Capítulo 65: Su ancla y su tormenta

ANDY DAVIS

Esa noche, en el refugio de ese «chalet», nos dejamos llevar. Fue un momento solo nuestro, donde no existía el pasado ni el futuro, solo la calidez de nuestros cuerpos y el roce de nuestras pieles. Damián fue cuidadoso, como si temiera que me desvaneciera en cualquier momento, pero también fue apasionado, como si hubiera esperado demasiado por esto. Y, en cierta forma, yo también lo había hecho.

Con un silencio cargado de complicidad y electricidad, nos desnudamos mutuamente, descubriéndonos con besos y caricias, con el crepitar del fuego como único sonido a parte del roce de nuestros cuerpos y nuestras respiraciones agitadas.

El calor del fuego era opacado por el que generaban nuestros cuerpos. Damián me hizo sentir lo que nunca sentí en brazos de otro hombre. Me estremecí con cada uno de sus movimientos, mis oídos disfrutaron de sus gruñidos que se volvían cada vez más graves y profundos conforme se adentraba en mí.

El primer orgasmo entre sus brazos terminó de romper l
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