Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna.
—Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti.
Ella se levantó y lo miró de frente.
—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo.
A él se le oscureció la mirada.
—Elisa, tú volverás conmigo
.—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome la contraria de modo tan infantil.
—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas y besabas no me tratabas como una niña. Él la miró fijamente a la boca. Elisa deseó no haber mencionado el tema.
—Vete y déjame sola —dijo con la mirada baja.
—No puedo hacerlo...
Ella alzó la cabeza.
—No voy a casarme contigo —dijo con vehemencia—. ¡Aunque fueras el último hombre del mundo no me casaría contigo!Él se cruzó de brazos y la miró.
—Conque ahora retomamos el quid de la cuestión.—Sí. El quid. El quid es que eres un hombre vil e indiferente. Eres falso, St. Clare. —Por desgracia, hablaba trémulamente. Deseaba que sus ojos no reflejaran el dolor que sentía. Nunca había sido una buena actriz.
La expresión de él resultaba imposible de descifrar.
—Acabemos esto de una vez. Lo siento. Te pido disculpas por no haber sido sincero desde el principio.Quizá si hubiera sido honesto y te hubiera explicado las razones por las que pedí tu mano, ahora no estaríamos en esta situación. Elisa se mostró incrédula, tremendo cara dura era este hombre. Se levantó rudamente y. arrojó el abrigo al suelo. Pero al instante se sintió mareada. St. Clare la sujetó por los brazos.
—Estás enferma.
—No; estoy bien. Sólo tengo un poco de hambre —dijo mientras se recuperaba y, advirtiendo que la tenía cogida por las muñecas, trató de liberarse de él—. No me toques —espetó.
A él se le nubló la vista, pero la soltó.
—Estás enferma —repitió, mirándola escrutadoramente.
—Estoy bien. Sólo un poco cansada, eso es todo. Y no acepto tus disculpas…
—Ya veo. ¿Tratas de luchar conmigo hasta las últimas consecuencias?
—Sí. Aunque no te des cuenta. Dudo que seas capaz de darte cuenta de algo que no sea tu propio egoísmo.
Eres un hombre frío y desagradable. Puede que tengas una cara bonita, pero no tienes corazón... y jugaste conmigo, ¡hiciste algo imperdonable! Para su consternación, de pronto a Elisa se le anegaron los ojos en lágrimas. Él permaneció en silencio.—Eres demasiado joven —dijo por fin—. También debo pedirte disculpas por haberte hecho daño. No era mi intención.
—¿Y cuál era tu intención? —dijo llorando—. Aparte de la de casarte con una heredera inocente.
—Estoy harto de tus acusaciones. Es muy normal que una heredera se case con alguien que tenga un título, al igual que es normal que un noble como yo se case con una heredera. Te comportas como si eso fuera un delito. No somos los primeros que estamos en esta situación, Elisa.
—¡No! —Negó con la cabeza. Su larga y negra melena, que llevaba suelta desde que perdiera la cinta, le caía sobre los hombros como seda negra.
—Nuestro matrimonio puede ir bien si tú y yo llegamos a comprendernos.
—No —dijo con furia—. Cuando me case, lo haré por amor.
Algo chispeó en los ojos de él.
—Me temo que eso no es posible.
A ella no le gustó el tono de su voz.
—Rogaré a mi padre que rompa el compromiso. Seguro que ahora que sabe lo rebelde que soy no me obligará a casarme contigo. Mi padre me quiere.—Es demasiado tarde —dijo con calma.
—¡Por supuesto que no es demasiado tarde!
Él titubeó, mirándola fijamente.
—Elisa, la semana pasada nos casamos por poderes.
Se quedó petrificada. ¿Había oído bien? Los labios de él formaban una línea recta y delgada.
—Ya somos marido y mujer.
