Aurora extendió otro documento hacia Maxwell con un gesto decidido, y con ojos brillantes de satisfacción.—Ella lo hizo todo por dinero, y como verás, la competencia le pagó muy bien. Deberías enviarla a prisión. Yo tenía toda la razón cuando te dije que ella tenía mucho que ver con el incendio— le decía Aurora, mientras Maxwell leía el informe con el ceño fruncido y las manos temblorosas por la ira.Maxwell, con la mandíbula apretada, se acercó al intercomunicador en el borde de la amplia mesa de caoba y lo pulsó. —Que venga Valentina— le ordenó al mayordomo.Aurora, al presenciar la acción, cruzó los brazos y observó con incredulidad, frustración y desdén.—¿Pero aún desconfías de mi palabra, Maxwell?— le reclamó con ojos muy abiertos, con cejas arqueadas en una expresión de ofensa fingida. —Te estoy mostrando pruebas suficientes y prefieres llamar a esa mujer— parloteaba, simulando indignación. Maxwell, sumido en su enojo, con sus nudillos blancos, apretaba los documentos entre
Valentina estaba acostada, y los recuerdos de las palabras amables que Maxwell le había dicho en Venezuela se repetían en su mente como una burla cruel. Sus lágrimas caían en silencio, marcando la almohada con pequeñas manchas.—¿Cómo pude enamorarme de ese grandísimo idiota? —se reprochaba en susurros, y su cuerpo se contraía en la cama, abrazándose en un intento de hallar consuelo. Estaba tan furiosa consigo misma por haber albergado ilusiones que deseaba darse una bofetada. —¿Qué pensaba? Soy una tonta, siempre lo he sido y por eso termino con el corazón hecho añicos —continuaba, con voz quebrada por el llanto.No comprendía cómo había olvidado su realidad y se había imaginado feliz con Maxwell, dejando de lado la promesa a su amigo. Sollozaba en silencio, observando a Ethan dormido en el sofá, con su cuerpo distendido y su respiración pausada. Estaba confundida y tan herida que no deseaba buscar a Maxwell para explicarse, especialmente porque él no le había dado la oportunidad
A pesar de que su piloto lo esperaba en la pista, Maxwell vagaba por el aeropuerto, incapaz de sacudirse lo sucedido. Había caído en la trampa de Valentina como un ingenuo.Todo ese tiempo, ella lo había estado manipulando, y se reprochaba no haber confiado en su instinto cuando sospechó que ella solo estaba tras su fortuna.«¿Cómo pude caer tan bajo? ¿Cómo me dejé engañar por una mujer? ¿Cómo es posible que alguien como yo, que siempre se percataba de todo, esta vez no haya visto nada?»Aunque le costaba admitirlo, sentía un profundo dolor por la traición. Valentina fue la única mujer que le hizo experimentar sentimientos que nunca pensó tener, la única que supo cómo alterarlo y hacerlo dudar de sus propias palabras. No pudo evitar enamorarse perdidamente de ella.Se enamoró de una mujer que al principio parecía perdida en su gran castillo. Esa mujer que resultó ser un amor prohibido para él, que desde el principio le inspiraba una ciega desconfianza. Valentina mostró su lado más en
En el área de espera del hospital, Valentina experimentaba cómo las náuseas siguieron atormentándola, mientras las luces fluorescentes del techo intensificaban su ansiedad mental. Por si fuera poco, se sentía muy cansada y los mareos la acosaban sin darle tregua.«Espero que no sea lo que estoy pensando», cavilaba, mirando cómo Olivia jugaba nerviosamente con una pulsera en su muñeca, mientras Ethan se mordía el labio inferior.El miedo invadía todo su cuerpo. Solo le pedía a Dios que todo fuera un problema estomacal.—Señora Spencer —la llamó una enfermera, apareciendo en la puerta con una sonrisa profesional.—Estoy aquí —respondió Valentina, levantándose con dificultad.—Pase, por favor. El doctor está esperando por usted —la enfermera hizo un gesto para que la siguiera.Dentro del consultorio, el doctor, un hombre de cabello canoso y expresión serena, había tomado algunas pruebas para conocer los problemas de salud que la aquejaban.—Señora Spencer, debo felicitarla, está usted em
