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Capítulo 48. El poder de la compasión.

Antes de que Maxwell pudiera reproducir la grabación en la tablet que le entregó su jefe de seguridad, una empleada, con los nervios marcando su rostro, se postró de rodillas delante de él, causando que todos los presentes dirigieran su atención hacia ella.

—¿Qué estás haciendo? — le espetó Maxwell con dureza.

La empleada alzó la cabeza hacia Amalia, quien negaba con gesto severo mientras la observaba, pero rápidamente apartó la mirada.

—Juró que no sabía que había alguien dentro de la sauna. Solo pasé por allí, pensé que no estaba en uso, y la cerré sin percatarme —argumentó la empleada, con las manos temblorosas y los ojos cristalizados por las lágrimas.

Amalia respiró profundamente, sintiendo un leve alivio, aunque su ceño se frunció inmediatamente.

Maxwell se aproximó a su lado, mientras Valentina apenas podía asimilar la idea de que alguien había intentado atentar contra ella.

—Entonces, ¿por qué no lo mencionaste antes? — inquirió Maxwell, con tono rígido y exigente.

La empleada
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