Calista Me miré al espejo una vez más completamente nerviosa, en una hora era el juicio de Cristel y no podría estar más nerviosa, no por culpabilidad sino porque al fin se haría justicia de una forma más limpia. Había aceptado la traición de mi hermana y desde hace mucho la arranqué de mi corazón desechándola como parte de mi familia, ella sólo era una desconocida más que pagaría un alto precio por las decisiones que tomó. —Hola —Elora se asomó por la puerta de mi habitación sonriéndome algo tensa, ella serviría de testigo relatando el día en que salimos huyendo de aquella casa —¿puedo pasar? —Hola, por supuesto —me di la vuelta mirándola caminar un poco insegura, según Evan la había pasado mal con todo lo qué pasó en su familia y cómo esta la había echado del funeral de su hermano —¿cómo estás? —No tan bien como quisiera —hizo una mueca —pero estoy bien, hoy sentiré que me quitarán un peso de encima. —Lo lamento, escuché lo qué pasó con tu madre. —Yo sé que ellos son malos, que
Calista Avancé por los pasillos rodeada de gente, entre ellos mi asistente y escoltas, por orden de Aetos ninguno de ellos podría despegar sus ojos de mi y si llegaba a pasarme algo serían responsables de ello. —Bienvenida, Calista —me recibió una menuda mujer de alrededor de cincuenta años muy bien conservada para su edad y a quien conocía muy bien. —Gracias, Corina —sonreí pesando al set donde harían la sesión fotográfica y luego la entrevista. —Cada que te veo luces más radiante que antes, cariño. Definitivamente solamente tú te puedes superar. —Eso dice mi esposo —contesté guiñándole un ojo y dejando que me sentaran frente a un tocador. Corina era la madre de Colin, una señora muy atenta y de renombre en la sociedad por estar a cargo de la revista más relevante del país. Muchos pagaban grandes montos para salir en la portada y ganar más posición en el mundo competitivo, pero gente como Aetos y como yo no necesitábamos de aquello para tener más impacto, en cambio eran las gran
Años después...Calista terminaba de peinar el cabello oscuro de su hija, sonrió mirándola a través del espejo admirando la belleza que poseía, en cómo sus rasgos y los de Aetos se habían combinado a la perfección creando bellezas que parecían inhumanas.—Listo, cariño. Te ves preciosa. —¿Le gustará a papi? —agitó sus pestañas buscando una respuesta positiva en su madre, removió sus manitas sobre el moño del vestido rosa que le habían puesto a su elección. —Le encantará —besó su mejilla y sonrió al oír las pequeñas pisadas en el pasillo. —¡Mamá! —exclamaron sin llegar todavía a la habitación, Calista tomó la mano de la pequeña Artemisa para ir al encuentro de su otro hijo que llegaba agitado de subir las escaleras a prisa —dice papá que te des prisa o llegaremos tarde. —En un segundo, mi cielo —tomó el bolso de mano que combinaba con el hermoso vestido azul rey que luciría esa tarde en la apertura de la segunda fundación que creaba en memoria de su abuela —¡Listo! Andando, no hagam
Atenas, GreciaEl caos se desataba en la villa de los Vasileiou, el mayor de ellos daba su último aliento y el duelo se extendía hasta el empleado con el cargo más bajo. Para Aetos eran gran golpe recibir la noticia, su segundo padre también había muerto. No supo cómo reaccionar, estaba tan acostumbrado a guardarse el dolor o cualquier otra emoción que no soltó ninguna lágrima, su rostro permaneció igual que siempre, sereno. «Insensible» pensaban todos al verlo andar por los pasillos como si nada acabase de ocurrir, como si su madre no se encontrara llorando desconsolada en el lecho de su padre. Los comentarios de la gente no le importaban, lo que él sintiera no era algo que los demás deberían de saber, no se permitía mostrar ninguna debilidad ante nadie. Para muchos, Aetos era un hombre impenetrable, duro y soberbio. Las puertas dobles de la habitación de su difunto abuelo se abrieron ante él, mostrando a toda su familia rodeando el cuerpo mientras lloraban. «Hipócritas» pensó, a n
