CAPITULO 142

—Porque cada vez que te veo, es como si el sol apareciera en una noche interminable. —dijo, y sus palabras eran un tapiz de verdad y anhelo. —Tú eres la gravedad que me atrae, la luz que me guía a casa.

—Darius…

—Necesito que sepas toda la verdad —dijo con urgencia. Arrancó el motor de su auto y llevo a Isabela hacia una colina. Quería que ella supiera toda la verdad, su verdad, su mundo.

El viento susurraba entre la hierba alta en lo alto de la colina apartada, una sinfonía de susurros que parecía llevar el peso de historias no contadas. Mientras el sol se hundía en una paleta de naranjas y morados, Darius alejó a Isabella del mundo que conocía, sus movimientos imbuidos de una urgencia que tensó el aire entre ellos.

—Isabella. —comenzó, con voz tan grave como las sombras que se alargaban sobre la tierra—, hay verdades en este mundo, escondidas bajo el barniz de lo que aceptamos como realidad. —Hizo un gesto hacia el horizonte, donde las primeras estrellas se asomaban con curiosidad
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