Se mantuvo un silencio estoico desde que Jon la puso al tanto de que ya estaban casados. Él no quería sentirse culpable, y sin duda tampoco quería tener que hacérselo comprender, pero le resultaba muy duro mostrarse distante pues allí donde miraba veía sus ojos de color ámbar. Ella no podía ocultar sus sentimientos de dolor, amargura y desesperación. Sólo tenía dieciocho años... era tan joven.Él estuvo a punto de maldecirse por lo que había hecho, pero no había tenido elección. Sólo era un hombre, no podía cambiar la voluntad de Dios, y estaba en una situación desesperada. Jon no tenía apetito, pero se sentó con su mujer a la gran mesa ovalada del comedor. Ella, en un gesto desafiante, prefirió sentarse frente a él en el otro extremo de la mesa y negarse a mirarlo y hablar. Pero parecía muerta de hambre, y no había dejado de comer desde que el sirviente dispuso el ágape.
Él observó cómo se servía otra porción de pollo asado y patatas hervidas. No podía creer lo mucho que había adelgazado en los tres últimos meses. Se acordaba de que cuando la levantó en brazos era tan ligera como una pluma. Tenía ojeras alrededor de los ojos. Él no podía dejar de sentirse responsable por ello. Sabía que debería haber elegido a otra mujer como esposa.Ella era demasiado joven, demasiado vulnerable, y también demasiado hermosa. Ella no le convenía, y cuando la llevara a Castle, su casa no le gustaría. Él apartó sus dolorosos pensamientos. Sabía que no debía pensar en los errores, sobre todo en los suyos, pues entonces los pensamientos acabarían debilitándolo y llevándolo a un lugar al que no osaba ir. Nunca más.
Elisa suspiró. Jon la miraba fijamente, y finalmente sus miradas se encontraron. Él se sentía insoportablemente tenso. De repente supo que no podría llevarla a Castle. Todos sus instintos le aconsejaban en contra de ello. De pronto ella arrojó la servilleta sobre la mesa y se levantó. Dijo con impasibilidad:
—Me retiro a mi habitación. —Los ojos le brillaban con hostilidad.
Él optó por levantarse educadamente.
—Buenas noches, madam —dijo, inclinando cortésmente la cabeza.
Lanzándole una mirada fugaz, pues en sus ojos el dolor resultaba evidente, ella apartó la silla haciendo el mayor ruido posible y salió de la habitación.
Jon suspiró y se dejó caer en el asiento. Era consciente de que ella intentaba provocarlo. Quizá era mejor que se fuera. O’Hara apareció silenciosamente en la estancia. Bajo, gordo y lo suficiente viejo para ser el padre de Jon, era su único sirviente, le hacía de mayordomo, criado, lacayo, chofer y cuanto fuera preciso. Había insistido en acompañar a Jon a América.
—Esa pobre muchacha estaba famélica, milord —dijo O’Hara.
Jon le paró los pies con una fría mirada.
—Soy perfectamente consciente del estado de la señora.
Sin preguntárselo, O’Hara rellenó la copa de vino de Jon.
—No está bien, milord. Parece infeliz y...
—O'Hara —dijo con calma—, estás yendo demasiado lejos.
O'Hara no prestó atención a la advertencia.
—Quizá debería atenderla un poco más.
Jon se levantó con rudeza y abandonó el comedor llevándose la copa de vino. Una vez en la biblioteca, miró por la ventana. Había comenzado a nevar considerablemente, el cielo estaba opaco y la pradera con una capa de nieve. Apenas le importó. Su esposa estaba en el piso de arriba, dolida y sintiéndose desgraciada, y todo por su culpa. ¿Por qué seguía pensando en ella?
Desde que la conoció no había tenido un instante de paz, ni uno solo. Imágenes indeseables acudieron a su mente... imágenes de ella acurrucada en la cama con cuatro columnas, con los labios rojos y tentadores, la naricilla respingona, los ojos cerrados mientras dormía y las negras pestañas destacando en lo alto de las pálidas mejillas. La negra melena estaría ondulada alrededor de los hombros, de los hombros desnudos... Jon tragó saliva y se alejó de la ventana. De pronto sintió la entrepierna hinchada. No tenía derecho a tales pensamientos. Pero se le había puesto tan malditamente tiesa.
Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado. —¿Qué estás haciendo en mi habitación? También él se ruborizó.—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.—Bien, entonces ya puedes irte. Jon le lanzó una mirada brillante.—Te sugiero que moderes tu tono, madam.Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es
—Esto no te disculpa. Quizá otra mujer se sintiera halagada por esta clase de arreglo, pero no yo.—Mi hermano está enfermo.Elisa se irguió, sorprendida. Jon apretó la mandíbula y evitó mirarla a los ojos.—Robert es mi hermano pequeño, mi único hermano. Mis padres murieron hace años. Es la única familia que tengo, y yo soy el único que puede ocuparse de él. —La angustia de Jon era evidente, asomaba a sus ojos, consumiéndolo. Ella deseó no haberse enterado—. Le han diagnosticado tisis —explicó él. Elisa abrió más los ojos. La tisis era fatal. Tarde o temprano, su hermano sucumbiría a la enfermedad y moriría. —Lo siento...Él agitó la cabeza, mirándola de modo conmovedor.—¿Los sientes?—Claro.Volvió a aclararse la garganta antes de seguir. Se le había enrojecido la punta de la nariz.—Está en un balneario, y debe permanecer allí durante el resto... el resto de su vida. El tratamiento es muy caro.—Ya veo —dijo Elisa, comenzando a comprender. Jon se volvió y le dio la espalda.—
IRLANDA 1903Castle estaba ubicado en la parte más norteña de la isla, frente a la isla de Achill. Construido en el siglo XIII por el primer St Clare asentado en estos parajes, el edificio original había sufrido varias transformaciones. Muros de pálidas piedras soportaban estructuras muy intrincadas, pero las torres del castillo seguían irguiéndose en lo alto. Hacía seis meses que Jon no estaba en casa, pero apenas le sobrecogió la vista de la antigua barbacana y la torre central que asomaba tras ella. Había estado por toda Europa en un viaje totalmente inútil. Miró con gravedad el paisaje mientras el carruaje atravesaba el polvoriento camino hacia el castillo. Siencontraba a su hermano en Castle, pensaba retorcerle el cuello, y después de haber buscado por todas partes, esperaba encontrarlo aquí. Como siempre, el viejo portalón de hierro oxidado estaba abierto. El carruaje de Jon lo atravesó con estrépito. O’Hara frenó tan abruptamente que los dos caballos castaños rechinaron y
Pero Robert no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con una mueca, rodeó a Jon con el brazo.—¿Es guapa?—Sí, por supuesto.Robert esperó, y al ver que no habría más explicaciones, insistió:—¿Y bien? ¿Es rubia o morena? ¿Gorda o delgada? ¿Cómo se llama?Jon sintió una punzada en el corazón.—Se llama Elisa, aunque sus allegados le dicen Lisa. Es hija única y tiene la clase de fortuna que necesitamos para cubrir los gastos del tratamiento médico y mantener la finca.Robert arqueó las cejas. —¿Y por qué no la trajiste?Jon se liberó de su brazo y se dirigió a la ventana, sólo para darse cuenta de su error: desde la habitación de Robert había una gran vista del lago. Enseguida se volvió:—La necesitas aquí, Jon. No lo niegues.—Es absurdo.—¡Han pasado diez años! —exclamó Robert. De repente Jon se enfureció.—¡No me recuerdes cuánto tiempo ha pasado! —exclamó.Robert dio un paso hacia atrás, como si temiera que Jon le pegara. Jon deseó pegarle. Tenía los puños cerrados, casi haciéndol
