ANDY DAVISEntrar al bufete fue como caminar directo a la boca del lobo. Todo estaba patas arriba: papeles desordenados, empleados con expresiones tensas y murmullos de conversaciones que cesaban apenas me acercaba. Cada mirada furtiva me recordaba que el escándalo de Bastián había caído sobre mí como una nube oscura.Me parecía injusto que yo también tuviera que pagar de cierta forma lo que él había hecho.El caos era palpable, y a medida que avanzaba entre los escritorios, la presión en mi pecho se intensificaba. La noticia de que el juez Monroy había delegado nuestros casos en otros bufetes cayó sobre mí como una losa. Era injusto, pero ¿qué podía hacer? No había marcha atrás. Solo podía ver el cao
ANDY DAVISCuando llegamos al «chalet», lo primero que vi fue a una mujer sentada en el comedor. Su cabello rojo brillaba bajo la luz y usaba un traje sastre ajustado que dejaba poco a la imaginación. Tenía la pinta de esas secretarias sexys que solo quieren seducir al jefe. No sabía quién era, pero la familiaridad con la que miró a Damián me hizo sentir una punzada de celos. En verdad sus ojos se iluminaron en cuanto él rebasó la puerta y una enorme sonrisa se dibujó en sus labios rojos, mostrando una hilera de dientes blancos bien alineados.—Sophie —saludó Damián manteniendo su tono neutral y profesional.La pelirroja se levantó con un movimiento elegante y cruzó la habitación hasta situarse muy cerca de &eac
DAMIÁN ASHFORDLa noche había caído en un manto de tranquilidad sobre el «chalet» después de lo que había ocurrido con Sophie, pero mi interior era cualquier cosa menos sereno. Andy servía el vino con aparente tranquilidad, sus nudillos estaban enrojecidos y su semblante era tranquilo, pero por dentro tenía miedo de que las palabras de esa abogada hubieran fracturado lo que tanto me había costado comenzar a forjar con Andy. Necesitaba aclarar lo que había pasado con Sophie, pero más que eso, necesitaba que ella supiera lo que significaba para mí.Con una sonrisa, Andy me ofreció una copa y caminó hacia el sofá frente a la chimenea. Se veía hermosa en la penumbra y me negaba a perderla solo por una cuestión del pasado. Tomé la botella, decidiendo que nece
DAMIÁN ASHFORDEsperaba a Andy desde hacía más de una hora. El almuerzo que había pedido se estaba enfriando en la mesa, la botella de vino abierta, las copas servidas… todo estaba listo para cuando ella llegara, pero no aparecía, y el silencio del «chalet» me estaba comiendo vivo.Aunque habíamos decidido ir despacio, también habíamos aceptado hablar con los niños para explicarles que mamá y papá comenzarían una relación. Era una sorpresa, pero tanto Andy como los mellizos no llegaban y comencé a sentirme ansioso. La había llamado un par de veces, pero el teléfono siempre saltaba directo al buzón. No respondía. ¿Debía empezar a preocuparme?Exhalé un suspiro pesado, apoyando las manos en la encimera mientras trataba de calmar la ansiedad que me mordía por dentro. ¿Y si había cambiado de opinión? ¿Y si después de nuestra noche juntos había decidido que no estaba lista? Tal vez yo me había dejado llevar demasiado… tal vez todavía tenía dudas.La incertidumbre me retorcía el pecho. Sab
ANDY DAVISEl «chalet» estaba en silencio cuando llegué. Abrí la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido. Me sentía abrumada, cansada. Dejé las llaves sobre la mesita de entrada y me quedé quieta un segundo, escuchando. El olor de la comida me llegó enseguida, suave y delicioso. Todo estaba preparado: un mantel blanco impecable, dos copas de vino, una botella abierta… y la comida servida en los platos, enfriándose.Mordí mi labio, sintiendo una punzada de culpa. Había llegado tarde.Busqué a Damián con la mirada, estaba escurrido en el sofá, profundamente dormido, con la cabeza recargada en el respaldo y los labios entreabiertos mientras sus cabellos rubios colgaban. Su teléfono todavía estaba en su mano. Parecía que había estado esperando hasta que el cansancio lo venció.Me acerqué despacio, sin hacer ruido, y lo observé con atención.Incluso dormido, era impresionante. Había algo en su rostro que siempre me cautivaba, algo que iba más allá de su belleza masculina. Era la form
ANDY DAVISEl ambiente en el «chalet» se volvió tenso. Las palabras de Camille se quedaron flotando entre nosotros y causando eco. Damián, que segundos antes me había abrazado con dulzura y estaba emocionado por un futuro juntos, ahora estaba de pie frente a Camille, con el ceño fruncido y los ojos oscuros brillando con una mezcla de indignación y desconcierto.De nuevo estaba ahí el hombre dominante y malhumorado que había conocido en un principio.—¿Por cuánto tiempo planeabas ocultarme esto? —Su voz era grave, baja, pero cargada de reproche.Camille suspiró, cruzándose de brazos, mientras detrás de ella los mellizos jugaban en el jardín, con juguetes que no había visto antes, de seguro patrocinados por su tía consentidora. —No es algo que haya querido ocultarte, solo… no encontraba el momento adecuado para decírtelo —soltó Camille encogiéndose de hombros, queriendo minimizar la situación, pero su rostro era un rompecabezas que aún no lograba descifrar.—¿El momento adecuado? —Dami
ANDY DAVIS—¡¿Embarazada?! —exclamé emocionada e inquieta. No podía sonreír más de lo que ya lo hacía. Mi corazón golpeaba tan fuerte como un tambor y de pronto no sabía si reír o llorar por la emoción. —Así es… —contestó el doctor mientras revisaba mis estudios—. Me alegra que la inseminación artificial haya dado resultados tan satisfactorios. Al parecer tienes tres semanas de gestación. El producto está bien implantado. Ahora solo falta revisar si es uno solo o gemelos.Hizo a un lado el folder con los resultados de sangre y sacó los de ultrasonido mientras sus palabras aumentaban mi sorpresa.—¿Gemelos? —pregunté ansiosa. Me faltaba la respiración. Mi esposo y yo nos habíamos esforzado tanto por tener un hijo, si eran dos, sería una bendición. —En la fertilización in vitro suele haber gestaciones múltiples, pues inoculamos varios óvulos fecundados para aumentar el porcentaje de éxito —dijo el doctor con una sonrisa mientras revisaba el estudio—, y como decía, hay dos productos qu
ANDY DAVIS—No tiene sentido hablar de eso en este momento —dijo John mientras acariciaba la mejilla de su amante y esta levantaba su mirada hacia él. Había chispas entre ellos. Derramaban miel, pero para mí era veneno puro. Cuando la chica se alzó en las puntas de sus pies para alcanzar los labios de mi esposo decidí que yo también podía jugar en este juego y salir victoriosa. En cuanto sus labios se tocaron, saqué mi teléfono y tomé un par de fotografías, tomándolos por sorpresa antes de guardar mi celular en el bolsillo. —¿Qué se supone que…? —No dejé que mi suegra indignada terminara su pregunta cuando les ofrecí a los tres una amplia sonrisa.—Se llama evidencia… —contesté mientras volvía a revisar el contrato de divorcio, esta vez con más atención y el corazón frío. Como me lo esperaba, yo no sacaría nada de este matrimonio. No me darían ni las gracias por haber desperdiciado cinco años de mi vida amando a un ingrato y soportando a una bruja como suegra. —¿Evidencia? —pregunt