Capítulo 5

Ilhan se queda mirando a Sylvie, sonríe y asiente satisfecho. Definitivamente a cada segundo que pasa, esa chica lo sorprende mucho más.

—¿Es por eso que quisiste reunirte conmigo hoy, en lugar de en tres días más?

—No entiendo, mi madre me dijo que tú querías verme hoy, eso fue lo que dijo tu padre.

—No, yo quería que fuera en tres días, al parecer a toda costa quieren que nos pongamos de acuerdo para casarnos.

—Créeme, te lo habría agradecido, en tres días estaré libre, pero vamos, a lo que vinimos, te escucho.

—Ni tú ni yo estamos de acuerdo con este matrimonio, pero estoy dispuesto a hacerlo, siempre que me ayudes con algunas cosas y que me garantices un divorcio limpio, rápido y fácil dentro de uno, máximo dos años.

—En tres —dice Sylvie sin poner objeciones a lo demás, el mesero se acerca con sus pedidos y ella le hace espacio al chocolate.

—¿Tanto quieres estar casada con un extraño?

—En tres años terminaré mis estudios, luego de eso puedo irme a donde quiera, con quien quiera y a hacer lo que yo quiera —Ilhan levanta una ceja y ella se ríe—. Me iré al viñedo, sola y a trabajar la tierra antes de hacerme cargo de la empresa en su totalidad.

—Tienes tu futuro resuelto.

—Algo así —le dice ella encogiéndose de hombros.

—Bueno, no me parece mal que sea en tres años, es tiempo suficiente para que yo me asiente con lo mío. Y ya que de cierta manera te daré libertad por tres años, quiero pedirte algo que para mí es más urgente que cualquier cosa.

—¿Qué deje enamorar a la otra mitad de las chicas de Metz que te falta? —dice ella con sarcasmo, pero él se ríe bajito.

—No es una mala idea, pero en realidad me preocupa mi madre —Sylvie se queda con la taza a medio camino y lo ve a los ojos, esos ojos azules que la miran con intensidad—. Las escasas mujeres con las que se rodea son como ella, sumisas, dueñas de casa, que no tienen valor por sí mismas, sino por lo que sus esposos digan de ellas.

«Si debo ser sincero, amé la manera en que callaste anoche a mi padre, por más que he tratado de sacarla de allí, hay algo que no la deja salir del lado de Orson y ver la manera en que eres tú, de cómo la alentaste a que dijera lo que quería, en que elevaste su afición… gracias.

—No tienes que agradecerme, yo creo que todas las personas tienen un valor especial y lo que hacen dice mucho de ellas. Por ejemplo, creo que tú debes tener algo que te identifica, más que esos escándalos —Ilhan abre la boca, pero ella lo detiene con un gesto de la mano—. No quiero saberlo ahora, asumamos que tendremos tres años para conocernos un poco. No arruines la sorpresa.

Ella bebe del chocolate, muerde el muffin de arándanos y mira por la ventana a la calle. Ilhan la observa detenidamente, si no fuera porque él no se interesa por una mujer en especial, diría que Sylvie Durand es la mujer perfecta para él.

—Te ayudaré con todo lo que quieras referido a tu madre, desde ya te digo que detesto a tu padre y todo lo que sea llevarle la contra, me parece perfecto.

—Gracias.

—No me agradezcas, lo haría por cualquier mujer que lo necesite, ¿algo más que quieras pedirme?

—Que vivamos en mi departamento, no estoy interesado en que tus padres o los míos estén encima de nosotros, en especial porque dudo que ocupemos la misma habitación.

—Déjame decirte que tenemos a mi padre de aliado, me había ofrecido una casa en Scy- Chazelles, pero vivir aquí en Metz me facilitará el traslado a la universidad, así que acepto.

—Ya que has cedido en cosas importantes para mí, te dejaré elegir la decoración, la que tengo es muy básica y sencilla, lo más ostentoso allí es mi cama y la televisión en la sala.