Lisa no comentó el hecho de que Robert podía haber ido a ocuparse de los arreglos del hotel para que Jon la recibiera. ¡Qué impaciente estaba por volver a verla!, pensó, y de pronto lo vio acercarse.Al igual que ella, él estuvo a punto de detenerse en su camino. Lisa se sintió momentáneamente turbada. Se había olvidado de lo apuesto que era, patricio y elegante... qué increíblemente masculino. El corazón le dio un vuelco en cuanto se miraron.Él también pareció turbado por su presencia, pues fue el primero en apartar la mirada. En ese momento Lisa reparó en la mujer que lo acompañaba. Alta, esbelta y rubia, era tan patricia como él. De hecho, incluso podría ser su hermana. Sólo era unos años mayor que Lisa. ¿Jon tenía una hermana? St. Clare avanzó, le cogió una mano e hizo una reverencia evitando mirarla a los ojos.—Espero que el viaje no haya sido muy fatigoso —dijo en tono formal. Y a continuación alzó la mirada.Elisa no pudo apartar los ojos. Por un instante sintió que estaba
Jon la acompañó por el vestíbulo, Elisa se fijó en los huéspedes; los hombres con frac, las mujeres con sus vestidos de noche conjuntados brillantemente, todo el mundo mirándolos a medida que avanzaban. De pronto. Lisa pensó que debían de formar una pareja perfecta. Jon apartó la silla para ella, ayudándola a sentarse. Al hacerlo, él le rozó accidentalmente la espalda. Ella se envaró sorprendida al sentir aquella mano en su espalda desnuda, y lo miró. Él tenía los ojos fijos en ella, comosi estuviera tan sorprendido y agitado como ella. Se apartó bruscamente. Robert sentó a Edith delante de Elisa. Los hombres se sentaron junto a las damas, el uno frente al otro. Robert se inclinó hacia Lisa. Cuando le habló, lo hizo en tono suave para que nadie oyera: —Hacéis una pareja maravillosa. En el vestíbulo todo el mundo habla de vosotros. Quieren saber quién eres y como mi hermano tuvo la suerte de atrapar una belleza como tu.Lisa sólo pudo mirarlo; luego se dio cuenta de que Julián es
—¿Lisa?Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que la profunda voz de Julián la sobresaltó. Alzó la mirada hacia él, abriendo más los ojos y casi sin aliento.—¿S...sí?Él cruzó los brazos.—Quisiera... espero que hayas disfrutado de la cena. Ella asintió con la cabeza, incapaz de apartar la mirada.—Todo ha estado muy bien.Él siguió mirándola a los ojos. ¿O le miraba los labios? Lisa comenzó a temblar. No se le ocurría nada que decir. Aquella implacable mirada hizo que el corazón le palpitara desbocadamente.Lisa se retorció las manos, segura de que él estaba pensando en besarla. Intentó retornar a la realidad acordándose de que se había casado con ella por dinero y sin tener en cuenta sus deseos. Pero la noche era cálida yla luna benévola e incitante. El aroma de las fresias y las flores de azahar se mezclaba con el de las lilas. Lisa estaba cautiva de la personalidad de su marido, y no podía apartar la mirada. Se humedeció los labios connerviosismo. —¿Qu...qué era lo q
Dos semanas despues: Recidencia de los St Clare, Clare Island—Éstas son sus habitaciones, milady —dijo alegremente O’Hara.Elisa las contempló. Desde que habían llegado por la mañana a Clare Island tenía la sensación de entrar en un mundo perdido en el tiempo. Le había encantado el pequeño pueblo donde el ferry atracó... con sus casitas de madera y piedra y con tejados de paja que parecían haber sobrevivido durante siglos. De las chimeneas de piedra salía humo, incluso en ese fresco y agradable mayo. En una calle, un hombre guiaba un burro cargado de lana; en otra, un carretero iba con un greñudo pony. En una esquina había una mujer de pie con un amplio delantal ofreciendo huevos frescos. Mujeres descalzas hacían la colada en un pozo comunitario. Y el carruaje en el que viajaba tuvo que arreglárselas para pasar entre un rebaño de ovejas que cruzaban la calle principal, una calle carente de nombre. Pero lo que más la sorprendió fue el silencio. Salvo ocasionales ladridos de perros