CAMILLE ASHFORDEl sonido de la puerta cerrándose tras él aún resonaba en la habitación cuando sentí que mis piernas por fin cedían. Me dejé caer en la cama con el corazón martillándome el pecho. Lucien Blackwell. El nombre seguía reverberando en mi mente, cargado de promesas oscuras y amenazas veladas.—¡¿Por qué?! ¡¿Qué hice?! —por fin pude levantar la voz, pero era tarde, él ya no estaba para escucharme—. Yo no hice nada. »No quiero ser tuya. El pensamiento me quemaba como un hierro al rojo vivo, pero no tuve tiempo de procesarlo. Apenas me había acomodado cuando dos mujeres irrumpieron en la habitación. Ambas llevaban uniformes oscuros y modales rígidos.—Levántate —dijo la mayor de ellas, sin siquiera mirarme a los ojos.La más joven, en cambio, me lanzó una mirada compasiva mientras me ayudaba a ponerme en pie. Sus dedos eran suaves pero firmes, como si supiera que me temblaban las piernas.—Tienes que bañarte y prepararte antes de que regrese, señorita —susurró mientras me co
ANDY DAVISBastián fue arrestado, el juez Monroy ni siquiera le dio oportunidad de poner un pie fuera del salón cuando ya estaba esposado y entrando a una patrulla. Creí que ahí acabaría todo y que era el inicio de mi paz, pero… no fue así. —Lo lamento, pero el bufete se tendrá que… «congelar» por tiempo indefinido —soltó el juez aparentemente apenado.—¿Cómo? —pregunté tragando saliva con la garganta seca, entonces sacó de entre sus ropas un sobre manila que me ofreció con pesar. —Solicité una auditoría… Quiero saber de dónde salió cada centavo y donde fue a parar. Quiero comprobar que Bastián no solo jugó con ustedes, sino que tal vez estuvo involucrado en alguna malversación de fondos o algún caso ilegal —agregó el juez con esa actitud ceremoniosa. —Quiere hundirlo, encontrar hasta el mínimo motivo para destrozarlo —respondí entre dientes y entornando los ojos—. Aunque eso signifique congelar mi vida también. —Puedes apelar mi orden, si eso es lo que deseas —agregó sabiendo que
ANDY DAVISDecidí poner distancia y concentrarme en la mudanza para no caer en el embrujo de esos ojos negros. Damián se acercó justo cuando me disponía a levantar una caja, pero antes de que pudiera ayudarme, esta se me resbaló de las manos y los libros cayeron al suelo con un estruendo.Frustrada y agotada, con los hombros caídos y con ganas de hacer un berrinche digno de mis mellizos, me resigné a levantar todo. Nos agachamos al mismo tiempo para recogerlos y nuestras manos se rozaron. ¡Era ese mismo maldito cliché! Ese roce sutil, ese momento donde el aire se electrifica, donde nuestras miradas se encuentran para intentar dar sentido a lo que está pasando en nuestros cuerpos y comprender por qué nuestra piel arde de esa manera.Entonces Damián tomó uno de los libros y lo revisó, formando una sonrisa en su rostro. —De feroz pantera a ratón de biblioteca —susurró con gracia y cuando volteó hacia mí, me sonrojé, pero intenté disimularlo mientras le arrebataba el libro.—Soy estudios
DAMIÁN ASHFORDInstalar a Andy y a los niños en el «chalet» había sido un movimiento calculado para estar más cerca de ellos, pero también un salto de fe. Todo lo que había hecho hasta ahora tenía un solo propósito: demostrarle a Andy que mis intenciones eran reales. Ahora, observando cómo los mellizos corrían por la sala, riendo y gritando de alegría, no podía evitar sentir que el esfuerzo había valido la pena.León y Victoria estaban en su elemento. Subían y bajaban las escaleras, se escondían detrás de los sofás y trazaban caminos invisibles en el jardín. De un momento a otro el lugar pasó de estar deshabitado a estar cubierto de peluches y juguetes, así como de risas y una extraña sensación de calma dentro de
DAMIÁN ASHFORDEl auto negro, el taxi ejecutivo que había enviado por Camille, se detuvo frente al «chalet», y mi corazón dio un vuelco cuando la vi descender. Recordé cuando entré a la habitación y ella no estaba, pero sus cosas seguían ahí. No había ni una nota, ni un mensaje, simplemente había desaparecido, y sus planes de recuperar lo que a ella le pertenecía de la herencia y alejarse, retumbaron en mi cabeza. Creí que eso era lo que estaba haciendo, hasta que vi unos pétalos en el piso. En ningún momento habíamos tenido flores en el lugar. Además, no parecían pertenecer a cualquier flor, sino a una clase de rosas de un rojo muy oscuro. Esa era la única pieza que no encajaba.Desde el primer vistazo, supe que algo no estaba bien. Había una sombra en los ojos de Camille que no había visto antes. Caminaba con la cabeza gacha, arrastrando su maleta por el camino de piedra como si fuera un peso mucho más grande del que podía cargar. Mi corazón se estrujó de manera dolorosa, como si
ANDY DAVISEntrar al bufete fue como caminar directo a la boca del lobo. Todo estaba patas arriba: papeles desordenados, empleados con expresiones tensas y murmullos de conversaciones que cesaban apenas me acercaba. Cada mirada furtiva me recordaba que el escándalo de Bastián había caído sobre mí como una nube oscura.Me parecía injusto que yo también tuviera que pagar de cierta forma lo que él había hecho.El caos era palpable, y a medida que avanzaba entre los escritorios, la presión en mi pecho se intensificaba. La noticia de que el juez Monroy había delegado nuestros casos en otros bufetes cayó sobre mí como una losa. Era injusto, pero ¿qué podía hacer? No había marcha atrás. Solo podía ver el cao
ANDY DAVISCuando llegamos al «chalet», lo primero que vi fue a una mujer sentada en el comedor. Su cabello rojo brillaba bajo la luz y usaba un traje sastre ajustado que dejaba poco a la imaginación. Tenía la pinta de esas secretarias sexys que solo quieren seducir al jefe. No sabía quién era, pero la familiaridad con la que miró a Damián me hizo sentir una punzada de celos. En verdad sus ojos se iluminaron en cuanto él rebasó la puerta y una enorme sonrisa se dibujó en sus labios rojos, mostrando una hilera de dientes blancos bien alineados.—Sophie —saludó Damián manteniendo su tono neutral y profesional.La pelirroja se levantó con un movimiento elegante y cruzó la habitación hasta situarse muy cerca de &eac
DAMIÁN ASHFORDLa noche había caído en un manto de tranquilidad sobre el «chalet» después de lo que había ocurrido con Sophie, pero mi interior era cualquier cosa menos sereno. Andy servía el vino con aparente tranquilidad, sus nudillos estaban enrojecidos y su semblante era tranquilo, pero por dentro tenía miedo de que las palabras de esa abogada hubieran fracturado lo que tanto me había costado comenzar a forjar con Andy. Necesitaba aclarar lo que había pasado con Sophie, pero más que eso, necesitaba que ella supiera lo que significaba para mí.Con una sonrisa, Andy me ofreció una copa y caminó hacia el sofá frente a la chimenea. Se veía hermosa en la penumbra y me negaba a perderla solo por una cuestión del pasado. Tomé la botella, decidiendo que nece