Era casi Navidad y en su vida Elisa Margot Bleis nunca se había sentido tan miserable ni había estado tan asustada. Se escondía de su prometido, el marqués de Connat. Hacía Tres meses que había huido de él, la noche de la fiesta de petición de mano. Pero ahora estaba desesperada. No sabía cuánto tiempo podría seguir escondiéndose así, sola, pasando frío y hambre, y tan infeliz y atemorizada.
Elisa se estremeció,se abrigaba con un chal de muaré echado por encima de un delgado vestido de popelín blanco y azul Cuando huyó del baile de su fiesta de compromiso, lo hizo sin más ropa que el vestido de noche que llevaba.Y hacía mucho frío, el cielo estaba oscuro y tan helado como en el interior de la gran casa de verano de sus padres.
Pero no se atrevía a encender una hoguera por temor a que algún residente local o transeúnte la descubriera.Por temor a que él se enterara de su presencia. Cómo le odiaba. Aun así, las lágrimas no asomaban a sus ojos. La noche de la fiesta de petición de mano había llorado tanto que creía que jamás volvería a hacerlo. Para su joven corazón, la traición de Jon supuso un golpe fatal.
Qué ingenua era entonces al creer que un hombre como él la había cortejado por amor en lugar de por razones mezquinas y puramente económicas. Sólo se había interesado por ella porque era una heredera. No la amaba, nunca la había amado; sólo quería su dinero y los beneficios que le podían reportar este enlace matrimonial. Una de las contraventanas abiertas comenzó a golpetear. Elisa estaba acurrucada en un rincón del dormitorio que había ocupado desde que se refugió en la Casona.
Las contraventanas estaban abiertas, al igual que las cortinas azules con pequeñas flores blancas, para que la tenue luz del invierno penetrara en la estancia. La casa ya estaba mal abastecida, sus padres pocas veces habían venido a este lugar por esa razón ella se encontraba escondida en este paraje. Aunque había luces de gas, Elisa no se atrevía a utilizarlas; sólo hizo uso de las velas, pero quedaban pocas ya que la gran mayoría se habían agotado.
Además, apenas le quedaba comida, en la despensa sólo había unos cuantos productos en conserva, la noche que escapo solo se llevó el dinero que podía cargar con ella y con eso había comprado las cosas que hasta la fecha había consumido, aún quedaba algo de efectivo a mano pero el temor de ser encontrada le había impedido salir una vez llego a este lugar.
Elisa encogió los dedos de los pies entumecidos por el frío. Fijó la mirada en la ventana, la lluvia había comenzado hacia poco tiempo pero ya no se podía ver nada más allá de unos pocos metros, aunque la ventana estaba cerrada se oía los truenos de la tormenta. Imaginó el agradable salón de la familia en su casa de la Quinta Avenida. Sin duda a esa hora su padre estaría atizando los leños del fuego, observando el crepitar de las llamas, vestido con su chaqueta de cachemira preferida.
Suzan, su madrastra, descendería por las amplias escalinatas vestida formalmente para la cena. Y Sofía, que habría vuelto de París con su preciosa hija recién nacida. Elisa sintió que se le encogía el corazón. Añoraba a su padre, a su madrastra y a su hermanastra. Tuvo una profunda sensación de pérdida, tan aguda que le cortó la respiración y se mareó.
¿O se mareó por el hambre y la falta de sueño? Por la noche dormía de manera irregular a causa de los sueños que la trastornaban. Como si fuera una niña pequeña, soñaba que la perseguía una horrible bestia. Siempre corría presa del pánico, temiendo por su vida. Las bestias siempre tienen una cara y era la de Jon con sus ojos grises y fríos como el invierno que se estaba acercando cada vez más.
Elisa oyó los golpes de las contraventanas y la tormenta que se avecinaba. La cara de Jon la había deslumbrado. La cara y los besos. Qué estúpida había sido. Ahora, al haberse enterado de los chismorrees de la fiesta de petición de mano. Ella sabía que su mala reputación era bien conocida, él había empobrecido, llevaba una vida recluida y no le gustaban las mujeres
Sólo se casaba con ella por su herencia. Y Jon no lo negó cuando lo confronto y le pregunto.Volvió a estremecerse. Esta vez el frío le calaba los huesos, y sintió una helada punzada en el corazón. Según Sofía, Jon estaba furioso con ella, y decidido a encontrarla. Había contratado detectives para ello. ¿Jamás se cansaría de este juego? Diariamente Elisa rogaba que abandonara, que encontrara otra heredera americana y volviera a su antigua casa de Irlanda.