Nicholas se encontraba en la empresa revisando unos documentos, tan absorto que cuando la puerta fue abierta con un estruendo. No se fijó en Benjamín, quien entró abruptamente, arrojando un montón de papeles sobre el escritorio con un aire de superioridad.—Necesito estos documentos listos cuánto antes —demandó autoritario, y sonriendo con satisfacción y desafío. Sabía que Maxwell estaba fuera del país y que Evelyn no podía intervenir; esta era su oportunidad de oro.Nicholas levantó la vista, sorprendido y enfadado a partes iguales.—¿Qué significa esto, Benjamín? ¿Quién te crees que eres para entrar así a mi oficina?—Tu nuevo jefe, así que baja el tono —respondió Benjamín, con una sonrisa maliciosa.Nicholas estalló en una carcajada sarcástica.—Tu sueño de grandeza te hace delirar.—Nicholas, esta empresa también es mía, y, por lo tanto, soy el dueño y jefe administrativo de este lugar.Nicholas entrecerró los ojos.—Llamaré a Maxwell. Seguro que estás aquí porque necesitas dinero
Valentina se encontraba al borde del abismo emocional. El enfrentamiento con Evelyn le había causado una herida profunda.Evelyn, que la había recibido con los brazos abiertos, ahora la miraba con un desprecio inquebrantable. Y Valentina se sentía consumida por la culpa, habiendo fallado no solo a Ethan, sino también a su madre, a su hija.Con manos temblorosas, seguía tirando ropa en su maleta. Ethan, tras cerrar la puerta suavemente, se acercó y comenzó a sacar las prendas.—¡Déjame! ¡Entiende de una buena vez que esto ya se acabó! ¡No puedo más! —gritó Valentina, con lágrimas en los ojos. Pero Ethan la abrazó con fuerza, permitiéndole llorar en su pecho.—Lo siento, amiga. Te arrastré a esto, pero déjame cargar con parte de la responsabilidad. Quiero que tengas al bebé a mi lado, quiero ser tu apoyo. Es mi sobrino y será hermoso ver cómo evoluciona tu embarazo —le suplicó Ethan, sin soltarla. Aunque no lo decía en voz alta, Valentina sentía en él el apoyo del hermano que nunca tuv
Maxwell se vio obligado a regresar a Inglaterra, a pesar de no sentirse listo para ello. Era necesario, dado que Benjamín había tomado el control sin oposición y estaba dirigiendo la empresa hacia la bancarrota. «Pido a Dios que no esté presente», pidió en su fuero interno pensando en Valentina. No había sabido de ella, cuando hablaba con su madre o su mayordomo no se la mencionaban y agradecía que no lo hicieran.El coche avanzaba por el camino empedrado que conducía al majestuoso castillo, rodeado de jardines bien cuidados y árboles centenarios. Sin embargo, Maxwell, con el ceño fruncido y la mirada perdida, apenas notó el paisaje familiar que se extendía a su alrededor.—Su excelencia, hemos llegado —anunció el conductor al estacionar frente al castillo.Él permaneció absorto, con las manos apretadas en un gesto de tensión reprimida.—Bienvenido, Su Excelencia —le dijo el jefe de seguridad al abrirle la puerta del coche.Maxwell salió lentamente, ajustando su abrigo contra el vien
—Te pregunté: ¿qué pasa? ¿Por qué el niño llora de esa manera? ¿Está enfermo?—No, señor, solo extraña a su madre. He tratado de dormirlo sin lograrlo, quizás tiene algún malestar.Sin hacer más preguntas, Maxwell se soltó de Aurora bruscamente y se dirigió hacia el bebé, cuyo rostro estaba enrojecido por el llanto.—Permítame —solicitó Maxwell con una dulzura que le era ajena. Nunca había tenido interés en sostener a un niño, pero al extender sus brazos para acogerlo, el pequeño se calmó. Puesto que el contacto con unos brazos desconocidos pareció tranquilizarlo.—Pequeño, parece que te caigo bien —le susurró Maxwell al bebé, meciéndolo entre sus brazos y observando lo diminuto y frágil que era el ser que tanto ruido hacía con su llanto—. Eres un revoltoso, parece que tienes un fuerte carácter —dijo sonriendo de nuevo.—Dime, ¿dónde está la madre del niño? ¡Cómo puede dejarlo llorar así sin consuelo! — le preguntó Maxwell a la empleada, quien temblaba con la cabeza gacha.—La señora