tuvo que arreglárselas para pasar entre un rebaño de ovejas que cruzaban la calle principal, una calle carente de nombre. Pero lo que más la sorprendió fue el silencio. Salvo ocasionales ladridos de perros
Se detuvo en el pasillo tratando de deshacerse tanto de sus pensamientos como de su aflicción. Torció a la izquierda y cruzó numerosas puertas. En el castillo reinaba un absoluto silencio sólo interrumpido por el incómodo eco de sus propios pasos.Los pasillos eran oscuros. Comenzó a inquietarse al no encontrar el hueco de la escalera. Y tuvo la ridícula sensación de que no estaba sola. Empezó a asustarse de su propia sombra. Se le ocurrió que en un castillo asípodían habitar fantasmas. ¿Acaso había uno allí mismo? Finalmente llamó a una puerta y, sin esperar respuesta, abrió. Era un dormitorio con los muebles cubiertos de sábanas raídas. ¿Cuántos aposentos tenía Castle?, se preguntó. Atisbo un movimiento y lanzó un gritito. Jadeó cuando vio que se trataba de un ratón. Mientras esperaba a recuperar la respiración, pensó que le gustaría renovar Castle. No rehacerlo, sino abrir y airear las habitaciones, restaurar los muebles, limpiar las alfombras y cortinas, devolver al castillo
Elisa abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. Tenía los ojos tan grandes como platos.—Puedes hacerlo, Elisa —dijo él, brillándole los ojos azules—. Y yo te ayudaré. Sé todo lo que hay que saber sobre la seducción.Seducir a Jon. Seducirlo, ganarse su corazón, hacer que se enamorara de ella... Lisa estaba aturdida. Era un trabajo inmenso. No sabía nada sobre el arte de la seducción. Ella no era una seductora. Haría el ridículo, estaba segura, si se atrevía a intentar lo que Robert le proponía.—Quizá —dijo ella con voz ronca—. ¿Primero debo hacerme amiga suya?La sonrisa de Robert se desvaneció.—La seducción es el camino hacia el corazón de un hombre, especialmente en el caso de mi hermano. Lisa estaba helada. Los pensamientos le corrían atolondrados. El pánico y la excitación, la desesperanza y la esperanza luchaban entre sí. Pero la rabia se había ido, dejando en su lugar una profunda compasión. Él había amado una vez y lo había perdido todo. ¿Cómo podría ella abandonar
Lisa no se movió, y de pronto se acordó del resto de las instrucciones de Robert y supo qué tenía que hacer: ir contoneándose hacia él y apoyar una mano en su brazo. Estaba tan nerviosa que se sintió paralizada. Jon dio media vuelta.—¿Algo más? —le espetó. Seguía clavándole la mirada en la cara... como si temiera mirar a otra parte.Lentamente, ella se levantó. La expresión de Jon se tornó ligeramente cómica, como si él supiera lo que iba a suceder pero no lo creyera. Lisa avanzó hacia él, sintiéndose como en trance. A su pesar, meneó las caderas. Jon abrió los ojos. Sintiéndose cómoda, ella se esforzó más en cada contoneo y él la miró con ojos como platos y sin poder moverse.ELisa llegó a su lado y alzó la mirada hacia él acordándose de lo que Robert le había dicho sobre la utilización de los ojos. Parpadeó; algo que nunca había hecho antes. Jon bajó la mirada hacia ella, con un ligero rubor asomándole a las mejillas. Ella apoyó su pequeña y suave mano sobre su fuerte antebra
