Al principio espero ver a Piero corriendo detrás de mí, pero no es así, a quien veo es a Anette trotando con sus tacones de aguja, se detiene a unos pasos, agarrándose las manos con nerviosismo y abriendo la boca sin decirme nada.
—¿Qué quieres? —pregunto de mala gana, tengo prisa por irme y se nota.
—Escuché que estás organizando una escuadra para ir contra los rusos —dice Anette sin darle vueltas al asunto.
Suspiro apesadumbrada. No es que desconfíe de ella, pero está tan ligada a Piero que no quiero seguir recibiendo negativas.
—Así es, regresaré a ese gulag por respuestas… Necesito a mi hija. —Aprieto los dientes y trato de respirar pausadamente para evitar llorar.
—La extrañas —dice y su mirada delata que percibe mi dolor, como si pudiera olerlo en el aire.
—¿La extraño? ¡La necesito! —Un sollozo se apodera de mi boca y tengo que cubrirla con mi mano—. Mi bebé, mi changuita debe de tener miedo y frío, debe de estar preguntando por
Veo toda clase de estructuras metálicas colgando alrededor, desde puertas enormes, vigas, marcos para ventanas y canceles. Los hombres de alrededor voltean a ver a Anette quien parece estar en una pasarela, dando pasos firmes, haciendo sonar sus tacones por encima de los ruidos del lugar. Me doy cuenta que todo lo que hablábamos en el auto era cierto, los hombres pierden la noción de lo que estaban haciendo por lo menos unos segundos, si el techo se cae sobre nosotros, nadie lo notaria porque todos están pendientes del andar cadencioso de mi acompañante. Al fondo encontramos a un tipo fornido de piel canela y barba negra abundante, se retira los googles de protección al descubrir la presencia de Anette; se sonríen de forma coqueta los dos y me siento incómoda haciendo mal tercio. —Necesito que me ayudes con algo. —Anette toma la bolsa de tela y se la ofrece. El hombre –sin decir ni una sola palabra– saca la máscara y la revisa por ambos lados con aten
—Te habías tardado en venir… Esto es lo que Óscar me dio a tu nombre… —dice Dusha estirando los brazos, mostrándome la elegante estancia con orgullo.—¿Te gustó?—Me encantó, es mejor que el anterior. Tendrás todos los hombres que pidas y demandes. —Me guiña un ojo y me da un golpecito en el pecho con su abanico.—¿Ya llegó Yakov?Mi pregunta la hace torcer la mirada; el simple hecho de escuchar ese nombre la indigesta. Después de un suspiro pesaroso me da la espalda y comienza a caminar hacia uno de los pasillos.—Por aquí, te está esperando.Avanzo detrás de ella internándome por el pasillo que lleva al interior del teatro; no esperaba que la mayoría der las butacas y palcos estuvieran ocupados tanto por hombres de Yakov como por hombres de Óscar y míos. Esta n
—Esta señorita me la presentó Irina con fines recreativos, deberían de tener más cuidado, pues era una espía italiana —hablo en voz alta dejando que el resto de los presentes puedan escuchar a la perfección mis acusaciones.Sé –así como Yakov– que la pobre Zhenya no tenía nada que ver con los italianos, pero no pueden decirme lo contrario, Rudenko tendría que admitir que esta chica era su amante y secretaria, eso lo volvería sospechoso también y no creo que esté dispuesto a aceptarlo, no pondría en duda su compromiso hacia La Bratvá por una chica que solo le servía de entretenimiento. Claramente esta mujer era parte de su treta y ahora solo pueden fingir demencia, ignorar su muerte y aceptar mis palabras.—Imposible… ella… —Irina aprieta los dientes y busca con la mirada a su padre intentando que él sea
