Elisa abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. Tenía los ojos tan grandes como platos.—Puedes hacerlo, Elisa —dijo él, brillándole los ojos azules—. Y yo te ayudaré. Sé todo lo que hay que saber sobre la seducción.Seducir a Jon. Seducirlo, ganarse su corazón, hacer que se enamorara de ella... Lisa estaba aturdida. Era un trabajo inmenso. No sabía nada sobre el arte de la seducción. Ella no era una seductora. Haría el ridículo, estaba segura, si se atrevía a intentar lo que Robert le proponía.—Quizá —dijo ella con voz ronca—. ¿Primero debo hacerme amiga suya?La sonrisa de Robert se desvaneció.—La seducción es el camino hacia el corazón de un hombre, especialmente en el caso de mi hermano. Lisa estaba helada. Los pensamientos le corrían atolondrados. El pánico y la excitación, la desesperanza y la esperanza luchaban entre sí. Pero la rabia se había ido, dejando en su lugar una profunda compasión. Él había amado una vez y lo había perdido todo. ¿Cómo podría ella abandonar
Lisa no se movió, y de pronto se acordó del resto de las instrucciones de Robert y supo qué tenía que hacer: ir contoneándose hacia él y apoyar una mano en su brazo. Estaba tan nerviosa que se sintió paralizada. Jon dio media vuelta.—¿Algo más? —le espetó. Seguía clavándole la mirada en la cara... como si temiera mirar a otra parte.Lentamente, ella se levantó. La expresión de Jon se tornó ligeramente cómica, como si él supiera lo que iba a suceder pero no lo creyera. Lisa avanzó hacia él, sintiéndose como en trance. A su pesar, meneó las caderas. Jon abrió los ojos. Sintiéndose cómoda, ella se esforzó más en cada contoneo y él la miró con ojos como platos y sin poder moverse.ELisa llegó a su lado y alzó la mirada hacia él acordándose de lo que Robert le había dicho sobre la utilización de los ojos. Parpadeó; algo que nunca había hecho antes. Jon bajó la mirada hacia ella, con un ligero rubor asomándole a las mejillas. Ella apoyó su pequeña y suave mano sobre su fuerte antebra
Jonn gruñó. Se arrepintió en cuerpo y alma. No sólo de romper el jarro que tanto apreciaba su madre por ser un regalo de su abuela materna justo antes de su boda con elpadre de Jon, sino profunda y amargamente: se arrepintió del pasado y del presente... y temió el futuro. Respirando entrecortadamente se acercó al mueble bar y se sirvió un whisky irlandés. Resultó un sustituto precario para la necesidad de su cuerpo. Pero no tenía opción. Tenía que negar a toda costa la pasión que sentía. Para siempre. Al igual que tenía que negarse para siempre los deseos de su corazón. Elisa no vio a su esposo durante días. La mañana que siguió a su humillante esfuerzo de seducción, él se había ido de Castle dejándole una breve nota. «Asuntos de negocios requieren urgentemente mi atención en Londres. Jon St. Clare.» Lisa no lo creyó ni por un segundo. Él huía de ella y de sus problemas. Estaba sentada con Robert en una manta de cuadros rojos, de picnic. Tenían pollo asado, ensalada de verduras y
Ahora Lisa despertaba cada mañana, ya no arrullada por los trinos de los pájaros y el apacible silencio de Clare Island, sino por el ruido de martillazos y sierras. Lisa observó a los hombres que trabajaban en el salón de baile. Jon estuvo de acuerdo en que cuando Castle estuviera listo organizarían un baile. Estaban construyendo una pared ya que los escapes de agua de siglos habían destruido la madera original. Algunos sirvientes estaban encerando el suelo de parquet. Habían sacado al exterior las cortinas para airearlas y, de ser preciso, arreglarlas. Dos hombres jóvenes estaban en lo alto de sendas escaleras limpiando a conciencia los vidrios de la araña Luis XIV. —Deberías estar orgullosa, cuñadita —dijo Robert al entrar en la sala. Las ventanas estaban abiertas y el airefresco de mediados de mayo entraba agradablemente en la amplia y brillante estancia—. Castle necesitaba el toque de una mujer desde hacía mucho —afirmó. Pero Lisa apenas lo oyó. Estaba preguntándose dónde esta
