La mirada de él se enardeció aún más, y obedeció, empujando lo justo para introducirle el hinchado glande. Elisa se tensó, abriéndosele los ojos.—No temas —murmuró él—. Te dolerá pero sólo por un instante.Lisa se humedeció los labios, mirando sus cuerpos parcialmente unidos.—No tengo miedo —logró decir.Él sonrió, se inclinó y la besó en la boca y la oreja y le lamió un pezón, mientras la penetraba delicadamente. Cuando ella se relajó, él la penetró milímetro a milímetro todo lo que pudo procurando no hacerle daño. Lisa le abrazó la ancha espalda y se aferró a él. —Ahora —dijo él, y empujó más profundamente. El dolor fue breve e insignificante, porque ahora Elisa lo poseía en cuerpo y alma, y mientras él se deslizaba en su interior con convulsiones cada vez más rápidas volvió a sentir que de nuevo iniciaba el ascenso al otromundo. —Jhon —sollozó cuando se besaron.—Lisa. —Él también sollozó.Sobre ella, él la embistió una y otra vez, y cuando Lisa no pudo soportarlo más pron
Tres días después Robert caminaba pensativamente por el comedor. Sin duda Jhonn y su cuñada se habían reconciliado. Desde la noche del baile no se les había visto el pelo y seguían encerrados en los aposentos de su hermano. Nadie los había visto, excepto O’Hara, quien fielmente les subía algún refrigerio. Y cada vez que volvía lucía una sonrisa radiante. Robert, por supuesto, estaba encantado. Pero ahora tenía que enfrentarse a un serio problema. La verdad saldría a la luz. Jhon se pondría furioso cuando le contara lo que había hecho, solorogaba porquefuera comprensivo y su castigo no fuera tan estricto al final todo lo habia hecho con buenas intensiones. Suspiró , en realidad no le agradaba la posibilidad de acabar con un ojo moradoconociendo el temperamento de su hermano mayor esto ultimo podia no ser una posibilidad sino un hecho .O’Hara se detuvo en el umbral. —Señor Robert, lady Tarrin está aquí. Robert ya la había visto detrás del mayordomo, con las mejillas sonrosadas
Jhonn sonrió. —Buenos días, O’Hara. Hace un día maravilloso, ¿verdad? Los ojos del mayordomo se agrandaron. No había visto al marqués con aquella sonrisa desde la tragedia ocurrida hace algunos años. Hoy parecía ser el niño sonriente y el joven lleno de ilusión que fue antes de la muerte del joven amo y de la primera esposa del señor. —Hace buen día, ¿verdad, 0'Hara? —repitió Lisa dulcemente. Su rostro tenía cierto brillo, que la hacía resplandecer. Le dedicó una amplia sonrisa; nunca había estado tan feliz. En cuanto ellos avanzaron, O’Hara recuperó la compostura. —Es el mejor de los días —murmuró felizmente, por el l comportamiento de los dueños sabía que pronto la alegría volvería a la gran casa y podía apostar que tal vez pronto muy pronto se podría escuchar la risa de niños. Elisa y Jhon se detuvieron en el umbral del comedor. —Oh, cariño —dijo ella suavemente en cuanto Jhon vio el apasionado abrazo de Robert y Edith—. Santo cielo... —añadió. Jhon rió. —No me sorprende
Castle un Año y medio después. Navidad Elisa no aguantaba más. Después de mirar a Jhon, que seguía roncando en la cama, se levantó y se puso la bata. Mientras atravesaba el dormitorio, tiritando, volvió a mirarlo su esposo dormía como un bebé. La más sincera de las sonrisas le iluminaba el rostro. Lisa no pudo evitar maravillarse ante aquella visión. Seguía sin poder creer que ella era suya y que él era de ella y que estaban locamente enamorados. Lisa salió de la habitación. El castillo estaba en silencio, en unas horas todo el mundo estaría atareado para que la celebración fuera magnífica. Era el día de Navidad y ella estaba algo impaciente por descubrir lo que su esposo iba a regalarle, desde hacía semanas estaba algo misterioso y ella no había podido obtener ninguna información o indicios de su regalo navideño. Al descender por las escaleras sonrió. El regalo que le iba a hacer a Jhon sería grande y, esperaba, toda una sorpresa. Se detuvo en el salón de baile. Pocos días antes
Era casi Navidad y en su vida Elisa Margot Bleis nunca se había sentido tan miserable ni había estado tan asustada. Se escondía de su prometido, el marqués de Connat. Hacía Tres meses que había huido de él, la noche de la fiesta de petición de mano. Pero ahora estaba desesperada. No sabía cuánto tiempo podría seguir escondiéndose así, sola, pasando frío y hambre, y tan infeliz y atemorizada. Elisa se estremeció,se abrigaba con un chal de muaré echado por encima de un delgado vestido de popelín blanco y azul Cuando huyó del baile de su fiesta de compromiso, lo hizo sin más ropa que el vestido de noche que llevaba.Y hacía mucho frío, el cielo estaba oscuro y tan helado como en el interior de la gran casa de verano de sus padres. Pero no se atrevía a encender una hoguera por temor a que algún residente local o transeúnte la descubriera.Por temor a que él se enterara de su presencia. Cómo le odiaba. Aun así, las lágrimas no asomaban a sus ojos. La noche de la fiesta de petición de m
Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna. —Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti. Ella se levantó y lo miró de frente.—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo. A él se le oscureció la mirada.—Elisa, tú volverás conmigo.—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome la contraria de modo tan infantil.—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas y besabas no me tratabas como una
Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado. —¿Qué estás haciendo en mi habitación? También él se ruborizó.—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.—Bien, entonces ya puedes irte. Jon le lanzó una mirada brillante.—Te sugiero que moderes tu tono, madam.Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es
—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.—Mi hermano está enfermo.Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él. Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría. —Lo siento...Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.—¿Los sientes?—Claro.Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender. Jon se volvió y le dio la espalda.—