Salónica, Grecia Calista El frío viento de invierno alborotaba mi cabello, el sonido del océano y el cantar de las gaviotas al compás del grito de los marineros subiendo las cargas a la embarcación. —Señorita, Athanasiou, ¿qué hace por aquí? —preguntó el supervisor de las embarcaciones. —Supervisando que todo esté en orden —contesté checando la lista en mi iPad —hay rumores, señor Giannakopoulos. —¿Qué rumores?Deje de lado el aparato electrónico para escrutar cada expresión en él y el que estuviera nervioso sólo me confirmaba la sospecha que tenemos desde hace meses. —La mercadería que se pierde en cada viaje, es demasiada coincidencia que sean específicamente las joyas del Emporio Vasileiou. —Estas cosas suelen pasar, señorita. Cuando la marea está alta hay cargamentos que caen al agua —se excusó con lo más tonto que se le pasó por la mente, pensando que me iba a tragar eso. —Pueda ser eso o que estén robando cargamento. Las embarcaciones de mi familia se destacan por ser la
Calista Volví a la empresa una hora antes que terminara la jornada, las redes estaban inundadas de la noticia de la muerte del señor Bastian. Lo conocí, solía visitar a mi abuela, eran grandes amigos. No me extrañaba la intención de querer unir ambas familias, eso nos llevaría a la cima colocándonos como una de las familias más adineradas del mundo. De por si, ellos ya tenían su posición en esa lista. Uno de mis sueños siempre fue posicionar la mía ahí, pero tal parecía que no estaba en mi destino sino en el de mi hermana. —Su hermano la está esperando en su oficina —me comunicó mi secretaria, desvié mi camino al piso de presidencia donde únicamente se encontraba su oficina y la de mi padre. Toqué la puerta antes de entrar, estaba sumergido en muchos papeles y sólo medio levantó la cabeza para señalarme la silla delante de él. —¿Para qué me necesitas? —Estaba evaluando el plan que presentaste la semana pasada, papá y yo creemos que es algo innecesario y que requiere mucho gasto.
Calista Mi padre se apresuró a saludar a los invitados seguidos de mi madre, con unas enormes sonrisas y una amabilidad que muy pocas veces mostraban, mi padre sólo lo hacía cuando cerraba grandes negocios. —Es un placer tener a la familia Vasileiou en nuestro hogar, por favor siéntanse como en su casa —con su brazo señaló el living, la madre de los dos Vasileiou era una mujer hermosa y elegante, muy bien conservada para su edad. Era conocida como una mujer egocéntrica, petulante y superficial. Para ella nadie estaba a la altura de sus hijos, pero por la manera aprobatoria en la que observaba a mi hermana parecía ser que eso cambiaría. Con disimulo escanee al hombre que estrechaba la mano con mi padre en un saludo formal, a diferencia de los demás, este no sonreía y sólo permanecía con su rostro indiferente. Ni siquiera reparó en nosotras cuando pasó por nuestro lado, parecía ser que poco le importaba quien sería su próxima esposa. —Supongo que mi abogado ya lo puso al tanto de l
—¡Calista! ¡Despierta! —sentí cómo movían mi cuerpo —¿Está muerta? —se asustó una—No seas estúpida, ¿no ves que está respirando? —me volvieron a mover abruptamente y se detuvieron hasta que abrí los ojos, aturdida miré los cuatro rostros que me observaban con atención. —¿Qué pasa? —pregunté toda adormilada. —Es tarde y tu hermano a venido por ti —informó Cyrilla —¿Adonis? ¿Qué hace aquí? —pregunté confundida y levantándome de la cama sintiendo el terrible dolor en mi cabeza.—Toma —Dasha me pasó un vaso con agua y una aspirina. —¿Qué hora es? —recogí mis zapatos y miré a través de la ventana, de mañana no se veía.—Las tres Sin ánimos de caminar volví a sentarme en la cama, masajeándome las sienes como si eso aliviaría mi dolor. —Vamos, no vaya a ser que Adonis suba a por ti. Salí de la habitación seguida de mis amigas, hice una mueca cuando miré a mi hermano con su cara de amargado mirarme con desaprobación. Ni siquiera me dirigió la palabra y sólo tomó mi mano obligándome