Aetos Dejé a mi esposa en el hotel donde se hospedaban sus amigas luego de conocerlas de forma más directa. Me hacía sentir tranquilo al verla relajada y ya no tan tensa como lo ha estado en todo este tiempo, quería recompensarla después de todo lo que había pasado estando embarazada comprendiendo que sus emociones eran el doble y que las cosas le afectaban más. Conduje por la ciudad hasta llegar a la oficina, algunos de los empleados sin poder ocultar la sorpresa de verme ahí como si hubiese vuelto de entre los muertos. Aunque era así, admitía que no me había gustado que asumieran que estaba tres metros bajo tierra y que había perdido en esta vida. Al entrar a la oficina mi secretaria informó que el fiscal ya me esperaba adentro para ponerme al tanto de la situación con Alysa y Cristel. Me daba jaqueca tener que pensar en ellas, la última quería que sufriera más por haber traicionado a su propia hermana por un hombre o más bien por una posición más alta de la que tenía. Las leyes
Aetos Sonreí al verla salir del hotel balanceando sus caderas de un lado a otro viéndose demasiado sensual, se detuvo frente a mi tirando de mi cuello para besarlo con pasión. —Mmm, siempre tan delicioso —murmuró contra mi boca —te extrañé. —Sólo fueron unas horas —rodeé su cintura y fijé mis ojos en los suyos, había tanta intensidad en ellos. —Nuestro bebé quiere pasar todo el tiempo pegado a ti —se encogió de hombros apartándose ligeramente de mi —¿me llevas a casa? Tengo muchas ganas de jugar un rato contigo. Su mirada juguetona me hizo sonreír y apresar su labio inferior con ansias de volver a tenerla como hace unas horas, de perderme en su cuerpo que tanto me prendía y me tenía completamente hipnotizado. —Será más tarde —hice una mueca moviéndome para abrir la puerta del auto —tu familia te está esperando. —¿Qué? —hizo un gesto de malestar —¿por qué los dejaste ir? no tengo ánimos de escuchar reclamos o peticiones de retirar los cargos contra Cristel.—No puedes huir de ell
Calista La reacción de madre era algo que esperaba, me molestaba que siempre fuese así mientras padre guardaba silencio sin objetar nada porque en el fondo también pensaba lo mismo. Me sentí frustrada al no tener a la abuela Brianni que me defendiera, que me vieran frágil cuando siempre me mostré indiferente a todas sus preferencias. Me alejé de ellos caminando a mi habitación para estar sola, para pensar en hacer lo que era mejor para mi y si eso requería alejarme de mi familia lo haría sin dudarlo porque ahora nadie más importaba que la pequeña familia que estaba formando. —Hija, ¡espera! —la voz de mi padre me hizo detenerme frente a la puerta y mirarlo sobre mí hombres caminando a prisa hasta mi. —¿Qué? ¿Tú también me pedirás que la saque de ahí? —solté sin molestarme en ocultar la rabia que sentía, en cómo deseaba tener el poder para incendiar todo hasta sacar hasta la última gota del resentimiento que cargaba desde hace años. —No —sacudió su cabeza —jamás te pediría eso. —
Calista Me miré al espejo una vez más completamente nerviosa, en una hora era el juicio de Cristel y no podría estar más nerviosa, no por culpabilidad sino porque al fin se haría justicia de una forma más limpia. Había aceptado la traición de mi hermana y desde hace mucho la arranqué de mi corazón desechándola como parte de mi familia, ella sólo era una desconocida más que pagaría un alto precio por las decisiones que tomó. —Hola —Elora se asomó por la puerta de mi habitación sonriéndome algo tensa, ella serviría de testigo relatando el día en que salimos huyendo de aquella casa —¿puedo pasar? —Hola, por supuesto —me di la vuelta mirándola caminar un poco insegura, según Evan la había pasado mal con todo lo qué pasó en su familia y cómo esta la había echado del funeral de su hermano —¿cómo estás? —No tan bien como quisiera —hizo una mueca —pero estoy bien, hoy sentiré que me quitarán un peso de encima. —Lo lamento, escuché lo qué pasó con tu madre. —Yo sé que ellos son malos, que