Jonn gruñó. Se arrepintió en cuerpo y alma. No sólo de romper el jarro que tanto apreciaba su madre por ser un regalo de su abuela materna justo antes de su boda con elpadre de Jon, sino profunda y amargamente: se arrepintió del pasado y del presente... y temió el futuro. Respirando entrecortadamente se acercó al mueble bar y se sirvió un whisky irlandés. Resultó un sustituto precario para la necesidad de su cuerpo. Pero no tenía opción. Tenía que negar a toda costa la pasión que sentía. Para siempre. Al igual que tenía que negarse para siempre los deseos de su corazón. Elisa no vio a su esposo durante días. La mañana que siguió a su humillante esfuerzo de seducción, él se había ido de Castle dejándole una breve nota. «Asuntos de negocios requieren urgentemente mi atención en Londres. Jon St. Clare.» Lisa no lo creyó ni por un segundo. Él huía de ella y de sus problemas. Estaba sentada con Robert en una manta de cuadros rojos, de picnic. Tenían pollo asado, ensalada de verduras y
Ahora Lisa despertaba cada mañana, ya no arrullada por los trinos de los pájaros y el apacible silencio de Clare Island, sino por el ruido de martillazos y sierras. Lisa observó a los hombres que trabajaban en el salón de baile. Jon estuvo de acuerdo en que cuando Castle estuviera listo organizarían un baile. Estaban construyendo una pared ya que los escapes de agua de siglos habían destruido la madera original. Algunos sirvientes estaban encerando el suelo de parquet. Habían sacado al exterior las cortinas para airearlas y, de ser preciso, arreglarlas. Dos hombres jóvenes estaban en lo alto de sendas escaleras limpiando a conciencia los vidrios de la araña Luis XIV. —Deberías estar orgullosa, cuñadita —dijo Robert al entrar en la sala. Las ventanas estaban abiertas y el airefresco de mediados de mayo entraba agradablemente en la amplia y brillante estancia—. Castle necesitaba el toque de una mujer desde hacía mucho —afirmó. Pero Lisa apenas lo oyó. Estaba preguntándose dónde esta
—¿Qué quieres? —espetó él. Lisa sintió pánico. —¡Jon, no me eches! —rogó—. ¡Al menos deja que hablemos! ¡No puedo seguir así! ¡Por favor!Él volvió a pasear la mirada por sus pechos y muslos, deteniéndose en la entrepierna. Sintió un estremecimiento.—No.Fue una única palabra, con una resolución de acero, que a Lisa le sentó como el primer clavo de la tumba.—Por favor...—¡No! —exclamó él brillándole los ojos. Lisa reprimió un sollozo. Temía su enfado y sabía que debía marcharse, pero sus pies hicieron que avanzara. La incredulidad hizo que la expresión de él cambiara. Tratando de ignorar su asombro, Lisa le agarró los brazos desnudos.—Jon, ¿por qué haces esto? —preguntó. Y al tocarle sintió su ardor y su poder extremadamente masculinos. Una sensación de llamaradas se apoderó de su cuerpo... jamás había sentido tanto deseo físico.Lisa lo deseó. Deseó cogerle la cara entre las manos, devorarle la boca, abrir las piernas y dejar que aquel miembro viril la penetrara.De pronto
En ese momento. Lisa vio entrar en el salón a Edith Tarrin y su padre. Edith nunca había estado tan encantadora, lucía un vestido de chiffón plateado. Lord Tarrin y Jon se dieron la mano. Lisa observó a Jon inclinarse hacia Edith y besarle la mejilla mientras ella le apretaba la mano. Sintió un vuelco en el corazón. Lisa levantó la barbilla y avanzó hacia Jon. Ésa era su casa, su baile y sus invitados. Al acercarse, sus miradas se cruzaron y se observaron fijamente. En el corazón y el alma de Lisa remaban el dolor y la rabia y le resultó muy duro apartar la mirada. Pero lo hizo y dijo con serenidad:—Hola. Edith, lord Tarrin. Es maravilloso que hayáis venido al primer baile de Castle después de tantos años. —Sonriendo de un modo que esperaba que resultara gracioso, y de espaldas a Jon, les ofreció la mano. Ahora no tuvo que volverse para saber que él estaba mirándola fijamente.—El primer baile es nuestro —le dijo Jon al oído.Lisa se irguió y su cálido aliento le provocó un estr