Los golpes de la contraventana se hicieron más estruendosos y continuados. Sofía sabía dónde estaba ella. Si Jon St. Clare se marchaba, Sofía se lo diría enseguida y ella podría volver a casa.Bang. Bang. Bang.
Su breve ensoñación de volver a casa y arrojarse en brazos de su padre quedó bruscamente interrumpida. Algo no iba bien. Se irguió para escuchar con atención.
Bang. Bang.
La contraventana seguía golpeteando salvajemente por el viento, pero además había algo que golpeaba en el piso inferior. Un ruido distinto, fuerte e insistente. Elisa sintió pánico. ¿Alguien estaba golpeando la puerta principal? No podía ser. Se quitó el chal y corrió escaleras abajo. Agarrándose del pasamanos de madera, llegó hasta el vestíbulo. En esta ocasión no dudó: alguien golpeaba la puerta de la entrada. Palideció.
Y luego se oyó el ruido del picaporte de cobre. Elisa estaba helada. Le horrorizó la idea de que Jon St. Clare la hubiese encontrado. De repente estalló el vidrio de la ventana de al lado de la puerta, quiso gritar, pero apenas emitió un gemido.
Una gruesa rama de árbol derribó los restos de vidrio del marco de la ventana. Y a continuación, por el hueco apareció el, sus miradas se encontraron.Los ojos grises de él brillaban de furia. A Elisa le castañeteaban los dientes y le temblaban las rodillas.
—¡Abre la puerta! —exigió el marqués a viva voz.
Elisa echó a correr hacia la casa.—¡Elisa! —gritó él.Ella no sabía qué hacer. Mientras corría hacia su dormitorio pensó que si volvía allí la atraparía. Corrió pasándolo de largo, jadeando, con el corazón palpitando, y se escurrió hacia las escaleras traseras. Si osaba esconderse en la casa, él la encontraría. Lo oyó correr por el pasillo del piso superior.Tenía que escapar, abrió la puerta trasera y sintió una ráfaga de viento helado, pero igual echó a correr. Cruzó los jardines y la pista de tenis. De pronto oyó que él gritaba su nombre. Jon St. Clare acababa de salir de la casa. Elisa gritó al resbalar y caer. Trató de levantarse pero el dobladillo de la falda se le enganchó. De un tirón, arrancó la falda y avanzó otro paso. Pero una mano la sujetó con fuerza por el hombro.
Los pies de Elisa siguieron moviéndose, pero su cuerpo estaba atrapado por un par de fuertes brazos. Desesperada, hincó los dientes en uno de aquellos brazos. Pero lo único que logró fue morder la manga del abrigo. Jon St. Clare la echó sobre sus hombros y se apresuró a volver a la casa.
—¡No! —suplicó mientras le golpeaba la espalda con los puños y sentía en las mejillas el roce de su abrigo de lana. Él no dio muestras de advertir su desesperada resistencia. Lisa lo aporreó con más fuerza mientras sollozaba.
St. Clare entró a grandes zancadas en la parte trasera de la casa, cerrando de un portazo. Siguió avanzando a grandes zancadas por la casa, abriendo de golpe las dos puertas del salón principal. Sin disminuir el paso entró en la sala y dejó caer a Elisa en el sofá. Sus miradas se encontraron. La furia de los ojos de él disminuyó. La miró de la cabeza a los pies y agrandó los ojos. A Elisa le castañeteaban los dientes. Temblaba incontroladamente, no sólo de miedo sino también de frío.
—Oh, Dios —dijo él con gravedad, apretando la mandíbula. Se quitó el abrigo y, antes de que Elisa protestara, la envolvió con él.Elisa se encogió bajo el cálido abrigo, tratando de no percibir la fragancia de hombre que desprendía. Ella no apartó los ojos de él. Los dientes aún le castañeteaban más, y los temblores no cesaban. Jon se arrodilló frente a la chimenea y empezó a encender el fuego.