—Alguna vez te lo dije: son mi familia y haré lo que sea necesario para ayudarlas, aunque mis sentimientos no sean correspondidos, siempre podrás contar conmigo. —Piero pone su mano en mi mejilla y la acaricia con cariño. El dolor en su rostro estruja mi corazón, me siento tan mal, como si fuera una ingrata. Me abrazo a su torso y escondo mi rostro en su camisa. Sus brazos me envuelven con ternura y creo que su cercanía me hace sentir aun peor. —¡Ya era hora de que llegaran! La voz de Anette diluye el abrazo; no me había dado cuenta lo cerca que estábamos de la bodega. La rubia se queda recargada sobre la puerta viéndonos con una sonrisa soberbia, como si nos hubiera descubierto en un momento comprometedor. Con un movimiento de cabeza nos invita a entrar. —Te dije que vendría —dice Anette casi en mi oído. —¿Soy tan predecible? —sisea Piero con voz ronca y molesta. —Demasiado… —añade Anette divertida. —Bueno, basta… ¿Ya llegaron
Los reclusos salen confundidos, viendo todo el caos que se cierne a su alrededor mientras que mis hombres hacen lo posible por mantener a raya a los guardias que siguen llegando.—¡Pongan atención pues no lo repetiré! —grito con fuerza haciendo que cada preso voltee hacia mí, incluso los que aún no han sido liberados—. Esto es sencillo… más de lo que creen. ¿Quieren su libertad? Tendrán que ganársela. —Le ofrezco la escopeta que recogí del piso a un tipo grande de cabeza rapada y actitud de rufián; me ve de arriba abajo y toma el arma, pero no la suelto—. Maten a uno solo de mis hombres y les juro que no saldrán vivos de aquí. —Lo amenazo sin temor, con voz firme y lo más amenazadora posible.El tipo sonríe enternecido por escuchar las amenazas de una chica que apenas y le llega al pecho, con una máscara de carita fel
Me apoyo sobre mis manos para ponerme de pie, entonces él hace a un lado la mesa, arrojándola contra la pared y haciéndola trizas para tomarme de mi escaso cabello y obligarme a levantar el rostro; intenta darme un rodillazo en la cara, pero logro zafarme de su agarre y rodar por el suelo hasta poner distancia entre los dos. Llego hasta mi máscara y la tomo entre mis manos antes de levantarme, delineo cada trazo sobre ella con cariño, como si fuera una caricia. —Me inspiré en ti… Quería plasmar tu locura —digo con una sonrisa insípida y le muestro la máscara. —Que encantador detalle, me halagas —dice sin bajar la guardia. —Lo sé… Le arrojo la máscara con fuerza y de un manotazo la desvía hacia un lado; aunque no lo lastimó, me dio tiempo para correr hacia él y darle una patada doble en el pecho haciéndolo caer hacia atrás. Me arrastro hasta alcanzar un pedazo de madera de la mesa que rompió y sin pensarlo dos veces me coloco encima de él, usando mi ar
—Estás loco… —Retrocedo un par de pasos y casi piso mi arma. La veo en el suelo, llamándome.—Sabes lo que tienes que hacer, lo que quieres hacer.—¿Te estás dando por vencido? —Frunzo el ceño y trato de ahogar mi llanto, porque cada palabra que dijo caló muy hondo en mi corazón. Tomo mi arma entre mis manos y las lágrimas caen sobre el frío y mortal acero.—¿Qué esperas? Acaba conmigo de una vez, termina de liberarte… —dice el verdugo agitado, sosteniendo su herida en su abdomen con ambas manos—. No me vas a decir que te enamoraste de mí.—Yo podría jurar que tú fuiste quien se enamoró de mí.—Lo nuestro es más profundo —dice entre risas, divertido por mi observación—. Nuestra conexión es más que un simple enamoramiento.
Cuando volteo Ed ya no tiene máscara y sus ojos son de una tristeza tan profunda como la que siente mi corazón. Acerca su mano a mi máscara y la retira lentamente de mi rostro, descubriendo que debajo de esa sonrisa torcida y sádica se encuentra una mueca de tristeza y dolor.—Sabes que a tu hermano no le puedes ocultar nada, ¿verdad? —Ed intenta sonreírme, pero mi tristeza lo obliga a bajar las comisuras de sus labios, imitando mi propio gesto.Bajo la mirada y me acerco hasta que mi frente choca contra su pecho, me agarro con ambas manos de su sudadera y empiezo a llorar desconsolada; dejo salir cada sollozo que se vuelve un gemido lastimoso y profundo. Ed me envuelve entre sus brazos y apoya su mentón en mi frente, acaricia mi espalda y guarda silencio, sabiendo perfectamente lo que necesito.Cuando mis ojos se han quedado secos y ya no puedo llorar más, doy un par de pasos para alejarme de &