ANDY DAVISEsa noche, en el refugio de ese «chalet», nos dejamos llevar. Fue un momento solo nuestro, donde no existía el pasado ni el futuro, solo la calidez de nuestros cuerpos y el roce de nuestras pieles. Damián fue cuidadoso, como si temiera que me desvaneciera en cualquier momento, pero también fue apasionado, como si hubiera esperado demasiado por esto. Y, en cierta forma, yo también lo había hecho.Con un silencio cargado de complicidad y electricidad, nos desnudamos mutuamente, descubriéndonos con besos y caricias, con el crepitar del fuego como único sonido a parte del roce de nuestros cuerpos y nuestras respiraciones agitadas. El calor del fuego era opacado por el que generaban nuestros cuerpos. Damián me hizo sentir lo que nunca sentí en brazos de otro hombre. Me estremecí con cada uno de sus movimientos, mis oídos disfrutaron de sus gruñidos que se volvían cada vez más graves y profundos conforme se adentraba en mí. El primer orgasmo entre sus brazos terminó de romper l
BASTIÁN LEBLANCEl café olía a desesperación. No era el aroma del grano recién molido ni el dulzor del azúcar en las mesas, era el veneno que emanaba de Mindy mientras se cruzaba de brazos frente a mí con la arrogancia que la caracterizaba. —Si yo no gano, Bastián, tú tampoco —su voz era un murmullo frío, calculador. Sus ojos brillaban con la certeza de alguien que ya ha decidido quemarlo todo—. Si no aceptas hacerte cargo de mí y del bebé, Andy lo sabrá todo. Cada detalle, cada mentira, cada traición.»¿Crees que te perdonará? —No te creerá… —Apreté los puños bajo la mesa, intentando mantenerme íntegro y apacible, demostrando la confianza que había perdido después de su amenaza. —Sé la clase de mujer que es. Necesita más que palabras y eso le daré. —Su sonrisa se hizo más grande y sus dedos comenzaron a tamborilear suavemente en su vientre, señalando al bebé—. Una prueba de paternidad será suficiente para que todas esas noches que estuviste ausente, esas llamadas sin contestar y c
DAMIÁN ASHFORDLa noticia de que Andy y Bastián habían adelantado la boda solo fue la cereza sobre el pastel, pues toda la semana después de esa noche en el «chalet» fue como si Andy solo estuviera concentrada en evitarme a toda costa. Como si lo que habíamos vivido no significara nada.Eso no encajaba. Nos habíamos amado toda la noche y pensé que estábamos en la misma sintonía, que ella ambicionaba lo mismo que yo, que por fin aceptaba que lo que sentíamos por el otro no podía seguirse negando y que podríamos mezclar nuestras vidas y tener la familia que deseábamos.Pero aquí estaba, afuera de las puertas del evento, con la rabia fluyendo por mis venas, caminando de un lado para otro preguntándome qué fue lo que hice mal y de qué manera irrumpir en ese maldito lugar para exigir respuestas y salir con lo que era mío. Lo medité más de lo necesario. ¿Interrumpir la boda era realmente lo correcto? ¿O estaba siendo egoísta imponiendo mi voluntad sobre la suya? Tal vez Andy quería esa vid
DAMIÁN ASHFORDDe pronto sentí un tirón en la manga. Camille estaba medio encima de mí, intentando ver mejor la escena, cuando noté a los mellizos sentados a su lado, con los pies balanceándose tranquilamente.Ambos, tanto Camille como yo, los vimos fijamente con atención y algo de sorpresa.—Mami nos dijo que nos quedáramos calladitos aquí atrás —explicó León con un resoplido de aburrimiento.Victoria miró a Camille y luego me miró a mí, al principio confundida, como si estuviera armando un rompecabezas. Sus ojos se iluminaron con una conclusión demasiado lógica para un niño.—Ustedes parecen
DAMIÁN ASHFORDEl cuerpo inerte de Bastián yacía a mis pies, un patético recordatorio de la farsa que había construido. Andy se inclinó con frialdad, despojándose del anillo de compromiso y dejándolo caer sobre el pecho de aquel imbécil. Fue un gesto simple, pero cargado de la fuerza de su desprecio.—Un hombre como él no vale ni una sola lágrima… —susurró Andy tomando de la mano a Rachel, quien había dejado de llorar y ahora tenía la mirada cargada de una profunda y tranquila tristeza.Cuando la jovencita se quitó su anillo y lo dejó sobre el pecho de Bastián, este tuvo un breve momento de lucidez, tomando la muñeca de Rachel para mantenerla cerca.
CAMILLE ASHFORDEntré a la habitación con el peso de la noche sobre mis hombros. La imagen de Damián mirando a Andy con tanta devoción seguía clavada en mi mente, como un eco de algo que yo jamás había tenido y, aunque lo negara, siempre había deseado. Recordé a mi padre y cómo solía mirar a mi madre, con esos pequeños gestos que solo ahora entendía como amor genuino. O tal vez solo era una farsa bien ensayada, como todo en nuestras vidas. Fuera lo que fuera, me encontré con una punzada de anhelo absurdo.¿Qué se sentía ser mirada de esa forma, ser deseada no solo con el cuerpo, sino con el alma?Suspiré y di un paso hacia el interior. La habitación se sentía tan vacía, incluso má
CAMILLE ASHFORDEl suave roce del lino contra mi piel adormecida fue lo primero que sentí. Abrí los ojos con dificultad, sintiéndome aún mareada, era como si mis párpados hubieran sido pegados. La habitación estaba en penumbras, pero el aroma familiar me despertó antes que la conciencia: esa mezcla oscura y refinada de madera, cuero y algo especiado que me hacía estremecer sin saber por qué. Era su loción.Parpadeé lentamente, aún sumida en la neblina del sopor, y me removí en la cama. Mi cuerpo pesaba como si me hubieran arrojado una manta invisible que me impedía moverme con soltura. Entonces lo vi.Mi Benefactor estaba sentado con la espalda recta en un sillón de cuero en la esquina de la habitación, con sus ojos ocultos tras esas gafas oscuras que nunca se quitaba, sentía su mirada clavada en mí con la intensidad de un cuchillo rozando mi piel.El aire se volvió más denso. Cada fibra de mi ser gritaba que debía huir de allí, pero ni siquiera tenía fuerzas para levantarme de la cam
CAMILLE ASHFORDEl sonido de la puerta cerrándose tras él aún resonaba en la habitación cuando sentí que mis piernas por fin cedían. Me dejé caer en la cama con el corazón martillándome el pecho. Lucien Blackwell. El nombre seguía reverberando en mi mente, cargado de promesas oscuras y amenazas veladas.—¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! —por fin pude levantar la voz, pero era tarde, él ya no estaba para escucharme—. Yo no hice nada. »No quiero ser tuya. El pensamiento me quemaba como un hierro al rojo vivo, pero no tuve tiempo de procesarlo. Apenas me había acomodado cuando dos mujeres irrumpieron en la habitación. Ambas llevaban uniformes oscuros y modales rígidos.—Levántate —dijo la mayor de ellas, sin siquiera mirarme a los ojos.La más joven, en cambio, me lanzó una mirada compasiva mientras me ayudaba a ponerme en pie. Sus dedos eran suaves pero firmes, como si supiera que me temblaban las piernas.—Tienes que bañarte y prepararte antes de que regrese, señorita —susurró mientras me co