En pocos minutos las llamas comenzaron a crepitar. Mientras ella permaneció en el sofá con la mirada fija en su espalda, presa del miedo y demasiado confusa para pensar con coherencia. No podía creer que la hubiese encontrado. Una vez encendido el fuego, se volvió y se dirigió hacia ella. Elisa no pudo evitar estremecerse, apretándose contra el respaldo del sofá.
Él la miró sombríamente:—Estás demacrada —dijo—. ¿No pensaste que podías coger una pulmonía y morir, llevando un vestido de verano con este tiempo?ELisa replicó: —Entonces tendrías que encontrar a otra heredera, ¿verdad?Él la miró sin parpadear. Elisa deseó no haber dicho nada. La expresión de él se endureció.—Sí.Elisa tragó aire.—Te odio.—Lo has dejado muy claro. —De repente la cogió entre sus brazos.Elisa gritó y él la levantó en vilo.—No voy a hacerte daño —dijo fríamente, volviendo hacia el fuego—. Puede que tengas ganas de suicidarte, pero yo no las comparto. —Una sombra que ella no comprendió nubló su expresión.Estaba tensa, consciente de ser mecida en su amplio y fuerte pecho. Su aroma masculino la invadió, lo despreciaba y no iba a casarse con él, pero era un hombre tremendamente atractivo, y no podía olvidar las pocas ocasiones en que la había besado cuando la cortejaba —antes de que se enterara de la verdad—. Antes de Jon St. Clare el marqués de Connat
Había tenido muchos pretendientes, incluso con sólo dieciocho años. Los hombres jóvenes siempre habían revoloteado a su alrededor llamando su atención. Pero sólo uno de esos jóvenes se había atrevido a besarla antes del marqués de Connat , un amigo que al hacerlo le confesó estar enamorado de ella. Aquel beso fue casto e inocente. Los besos de Jon le encendían no sólo el cuerpo, sino también el alma. Y no habían sido castos.
Él la había acercado en brazos al fuego y la observaba fijamente, deseó ocultar sus pensamientos. Ruborizada, humedeciéndose los labios, dijo con voz frágil:
—Bájame.Arrugó la frente al dejar de mirarla y posarla sobre la alfombra delante de la chimenea.
Aliviada por quedar libre de sus brazos, desechó esos recuerdos, sin importarle lo difícil que fuera. Nunca permitiría que volviera a besarla, y estaba decidida a no casarse con él, al margen de los planes de él y de su padre.
Pero era consciente de que él estaba de pie junto a ella, al igual que era consciente de la tensión que mediaba entre ellos.
Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna. —Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti. Ella se levantó y lo miró de frente.—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo. A él se le oscureció la mirada.—Elisa, tú volverás conmigo.—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome la contraria de modo tan infantil.—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas y besabas no me tratabas como una
Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado. —¿Qué estás haciendo en mi habitación? También él se ruborizó.—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.—Bien, entonces ya puedes irte. Jon le lanzó una mirada brillante.—Te sugiero que moderes tu tono, madam.Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es
—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.—Mi hermano está enfermo.Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él. Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría. —Lo siento...Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.—¿Los sientes?—Claro.Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender. Jon se volvió y le dio la espalda.—
IRLANDA 1903Castle estaba ubicado en la parte más norteña de la isla, frente a la isla de Achill. Construido en el siglo XIII por el primer St Clare asentado en estos parajes, el edificio original había sufrido varias transformaciones. Muros de pálidas piedras soportaban estructuras muy intrincadas, pero las torres del castillo seguían irguiéndose en lo alto. Hacía seis meses que Jon no estaba en casa, pero apenas le sobrecogió la vista de la antigua barbacana y la torre central que asomaba tras ella. Había estado por toda Europa en un viaje totalmente inútil. Miró con gravedad el paisaje mientras el carruaje atravesaba el polvoriento camino hacia el castillo. Siencontraba a su hermano en Castle, pensaba retorcerle el cuello, y después de haber buscado por todas partes, esperaba encontrarlo aquí. Como siempre, el viejo portalón de hierro oxidado estaba abierto. El carruaje de Jon lo atravesó con estrépito. O’Hara frenó tan abruptamente que los dos caballos castaños rechinaron y