—Ya veremos, aunque no esperes a que la deje de lujo, porque no soy de esas mujeres. Y te advierto, tal vez quieras que contratemos a alguien para que nos cocine, porque yo soy un completo desastre.

—Mmm… prefiero hacerlo yo, no soy un chef redimido, pero algo sé hacer. No quiero arriesgarme a alguien infiltrado de nuestros padres para que les pase información.

—Se oye turbio.

—Mi padre es capaz de eso y más, créeme.

—Bien, tú cocinas, yo limpio y seré invisible, a tus conquistas les diremos que soy tu prima —se encoge de hombros e Ilhan se ríe.

—Ninguna mujer ha entrado a ese departamento, así que puedes estar tranquila. Además, no sería tan imbécil como para llevar a mis amantes al frente de mi esposa.

—Y espero que ni siquiera se noten, porque no quiero quedar como la cornuda de Metz —ella levanta las cejas y él se ríe.

—Tranquila, no lo haré, seré lo más discreto posible… ¿alguna otra condición de tu parte?

—Bueno, creo que no. Solo respeto, fidelidad y que no me mates de hambre, porque eso sí, como si mañana se acabase el mundo —se termina el muffin, se bebe el chocolate y llama al mesero, quien esta vez llega de inmediato—. Tres más de este y un chocolate extragrande, todo para llevar, por favor.

El chico parte a cumplir con la orden, mientras Ilhan trata de definir a Sylvie con una sola palabra, pero solo se le vienen a la mente frases completas, como realmente asombrosa, magníficamente auténtica y hermosa en todos los sentidos.

—Por último, ¿te parece que la boda sea en dos semanas?

—Sí, me parece perfecto, ¿será posible conocer tu departamento antes de eso? Para conseguir lo que me haga falta.

—Claro, si quieres podemos hacerlo ahora mismo —ella asiente e Ilhan repara en una mancha de chocolate que tiene en la comisura de los labios, toma una servilleta y, sin saber por qué demonios lo hace, pero le limpia con delicadeza la mancha.

Los dos se miran con intensidad, sus respiraciones se aceleran y nada de lo que hay alrededor importa.

—Lo siento, suelo hacer lo mismo con mi madre y una prima —Ilhan baja la mano y deja la servilleta a un lado.

—Gracias, suele pasarme con frecuencia —mete sus anteojos en la mochila y saca su billetera para pagar la cuenta.

—No es necesario, yo invito.

—Pero yo te cité aquí, esta vez yo pagaré. Además, comí más que tú… y eso siempre será así, no lo olvides.

Ilhan se ríe, espera a terminar con todo el trámite y sale de allí, esta vez él le abre la puerta para que salga primero y la ayuda con los libros porque va con el pedido en las manos. La ayuda a guardar las cosas en el auto, intercambian números de teléfono, pero antes de que cada uno tome su auto para ir al departamento, Ilhan recuerda aquella cajita que tiene en el bolsillo.

—¡Espera! Creo que… ya que aceptaste este convenio, deberíamos hacerlo oficial, ¿no crees? —Sylvie se ríe, se acerca a él y lo mira a los ojos directamente.

—No me digas que me pedirás… —pero se calla cuando Ilhan pone una rodilla en el pavimento y saca la cajita negra de terciopelo, en donde una anillo de plata sencillo, pero hermoso, yace brillante.

—Sylvie Durand, ¿quisieras hacerme el honor de casarte de mentira por tres años, para luego divorciarnos y ser felices por el resto de nuestras vidas? —ella dramatiza el momento llevándose las manos a la boca, pero en lugar de llorar como toda novia, se ríe a carcajadas.

—Sí, Ilhan Moreau, acepto.

Él le coloca el anillo riendo de la misma manera, se pone de pie y le extiende la mano, que ella acepta, sin apartar sus ojos grises de aquellos azules que se han oscurecido nuevamente ante el tacto de esa piel que no es tan suave, pero que lo llama de una manera extraña a no separarla de la suya.

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