Ahora Lisa despertaba cada mañana, ya no arrullada por los trinos de los pájaros y el apacible silencio de Clare Island, sino por el ruido de martillazos y sierras. Lisa observó a los hombres que trabajaban en el salón de baile. Jon estuvo de acuerdo en que cuando Castle estuviera listo organizarían un baile. Estaban construyendo una pared ya que los escapes de agua de siglos habían destruido la madera original. Algunos sirvientes estaban encerando el suelo de parquet. Habían sacado al exterior las cortinas para airearlas y, de ser preciso, arreglarlas. Dos hombres jóvenes estaban en lo alto de sendas escaleras limpiando a conciencia los vidrios de la araña Luis XIV. —Deberías estar orgullosa, cuñadita —dijo Robert al entrar en la sala. Las ventanas estaban abiertas y el airefresco de mediados de mayo entraba agradablemente en la amplia y brillante estancia—. Castle necesitaba el toque de una mujer desde hacía mucho —afirmó. Pero Lisa apenas lo oyó. Estaba preguntándose dónde esta
—¿Qué quieres? —espetó él. Lisa sintió pánico. —¡Jon, no me eches! —rogó—. ¡Al menos deja que hablemos! ¡No puedo seguir así! ¡Por favor!Él volvió a pasear la mirada por sus pechos y muslos, deteniéndose en la entrepierna. Sintió un estremecimiento.—No.Fue una única palabra, con una resolución de acero, que a Lisa le sentó como el primer clavo de la tumba.—Por favor...—¡No! —exclamó él brillándole los ojos. Lisa reprimió un sollozo. Temía su enfado y sabía que debía marcharse, pero sus pies hicieron que avanzara. La incredulidad hizo que la expresión de él cambiara. Tratando de ignorar su asombro, Lisa le agarró los brazos desnudos.—Jon, ¿por qué haces esto? —preguntó. Y al tocarle sintió su ardor y su poder extremadamente masculinos. Una sensación de llamaradas se apoderó de su cuerpo... jamás había sentido tanto deseo físico.Lisa lo deseó. Deseó cogerle la cara entre las manos, devorarle la boca, abrir las piernas y dejar que aquel miembro viril la penetrara.De pronto
En ese momento. Lisa vio entrar en el salón a Edith Tarrin y su padre. Edith nunca había estado tan encantadora, lucía un vestido de chiffón plateado. Lord Tarrin y Jon se dieron la mano. Lisa observó a Jon inclinarse hacia Edith y besarle la mejilla mientras ella le apretaba la mano. Sintió un vuelco en el corazón. Lisa levantó la barbilla y avanzó hacia Jon. Ésa era su casa, su baile y sus invitados. Al acercarse, sus miradas se cruzaron y se observaron fijamente. En el corazón y el alma de Lisa remaban el dolor y la rabia y le resultó muy duro apartar la mirada. Pero lo hizo y dijo con serenidad:—Hola. Edith, lord Tarrin. Es maravilloso que hayáis venido al primer baile de Castle después de tantos años. —Sonriendo de un modo que esperaba que resultara gracioso, y de espaldas a Jon, les ofreció la mano. Ahora no tuvo que volverse para saber que él estaba mirándola fijamente.—El primer baile es nuestro —le dijo Jon al oído.Lisa se irguió y su cálido aliento le provocó un estr
—Todo esto es por culpa tuya —dijo Robert con gravedad.Edith se irguió.—No es justo. ¡Y tampoco es cierto!Estaban en la entrada del salón de baile, y Lisa acababa de salir corriendo entre ellos, sollozando. Jon se quedó solo en medio de la pista, pálido. Mirando a Edith, Robert hizo una señal a la orquesta y el director lo comprendió: en el acto la orquesta atacó de nuevo el vals. Robert cogió a Edith por el codo y la condujo a la pista de baile. Ella protestó cuando él la sujetó por la cintura y comenzó a bailar con ella. —Relájate —espetó él con un destello en sus ojos grises.—Estás haciéndome daño —se quejó ella con ojos encendidos.Poco a poco Robert dejó de cogerla con tanta fuerza.—Alguien tendría que darte una azotaina —dijo con una mueca. Ella se irguió.—¡Cómo te atreves a decir eso!—Quizá yo sea el alma afortunada que acabe dándote una dolorosa lección. —La sonrisa de Robert era avinagrada.—No necesito ninguna lección, ¡sobre todo de un bribón como tú! —exclamó Ed