Pero Robert no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con una mueca, rodeó a Jon con el brazo.—¿Es guapa?—Sí, por supuesto.Robert esperó, y al ver que no habría más explicaciones, insistió:—¿Y bien? ¿Es rubia o morena? ¿Gorda o delgada? ¿Cómo se llama?Jon sintió una punzada en el corazón.—Se llama Elisa, aunque sus allegados le dicen Lisa. Es hija única y tiene la clase de fortuna que necesitamos para cubrir los gastos del tratamiento médico y mantener la finca.Robert arqueó las cejas. —¿Y por qué no la trajiste?Jon se liberó de su brazo y se dirigió a la ventana, sólo para darse cuenta de su error: desde la habitación de Robert había una gran vista del lago. Enseguida se volvió:—La necesitas aquí, Jon. No lo niegues.—Es absurdo.—¡Han pasado diez años! —exclamó Robert. De repente Jon se enfureció.—¡No me recuerdes cuánto tiempo ha pasado! —exclamó.Robert dio un paso hacia atrás, como si temiera que Jon le pegara. Jon deseó pegarle. Tenía los puños cerrados, casi haciéndol
Lisa no comentó el hecho de que Robert podía haber ido a ocuparse de los arreglos del hotel para que Jon la recibiera. ¡Qué impaciente estaba por volver a verla!, pensó, y de pronto lo vio acercarse.Al igual que ella, él estuvo a punto de detenerse en su camino. Lisa se sintió momentáneamente turbada. Se había olvidado de lo apuesto que era, patricio y elegante... qué increíblemente masculino. El corazón le dio un vuelco en cuanto se miraron.Él también pareció turbado por su presencia, pues fue el primero en apartar la mirada. En ese momento Lisa reparó en la mujer que lo acompañaba. Alta, esbelta y rubia, era tan patricia como él. De hecho, incluso podría ser su hermana. Sólo era unos años mayor que Lisa. ¿Jon tenía una hermana? St. Clare avanzó, le cogió una mano e hizo una reverencia evitando mirarla a los ojos.—Espero que el viaje no haya sido muy fatigoso —dijo en tono formal. Y a continuación alzó la mirada.Elisa no pudo apartar los ojos. Por un instante sintió que estaba
Jon la acompañó por el vestíbulo, Elisa se fijó en los huéspedes; los hombres con frac, las mujeres con sus vestidos de noche conjuntados brillantemente, todo el mundo mirándolos a medida que avanzaban. De pronto. Lisa pensó que debían de formar una pareja perfecta. Jon apartó la silla para ella, ayudándola a sentarse. Al hacerlo, él le rozó accidentalmente la espalda. Ella se envaró sorprendida al sentir aquella mano en su espalda desnuda, y lo miró. Él tenía los ojos fijos en ella, comosi estuviera tan sorprendido y agitado como ella. Se apartó bruscamente. Robert sentó a Edith delante de Elisa. Los hombres se sentaron junto a las damas, el uno frente al otro. Robert se inclinó hacia Lisa. Cuando le habló, lo hizo en tono suave para que nadie oyera: —Hacéis una pareja maravillosa. En el vestíbulo todo el mundo habla de vosotros. Quieren saber quién eres y como mi hermano tuvo la suerte de atrapar una belleza como tu.Lisa sólo pudo mirarlo; luego se dio cuenta de que Julián es
—¿Lisa?Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que la profunda voz de Julián la sobresaltó. Alzó la mirada hacia él, abriendo más los ojos y casi sin aliento.—¿S...sí?Él cruzó los brazos.—Quisiera... espero que hayas disfrutado de la cena. Ella asintió con la cabeza, incapaz de apartar la mirada.—Todo ha estado muy bien.Él siguió mirándola a los ojos. ¿O le miraba los labios? Lisa comenzó a temblar. No se le ocurría nada que decir. Aquella implacable mirada hizo que el corazón le palpitara desbocadamente.Lisa se retorció las manos, segura de que él estaba pensando en besarla. Intentó retornar a la realidad acordándose de que se había casado con ella por dinero y sin tener en cuenta sus deseos. Pero la noche era cálida yla luna benévola e incitante. El aroma de las fresias y las flores de azahar se mezclaba con el de las lilas. Lisa estaba cautiva de la personalidad de su marido, y no podía apartar la mirada. Se humedeció los labios connerviosismo. —¿Qu...qué era lo q