—¿Qué quieres? —espetó él. Lisa sintió pánico. —¡Jon, no me eches! —rogó—. ¡Al menos deja que hablemos! ¡No puedo seguir así! ¡Por favor!Él volvió a pasear la mirada por sus pechos y muslos, deteniéndose en la entrepierna. Sintió un estremecimiento.—No.Fue una única palabra, con una resolución de acero, que a Lisa le sentó como el primer clavo de la tumba.—Por favor...—¡No! —exclamó él brillándole los ojos. Lisa reprimió un sollozo. Temía su enfado y sabía que debía marcharse, pero sus pies hicieron que avanzara. La incredulidad hizo que la expresión de él cambiara. Tratando de ignorar su asombro, Lisa le agarró los brazos desnudos.—Jon, ¿por qué haces esto? —preguntó. Y al tocarle sintió su ardor y su poder extremadamente masculinos. Una sensación de llamaradas se apoderó de su cuerpo... jamás había sentido tanto deseo físico.Lisa lo deseó. Deseó cogerle la cara entre las manos, devorarle la boca, abrir las piernas y dejar que aquel miembro viril la penetrara.De pronto
En ese momento. Lisa vio entrar en el salón a Edith Tarrin y su padre. Edith nunca había estado tan encantadora, lucía un vestido de chiffón plateado. Lord Tarrin y Jon se dieron la mano. Lisa observó a Jon inclinarse hacia Edith y besarle la mejilla mientras ella le apretaba la mano. Sintió un vuelco en el corazón. Lisa levantó la barbilla y avanzó hacia Jon. Ésa era su casa, su baile y sus invitados. Al acercarse, sus miradas se cruzaron y se observaron fijamente. En el corazón y el alma de Lisa remaban el dolor y la rabia y le resultó muy duro apartar la mirada. Pero lo hizo y dijo con serenidad:—Hola. Edith, lord Tarrin. Es maravilloso que hayáis venido al primer baile de Castle después de tantos años. —Sonriendo de un modo que esperaba que resultara gracioso, y de espaldas a Jon, les ofreció la mano. Ahora no tuvo que volverse para saber que él estaba mirándola fijamente.—El primer baile es nuestro —le dijo Jon al oído.Lisa se irguió y su cálido aliento le provocó un estr
—Todo esto es por culpa tuya —dijo Robert con gravedad.Edith se irguió.—No es justo. ¡Y tampoco es cierto!Estaban en la entrada del salón de baile, y Lisa acababa de salir corriendo entre ellos, sollozando. Jon se quedó solo en medio de la pista, pálido. Mirando a Edith, Robert hizo una señal a la orquesta y el director lo comprendió: en el acto la orquesta atacó de nuevo el vals. Robert cogió a Edith por el codo y la condujo a la pista de baile. Ella protestó cuando él la sujetó por la cintura y comenzó a bailar con ella. —Relájate —espetó él con un destello en sus ojos grises.—Estás haciéndome daño —se quejó ella con ojos encendidos.Poco a poco Robert dejó de cogerla con tanta fuerza.—Alguien tendría que darte una azotaina —dijo con una mueca. Ella se irguió.—¡Cómo te atreves a decir eso!—Quizá yo sea el alma afortunada que acabe dándote una dolorosa lección. —La sonrisa de Robert era avinagrada.—No necesito ninguna lección, ¡sobre todo de un bribón como tú! —exclamó Ed
—Te pido disculpas, madam, por todas las molestias que te he causado. —Dio media vuelta y salió de la habitación.—¡Jon!El apresuró sus pasos.—¡Jon!El echó a correr. El baile prosiguió con el alboroto de la orquesta y de los invitados que conversaban y reían sin pausa, pero a Jon no le importaba. Tenía la sensación de vivir una pesadilla, se sentía horrorizado y sorprendido. Empujó las puertas principales sin prestar atención a los lacayos y salió de Castle.Avanzó a grandes pasos más allá de los carruajes aparcados en doble y triple fila, cruzó el patio y atravesó la barbacana. No sabía adonde iba; no le importaba. En su mente sólo reverberaba una cosa: Lisa se iba y él tenía quedejarla marchar. Apresuró sus zancadas. La noche era estrellada y brillante, Jon no tuvo problemas con las irregularidades del terreno. La imagen de Lisa sollozando seguía grabada en su mente. Por supuesto que ella quería abandonarlo. Yél, por supuesto, deseaba que ella se fuera. ¿O no? Sí, sí lo d