Calista Avancé por los pasillos rodeada de gente, entre ellos mi asistente y escoltas, por orden de Aetos ninguno de ellos podría despegar sus ojos de mi y si llegaba a pasarme algo serían responsables de ello. —Bienvenida, Calista —me recibió una menuda mujer de alrededor de cincuenta años muy bien conservada para su edad y a quien conocía muy bien. —Gracias, Corina —sonreí pesando al set donde harían la sesión fotográfica y luego la entrevista. —Cada que te veo luces más radiante que antes, cariño. Definitivamente solamente tú te puedes superar. —Eso dice mi esposo —contesté guiñándole un ojo y dejando que me sentaran frente a un tocador. Corina era la madre de Colin, una señora muy atenta y de renombre en la sociedad por estar a cargo de la revista más relevante del país. Muchos pagaban grandes montos para salir en la portada y ganar más posición en el mundo competitivo, pero gente como Aetos y como yo no necesitábamos de aquello para tener más impacto, en cambio eran las gran
Años después...Calista terminaba de peinar el cabello oscuro de su hija, sonrió mirándola a través del espejo admirando la belleza que poseía, en cómo sus rasgos y los de Aetos se habían combinado a la perfección creando bellezas que parecían inhumanas.—Listo, cariño. Te ves preciosa. —¿Le gustará a papi? —agitó sus pestañas buscando una respuesta positiva en su madre, removió sus manitas sobre el moño del vestido rosa que le habían puesto a su elección. —Le encantará —besó su mejilla y sonrió al oír las pequeñas pisadas en el pasillo. —¡Mamá! —exclamaron sin llegar todavía a la habitación, Calista tomó la mano de la pequeña Artemisa para ir al encuentro de su otro hijo que llegaba agitado de subir las escaleras a prisa —dice papá que te des prisa o llegaremos tarde. —En un segundo, mi cielo —tomó el bolso de mano que combinaba con el hermoso vestido azul rey que luciría esa tarde en la apertura de la segunda fundación que creaba en memoria de su abuela —¡Listo! Andando, no hagam
Atenas, GreciaEl caos se desataba en la villa de los Vasileiou, el mayor de ellos daba su último aliento y el duelo se extendía hasta el empleado con el cargo más bajo. Para Aetos eran gran golpe recibir la noticia, su segundo padre también había muerto. No supo cómo reaccionar, estaba tan acostumbrado a guardarse el dolor o cualquier otra emoción que no soltó ninguna lágrima, su rostro permaneció igual que siempre, sereno. «Insensible» pensaban todos al verlo andar por los pasillos como si nada acabase de ocurrir, como si su madre no se encontrara llorando desconsolada en el lecho de su padre. Los comentarios de la gente no le importaban, lo que él sintiera no era algo que los demás deberían de saber, no se permitía mostrar ninguna debilidad ante nadie. Para muchos, Aetos era un hombre impenetrable, duro y soberbio. Las puertas dobles de la habitación de su difunto abuelo se abrieron ante él, mostrando a toda su familia rodeando el cuerpo mientras lloraban. «Hipócritas» pensó, a n
Salónica, Grecia Calista El frío viento de invierno alborotaba mi cabello, el sonido del océano y el cantar de las gaviotas al compás del grito de los marineros subiendo las cargas a la embarcación. —Señorita, Athanasiou, ¿qué hace por aquí? —preguntó el supervisor de las embarcaciones. —Supervisando que todo esté en orden —contesté checando la lista en mi iPad —hay rumores, señor Giannakopoulos. —¿Qué rumores?Deje de lado el aparato electrónico para escrutar cada expresión en él y el que estuviera nervioso sólo me confirmaba la sospecha que tenemos desde hace meses. —La mercadería que se pierde en cada viaje, es demasiada coincidencia que sean específicamente las joyas del Emporio Vasileiou. —Estas cosas suelen pasar, señorita. Cuando la marea está alta hay cargamentos que caen al agua —se excusó con lo más tonto que se le pasó por la mente, pensando que me iba a tragar eso. —Pueda ser eso o que estén robando cargamento. Las embarcaciones de mi familia se destacan por ser la