—Te pido disculpas, madam, por todas las molestias que te he causado. —Dio media vuelta y salió de la habitación.—¡Jon!El apresuró sus pasos.—¡Jon!El echó a correr. El baile prosiguió con el alboroto de la orquesta y de los invitados que conversaban y reían sin pausa, pero a Jon no le importaba. Tenía la sensación de vivir una pesadilla, se sentía horrorizado y sorprendido. Empujó las puertas principales sin prestar atención a los lacayos y salió de Castle.Avanzó a grandes pasos más allá de los carruajes aparcados en doble y triple fila, cruzó el patio y atravesó la barbacana. No sabía adonde iba; no le importaba. En su mente sólo reverberaba una cosa: Lisa se iba y él tenía quedejarla marchar. Apresuró sus zancadas. La noche era estrellada y brillante, Jon no tuvo problemas con las irregularidades del terreno. La imagen de Lisa sollozando seguía grabada en su mente. Por supuesto que ella quería abandonarlo. Yél, por supuesto, deseaba que ella se fuera. ¿O no? Sí, sí lo d
Jhon se estremeció, sintiendo la quemazón de la rabia y la culpa en su interior, bullendo y confundiéndolo. Y desde donde se hallaba, Jon pudo ver su magnánima casa, espléndidamente iluminada a causa del baile queLisa insistió en celebrar, un baile que no le importaba. Su casa, que ella había restaurado hasta devolverle su magnificencia original, y a pesar de no pertenecer a Castle ella lo amaba... porque lo amaba a él. Y pudo escuchar lejanamente la música, las bellas y alegres notas del piano y los violines sobre la brisa del mar irlandés, un sonido tan hermoso y feliz como su segunda esposa. De pronto comprendió que ahora su casa estaba viva, igual de viva que en los primeros años de su matrimonio y aun antes, cuando durante tanto tiempo no había sido más que una tumba encantada. Por un instante Jhon permaneció inerte. El lago que conservaba los secretos y la tragedia de su pasado le paralizaron, aunque Castle lo estaba llamando de un modo irresistible. Jhon se encaminó hacia C
—¡Maldita sea! —exclamó, y con el brazo arrojó al suelo todo lo que había sobre la cómoda—. ¡Dejó que nuestro bebe se ahogara! ¡Y luego se suicidó! ¡Me abandonó... maldita sea! —¡Jhon! —exclamó ella, desesperada. Pero si él la oyó, no dio señal alguna. Estaba fuera de sí. Con fuerza sobrehumana alzó la cómoda de roble. Lisa observó, atónita y aterrada, cómo cayó en el centro de la habitación.Pero Jon no se detuvo. Con expresión de rabia y locura, extrajo un cajón superior y lo arrojó al otro extremo de la estancia. Lisa corrió hacia el otro lado de la cama mientras el resto de los cajones impactaban contra la pared. Jhon arrancó las cortinas de la cama mientras Elisa, acurrucada, era incapaz de apartar la mirada o de echar a correr para esconderse. Luego arrancó las cortinas de la ventana y alzó la mesilla de noche, sin duda haciéndosedaño en los pies. Al arrojar libros por todas partes derribó la lámpara de gas. Como poseído, por último cogió el precioso espejo Victoriano y lo ar
Él se colocó sobre ella y se quitó el frac sin apartar la mirada de sus ojos. Ella le puso las manos en la cabeza y le sonrió alegremente. Los ojos de él brillaron y una hermosa sonrisa transformó sus atractivos rasgos, hasta que volvió a bajar la cabeza y besarla.ELisa suspiró. Con ternura, él le besó la cara, deteniéndose en los párpados, los pómulos y la nariz. Elisa no se movió. El cuerpo se le había derretido, mientras una cálida humedad le llenaba interiormente. Jhon comenzó a acariciarle el cuello, los hombros y la desnudez del escote, para luego ir descendiendo hasta donde terminaba el corpiño. La respiración de Jhon invadía la habitación, grave, varonil e impaciente. Lisa jadeó suavemente, reconociendo la necesidad de él porque era como la suya. Él le acarició los pechos con las mejillas y también jadeó. Desplazó más abajo la cabeza. Bajo ella un brazo se convirtió en una barra de hierro que la alzó ligeramente.—Lisa, cómo te quiero —dijo, besándole el vientre a través